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Por la radio cubana de onda corta llegaron los ritmos mestizos que darían color a la ciudad de Barranquilla, la puerta de oro de Colombia, ribera del río Magdalena.
Agitada por el encuentro cultural con el mundo árabe y la creciente actividad portuaria, esta ciudad del Caribe colombiano dedicó sus esfuerzos culturales a establecer los vasos comunicantes entre las Antillas y otras latitudes del Caribe.
Como se encuentra el río con el mar es también la llegada de las músicas de altamar a la zona continental de América del sur: un despertar de la cadencia, una genuina mezcla y reencuentros entre gente de agua. Todo lo que el mundo consume y celebra como sabrosura no es otra cosa que un constante diálogo con el pasado. De allí la poesía de las historias de la vieja Habana o barrio abajo: universos rítmicos que se replican en el resto de estas tierras, como prueba de que somos una afortunada extensión de donde nacemos o vamos a dar cuando crecemos. (Recomendamos: Las claves del exitoso regreso de Jazz al parque en Bogotá).
Del Caribe se habla y se le renombra demasiado. Hablar de su colores y manifestaciones trasciende a la sociología y se instala en la mancondiana sorpresa de convertir la nostalgia en música, en poesía: una oda a la vida se condensa en las expresiones artísticas de esta porción del continente americano influenciado por las músicas afroestadounidenses y otros encuentros.
Así, en otras palabras, Paquito D’Rivera, leyenda viva de la música cubana se refirió a sus ritmos: “Si hubieran llegado los finlandeses y no quienes llegaron a la isla, también hubiera sonado la música en estas tierras”. Fue en el marco de la vigésima sexta edición del Barranquijazz, de regreso a la presencialidad en este 2022 y que contó con la presencia de los grandes exponentes vivos de la música de Cuba, así como de bandas nacionales como Pinó Moré y Estrellas del Caribe.
Mientras transcurrían en todo el país encuentros del jazz, Barranquilla se vistió de gala para homenajear la tradición, para darle aire a las melómanas y melómanos del Caribe y recordarle al resto del país -y del mundo- que la música de la zona se mantiene vigente gracias a la buena costumbre de escuchar a la gente mayor como parte de la tradición caribe, de esta melancolía que se transforma en baile y que tanta alegría trae a quienes están dispuestos a escuchar.
La base del jazz -percusión, bajo y piano- se combinó durante estos cuatro días con la melodía de exquisitos metales, otras percusiones, cadencias clásicas del ritmo y el virtuosismo de las nuevas generaciones en sus diferentes instrumentos al compás del calor barranquillero y en presencia de un público variado en edad e intereses.
El Jazz se parece al Caribe, a una orilla de mar que lleva en su oleaje un ritmo único; se parece al ritmo del peruano Vallejo en la poesía, y sobre todo a la vida, que termina haciéndose escuchar. Larga vida a los festivales del Caribe: en sus ritmos se mantiene vivo el diálogo con la tradición y con el futuro.
* Abogada de la Universidad de Cartagena, periodista cultural, ensayista, amante de la poesía y egresada de la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia, así como creadora de Irregular Variété.