Entre el legado y la novedad, el debut de la tríada Aguilar en Colombia
De la mano de Pepe, Leonardo y Ángela Aguilar, Bogotá sacó a relucir su lado más mexicano. Más de 11.000 asistentes en el Movistar Arena cantaron las composiciones de los Aguilar y entonaron la nostalgia con rancheras de Chavela Vargas, Juan Gabriel y Joan Sebastian.
Valerie Cortés Villalba
“¿Me permiten su corazón para esta canción?”, preguntó Pepe Aguilar, heredero del talento y romanticismo de Flor Silvestre y Antonio Aguilar, a la audiencia del Movistar Arena antes de cantar una de sus recientes rancheras románticas. Por primera vez, junto a sus hijos, Ángela y Leonardo Aguilar, cantaron para Colombia los éxitos que han acompañado por décadas a su familia, un referente del cine y la música popular mexicana. El concierto, que reunió a cerca de 11.000 asistentes, fue ante todo una oración a la nostalgia, al amor y a la belleza del despecho, las mujeres y el mariachi.
Leonardo Aguilar, conocido como “Gallo fino”, dio inicio a la noche con una voz templada, un traje de mariachi azul marino con bordados plateados, rematado con un moño charro y un sombrero mexicano. El cantante de 25 años, con cinco álbumes en el mercado y tres nominaciones al Grammy Latino, presentó un repertorio mixto. Incluyó canciones de su autoría como “Un Amor Bonito” y otras que hacen parte de la memoria popular como “Chaparra de mi amor” de Ramón Ayala, y “Hasta Que Amanezca” y “Tatuajes”, compuestas e interpretadas por Joan Sebastian, el “Rey del Jaripeo”. Con la confianza que da la juventud y el talento, Leonardo se mostró cómodo en el escenario, bailando junto a los mariachis, invitando a cantar a la audiencia y moviéndose libremente de punta a punta de la tarima.
Las redes sociales son el oxígeno de muchos artistas y los Aguilar beben de ello. Acorde a sus tiempos y herencia, Leonardo mantiene vivo el legado de la familia Aguilar por medio de la música y también publicando su estilo de vida por fuera de tarima como charro mexicano en el rancho de su abuelo, Antonio Aguilar, en Villanueva (Zacatecas). Además de Leonardo, Pepe Aguilar tiene su propio canal de YouTube en el que transforma su día a día en entretenimiento para sus fans en formato “Vlog”, es decir, un blog en video que intenta emular una intimidad del artista con la audiencia. Y aún con más alcance está su hija, Ángela Aguilar, de 21 años, quien tiene más de 11 millones de seguidores en Instagram y 11 millones de oyentes mensuales en Spotify. Estas cifras superan a las de su padre y hermano, y se acercan a las de artistas con trayectorias como Marc Anthony, Natalia Lafourcade, Café Tacvba, y MonLaferte.
La popularidad de Ángela Aguilar salió de las pantallas y se manifestó en carne y hueso en el concierto del pasado 25 de octubre en Bogotá. A las 10:25 p.m., cuando apareció su nombre decorado con flores rojas y blancas en la tarima, el recinto vibró por los gritos, saltos y silbidos que anticipaban su presencia. Con su cabello corto y falda larga, Ángela conquistó al público con su voz dulce y ojos brillantes; los casi cuarenta minutos de su presentación fue el clímax del concierto.
Les invitamos a ver el Claro Oscuro, el formato de entrevistas en video de la sección de Entretenimiento de El Espectador, con Pepe Aguilar:
En su interpretación de “La Llorona”, “Abrázame”, y “En Realidad”, sacó a relucir la sensualidad, inocencia y frescura que caracterizaba a su abuela Guillermina Jiménez Chabolla más conocida como Flor Silvestre y apodada el “Alma de la canción ranchera”. Flor Silvestre, quien con los años se convertiría en una de las más grandes estrellas de la época del oro del cine mexicano y de las rancheras, también tenía 20 años cuando hizo su debut en el mundo del entretenimiento, con su papel en la película Primero soy mexicano (1950) de Joaquín Pardavé.
En el escenario, mientras Ángela Aguilar cantaba, una adelita y un charro bailaban y jugueteaban al ritmo del mariachi. Y entre canción y canción, el Movistar Arena se llenó de símbolos mexicanos, catrinas, tocados de flores, jinetes con soga, sombreros y el momento de mayor euforia llegó con la breve presencia de Christian Nodal, cantante, referente actual de la música regional mexicana y esposo de Ángela. A mi lado y perdidos en un trance, como si solo existiera la música y no celebridades, una pareja de adultos mayores convirtieron el palco en su escenario privado: ella bailaba con sus manos y cortos pasos, él la admiraba y solo la grababa a ella.
La fuerza femenina que balancea la virilidad del charro ha estado en los inicios de las rancheras románticas. De ahí se ha desprendido el lamento al desamor, la oda a la dama que ya no está o al amor repentino. Basta con recordar “Ella” de José Alfredo Jimenez, del poema que canta: “Con el llanto en los ojos alcé mi copa y brindé con ella, no podía despreciarme, era el último brindis de un bohemio con una reina”. Y como no mencionar “Mujeres Divinas” de Vicente Fernández, una conversación entre dos hombres en una cantina, el primero cantando agravios contra las mujeres que lo hirieron y el otro, pese al despecho, suplicando al compañero “que no hable en mi presencia de las damas”.
El cierre de la noche estuvo a cargo de Pepe Aguilar, quien salió al escenario con sus imponentes casi dos metros de altura, un traje negro bordado, botas negras y camisa desabotonada. Antes de empezar a cantar, le dedicó la noche a la audiencia que ha acompañado a su familia por más de cinco décadas. Él volvía a Colombia después de 25 años, cuando junto a su padre Antonio Aguilar se presentaron en el Show de las Estrellas de Jorge Barón en Tunja, interpretando “el Hijo Desobediente” y en solitario, uno de sus clásicos, “Por Mujeres Como Tú”.
Pepe se encargó del homenaje a Juan Gabriel cantando “Se Me Olvidó Otra Vez” mientras que en el escenario dos pantallas rotaban fotografías de “El Divo de Juárez” mirando al cielo. Enseguida, siguió con su padre, Antonio Aguilar, cuyo rostro imponente se fragmentaba en un mosaico de la pantalla más grande del escenario. Pepe cantó con las manos pegadas al pecho, con una teatralidad propia de quien nació con un micrófono en la mano. Al igual que su padre, interactuó con el público como si los conociera uno a uno. Confesó que el aguardiente lo disfruta tanto como el tequila, y que las mujeres colombianas le inspiran versos. Confesó que cambió el repertorio en el camino y que su prioridad es la sensación del público. Confesó que aquella noche lo haría volver.
Junto a su invitado, Pipe Bueno, cantaron “Nadie Es Eterno” de Darío Gómez y luego interpretaron “Los Caminos De La Vida” del maestro Omar Geles. El público los seguía verso por verso. Estas canciones fueron la reafirmación de que esa noche se había brindado por la nostalgia, aquella que obliga a recordar palabras del pasado en un presente escurridizo. Una nostalgia que se alimenta de los éxitos de antaño para enseñar las nuevas letras. Fue un concierto para los que confían que en la ranchera siempre estará el dolor y la alegría, la esencia permanente de la vida.
“¿Me permiten su corazón para esta canción?”, preguntó Pepe Aguilar, heredero del talento y romanticismo de Flor Silvestre y Antonio Aguilar, a la audiencia del Movistar Arena antes de cantar una de sus recientes rancheras románticas. Por primera vez, junto a sus hijos, Ángela y Leonardo Aguilar, cantaron para Colombia los éxitos que han acompañado por décadas a su familia, un referente del cine y la música popular mexicana. El concierto, que reunió a cerca de 11.000 asistentes, fue ante todo una oración a la nostalgia, al amor y a la belleza del despecho, las mujeres y el mariachi.
Leonardo Aguilar, conocido como “Gallo fino”, dio inicio a la noche con una voz templada, un traje de mariachi azul marino con bordados plateados, rematado con un moño charro y un sombrero mexicano. El cantante de 25 años, con cinco álbumes en el mercado y tres nominaciones al Grammy Latino, presentó un repertorio mixto. Incluyó canciones de su autoría como “Un Amor Bonito” y otras que hacen parte de la memoria popular como “Chaparra de mi amor” de Ramón Ayala, y “Hasta Que Amanezca” y “Tatuajes”, compuestas e interpretadas por Joan Sebastian, el “Rey del Jaripeo”. Con la confianza que da la juventud y el talento, Leonardo se mostró cómodo en el escenario, bailando junto a los mariachis, invitando a cantar a la audiencia y moviéndose libremente de punta a punta de la tarima.
Las redes sociales son el oxígeno de muchos artistas y los Aguilar beben de ello. Acorde a sus tiempos y herencia, Leonardo mantiene vivo el legado de la familia Aguilar por medio de la música y también publicando su estilo de vida por fuera de tarima como charro mexicano en el rancho de su abuelo, Antonio Aguilar, en Villanueva (Zacatecas). Además de Leonardo, Pepe Aguilar tiene su propio canal de YouTube en el que transforma su día a día en entretenimiento para sus fans en formato “Vlog”, es decir, un blog en video que intenta emular una intimidad del artista con la audiencia. Y aún con más alcance está su hija, Ángela Aguilar, de 21 años, quien tiene más de 11 millones de seguidores en Instagram y 11 millones de oyentes mensuales en Spotify. Estas cifras superan a las de su padre y hermano, y se acercan a las de artistas con trayectorias como Marc Anthony, Natalia Lafourcade, Café Tacvba, y MonLaferte.
La popularidad de Ángela Aguilar salió de las pantallas y se manifestó en carne y hueso en el concierto del pasado 25 de octubre en Bogotá. A las 10:25 p.m., cuando apareció su nombre decorado con flores rojas y blancas en la tarima, el recinto vibró por los gritos, saltos y silbidos que anticipaban su presencia. Con su cabello corto y falda larga, Ángela conquistó al público con su voz dulce y ojos brillantes; los casi cuarenta minutos de su presentación fue el clímax del concierto.
Les invitamos a ver el Claro Oscuro, el formato de entrevistas en video de la sección de Entretenimiento de El Espectador, con Pepe Aguilar:
En su interpretación de “La Llorona”, “Abrázame”, y “En Realidad”, sacó a relucir la sensualidad, inocencia y frescura que caracterizaba a su abuela Guillermina Jiménez Chabolla más conocida como Flor Silvestre y apodada el “Alma de la canción ranchera”. Flor Silvestre, quien con los años se convertiría en una de las más grandes estrellas de la época del oro del cine mexicano y de las rancheras, también tenía 20 años cuando hizo su debut en el mundo del entretenimiento, con su papel en la película Primero soy mexicano (1950) de Joaquín Pardavé.
En el escenario, mientras Ángela Aguilar cantaba, una adelita y un charro bailaban y jugueteaban al ritmo del mariachi. Y entre canción y canción, el Movistar Arena se llenó de símbolos mexicanos, catrinas, tocados de flores, jinetes con soga, sombreros y el momento de mayor euforia llegó con la breve presencia de Christian Nodal, cantante, referente actual de la música regional mexicana y esposo de Ángela. A mi lado y perdidos en un trance, como si solo existiera la música y no celebridades, una pareja de adultos mayores convirtieron el palco en su escenario privado: ella bailaba con sus manos y cortos pasos, él la admiraba y solo la grababa a ella.
La fuerza femenina que balancea la virilidad del charro ha estado en los inicios de las rancheras románticas. De ahí se ha desprendido el lamento al desamor, la oda a la dama que ya no está o al amor repentino. Basta con recordar “Ella” de José Alfredo Jimenez, del poema que canta: “Con el llanto en los ojos alcé mi copa y brindé con ella, no podía despreciarme, era el último brindis de un bohemio con una reina”. Y como no mencionar “Mujeres Divinas” de Vicente Fernández, una conversación entre dos hombres en una cantina, el primero cantando agravios contra las mujeres que lo hirieron y el otro, pese al despecho, suplicando al compañero “que no hable en mi presencia de las damas”.
El cierre de la noche estuvo a cargo de Pepe Aguilar, quien salió al escenario con sus imponentes casi dos metros de altura, un traje negro bordado, botas negras y camisa desabotonada. Antes de empezar a cantar, le dedicó la noche a la audiencia que ha acompañado a su familia por más de cinco décadas. Él volvía a Colombia después de 25 años, cuando junto a su padre Antonio Aguilar se presentaron en el Show de las Estrellas de Jorge Barón en Tunja, interpretando “el Hijo Desobediente” y en solitario, uno de sus clásicos, “Por Mujeres Como Tú”.
Pepe se encargó del homenaje a Juan Gabriel cantando “Se Me Olvidó Otra Vez” mientras que en el escenario dos pantallas rotaban fotografías de “El Divo de Juárez” mirando al cielo. Enseguida, siguió con su padre, Antonio Aguilar, cuyo rostro imponente se fragmentaba en un mosaico de la pantalla más grande del escenario. Pepe cantó con las manos pegadas al pecho, con una teatralidad propia de quien nació con un micrófono en la mano. Al igual que su padre, interactuó con el público como si los conociera uno a uno. Confesó que el aguardiente lo disfruta tanto como el tequila, y que las mujeres colombianas le inspiran versos. Confesó que cambió el repertorio en el camino y que su prioridad es la sensación del público. Confesó que aquella noche lo haría volver.
Junto a su invitado, Pipe Bueno, cantaron “Nadie Es Eterno” de Darío Gómez y luego interpretaron “Los Caminos De La Vida” del maestro Omar Geles. El público los seguía verso por verso. Estas canciones fueron la reafirmación de que esa noche se había brindado por la nostalgia, aquella que obliga a recordar palabras del pasado en un presente escurridizo. Una nostalgia que se alimenta de los éxitos de antaño para enseñar las nuevas letras. Fue un concierto para los que confían que en la ranchera siempre estará el dolor y la alegría, la esencia permanente de la vida.