El Jazz y el Caribe, reivindicación de un diálogo vivo
Reseña del festival Barranquijazz, que cumplió con éxito su XXVI edición, del 15 al 18 de septiembre pasado, volviendo a la presencialidad después de la pandemia.
Tania del Pilar Sanabria Forero * Tania del Pilar/Apilaresluz/ Azeta azeta
Por la radio cubana de onda corta llegaron los ritmos mestizos que darían color a la ciudad de Barranquilla, la puerta de oro de Colombia, ribera del río Magdalena.
Agitada por el encuentro cultural con el mundo árabe y la creciente actividad portuaria, esta ciudad del Caribe colombiano dedicó sus esfuerzos culturales a establecer los vasos comunicantes entre las Antillas y otras latitudes del Caribe.
Como se encuentra el río con el mar es también la llegada de las músicas de altamar a la zona continental de América del sur: un despertar de la cadencia, una genuina mezcla y reencuentros entre gente de agua. Todo lo que el mundo consume y celebra como sabrosura no es otra cosa que un constante diálogo con el pasado. De allí la poesía de las historias de la vieja Habana o barrio abajo: universos rítmicos que se replican en el resto de estas tierras, como prueba de que somos una afortunada extensión de donde nacemos o vamos a dar cuando crecemos. (Recomendamos: Las claves del exitoso regreso de Jazz al parque en Bogotá).
Del Caribe se habla y se le renombra demasiado. Hablar de su colores y manifestaciones trasciende a la sociología y se instala en la mancondiana sorpresa de convertir la nostalgia en música, en poesía: una oda a la vida se condensa en las expresiones artísticas de esta porción del continente americano influenciado por las músicas afroestadounidenses y otros encuentros.
Así, en otras palabras, Paquito D’Rivera, leyenda viva de la música cubana se refirió a sus ritmos: “Si hubieran llegado los finlandeses y no quienes llegaron a la isla, también hubiera sonado la música en estas tierras”. Fue en el marco de la vigésima sexta edición del Barranquijazz, de regreso a la presencialidad en este 2022 y que contó con la presencia de los grandes exponentes vivos de la música de Cuba, así como de bandas nacionales como Pinó Moré y Estrellas del Caribe.
Mientras transcurrían en todo el país encuentros del jazz, Barranquilla se vistió de gala para homenajear la tradición, para darle aire a las melómanas y melómanos del Caribe y recordarle al resto del país -y del mundo- que la música de la zona se mantiene vigente gracias a la buena costumbre de escuchar a la gente mayor como parte de la tradición caribe, de esta melancolía que se transforma en baile y que tanta alegría trae a quienes están dispuestos a escuchar.
La base del jazz -percusión, bajo y piano- se combinó durante estos cuatro días con la melodía de exquisitos metales, otras percusiones, cadencias clásicas del ritmo y el virtuosismo de las nuevas generaciones en sus diferentes instrumentos al compás del calor barranquillero y en presencia de un público variado en edad e intereses.
El Jazz se parece al Caribe, a una orilla de mar que lleva en su oleaje un ritmo único; se parece al ritmo del peruano Vallejo en la poesía, y sobre todo a la vida, que termina haciéndose escuchar. Larga vida a los festivales del Caribe: en sus ritmos se mantiene vivo el diálogo con la tradición y con el futuro.
* Abogada de la Universidad de Cartagena, periodista cultural, ensayista, amante de la poesía y egresada de la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia, así como creadora de Irregular Variété.
Por la radio cubana de onda corta llegaron los ritmos mestizos que darían color a la ciudad de Barranquilla, la puerta de oro de Colombia, ribera del río Magdalena.
Agitada por el encuentro cultural con el mundo árabe y la creciente actividad portuaria, esta ciudad del Caribe colombiano dedicó sus esfuerzos culturales a establecer los vasos comunicantes entre las Antillas y otras latitudes del Caribe.
Como se encuentra el río con el mar es también la llegada de las músicas de altamar a la zona continental de América del sur: un despertar de la cadencia, una genuina mezcla y reencuentros entre gente de agua. Todo lo que el mundo consume y celebra como sabrosura no es otra cosa que un constante diálogo con el pasado. De allí la poesía de las historias de la vieja Habana o barrio abajo: universos rítmicos que se replican en el resto de estas tierras, como prueba de que somos una afortunada extensión de donde nacemos o vamos a dar cuando crecemos. (Recomendamos: Las claves del exitoso regreso de Jazz al parque en Bogotá).
Del Caribe se habla y se le renombra demasiado. Hablar de su colores y manifestaciones trasciende a la sociología y se instala en la mancondiana sorpresa de convertir la nostalgia en música, en poesía: una oda a la vida se condensa en las expresiones artísticas de esta porción del continente americano influenciado por las músicas afroestadounidenses y otros encuentros.
Así, en otras palabras, Paquito D’Rivera, leyenda viva de la música cubana se refirió a sus ritmos: “Si hubieran llegado los finlandeses y no quienes llegaron a la isla, también hubiera sonado la música en estas tierras”. Fue en el marco de la vigésima sexta edición del Barranquijazz, de regreso a la presencialidad en este 2022 y que contó con la presencia de los grandes exponentes vivos de la música de Cuba, así como de bandas nacionales como Pinó Moré y Estrellas del Caribe.
Mientras transcurrían en todo el país encuentros del jazz, Barranquilla se vistió de gala para homenajear la tradición, para darle aire a las melómanas y melómanos del Caribe y recordarle al resto del país -y del mundo- que la música de la zona se mantiene vigente gracias a la buena costumbre de escuchar a la gente mayor como parte de la tradición caribe, de esta melancolía que se transforma en baile y que tanta alegría trae a quienes están dispuestos a escuchar.
La base del jazz -percusión, bajo y piano- se combinó durante estos cuatro días con la melodía de exquisitos metales, otras percusiones, cadencias clásicas del ritmo y el virtuosismo de las nuevas generaciones en sus diferentes instrumentos al compás del calor barranquillero y en presencia de un público variado en edad e intereses.
El Jazz se parece al Caribe, a una orilla de mar que lleva en su oleaje un ritmo único; se parece al ritmo del peruano Vallejo en la poesía, y sobre todo a la vida, que termina haciéndose escuchar. Larga vida a los festivales del Caribe: en sus ritmos se mantiene vivo el diálogo con la tradición y con el futuro.
* Abogada de la Universidad de Cartagena, periodista cultural, ensayista, amante de la poesía y egresada de la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia, así como creadora de Irregular Variété.