El bambuco, ese común multiplicador
Jorge Villamil Cordovez (1929-2010), Álvaro Córdoba Farfán (1935), Guillermo Calderón Perdomo (1952) y Adolfo Pacheco Anillo (1940) serán homenajeados en la edición XXXVI del Festival Nacional de la Música Colombiana, que se realiza en Ibagué (Tolima).
Un médico traumatólogo, un contador general, un guitarrista y arreglista y un abogado costeño están unidos por un común denominador o, mejor, un común multiplicador: el bambuco. Este aire andino y la pasión por las notas musicales que configuraron una época de oro, llena de cosechas poéticas desde cunas culturales que constituyen juntas el alma profunda de una Colombia que sigue luchando por mantener viva su memoria.
Ellos son, en su orden, Jorge Villamil Cordovez (1929-2010), Álvaro Córdoba Farfán (1935) y Guillermo Calderón Perdomo (1952), los tres de cepa opita a mucho orgullo, y Adolfo Pacheco Anillo (1940), el juglar de los Montes de María, quien antes de una “Hamaca grande” conoció una “Mazamorrita Crua” como primera composición a sus seis años y por formación el bambuco aguitarra’o del interior, en donde tomó su primera clase para interpretar ese instrumento.
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Los cuatro recibirán homenaje en el XXXVI del Festival Nacional de la Música Colombiana, que regresa a la modalidad presencial con más de 700 artistas rotando por los escenarios ibaguereños hasta el 21 de marzo próximo.
La figura del fallecido médico y compositor huilense Jorge Villamil ha sido vertebral en el nacimiento y crecimiento de este certamen, no solo por el hecho de haber sido uno de los amigos más cercanos y consejeros musicales de Doris Morera de Castro, su fundadora, sino también por aportar su alma sonora a través de tantos temas, entre sus más de 200 composiciones, que habían sido interpretadas por el dueto Garzón y Collazos, con lo que se inició esta tradición.
Pero Villamil ha tenido una influencia determinante no solo en las músicas de su tiempo, sino también en nuevas generaciones que han crecido rasgando tiples y guitarras para acompañar “Al sur”, “Los guaduales”, “Llamarada”, “El barcino”, Me llevarás en ti”, “Luna roja”, “Oropel” y muchas otras letras o, en el peor de los casos, silbando esas melodías que todavía se aprenden desde el colegio.
Un irreverente decente
Guillermo Calderón Perdomo recuerda su crianza en el campo, en una finca que colindaba con El Cedral, donde nació y creció Villamil, tejiéndose bajo el influjo de su vecinazgo charlas, cantatas y parrandas hasta el amanecer. —Era un hombre muy culto —indica—. De escucharle tan cercanamente, llegó a admirar su capacidad de contemplar y describir con graciosa exactitud la “alegría que adorna el paisaje”. Sin embargo, eligió construir algo más sobre esa habilidad, un poco en respuesta a los recuerdos sobre la violencia partidista que afectó su infancia.
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Cuando empezó con sus estudios musicales en el Conservatorio de Neiva, cuando tomó clases de armonía con el padre italiano Andrés Rosa y luego cuando se formó en orquestación e instrumentación, decidió que con los bambucos, guabinas y pasillos iría mucho más allá. Hoy Calderón es reconocido por sus colegas como un referente de la denominada “canción protesta” de la música colombiana. “Soy un irreverente decente”, dice, porque “no soy un simple contemplador del paisaje, sino también un crítico de la historia y de los manejos que caracterizan las realidades políticas y sociales en todos los países de Latinoamérica”.
De esas reflexiones han quedado canciones como “Mi país”, “Gamín”, “Daniela”, “Pasillo”, “Ay, Colombia”, “El sueño”, “De “Norte a sur” y “Espiritual”, entre decenas más, muchas de ellas himnos de organizaciones e instituciones educativas. También quedaron 48 premios de composición y de interpretación en concursos de música andina.
Contador de historias
“Yo conocí a Villamil en la carrera séptima, al pie de donde mataron a Gaitán, en un tinteadero entre la 12 y la 13, me lo presentaron. Me preguntó: “¿Usted también es compositor?”. Y yo le dije: “Sí, tengo unas canciones que me están sonando por ahí”. Entonces comenzó una amistad musical de tardes enteras para “charlar y ponernos al temple de los instrumentos”.
Así relata el maestro Álvaro Córdoba Farfán el momento en que su carrera musical se cruzó con la de Villamil. Sin embargo, esa relación data de su época estudiantil, cuando mostró su inclinación por los aires musicales terrígenos. En esos años conformó el grupo Centro Colombia, con el que participó en varios concursos como el Crisol de Estrellas, organizado por Radio Neiva, y en el de composición Jorge Villamil Cordovez, que ganó con su bambuco “Lejos de mi tierra”.
La amistad entre Córdoba y Villamil se extendió como su fama, cuando empezó a ser difundida por la radio. “Él se dio cuenta de que mi obra musical valía la pena escucharla y darla a las emisoras para que la transmitieran”, tanto así que cada vez que se veían le decía: “Álvaro, ¡‘El paseo’!”, y entonces Córdoba le cantaba ese tema que siempre le gustó a Villamil. Pero en su repertorio quedan muchas otras tan conocidas, entre ellas “Veinte años”, “Los nietos”, “Soy opita”, “Tío”, “Larandia”, “Por qué te dejé” y “Frente al altar”, temas que hoy hacen parte de serenatas y conciertos en diversos ámbitos y lugares.
El juglar de los Montes de María
Al reconocimiento para este trío de huilenses se suma la distinción a Adolfo Pacheco Anillo, cantautor y defensor de la cultura de San Jacinto, Bolívar, municipio donde nació y recibió la herencia de su abuelo Laureano Antonio Pacheco, “tamborero de la gaita de San Jacinto, él me enseñó a tocar el tambor y el macho de la gaita y me enseñó a componer décimas y cuartetos desde la edad de cuatro y cinco años”.
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Pacheco Anillo, al igual que Villamil, ha contemplado y poetizado sobre la tristeza, la naturaleza y el amor, pues creció rodeado de riqueza cultural y artística, que le permitió recrear con su voz y el acordeón las costumbres, el devenir de un pueblo, personajes emblemáticos e historias que narran los sentimientos de un pueblo que resiste desde su folclor. Su popularidad como el compositor de los Montes de María ha internacionalizado letras como “El viejo Miguel”, “El mochuelo”, “Mercedes” y “La hamaca grande”, esta última con un gran significado, pues une a dos culturas: la sabanera y la vallenata.
Sus temas han sido grabados por Otto Serge y Rafael Ricardo, Nelson Henríquez, Daniel Celedón e Ismael Rudas, Los Hermanos Zuleta, Diomedes Díaz, Carlos Vives, Johnny Ventura, Los Melódicos y Moisés Angulo, y ha recibido reconocimientos como el de Rey Vitalicio del Festival de la Leyenda Vallenata de Valledupar en 2005, también fue condecorado en 2021 con la Gran Orden del Ministerio de Cultura, un reconocimiento a la versatilidad de su obra musical.
Un médico traumatólogo, un contador general, un guitarrista y arreglista y un abogado costeño están unidos por un común denominador o, mejor, un común multiplicador: el bambuco. Este aire andino y la pasión por las notas musicales que configuraron una época de oro, llena de cosechas poéticas desde cunas culturales que constituyen juntas el alma profunda de una Colombia que sigue luchando por mantener viva su memoria.
Ellos son, en su orden, Jorge Villamil Cordovez (1929-2010), Álvaro Córdoba Farfán (1935) y Guillermo Calderón Perdomo (1952), los tres de cepa opita a mucho orgullo, y Adolfo Pacheco Anillo (1940), el juglar de los Montes de María, quien antes de una “Hamaca grande” conoció una “Mazamorrita Crua” como primera composición a sus seis años y por formación el bambuco aguitarra’o del interior, en donde tomó su primera clase para interpretar ese instrumento.
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Los cuatro recibirán homenaje en el XXXVI del Festival Nacional de la Música Colombiana, que regresa a la modalidad presencial con más de 700 artistas rotando por los escenarios ibaguereños hasta el 21 de marzo próximo.
La figura del fallecido médico y compositor huilense Jorge Villamil ha sido vertebral en el nacimiento y crecimiento de este certamen, no solo por el hecho de haber sido uno de los amigos más cercanos y consejeros musicales de Doris Morera de Castro, su fundadora, sino también por aportar su alma sonora a través de tantos temas, entre sus más de 200 composiciones, que habían sido interpretadas por el dueto Garzón y Collazos, con lo que se inició esta tradición.
Pero Villamil ha tenido una influencia determinante no solo en las músicas de su tiempo, sino también en nuevas generaciones que han crecido rasgando tiples y guitarras para acompañar “Al sur”, “Los guaduales”, “Llamarada”, “El barcino”, Me llevarás en ti”, “Luna roja”, “Oropel” y muchas otras letras o, en el peor de los casos, silbando esas melodías que todavía se aprenden desde el colegio.
Un irreverente decente
Guillermo Calderón Perdomo recuerda su crianza en el campo, en una finca que colindaba con El Cedral, donde nació y creció Villamil, tejiéndose bajo el influjo de su vecinazgo charlas, cantatas y parrandas hasta el amanecer. —Era un hombre muy culto —indica—. De escucharle tan cercanamente, llegó a admirar su capacidad de contemplar y describir con graciosa exactitud la “alegría que adorna el paisaje”. Sin embargo, eligió construir algo más sobre esa habilidad, un poco en respuesta a los recuerdos sobre la violencia partidista que afectó su infancia.
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Cuando empezó con sus estudios musicales en el Conservatorio de Neiva, cuando tomó clases de armonía con el padre italiano Andrés Rosa y luego cuando se formó en orquestación e instrumentación, decidió que con los bambucos, guabinas y pasillos iría mucho más allá. Hoy Calderón es reconocido por sus colegas como un referente de la denominada “canción protesta” de la música colombiana. “Soy un irreverente decente”, dice, porque “no soy un simple contemplador del paisaje, sino también un crítico de la historia y de los manejos que caracterizan las realidades políticas y sociales en todos los países de Latinoamérica”.
De esas reflexiones han quedado canciones como “Mi país”, “Gamín”, “Daniela”, “Pasillo”, “Ay, Colombia”, “El sueño”, “De “Norte a sur” y “Espiritual”, entre decenas más, muchas de ellas himnos de organizaciones e instituciones educativas. También quedaron 48 premios de composición y de interpretación en concursos de música andina.
Contador de historias
“Yo conocí a Villamil en la carrera séptima, al pie de donde mataron a Gaitán, en un tinteadero entre la 12 y la 13, me lo presentaron. Me preguntó: “¿Usted también es compositor?”. Y yo le dije: “Sí, tengo unas canciones que me están sonando por ahí”. Entonces comenzó una amistad musical de tardes enteras para “charlar y ponernos al temple de los instrumentos”.
Así relata el maestro Álvaro Córdoba Farfán el momento en que su carrera musical se cruzó con la de Villamil. Sin embargo, esa relación data de su época estudiantil, cuando mostró su inclinación por los aires musicales terrígenos. En esos años conformó el grupo Centro Colombia, con el que participó en varios concursos como el Crisol de Estrellas, organizado por Radio Neiva, y en el de composición Jorge Villamil Cordovez, que ganó con su bambuco “Lejos de mi tierra”.
La amistad entre Córdoba y Villamil se extendió como su fama, cuando empezó a ser difundida por la radio. “Él se dio cuenta de que mi obra musical valía la pena escucharla y darla a las emisoras para que la transmitieran”, tanto así que cada vez que se veían le decía: “Álvaro, ¡‘El paseo’!”, y entonces Córdoba le cantaba ese tema que siempre le gustó a Villamil. Pero en su repertorio quedan muchas otras tan conocidas, entre ellas “Veinte años”, “Los nietos”, “Soy opita”, “Tío”, “Larandia”, “Por qué te dejé” y “Frente al altar”, temas que hoy hacen parte de serenatas y conciertos en diversos ámbitos y lugares.
El juglar de los Montes de María
Al reconocimiento para este trío de huilenses se suma la distinción a Adolfo Pacheco Anillo, cantautor y defensor de la cultura de San Jacinto, Bolívar, municipio donde nació y recibió la herencia de su abuelo Laureano Antonio Pacheco, “tamborero de la gaita de San Jacinto, él me enseñó a tocar el tambor y el macho de la gaita y me enseñó a componer décimas y cuartetos desde la edad de cuatro y cinco años”.
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Pacheco Anillo, al igual que Villamil, ha contemplado y poetizado sobre la tristeza, la naturaleza y el amor, pues creció rodeado de riqueza cultural y artística, que le permitió recrear con su voz y el acordeón las costumbres, el devenir de un pueblo, personajes emblemáticos e historias que narran los sentimientos de un pueblo que resiste desde su folclor. Su popularidad como el compositor de los Montes de María ha internacionalizado letras como “El viejo Miguel”, “El mochuelo”, “Mercedes” y “La hamaca grande”, esta última con un gran significado, pues une a dos culturas: la sabanera y la vallenata.
Sus temas han sido grabados por Otto Serge y Rafael Ricardo, Nelson Henríquez, Daniel Celedón e Ismael Rudas, Los Hermanos Zuleta, Diomedes Díaz, Carlos Vives, Johnny Ventura, Los Melódicos y Moisés Angulo, y ha recibido reconocimientos como el de Rey Vitalicio del Festival de la Leyenda Vallenata de Valledupar en 2005, también fue condecorado en 2021 con la Gran Orden del Ministerio de Cultura, un reconocimiento a la versatilidad de su obra musical.