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El despecho tiene ese barniz incómodo del engaño, pero en Helenita Vargas (3 de marzo de 1934 / 7 de febrero de 2011) ese halo se transformó en sinceridad. Cuando el humorista Camilo Cifuentes, algo asustado, compartió con ella su imitación se esperaba un sonoro regaño acompañado con una de esas palabras de grueso calibre que con tanta facilidad afloran de la boca de la artista, pero se encontró con un par de indicaciones cariñosas para hacer de esta exageración, un homenaje.
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Aproximar con la lentitud de un bolero la mano a la mandíbula, mantenerla ahí por unos segundos y con elegancia dejarla descolgar. Lo demás fue del completo gusto de la Ronca de Oro, desde el vestuario y las joyas hasta la manera enfática de mover la cabeza sobre todo cuando llegaba el momento de cantar la estrofa: “es el fiel prototipo de cinismo y de rencor/ usted es una copa que guarda veneno en vez de licor”, en Señor, una de sus canciones de mayor reconocimiento.
Con el mismo desparpajo con el que le habló a su imitador en ese entonces en vía de consolidación, Helenita Vargas (cuyo verdadero nombre era Sofía Helena Vargas Marulanda, pero quien la llamara así debía estar consciente de que estaba firmando una guerra sin cuartel) se enfrentó a la estrella mexicana Agustín Lara para decirle “yo quiero cantar”. En aquel momento, ella tenía 16 años y no sabía muy bien que el día había llegado porque allí cantó no de la misma forma en que lo había hecho desde antes de ir a la primaria, sino con entrega, con pasión y, sobre todo, nervios.
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Ese mismo sentimiento se repitió cuando compitió por la corona de Cali como antesala del Reinado Nacional de la Belleza, pero con una novedad porque, además del susto que le producía subirse a un escenario, sintió pena de que la vieran desfilar de ida y vuelta, y ahí supo que su belleza no necesitaba una corona diferente a la del favoritismo de quienes decidían oírla cantar.
Escuchar a Helenita Vargas siempre fue entender que las fronteras entre la música son simples ideas que se van al traste en un segundo. En sus conciertos aparecía la gran influencia mexicana con trompetas agudas y bajos cadenciosos que le dan paso a los aires más tradicionales del folclor del interior de Colombia con cuerdas afinadas, tal como se aprecia en sus interpretaciones al lado del reconocido guitarrista Gabriel Rondón.
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El tiempo que te quede libre y Propiedad privada, dos de los clásicos que se hicieron inmortales gracias a la voz de esta diva, fueron piezas ejecutadas casi que con la misma mística con los que se cantan los temas del maestro Jorge Villamil. Pero además de convocar a México y Colombia, Helenita Vargas, siempre hizo una mención especial al tango y no en vano afirma “es que no se les olvide que yo soy arrabalera”. Y así era, esta mujer siempre fue del pueblo, a pesar de las altas esferas de la vida política que la arroparon desde sus inicios.
Tal vez la canción que más identificó el sonido de la artista fue María de los Guardias en la que dice: “No es cosa de que me las pique/de ser de la Guardia la reina y señora/pero mi primera rasca/la chupé chiquilla de una cantimplora”. Eso lo confesó Helenita Vargas asumiendo el papel de “María”, pues mucha de su puesta en escena siempre se basó en la actuación, pero con esa misma claridad aseguró que fue bohemia y que hasta cuando se lo permitió su salud, se tomó un brandy antes de salir a conquistar al público.
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“Pero eso sí, borracha nunca me monté a una tarima porque con el trago se pierden reflejos y una cantante siempre debe saber reaccionar”, comentó con una sinceridad ajena a su estilo musical, pero propia de una artista que no se anda con razones, razones... cómo dice la canción.
Dos particularidades caracterizaron la historia musical de Helenita Vargas: su voz y su memoria. Con la primera, una condición adquirida por vía divina que se encargó de manejar sobre cualquier escenario nacional o extranjero, logró un estilo propio de narrar el despecho. Y la segunda fue su mejor aliada durante sus comienzos, pero también en aquellos momentos de estrellato cuando la rodeaban los personajes más importantes de la música latina, como José Alfredo Jiménez y Agustín Lara, así como las personalidades más influyentes de la política local.
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Ese matrimonio entre su voz, a la que ella definía simplemente como su rúbrica; y su memoria, uno de sus máximos motivos de orgullo dada su prontitud para repasar las letras, fueron las piezas clave para el rotundo éxito de esa artista que desde los cinco años supo que quería cantar.
“Yo no tengo una gran voz, pero tengo un estilo que es único. Todos tienen formas diferentes. A ratos pierdo un poquito el compás, pero llego a tiempo”, comentó Helenita Vargas durante uno de sus últimos encuentros con la prensa después de haberse sometido a un trasplante de riñón que desencadenó en complicaciones respiratorias llevándola a ser internada en la Clínica Valle de Lili, en Cali, donde permaneció desde mediados de enero de 2011 hasta el 7 de febrero a las 6:35 de la tarde, cuando el parte médico oficializó su muerte.
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Todo el país la conocía como la “Ronca de Oro”, un sobre nombre que según un sector de la prensa fue otorgado por el comunicador Lázaro Vanegas, aunque otros aseguran que fue una idea de José Pardo perfeccionada por Hernán Restrepo después de que la artista recibió un galardón dorado. “Anoche bañaron a La Ronca’ de Oro”, sentenció Restrepo en alguna oportunidad y así se quedó Helenita Vargas, quien con los años se convirtió en la dueña y señora del despecho en Colombia.
“Me da guayabo no estar en actividad. En un escenario hay nervios, angustia, responsabilidad y mucha cosa. Me hacen falta los micrófonos, el sonido, la gente y demás. Eso es vida. Pienso volver pronto, no sé cuándo será ese día, porque me falta un tratamiento que me están haciendo, pero estoy en muy buenas manos y creo que mi Dios todavía no me quiere llevar”, dijo pocos días antes de su muerte.