El bambuco de Cumbiana
Katie James es una de las invitadas a colaborar en el más reciente álbum de Carlos Vives, “Cumbiana II”. La cantante irlandesa-inglesa, criada en Colombia y cantautora de bambucos, habló para El Espectador sobre esta cocreación con el samario, que hoy inaugura su gira en Bogotá.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Las canciones de Katie James huelen. Toca y de su guitarra se desprende el vapor del café hecho en horno de leña. El primero de la mañana, que aún no aclara completamente. Canta y, como si fuese un llamado, la neblina se mezcla con ese vapor. Una neblina tan fría que no se queda en los picos, sino que baja hasta esa taza de café. Desciende para, además, juntarse al humo de madera quemada. Todo esto mientras amanece. O todo esto mientras ella canta y uno se imagina allí, en una casa de madera escondida entre monte y más monte.
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Las canciones de Katie James huelen. Toca y de su guitarra se desprende el vapor del café hecho en horno de leña. El primero de la mañana, que aún no aclara completamente. Canta y, como si fuese un llamado, la neblina se mezcla con ese vapor. Una neblina tan fría que no se queda en los picos, sino que baja hasta esa taza de café. Desciende para, además, juntarse al humo de madera quemada. Todo esto mientras amanece. O todo esto mientras ella canta y uno se imagina allí, en una casa de madera escondida entre monte y más monte.
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Carlos Vives también se imaginó lo mismo. Se rindió ante esta fantasía sencilla, pero tan nuestra, tan colombiana. Por eso Katie James es una de las artistas que colaboran en su más reciente álbum: Cumbiana II. Para ella, este trabajo es “la fusión de la fusión de la fusión”. Cree que lo que Vives intenta es rescatar, homenajear y explorar los sonidos más folclóricos, pero además los de afuera, los que llegaron a enriquecer la música de aquí.
James siempre quiere volver. Volver a su finca, a la montaña. Y a ese anhelo le compone. La canción, que ahora se llama “En la selva”, antes solo era “La selva”, y fue escrita para un joven del que se enamoró en la universidad. Por esos días estaba enamorada, sí, pero también estresada: “Lo único que quería era llevármelo a un lugar más silencioso donde pudiéramos querernos sin la velocidad de la ciudad”.
“Ven, te invito / yo quiero llevarte / lejos, a una casita ‘e madera / donde yo crecí.
Ven, conmigo / yo quiero enseñarte / unas cuantas cositas que / de la tierra aprendí”.
Esta fue la base para lo que, años después, terminaría de componer con Vives.
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Cualquier martes de cualquier semana, James decidió hacer ejercicio subiendo el cerro Monserrate, de Bogotá. Cuando comenzó a bajar, recibió un mensaje de WhatsApp que decía: “Hola, soy Carlos Vives. Cuéntame cuándo tienes un rato libre para hacerte una propuesta”. Lo leyó y pensó que era una broma. Inmediatamente, descartó que alguien como él la invitara a hacer algo, lo que sea, pero, sobre todo, le costó imaginárselo contactándola directamente. “Habrá alguien que se encargue de estas cosas por él”, pensó. “¿Carlos Vives, el cantante?”, preguntó James. “Sí, tu número me lo pasó Pepito Pérez”. Y sí, Pepito Pérez era su amigo. Este fue el primer contacto.
Que quería incluir un bambuco en su nuevo álbum. Que quería que fuese con ella. Que si le interesaba. Que si tenía alguna propuesta, la llevara. Y que si no, igual fuera al estudio, a Gaira, y allí trabajarían juntos. Ella le dijo que sí, que claro, que la dejara pensar, pero que le cumpliría la cita.
Se fue a su casa y buscó entre las composiciones nuevas. Nada. Luego pasó a las viejas y llegó al bambuco en cuestión. Pensando en Vives, le hizo ajustes y lo llevó al estudio.
Cuando llegó, Vives estaba grabando el coro para otra canción. “Tiene una pila inagotable”, asegura ella, quien no podía creer que, además, ese mismo día, el primero en el que trabajaron, él viajaba en la noche a cualquier otro lugar del mundo a dar un concierto. La hizo pasar, le preparó un té chai y se sentó a escuchar lo que traía. Le gustó. Dijo que sí, que esa sería la canción, pero que le propondría algunas “sumas”. Ella aceptó.
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Lo que Vives terminó agregando fue un precoro: “El trabajo es duro como la piedra y te arraiga. / El amor sincero porque nació como el agua. / Nada más puro como el sudor de su espalda. / Nada más seguro cuando te da su palabra”.
En la producción ese bambuco comenzó a sonar, también, como un vallenato rockero. Como una canción de James, que ahora también era de Vives.
El coro se intercala entre frases de ella y otras de él. Mientras grabaron sus voces, a él se le ocurrieron algunas melodías. “Muy espontáneo”, comenta ella, que se inspiró por esa energía. Se sintió contagiada. No entendía cómo es que a Carlos Vives le salían tantas frases de admiración por su trabajo. Tiene una teoría y es que se las decía para que se sintiera más cómoda, menos intimidada, aunque no duda de la honestidad de su calidez, de la sinceridad de sus halagos. Aún no se decide. Solo se emociona y las repite entre risas nerviosas: “Katie, me dan nervios cantar delante de ti porque tú cantas mucho”, y ella vuelve a reírse. “Yo creo que era medio en broma. Pero es que le salía tan natural”, cuenta. “Ay, no, qué vergüenza contigo, espero que te guste lo que hicimos”, le confió Vives antes de mostrarle los arreglos que le propusieron para el sencillo.
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Y a ella le gustaron. “Fue muy, muy muy respetuoso con lo que propuso. Todo me lo consultó, como hablándome de tú a tú”, recuerda. Y dice, además, que el equipo de Vives (numeroso y eficiente) hace un trabajo “muy juicioso”: graban y si no les gusta un instrumento o quieren probar algo más, vuelven a grabar toda la batería, toda la guitarra o todo loque haya que volver a grabar.
¿Y nunca tuvo reparos?
Sí, solo hubo uno. Yo estaba dispuesta a aceptar todo por mi fascinación, que era muy honesta. En serio todo me gustaba, pero hubo un momento en el que sentí que las guitarras eléctricas estuvieron muy presentes. Y dije: pues, le voy a decir. Y me arriesgué, porque para mí era casi que un atrevimiento.
¿Y qué le dijo él?
La escuchó de nuevo y me dijo que sí, que después de que se terminara de mezclar, las guitarras dejarían de sonar tan fuerte.
***
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Katie James es una irlandesa-inglesa criada en el Tolima. Llegó cuando tenía dos años a las montañas, escuchó mucha música andina y comenzó a cantar. Ahora hace parte de Cumbiana, este territorio imaginario creado por Carlos Vives, en el que habitan los sonidos que se originaron en la geografía colombiana. Antes de encontrarse, ninguno de los dos hacía música de manera tradicional, así que su encuentro es otra propuesta para juntar diversidades.
En total, trabajaron juntos tres días. Primero se dejaron listas las voces guía para que el equipo de producción hiciera lo suyo con los instrumentos. Cuando esto quedó definido, grabaron las voces definitivas.
Para el concierto de hoy y mañana, entonces, James puso un bambuco.
El día en el que le llegó el mensaje del cantante, llamó a su “manager” y amigo, Andrés Correa, y le contó, en medio del asombro y la incredulidad, que grabaría con Vives. Correa no se sorprendió: “Sí, te lo mereces”, asintió. Después se comunicó con su mamá: le mandó un correo, porque no hay buena señal entre las montañas (y tal vez no quieren que la haya). Su madre, por medio de otros correos, le contó al resto de la familia que su hija, la misma que cultivó la tierra escuchando a Vives en la radio, dos décadas después se convirtió en su colega.
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