García: pop urbano con sabor a la tierrita
“América (Vol.1: Región Andina)” es el disco que acompaña la primera parte de un documental, que primero se enfocará en las regiones colombianas y luego se extenderá por todo el continente.
Pablito Wilson
Un día cualquiera David García (nombre de pila) decidió que era tiempo de retornar a su Quindío natal. Acababa de terminar un gran debut llamado Ciclos, que, en medio de ese trajín contemporáneo de lanzar canciones cada mes, lo estaba marchitando; él lo tenía claro, eso era apenas el 40 % de lo que podía hacer como artista. Así que sin pensarlo demasiado dio un giro de 180 grados y viajó rumbo a su hogar, camino a encontrarse a sí mismo.
Hasta entonces, el músico ya había formado su banda Tripulantes, terminado su carrera de guitarrista clásico en la Universidad Nacional y trabajado tanto con el productor Pyngwi, de Art & Co Studios, como con el sello Karmaloft Music, de Alemania. Además, había producido ese fantástico cover que Bako (The Mills) hizo de la canción Hasta la raíz, de Natalia Lafourcade. Melodía que la mexicana compuso en medio de una búsqueda personal, muy parecida a la que este intérprete cuyabro estaba ansiando en ese momento.
Fue así como invirtió ahorros para construir un pequeño estudio en la casa campestre paterna y materna, situada en un área boscosa del municipio de Salento, conocido por sus mágicos paisajes y por los sonidos de los animales que lo habitan. Incluso antes de construir el espacio apropiado para trabajar, capturó los coros en un quiosco ubicado a pocos pasos de la casa.
La intención buscada al grabar de esta manera era que los pajaritos y grillos de la zona terminaran colados, subliminalmente, en algún recóndito espacio de la toma final. También, como emprendió su travesía por diversas regiones del país, parcialmente patrocinado por las empresas Satena y Cotelco, y seguido por un equipo de colaboradores que le ayudaban a compilar cada detalle del proceso. América (Vol. 1: Región Andina) estaba naciendo y, en sus propias palabras, ya comenzaba a sonar a “música familiar, a mi niñez creciendo en el Quindío, a una parte de la esencia de la música de Colombia, a nostalgia, montaña, pueblo y la elegancia de la música andina”.
A comienzos de la pandemia, llegó la primera probadita, creada sobre una percusión en la que el músico y productor usaba una caja llena de ganchos, algunas ollas, un rayador de verduras y otros implementos de uso cotidiano para configurar el sonido. Con estos elementos el artista creaba el primer corte de difusión de su álbum, combinando el flow urbano con otros elementos más autóctonos, como la delicada interpretación del tiplista armenio David Heincke. Bailarina comenzaba a darle sentido a todo.
Por poco más de un año el proyecto estuvo reservado, hasta que a fines de marzo apareció el video de V.I.D.A. Un híbrido estilístico con patrones de la cumbia boyacense y del porro parrandero, que además es una declaración brutal en tiempos de desolación mundial: “¡Ay, qué chimba la vida, ay, yo quiero vivirla!, hoy siento mi vida que todo está a nuestro favor”. Apenas para los fanáticos de Tik Tok. El disco en realidad está repleto de frases “tiktokeables”: “Como en Interestelar, amar es un poder superior” (Muerte); “de todo es dueño el tiempo, el tiempo es igual a Dios, pregúntale al universo cómo pagó la creación” (Tiempo); “hoy mi mente anda reluciente, parece un viaje LSD pero natural” (V.I.D.A.).
El cortometraje respectivo —lanzado semanas atrás— es espectacular, y por una razón muy sencilla: que el Quindío (lugar de filmación) lo es. Paisajes, amigos y el alma vegetal que caracteriza al departamento son la mejor forma de introducir un disco que nace de su imperiosa necesidad de escapar de lo convencional, autoevaluando el lugar que tiene David como ciudadano del mundo. De esa reflexión también nació su unión con Biomma, iniciativa que busca aportar a la reforestación y recuperación de predios naturales.
“A mí siempre me ha gustado mucho la naturaleza, las plantas, y me topé con su cuenta por medio de gente que yo seguía en Instagram y me pareció muy cool que un productor musical, por medio de sus canciones y su trabajo, donara una parte para que se sembraran árboles […] No creo que sea muy grande mi aporte, pero a la fecha ya hemos sembrado casi 200”.
América (Vol. 1: Región Andina) no solo se hizo en Salento, sino con el fruto de estadías en lugares como Aquitania, Tolú, Ibagué, Montenegro, Sibundoy, Cocora, Ipiales, Armenia y La Cocha. De estos viajes nacieron otras canciones como Suerte, cruce generacional con el artista popular Don Rubiel, que terminó derivando en un porro parrandero con aires de cumbia; Pai, donde un taita indígena kamëntšá, una mama de la tribu de los pastos y dos músicos indígenas compartieron voces, rituales, sonidos; y también una balada con una estructura y una nostalgia muy propias del bambuco llamada Ahora.
“Es un colaboración con el maestro Carlos García, The Mills y mi querido amigo Bako. Él le dio un aporte muy lindo, su voz tiene una peculiaridad de que es muy melancólica, que funciona perfecto. Es la única canción sin beat del álbum”. Además es la única con guitarra eléctrica.
“El mandato era producir música como se produce ahora, pero con instrumentos tradicionales. Por ejemplo, Muerte tiene tiple, guitarra de nailon y una quena”, aclara García. El tema tiene otro detalle muy peculiar y es que no se trata de la dedicatoria de una persona viva a su pareja fallecida, sino al revés, siendo el espíritu el que habla. El estribillo tiene una fuerza arrolladora que en los últimos años ha sido bastante escasa en el pop. Como si apoyada en su fórmula de articular instrumentos autóctonos y beats contemporáneos hechos a su imagen y semejanza, la voz del intérprete nos impactara, suavemente, dándonos un derechazo con guantes de algodón de azúcar: “Sé que tuve que irme, que ahora caminas triste, todo va a estar mejor, aquí te espero yo […] La eternidad nos espera, mi vida. Cuida tu caminar mientras llega ese día, en cada montaña o camino del sol, aquí te espero yo”. La composición alcanza su clímax cuando aparece el colchón coral aportado por las cantantes Jessica Jaramillo y Mónica Escobar (anteriormente Grupo Azahares y en algún momento integrantes del show del Parque del Café). El tiple de Heincke repite.
Con todos sus volúmenes y países, el álbum-documental América se antoja como un proyecto visionario, un poderoso candidato para un Latin Grammy. Uno de esos proyectos que se vuelven seres autónomos tan gigantes que demandan a un artista varios años de su trayectoria. Sin prisas, pausas ni reglas; al menos, no las que supone gran parte de la industria musical. Porque para los tiempos que se viven, este primer capítulo, más que apreciable, se vuelve necesario. Si están sintiendo que no tienen muy claro cuál es su lugar en el mundo, tal vez sea buena idea comenzar escuchando a este man llamado García, otro superviviente pandémico que, como muchos de nosotros, trabaja para reencontrarse.
Un día cualquiera David García (nombre de pila) decidió que era tiempo de retornar a su Quindío natal. Acababa de terminar un gran debut llamado Ciclos, que, en medio de ese trajín contemporáneo de lanzar canciones cada mes, lo estaba marchitando; él lo tenía claro, eso era apenas el 40 % de lo que podía hacer como artista. Así que sin pensarlo demasiado dio un giro de 180 grados y viajó rumbo a su hogar, camino a encontrarse a sí mismo.
Hasta entonces, el músico ya había formado su banda Tripulantes, terminado su carrera de guitarrista clásico en la Universidad Nacional y trabajado tanto con el productor Pyngwi, de Art & Co Studios, como con el sello Karmaloft Music, de Alemania. Además, había producido ese fantástico cover que Bako (The Mills) hizo de la canción Hasta la raíz, de Natalia Lafourcade. Melodía que la mexicana compuso en medio de una búsqueda personal, muy parecida a la que este intérprete cuyabro estaba ansiando en ese momento.
Fue así como invirtió ahorros para construir un pequeño estudio en la casa campestre paterna y materna, situada en un área boscosa del municipio de Salento, conocido por sus mágicos paisajes y por los sonidos de los animales que lo habitan. Incluso antes de construir el espacio apropiado para trabajar, capturó los coros en un quiosco ubicado a pocos pasos de la casa.
La intención buscada al grabar de esta manera era que los pajaritos y grillos de la zona terminaran colados, subliminalmente, en algún recóndito espacio de la toma final. También, como emprendió su travesía por diversas regiones del país, parcialmente patrocinado por las empresas Satena y Cotelco, y seguido por un equipo de colaboradores que le ayudaban a compilar cada detalle del proceso. América (Vol. 1: Región Andina) estaba naciendo y, en sus propias palabras, ya comenzaba a sonar a “música familiar, a mi niñez creciendo en el Quindío, a una parte de la esencia de la música de Colombia, a nostalgia, montaña, pueblo y la elegancia de la música andina”.
A comienzos de la pandemia, llegó la primera probadita, creada sobre una percusión en la que el músico y productor usaba una caja llena de ganchos, algunas ollas, un rayador de verduras y otros implementos de uso cotidiano para configurar el sonido. Con estos elementos el artista creaba el primer corte de difusión de su álbum, combinando el flow urbano con otros elementos más autóctonos, como la delicada interpretación del tiplista armenio David Heincke. Bailarina comenzaba a darle sentido a todo.
Por poco más de un año el proyecto estuvo reservado, hasta que a fines de marzo apareció el video de V.I.D.A. Un híbrido estilístico con patrones de la cumbia boyacense y del porro parrandero, que además es una declaración brutal en tiempos de desolación mundial: “¡Ay, qué chimba la vida, ay, yo quiero vivirla!, hoy siento mi vida que todo está a nuestro favor”. Apenas para los fanáticos de Tik Tok. El disco en realidad está repleto de frases “tiktokeables”: “Como en Interestelar, amar es un poder superior” (Muerte); “de todo es dueño el tiempo, el tiempo es igual a Dios, pregúntale al universo cómo pagó la creación” (Tiempo); “hoy mi mente anda reluciente, parece un viaje LSD pero natural” (V.I.D.A.).
El cortometraje respectivo —lanzado semanas atrás— es espectacular, y por una razón muy sencilla: que el Quindío (lugar de filmación) lo es. Paisajes, amigos y el alma vegetal que caracteriza al departamento son la mejor forma de introducir un disco que nace de su imperiosa necesidad de escapar de lo convencional, autoevaluando el lugar que tiene David como ciudadano del mundo. De esa reflexión también nació su unión con Biomma, iniciativa que busca aportar a la reforestación y recuperación de predios naturales.
“A mí siempre me ha gustado mucho la naturaleza, las plantas, y me topé con su cuenta por medio de gente que yo seguía en Instagram y me pareció muy cool que un productor musical, por medio de sus canciones y su trabajo, donara una parte para que se sembraran árboles […] No creo que sea muy grande mi aporte, pero a la fecha ya hemos sembrado casi 200”.
América (Vol. 1: Región Andina) no solo se hizo en Salento, sino con el fruto de estadías en lugares como Aquitania, Tolú, Ibagué, Montenegro, Sibundoy, Cocora, Ipiales, Armenia y La Cocha. De estos viajes nacieron otras canciones como Suerte, cruce generacional con el artista popular Don Rubiel, que terminó derivando en un porro parrandero con aires de cumbia; Pai, donde un taita indígena kamëntšá, una mama de la tribu de los pastos y dos músicos indígenas compartieron voces, rituales, sonidos; y también una balada con una estructura y una nostalgia muy propias del bambuco llamada Ahora.
“Es un colaboración con el maestro Carlos García, The Mills y mi querido amigo Bako. Él le dio un aporte muy lindo, su voz tiene una peculiaridad de que es muy melancólica, que funciona perfecto. Es la única canción sin beat del álbum”. Además es la única con guitarra eléctrica.
“El mandato era producir música como se produce ahora, pero con instrumentos tradicionales. Por ejemplo, Muerte tiene tiple, guitarra de nailon y una quena”, aclara García. El tema tiene otro detalle muy peculiar y es que no se trata de la dedicatoria de una persona viva a su pareja fallecida, sino al revés, siendo el espíritu el que habla. El estribillo tiene una fuerza arrolladora que en los últimos años ha sido bastante escasa en el pop. Como si apoyada en su fórmula de articular instrumentos autóctonos y beats contemporáneos hechos a su imagen y semejanza, la voz del intérprete nos impactara, suavemente, dándonos un derechazo con guantes de algodón de azúcar: “Sé que tuve que irme, que ahora caminas triste, todo va a estar mejor, aquí te espero yo […] La eternidad nos espera, mi vida. Cuida tu caminar mientras llega ese día, en cada montaña o camino del sol, aquí te espero yo”. La composición alcanza su clímax cuando aparece el colchón coral aportado por las cantantes Jessica Jaramillo y Mónica Escobar (anteriormente Grupo Azahares y en algún momento integrantes del show del Parque del Café). El tiple de Heincke repite.
Con todos sus volúmenes y países, el álbum-documental América se antoja como un proyecto visionario, un poderoso candidato para un Latin Grammy. Uno de esos proyectos que se vuelven seres autónomos tan gigantes que demandan a un artista varios años de su trayectoria. Sin prisas, pausas ni reglas; al menos, no las que supone gran parte de la industria musical. Porque para los tiempos que se viven, este primer capítulo, más que apreciable, se vuelve necesario. Si están sintiendo que no tienen muy claro cuál es su lugar en el mundo, tal vez sea buena idea comenzar escuchando a este man llamado García, otro superviviente pandémico que, como muchos de nosotros, trabaja para reencontrarse.