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Si se va la energía ellos pueden seguir tocando. Pueden hacerlo frente a una fogata, en un bar, en un teatro o en una tarima para un público más grande. No simplemente pueden hacerlo; lo han hecho. Han viajado por 250 ciudades del mundo, en diversos escenarios, llevando su música “de instrumentos de palo”.
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“Hemos llorado y sufrido. Nos hemos levantado, hemos tomado decisiones fuertes, nos hemos dejado llevar por el presente, hemos tenido momentos de bloqueo y hemos viajado por muchas ciudades del mundo. Sobrevivimos a una pandemia. Simplemente hemos vivido la vida”, asegura el vocalista Funkcho Salas.
Vivir el presente es la filosofía de vida de El Caribefunk. Lo han hecho por una década y no quieren parar de hacerlo. No les interesan los títulos ni los diplomas. Les interesa el clamor del público y el reconocimiento de ellos mismos. No piensan en fórmulas de marketing para promocionar sus discos. Han dejado que todo fluya.
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“Son 10 años de experiencias, conocer personas que te apoyan sin conocerte, de tener fe, de no tener nada y tenerlo todo. Han sido 10 años de caídas, de muchos aprendizajes, colectivos y personales. Diez años de conocerse y desconocerse. Y sobre todo han sido 10 años de alegría por vivir plena e intensamente”, dice el percusionista Andrei Mordecai.
“Funkcho y El Caribefunker”
Todo comenzó en Cartagena. Funkcho nació en Barranquilla y luego de un año sus padres lo llevaron a vivir a la ciudad amurallada. Una ciudad dominada musicalmente por la champeta. Aunque había cabida para los alternativos. También se escuchaban, en menor proporción, géneros como el punk, rock o metal.
En esa escena casi todos se conocían entre sí. Era fácil encontrase en los eventos. Funkcho tenía un grupo de tropipop y Andrés Mordecai tocaba en uno de rock. Ahí se conocieron. Luego ambos, por lados distintos, decidieron viajar a Argentina a estudiar. Se volvieron a encontrar en Buenos Aires. Esta vez por pura casualidad.
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Allá conocieron al bajista Bronson Tennis, quien venía de Estados Unidos, y a Júnior Valencia, de Tuluá, que tocaba el cuatro venezolano y la campana. En un par de años Funkcho les hizo la propuesta de conformar una agrupación.
“Nos gustaba cómo sonábamos es un escenario de madera y pequeño porque sin amplificación hacíamos vibrar el espacio. Fue todo un aprendizaje porque a medida que la banda iba creciendo nos tocó amplificar los instrumentos. Al principio nos costó porque o sabíamos muy bien, pero nos quedamos con la idea inicial de los sonidos orgánicos”, cuenta Andrei Mordecai.
La banda creció y se inició el primer álbum. Funkcho se había enamorado de los sonidos del funk que escuchó por primera vez en la iglesia a la que sus padres lo llevaban y lo fusionó con sonidos caribeños. De ahí nació el primer álbum llamado “Funkcho y El Caribefunker presentan El Caribefunk”.
“El Playaman”
El público los comenzó a reconocer de diversas formas. “Los Caribefunkers”, “Los Caribefunks”, etc. Nunca decían el nombre correcto. Bronson Tennis, hermano del bajista, los invitó a Estados Unidos. Era la primera vez que viajarían a ese país. Él les dijo que debían cambiar el nombre porque fonéticamente no se pronunciaba bien. Decidieron llamarla definitivamente El Caribefunk.
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Luego, grabaron su próximo álbum: Playaman, que también es el nombre de una de las canciones que narra la historia de un vendedor ambulante de cervezas en la playa de Cartagena. Las mismas playas que los vieron crecer e inspiraron las letras que compone Funkcho.
Buenos Aires también ha sido un espacio de inspiración. Una de las canciones de este álbum se llama “La chamuyera”. Así le llaman los argentinos a una mujer que habla más de la cuenta, que miente para impresionar. La canción habla del amor que un tipo siente por esa mujer.
Esas son las dos canciones más sonadas en este álbum, que no faltan en las presentaciones. En sus inicios cantaban covers y alguna de sus canciones propias. Con el tiempo cantaban muchas canciones propias y algunos covers. Para su segundo álbum todas las canciones eran propias.
“Tunsé”
Todo lo que les ha pasado no se lo han proyectado. Han pasado de manera orgánica. Pasó con su viaje a Estados Unidos. Luego pasó con Europa. Estaban en Santa Elena, a minutos de Medellín. Unos franceses llegaron buscándolos y les dijeron que les gustaba su música. Los invitaron a su país. De ahí a otros de Europa.
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Al regreso grabaron su tercer álbum. Lo llamaron Tunsé. Experimentaron nuevos sonidos, sin perder los propios. “Hay una necesidad de arraigarnos a ese primer sonido que tuvimos como banda que en todos los discos metimos ukeleles, cuatros, guitarras acústicas, sonidos de palos. Siempre buscamos la madera en vez de buscar teclados o sonidos digitales”, asevera Andrei.
“Energía para regalar”
Esos sonidos orgánicos siguieron mezclándose con otros. Lo hicieron con su más reciente álbum, Energía para regalar, que les mereció una nominación a los Grammy Latinos 2020. Lo recibieron como un regalo, no tanto como un reconocimiento. Les da igual si los hubiesen nominado o no. Funkcho lo confirma: “No estamos pensando en el reconocimiento. A nosotros nos interesa transmitir un mensaje, poder hacer una reflexión, escribir poesía, generar un encuentro inclusivo en un lugar donde pueda llegar gente de todo tipo. Nos interesa más el reconocimiento de la gente que un diploma o un título, que no te llevas cuando te mueres. La motivación está en otros lugares más internos”. Ellos solo tienen energía para regalar.
*De la Fundación Color de Colombia.