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El rap del Kalvo no nació en la calle, o no solo allí. Tiene su origen en el hipocampo. Los recuerdos del bogotano se riman sobre el bombo y la caja. Sus letras son crónicas. Crónicas de niñez. Crónicas de adolescencia. Crónicas de un trabajador que se aburrió del escritorio. Crónicas de un adulto que recuerda su raíz y desde allí arma un trampolín para saltar a los oídos de la nostalgia.
No es un rap tierno. No es un rap violento. No es un rap divertido. No es un rap crítico. Son todos esos y muchos más.
En “Lero lero”, canción de Los tres golpes, su álbum más reciente, recuerda a ese niño solitario del barrio El Edén que en un frasco guardó polillas, marranitos, caracoles, churrasquitos y otros insectos para pasar las horas, pero no son solo sus recuerdos. Son los de una generación que en el descanso del colegio comió granadilla, Tostacos y Quipitos de postre. Los recuerdos de guerras con pistolas de balines y los del arquero, que además de tronco, perdió los tazos y los hielocos.
Santiago Rojas, nombre de pila del Kalvo, es un tipo pragmático que sigue teniendo a la mano un frasquito. Este ya no contiene insectos muertos, sino mambe, un polvito que se obtiene de tostar, moler y cernir las hojas de coca amazónica y que, según los pueblos indígenas de la Amazonía, sirve para mantener la palabra viva. Una cucharadita de mambe y una charla de rap, industria y familia.
Ya pasaron casi cuatro meses desde que Los tres golpes quedó alojado en las plataformas. Con el frenesí de la industria musical de estos tiempos, ese trabajo podría lucir viejo. Anacrónico. Las fauces del mercado son insaciables y sus mandíbulas se expanden para pedir más y más música. El Kalvo protesta contra ese sistema.
“Estamos en una época en la que la música es exprés y muy superflua. Donde lo que se hace en las primeras dos semanas del lanzamiento fue lo que fue y el resto ya es historia. Eso no me gusta. A la música que hago siempre trato de meterle mucho concepto para que perdure en el tiempo. Un disco tan largo también es una protesta contra este sistema de música desechable”, dice en entrevista para El Espectador.
Recorrer ese camino tiene sus riesgos. No ser parte de las conversaciones en redes sociales, no quemar tinta en los medios o no estar presente en los tops de descargas de las plataformas son algunos; sin embargo, el Kalvo entiende el juego de otra forma.
“Estamos en un mercado donde es innegable que las necesidades de la gente han cambiado y buscan que los mantengas con una producción de música constante. Frenética. Hay que organizarse. Esta forma de trabajar, con los tiempos que propongo, hace que el consumo sea diferente, pero a la larga sustentable. No solo es un pico de lanzamiento y se olvidó, sino que va creciendo con el tiempo”.
El tiempo, justamente, es un buen aliado del rap colombiano. Alcolirykoz, Tres Coronas, Ali A.K.A. Mind, Realidad Mental, Penyair, por mencionar algunos, coinciden en que el rap nacional atraviesa por una suerte de primavera. Un momento fecundo.
“Es un momento muy positivo. Siento que venimos en una curva ascendente e imparable desde hace rato. Yo diría que desde el 2015. Año a año van saliendo más propuestas, se llega a otros nichos, van saliendo otros mercados.
Y las propuestas son de rap, no se ha tenido que recurrir a mezclarse con otros géneros para poder avanzar. Se ha hecho bien. Eso demuestra que hay una brecha que se está abriendo y que hay un público que le está gustando. Esto viene creciendo desde hace mucho tiempo, lo que pasa es que estábamos bien abajo”, dice El Kalvo.
A propósito de Realidad Mental y Penyair. Unas rimas en “Lo que más importa”.
No importa si no hay pago. / Ni tampoco pensión, perdona. / Recuerda que ser mc no pensiona. / El pago es cuando escribes. / Y hacerlo te emociona. / El pago es cuando llenas. / El alma de las personas.
Le pregunto por la pensión. El rapero bogotano no cotiza y en temas de salud, es beneficiario de Valeria, su pareja.
“Antes yo tenía un trabajo formal. Trabajaba en empresas de call center y en agencias, y ahí cotizaba, obviamente me pagaban la salud y la pensión, pero cuando me empecé a dedicar a la música, me encontré con que, en los primeros tres meses del año, normalmente no pasaba nada. Y estar pagando salud y pensión, sin estar recibiendo ingresos, es brutal y dejé de cotizar.
Actualmente, mi pensión son mis temas. Las regalías de mi música. Eso, en teoría, y a menos de que cometa una cagada muy grande, no va a dejar de crecer y esa es la idea. Cuando salgo a producir y a hacer música, le digo a Valeria que estoy trabajando en mi pensión. Las cosas van saliendo bien. Y de a poco me acerco a ese punto, el de cotizar y pagar mi salud como independiente, pero por ahora sería un mal negocio”.
Mientras eso pasa, Valeria y Santiago trabajan juntos en el proyecto musical del Kalvo. Ella realiza y él edita los videos. Y mientras el bogotano proyecta una carrera con tentáculos para llegar a Estados Unidos y Europa, Valeria espera un hijo. Juntos, todos los días, consultan una aplicación en el celular que les informa el tamaño de la criatura. Para el momento de esta entrevista, el bebé tenía tres meses y dos semanas de gestación; el tamaño de un pollito.
“Es el proceso de metamorfosis de hijo a padre. Hay una canción en la que digo que todavía soy hijo y un recurrente traidor de mí mismo. Entonces ya no soy hijo, ya soy padre y esa es otra vuelta. Ahora soy responsable de otra vida. Es una cosa de locos y es muy hermoso. Cada momento ha sido muy mágico y todo está siendo muy lindo y definitivamente ese es un cambio de mentalidades, pero para bien. Estamos muy contentos”.
Para terminar, le pregunto al Kalvo si la industria del rap lo discriminó por no hacer gangsta rap. Ese rap de narrativas violentas, drogas y carencias que él, por fortuna, no tuvo que padecer.
“Al principio sí. No faltó quién jodió porque no viví esas problemáticas, pero más allá de eso, fue un problema de autocensura, porque no me animé a rapear antes, porque no había vivido esas cosas, pero ahora, viendo todo con más madurez, entiendo que no es ningún privilegio. La gente que de verdad ha sufrido desearía nunca haber pasado por eso”.