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El 18 de marzo de 1963, en los A&R Recording Studios de Nueva York, el ya por entonces legendario João Gilberto le susurró a otro semidiós de la música brasileña llamado Antonio Carlos Jobim: “Tom, dile al gringo este que es un idiota”. Gilberto se refería al saxofonista estadounidense Stan Getz, quien, como muchos otros, había quedado cautivado por las notas y cadencias de la todavía joven bossa nova (sí, cuando todavía era nueva), llegando a un acuerdo para grabar un álbum en compañía del mismísimo João, lo cual pareció ir viento en popa hasta que llegó la hora de encontrarse en el estudio. Jobim, mucho más diplomático que Gilberto, le dijo a Getz en inglés: “Stan, João dice que su sueño ha sido siempre grabar contigo”, a lo cual Getz respondió, con bastante ironía y poca emoción: “Funny”. Es que João, quien cada vez se hacía más quisquilloso, era bastante perfeccionista y no soportaba que un gringo, con otro swing y otro tumbao, cambiara los fraseos de una canción que no era de él sino del mismo Tom Jobim en compañía de Vinícius de Moraes, pero que, como ocurrió siempre, la hizo suya por toda la eternidad. (Recomendamos otra crónica de Petrit Baquero sobre Willie Colón y Rubén Blades).
Y cuenta la leyenda que, en medio de todo este berenjenal, una joven tímida de 22 años, a la sazón esposa de João Gilberto, quien nunca había cantado en público, fue invitada por Creed Taylor, productor del álbum y dueño del sello Verve, a cantar parte del tema en inglés, pues su conocimiento de este idioma ayudaría a que hubiera mayor entrada en el mercado norteamericano, lo cual se comprobó con creces poco tiempo después. El nombre de esa joven era Astrud y el tema en cuestión era “Garota de Ipanema” o, como salió en el álbum, “The Girl from Ipanema”.
Si bien la historia real no es exactamente como dice la leyenda, pues Astrud ya había hecho algunas presentaciones y contaba con el pleno respaldo de su esposo, quien la propuso para poner su voz en el álbum con Getz, es evidente que la participación de esta mujer fue fundamental para el éxito del disco. Es que su voz se acomodaba perfectamente al estilo minimalista impuesto por su esposo pocos años antes, con una manera de cantar en la que no había alardes y todo era simple, muy afinado y con un pequeño registro vocal, como si se estuviera conversando, incluso susurrando, en la sala de la casa, que podía estar en los lujosos apartamentos de Manhattan, en Nueva York, que eran los que frecuentaban por ese entonces, o los de Copacabana, en Río de Janeiro, donde, dicen, nació la bossa nova.
Total, ni João, ni Getz, ni Tom, mucho menos Astrud, se imaginaron el impacto comercial que tendría la canción “Garota de Ipanema” (que, por cierto, suprimió la voz de João en portugués y solo dejó la de Astrud en inglés), la cual vendió en pocos meses más de dos millones de copias, convirtiéndose, según dicen, en el segundo tema más grabado de la historia, solo por detrás de “Yesterday”, de John Lennon y Paul McCartney.
Al sencillo le siguió el exitoso LP Getz-Gilberto, publicado en 1964 y que, impulsado fundamentalmente por la canción, fue nominado a diez premios Grammy, obteniendo cuatro galardones, como Álbum del año, Grabación del año, Mejor interpretación de jazz instrumental solista o grupo pequeño y Mejor arreglo para álbum no clásico. También, le representó a Stan Getz, quien al final y ayudado por una botella de whisky le cogió el tiro a la canción, ganancias tales que le permitieron comprar a los pocos meses una lujosa casa con 23 habitaciones, que había pertenecido a Frances Gershwin, hermana del legendario compositor George Gershwin. A la vez, João recibió US$23.000 dólares, mientras que Astrud obtuvo US$120, la tarifa mínima del sindicato de músicos estadounidenses (tampoco recibió créditos por su interpretación en el álbum), lo cual es, sin duda, muy poco, teniendo en cuenta el éxito comercial y el impacto cultural de la interpretación. No obstante, esa grabación también la permitió iniciar una larga carrera musical de más de 50 años que la llevó a los más grandes escenarios del mundo y, tal vez, a convertirse en la voz más reconocida internacionalmente de la bossa nova, y eso no es cualquier cosa.
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Astrud Evangelina Weinert, nació en Salvador, Bahía, el 29 de marzo de 1940. Era hija de Fritz, un inmigrante alemán que era profesor de idiomas, y Evangelina, una brasileña que tocaba varios instrumentos musicales. Desde pequeña, fue educada en un ambiente de gusto por el arte y una mirada cosmopolita que se cimentaba en su facilidad para aprender nuevos idiomas. Ya en su adolescencia despuntó por su porte, estatura y bonita voz, que le hicieron ser reconocida en espacios en los que algunos jóvenes empezaron a seguir la revolución que significó la irrupción de João Gilberto en la música del Brasil. Y, de hecho, a instancias de Nara Leão en una fiesta en el lujoso barrio de Copacabana, conocería en 1959, con apenas 19 años, al mismísimo João, el creador de todo un movimiento sociocultural que fue denominado bossa nova y que con un tumbao de guitarra —una batida— muy particular, bastante percutivo, pero a la vez complejísimo armónicamente, y una manera de cantar suave y muy afinada, demostró que desde lugares como Brasil se podía imponer la levedad, lo minimalista, bello, sensual y, por supuesto, lo moderno.
Gilberto, como bien se sabe, había grabado en 1958, con su voz y guitarra, “Chega de Saudade”, de Tom y Vinícius, cambiando para siempre la música del Brasil y, un poquito después la del mundo. Y lo hizo porque creó todo un movimiento de ruptura en la manera en que se interpretaban las canciones, viejas y nuevas, que saltaban a la palestra, cuestión que fue seguida por jóvenes entusiastas que se convirtieron también en cultores de la bossa nova, como Carlos Lyra, Roberto Menescal, Nara Leão, Oscar Castro Neves, Ronaldo Boscoli…). Después aparecieron otros grandes artistas, los cuales, a pesar de adoptar nuevas tendencias, siempre tuvieron a João como un punto de partida fundamental, y así lo siguieron señalando.
Vale decir que la muy joven Astrud, como tantos otros, hombres y mujeres en todo el mundo, quedó cautivada por la magia de João que, según cuentan, no era solo musical. Y, claro, él también quedó cautivado por ella, con lo cual, a los pocos meses, se fueron a vivir juntos, se casaron y tuvieron a Marcelo, su hijo. De ahí en adelante, la bella Astrud Weinert sería Astrud Gilberto, nombre con el cual fue reconocida ampliamente como una estrella del firmamento musical.
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En 1962, en el bar Veloso, ubicado en una calle del elegante sector de Ipanema en Río de Janeiro, compartían muchos de los artistas más reconocidos de la bohemia carioca, entre los que estaban, por supuesto, Tom Jobim y Vinícius de Moraes, dos componentes de la santísima trinidad de la bossa nova —a muchos nos gusta decir eso—, de la que también forma parte João Gilberto. Según se ha dicho hasta la saciedad, Vinícius y Tom llevaban semanas observando a una hermosísima joven —llamada Helô Piñeiro— que pasaba por la calle y se veía linda, llena de gracia y con un suave balanceo camino del mar. Ella les inspiró el tema “Garota de Ipanema”, que los terminaría de consagrar en el panteón universal de los grandes creadores de la música de todos los tiempos, que fue presentado en el Bar Bon Gourmet en ese mismo 1962 con la participación de João Gilberto, Antonio Carlos Jobim, Vinícius de Moraes y el grupo vocal Os Cariocas; todo un suceso maravilloso.
Y si bien la historia de la composición de aquel tema se ha repetido numerosas veces, para muchos en muchas partes del mundo, la “Garota de Ipanema” no fue su musa original, sino quien la cantó y volvió universal; es decir, Astrud y nadie más que ella.
Claro que, si bien la vida artística de Astrud iba viento en popa, su matrimonio con João —un personaje con una personalidad de rasgos obsesivo-compulsivos— se desbarató, al tiempo que ella decidió alejarse bastante y partir de gira con Stan Getz —con quien se involucró sentimentalmente— rumbo a una gira por varias ciudades de Estados Unidos, cuestión que, si bien le trajo gran reconocimiento artístico, no fue precisamente grato, dada la personalidad controladora de Getz.
No obstante, a pesar de esos impasses, el camino de Astrud estuvo lleno de éxitos que la llevaron a grabar numerosos álbumes en los años 60, como The Astrud Gilberto Album (1964), The Shadow of your Smile (1965), Beach Samba (1967), Windy (1968) y I Haven’t got Anything Better to Do (1969), todos bajo el sello Verve, el más importante de la escena del jazz en el mundo. Esto y los muchos otros discos que grabó en las décadas siguientes, para un total de 16 álbumes de estudio y dos en vivo, consolidaron a Astrud como la embajadora y la reina de la bossa nova y la música del Brasil en cualquier lugar del mundo, y lo repito, eso no es cualquier cosa.
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Mientras en el mundo, la bossa nova ganaba más adeptos y seguidores, con versiones de sus más famosas canciones interpretadas por figuras como Ella Fitzgerald, Frank Sinatra, Nat King Cole, The Supremes y Sarah Vaughan, entre muchas más, en Brasil muchos empezaron a sentirla como “pasada de moda”, sobre todo porque los tiempos habían cambiado y ese ambiente hedonista, preciosista, simple y complejo a la vez; además de romántico, bohemio y, por supuesto, burgués, contrastaba con la realidad que se vivía en las calles por cuenta de una dictadura militar que se iba radicalizando cada vez más y hacía ver a muchas canciones como ajenas a la situación que padecían millones de brasileños frente a los factores del poder, sus dinámicas y acciones.
En este sentido, Astrud no se pareció a Nara Leão, otra de las pioneras de la bossa nova, incluso antes que Astrud, quien planteó una ruptura con algunos de sus antiguos compañeros (otros, por el contrario, la siguieron), cuando empezó a buscar en los compositores populares nuevas sonoridades y temáticas que se sentía más relevantes para los tiempos que corrían.
Tampoco tuvo mucho que ver con las jóvenes cantantes (Elis Regina, Maria Bethânia, Miucha, Gal Costa…) que empezaron a surgir desde mediados de los 60 y que, con voces más potentes, mayores registros vocales y, sobre todo, evidente rebeldía, no solo musical sino política, se convirtieron en las voces favoritas de aquel Brasil que se resistía a la dictadura y que, a pesar de todo, no perdía la alegría, el entusiasmo y las ganas de gozar la vida con expresiones que iban del rock, el funk, el reggae y el jazz, que se podían compaginar con la música nordestina traída por miles de personas que llegaban a las ciudades del sur; la denominada samba do morro y, cómo no, la bossa nova, aunque con nuevas perspectivas (“mucho choro y rock n’ roll”, decía sobre aquellos tiempos otro de sus genios inmortales).
Muchos dicen que en Brasil no valoraron a Astrud como se lo habría merecido, y no deja de ser diciente que el último concierto de ella en su país natal fuera en 1965; es decir, apenas cuando arrancaba su carrera. Y es que mientras la bossa nova, que no dejó de ser una influencia fundamental, dejaba de ser el símbolo de la juventud rebelde, en otros lugares del mundo continuó siendo venerada e interpretada, así fuera también domesticada al convertirse en parte del soft jazz (para algunos, música de ascensor), aunque siempre con notables creadores e intérpretes. Mientras tanto, Astrud permaneció en Estados Unidos, cantando bossa nova y no solo composiciones de otros, sino algunas propias que dejaron ver un notable crecimiento artístico que le ayudó a continuar con su carrera en los escenarios donde estuvo por mucho tiempo cantando, grabando, encantando y transportando a sus oyentes a momentos que ya no existen y lugares que ahora son muy diferentes.
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El caso es que ha muerto, tal vez de forma sorpresiva a sus 83 años, Astrud Gilberto, una mujer que transmitió elegancia, levedad, sensualidad y, sin duda, modernidad. Ya hacía un buen tiempo que se había retirado de los escenarios (2001) y no había vuelto a dar entrevistas (o eso creo yo, que busqué alguna y no encontré). Y sé que suena a lugar común, pero vale decir que, a pesar de su desaparición física, nombres como el de ella siempre serán eternos para los que seguimos con pasión a toda esta música maravillosa que nos ha transportado a nuevos mundos.
Y sí, seguro que Astrud no tuvo jamás la potencia y la vitalidad de María Bethânia, la versatilidad ni musicalidad de Elis Regina; tampoco contó con la voz majestuosa y cristalina de Gal Costa, o el compromiso social y político, además de la ambición artística, de Nara Leão. Todo eso es cierto, pero también lo es que la voz de la “Garota de Ipanema”, quien la grabó por primera vez de manera brillante, al punto de hacerla tan suya como João, Vinícius, Tom y hasta el mismo Getz, es la de ella, y que su camino, como dice un amigo mío al que le debo un texto, nos invitó a soñar, porque su música siempre será nuestra savia y, por supuesto, nuestra agua de beber.
* Petrit Baquero es historiador, politólogo, músico y melómano. Autor de los libros El ABC de la mafia: radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012) y La nueva guerra verde (Planeta, 2017).