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Alejo no se equivocó,
lo hizo adrede.
Veinte años atrás Alejo Durán se había ganado el primer Festival de la Leyenda Vallenata (1968). Tenía entonces 49 años y estaba en su época de oro, en la que no creía sino en él. Su producción musical era tan amplia como los compromisos adquiridos con las casas disqueras. Coronado Rey Vallenato, se dedicó a cumplir a cabalidad con la misión encomendada. Nunca fue rey de una noche, de cuatro canciones practicadas para el festival o de una presentación en tarima. Su presencia era solicitada en diversos escenarios del país y los reportajes en los periódicos se daban con frecuencia. De todas las ciudades de Colombia llegaban periodistas a Planeta Rica, donde residía, a indagar sobre su vida y su obra. Era un verdadero rey vallenato que componía canciones, las cantaba y ejecutaba el acordeón con su estilo inconfundible.
Con el paso de los años el festival empezó a sufrir tropiezos en su organización y en la calidad de algunos participantes. Con contadas excepciones, los nuevos reyes escogidos eran músicos de poca trascendencia, que no le daban al festival la importancia que inspiró a sus fundadores.
Preocupados los organizadores por tales circunstancias, que estaban dando al traste con el evento que con tanto entusiasmo y altura había sido concebido, resolvieron convocar a todos los reyes de los festivales anteriores al Concurso Rey de Reyes, del 28 de abril al 2 de mayo de 1987. La idea prendió como chispa en el público que ya venía criticando la decadencia del festival. Había que oxigenarlo, darle aliento, recuperar la importancia de sus primeros años, garantizando de esa manera una asistencia masiva al evento y unos participantes de calidad, pues la gente consideraba que ya no valía la pena hacer el sacrificio de un viaje largo para escuchar acordeonistas que poco tenían de profesionales, que no eran compositores, ni cantaban, ni ejecutaban el acordeón con propiedad.
Fue así como se inició la más grande campaña radial, periodística y por televisión de la historia del festival. A Valledupar llegó gente de todos los rincones del país. Los hoteles de la ciudad fueron copados, y las calles repletas de turistas, investigadores y amantes del vallenato. Ese año acompañamos al gobernador de Córdoba, Héctor Lorduy Rodríguez, al acto de vinculación del departamento a Telecaribe, y pudimos constatar la gran cantidad de cordobeses, admiradores y amigos de Alejo Durán, que se habían desplazado a Valledupar, pues éste iba a participar en el concurso y, dados los éxitos logrados nacional e internacionalmente, lo más seguro era que ganara el título de Rey de Reyes.
Pero sucedió algo insólito. A nuestro arribo a Valledupar, dos días antes del acto de coronación, ya se sabía el nombre del ganador. El nombre de Colacho Mendoza se daba por seguro. En todos los círculos sociales y entre la gente del común se daban por ciertos los rumores crecientes, lo que produjo una protesta fundada de cinco de los reyes inscritos, encabezada por Alejo Durán, Alfredo Gutiérrez y Luis Enrique Martínez, entre otros, quienes renunciaron al concurso por falta de garantías e imparcialidad de los organizadores del evento. La reacción del público fue también de rechazo, pues quería salvar al festival de las manipulaciones perniciosas de los años anteriores.
En Valledupar era un secreto a voces que Colacho Mendoza sería el ganador, porque así estaba acordado. Todos los estratos sociales y gentes del común lo sabían. Lo que demostraba que no solo era la poca calidad de los participantes anteriores, sino también las prácticas tendenciosas y parcializadas, que al parecer continuaban, las que sembraban dudas sobre la escogencia de los ganadores.
Los reyes que tenían algo que perder pidieron por escrito el cambio de jurado por no ser garantía de imparcialidad. Petición que fue negada, aumentando el desconcierto general. Ante el posible fracaso del Concurso Rey de Reyes, empezó una campaña soterrada de convencimiento sobre los rebeldes, alegando que si se retiraban del evento, no solo fracasaría el festival sino que ellos serían los responsables. Los ruegos y el dramatismo de algunas lágrimas, lograron que cuatro de los cinco rebeldes participaran, más por salvar el festival que por creer en la imparcialidad de los organizadores y jurados. Pero los ánimos siguieron caldeados. Hubo ofensas, respuestas agresivas y desplantes en la tarima entre reyes, organizadores y jurados, que irritaron a la multitud que condenaba la evidente manipulación del resultado del certamen.
Entonces sucedió otro caso insólito: Alejo Durán, consciente de que el ganador sería Colacho Mendoza, adrede marcó mal una nota de la puya de su autoría Pedazo de acordeón, y anunció al público: “Perdón, señores, yo mismo me he descalificado”, y dejó de tocar. Era una manera elegante de ponerle punto final a lo que ya todo el mundo sabía y darle paso al fallo y coronación de Colacho Mendoza, como estaba acordado. Entonces el jurado, para tratar de lavarse las manos, le pidió a Alejo que continuara tocando. Pero nada pudo ocultar lo sucedido. Eso era un secreto a voces y no era necesario seguirlo callando.
Todo el mundo asimiló el sentido de la frase de Alejo, lo cual se manifestó en un atronador aplauso de exaltación, respaldo y solidaridad que se convirtió en protesta. La gente nunca creyó que Alejo pudiera equivocarse interpretando Pedazo de acordeón, una de las canciones con que había ganado el primer festival y de las más interpretadas por él durante 20 años. Fue tal la magnitud de la protesta que la fuerza pública, con disparos al aire, desalojó del marco de la plaza a la multitud que avivaba, aplaudía y hacía coro a las canciones de Alejo, para que el jurado pudiera informar, aquella madrugada de mayo de 1987, desde una tarima solitaria y frente a una plaza desolada tras la estampida humana, cubierta de sillas averiadas, botellas rotas, zapatos abandonados, guijarros esparcidos y vallas destrozadas, que el triunfador era Colacho Mendoza.
El acto de nobleza de Alejo Durán no fue reconocer que se había equivocado, como algunos creen, sino el de, a pesar de todo lo sucedido, haberle colocado la corona a Colacho Mendoza, su contendor. El pueblo, airado por la decisión injusta, enrostró a los organizadores y jurados el fracaso del concurso que supuestamente reencaucharía el festival decadente. Minutos después de la desafortunada decisión, el pueblo recorría las calles de Valledupar cantando este estribillo: “Se la robaron, se la robaron”.
En verdad, el gran derrotado de esa madrugada fue Colacho Mendoza. La explosión de rechazo popular a su nombre fue el reconocimiento evidente de que Alejo Durán era el Rey de Reyes. Un hombre elemental, como el agua, que se inmortalizó cantando sus propias canciones y ejecutando el acordeón con una maestría insuperable.
* * *
El fallo parcializado del Concurso Rey de Reyes dio pie para que miles de seguidores de Alejo organizaran en la ciudad de Planeta Rica, donde residía, un acto de desagravio para el 28 de junio de 1987. Fue tanta la motivación de la gente que unos días antes del homenaje, el gobernador de Córdoba, Héctor Lorduy, y miles de personas lo esperaban en el corregimiento El Viajano, a 30 kilómetros de Planeta Rica, desde donde se inició una caravana llena de colorido y alegría, pues el pueblo era consciente de que el Rey de Reyes era Alejo Durán. Fue un recibimiento inolvidable de un pueblo que lo avivaba, lo saludaba y enarbolaba banderas en su honor, demostrándole su solidaridad y aprecio.
Con la presencia de Abel Antonio Villa, Luis Enrique Martínez, Naffer Durán, Andrés Landeros, Enrique Díaz, la Banda 19 de Marzo de Laguneta y numerosos conjuntos de acordeón de los pueblos vecinos de Córdoba y Antioquia y el cubrimiento total del diario El Heraldo de Barranquilla, con su periodista estrella Ernesto McCausland, se inició el acto en el parque Simón Bolívar de Planeta Rica, ante unas 10.000 personas. La reina nacional de la ganadería, Lucía Margarita Brun, lo coronó como Rey de Reyes del Pueblo, y el tesorero del comité organizador, Apolinar Lozano, le entregó el premio de un millón de pesos, el mismo valor que le habían negado en Valledupar. Hubo conferencia sobre su vida y su obra, almuerzo campestre en la finca La Sofía, de la familia Lozano Vergara, y por la noche un acto especial en el Club Planeta, con la presencia de los reyes y juglares que lo acompañaron ese día, quienes le ofrecieron una cálida velada artística de afirmación y solidaridad con el máximo juglar.
Alejo agradeció en breves palabras esa emocionante demostración de afecto y respondió con un concierto como muy pocas veces lo habíamos escuchado, mientras los presentes aplaudían enloquecidos en la medida en que su acordeón penetraba el universo de sus sentimientos con la inmensa melodía de sus notas y el estremecimiento quejumbroso de sus bajos.
Sin duda alguna, Alejo Durán, antes y después del festival, y más allá del desagravio ofrecido por sus seguidores, sigue siendo el Rey de Reyes de todos los tiempos, pues aquel hombre elemental como el agua, como ya dijimos, abarca la patria y exalta el sentimiento nacional.
* Filósofo, poeta y autor de la biografía Alejo Durán.