Ensamble Villancico, el camino entre dos mundos
Reseña sobre la presentación del Ensamble Villancico realizada en la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango como parte de la programación de la Temporada Nacional de Conciertos 2018 del Banco de la República.
Angélica Daza Enciso*
Más allá de toda frontera, la música ejerce un efecto catalizador del que pude ser testigo en el concierto del Ensamble Villancico realizado el miércoles 28 de marzo en la Sala de conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Desde Suecia llegó este ensamble conformado por ocho cantantes y cuatro instrumentistas dirigidos por el musicólogo Peter Pontvik, quien ha realizado un intenso trabajo de investigación de la música antigua de Latinoamérica por más de veinte años.
Durante el concierto, el director afirmó que la música barroca latinoamericana es muy rica, y el programa no sería más que una muestra de lo que sucedió en materia musical en algunos países del continente durante la época de la colonización española. La mayoría de las obras eran villancicos escritos en español o portugués — ocasionalmente con palabras africanas o indígenas— para varias voces o solistas con acompañamiento instrumental. El programa incluyó también dos obras en latín y algunas piezas instrumentales, muestra de la diversidad musical que alcanzó el continente y de la pluralidad de culturas que en él confluyeron.
El resultado musical sobrepasó mis expectativas. En escena, una mezcla de razas, edades, culturas, instrumentos y ritmos, que más allá de un concierto de música académica presentó algo que podría estar a mitad de camino entre el folclor latinoamericano y la música polifónica renacentista europea. Hablando con Pontvik, supe que las partituras originales, muchas en mal estado, no contenían más que las líneas de las voces, lo que significa que las intervenciones instrumentales fueron creadas a partir del conocimiento del repertorio, de la experiencia musical y de un minucioso análisis del estilo. La música de la época tenía una comprobada relación con la improvisación y Pontvik aseguró que sus músicos son grandes improvisadores, lo que puede explicar que el resultado sea tan auténtico.
Es precisamente esa la sensación que más recuerdo del concierto: la alegría de los intérpretes, la fluidez de las obras y la naturalidad de las adaptaciones instrumentales que daban una verdadera sensación de autenticidad. No fue difícil imaginar que estas obras, alguna vez interpretadas en nuestro continente, pudieran sonar así. Los instrumentos de percusión cumplieron un rol fundamental en esa transmisión, conjugando lo antiguo y lo moderno en esa cohesión de estilos: palos de agua, caja peruana, castañuelas, darbuka y bombo, entre otros, lograron enfatizar el carácter de cada obra.
Los textos interpretados tenían por temática la Navidad, la alabanza o el amor. El acompañamiento instrumental acentuaba el carácter festivo o espiritual del texto. Fue este el caso de la obra Canción de una pastorita al niño Dios, encontrada en Ecuador. La interpretación que el ensamble realizó fue sorprendente. La solista cantando detrás del público y no en el escenario, fue acompañada por suaves sonidos de percusión y una nota tenida en la viola que invocaba un ambiente de oración.
La obra María todo es maría (Chile) también sonó dulce, casi triste y, de manera contrastante, obras como Victoria, victoria (Guatemala), Una tonadilla nueva (Ecuador) Vamos todos a ver de José Ortuño Sáenz o La Chacona me piden vaya de Manuel Blasco estaban impregnadas de alegría. El ritmo de los instrumentos y la actitud de los cantantes traducían esa sensación. Por ejemplo, en la obra instrumental Gaytas y zarambiques de Lucas Ruiz de Ribayaz, la intervención de uno de los cantantes que decía «escuchemos las gaitas» y designaba a los instrumentos, fue muy teatral y traducía una alegría pegajosa.
En la obra instrumental Curi muyito, la relación con la improvisación era evidente, estos cuatro jóvenes instrumentistas me dieron la impresión de una sesión de jazz, clara muestra de su nivel interpretativo. Pero lo que más me impresiono fue la calidad de las voces. El equilibro que consiguieron con los instrumentos en cuanto al volumen y el color, fue sorprendente. Pero más sorprendentes aun fueron las obras a capella: Salve Regina de Gutiérre Fernández Hidalgo y Tristis est anima mea de Juan de Lienas a cuatro y ocho voces. El volumen y color en estas obras cambio notablemente y la interpretación fue perfecta.
Por la alegría de los cantantes con sus ropas coloridas y elegantes, la demostrada experiencia de los instrumentistas y el perfecto gusto del director que estaba detrás de los cambios de matices, el equilibrio de los sonidos y el aspecto teatral de algunas obras, este fue un concierto que no estoy pronta a olvidar. Antes de irse nos regalaron la Dennos lecencia Señores, obra peruana del siglo XVIII, alegre y festiva. Al final subió al escenario Daniela Valero, una de las invitadas por el ensamble al concierto y, cantando, aplaudiendo y bailando se despidieron de nosotros. Sencillamente, inolvidable.
* Maestra en música con énfasis en música antigua.
Más allá de toda frontera, la música ejerce un efecto catalizador del que pude ser testigo en el concierto del Ensamble Villancico realizado el miércoles 28 de marzo en la Sala de conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Desde Suecia llegó este ensamble conformado por ocho cantantes y cuatro instrumentistas dirigidos por el musicólogo Peter Pontvik, quien ha realizado un intenso trabajo de investigación de la música antigua de Latinoamérica por más de veinte años.
Durante el concierto, el director afirmó que la música barroca latinoamericana es muy rica, y el programa no sería más que una muestra de lo que sucedió en materia musical en algunos países del continente durante la época de la colonización española. La mayoría de las obras eran villancicos escritos en español o portugués — ocasionalmente con palabras africanas o indígenas— para varias voces o solistas con acompañamiento instrumental. El programa incluyó también dos obras en latín y algunas piezas instrumentales, muestra de la diversidad musical que alcanzó el continente y de la pluralidad de culturas que en él confluyeron.
El resultado musical sobrepasó mis expectativas. En escena, una mezcla de razas, edades, culturas, instrumentos y ritmos, que más allá de un concierto de música académica presentó algo que podría estar a mitad de camino entre el folclor latinoamericano y la música polifónica renacentista europea. Hablando con Pontvik, supe que las partituras originales, muchas en mal estado, no contenían más que las líneas de las voces, lo que significa que las intervenciones instrumentales fueron creadas a partir del conocimiento del repertorio, de la experiencia musical y de un minucioso análisis del estilo. La música de la época tenía una comprobada relación con la improvisación y Pontvik aseguró que sus músicos son grandes improvisadores, lo que puede explicar que el resultado sea tan auténtico.
Es precisamente esa la sensación que más recuerdo del concierto: la alegría de los intérpretes, la fluidez de las obras y la naturalidad de las adaptaciones instrumentales que daban una verdadera sensación de autenticidad. No fue difícil imaginar que estas obras, alguna vez interpretadas en nuestro continente, pudieran sonar así. Los instrumentos de percusión cumplieron un rol fundamental en esa transmisión, conjugando lo antiguo y lo moderno en esa cohesión de estilos: palos de agua, caja peruana, castañuelas, darbuka y bombo, entre otros, lograron enfatizar el carácter de cada obra.
Los textos interpretados tenían por temática la Navidad, la alabanza o el amor. El acompañamiento instrumental acentuaba el carácter festivo o espiritual del texto. Fue este el caso de la obra Canción de una pastorita al niño Dios, encontrada en Ecuador. La interpretación que el ensamble realizó fue sorprendente. La solista cantando detrás del público y no en el escenario, fue acompañada por suaves sonidos de percusión y una nota tenida en la viola que invocaba un ambiente de oración.
La obra María todo es maría (Chile) también sonó dulce, casi triste y, de manera contrastante, obras como Victoria, victoria (Guatemala), Una tonadilla nueva (Ecuador) Vamos todos a ver de José Ortuño Sáenz o La Chacona me piden vaya de Manuel Blasco estaban impregnadas de alegría. El ritmo de los instrumentos y la actitud de los cantantes traducían esa sensación. Por ejemplo, en la obra instrumental Gaytas y zarambiques de Lucas Ruiz de Ribayaz, la intervención de uno de los cantantes que decía «escuchemos las gaitas» y designaba a los instrumentos, fue muy teatral y traducía una alegría pegajosa.
En la obra instrumental Curi muyito, la relación con la improvisación era evidente, estos cuatro jóvenes instrumentistas me dieron la impresión de una sesión de jazz, clara muestra de su nivel interpretativo. Pero lo que más me impresiono fue la calidad de las voces. El equilibro que consiguieron con los instrumentos en cuanto al volumen y el color, fue sorprendente. Pero más sorprendentes aun fueron las obras a capella: Salve Regina de Gutiérre Fernández Hidalgo y Tristis est anima mea de Juan de Lienas a cuatro y ocho voces. El volumen y color en estas obras cambio notablemente y la interpretación fue perfecta.
Por la alegría de los cantantes con sus ropas coloridas y elegantes, la demostrada experiencia de los instrumentistas y el perfecto gusto del director que estaba detrás de los cambios de matices, el equilibrio de los sonidos y el aspecto teatral de algunas obras, este fue un concierto que no estoy pronta a olvidar. Antes de irse nos regalaron la Dennos lecencia Señores, obra peruana del siglo XVIII, alegre y festiva. Al final subió al escenario Daniela Valero, una de las invitadas por el ensamble al concierto y, cantando, aplaudiendo y bailando se despidieron de nosotros. Sencillamente, inolvidable.
* Maestra en música con énfasis en música antigua.