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La anécdota es poco conocida, así como poco, poquísimo si se tiene en cuenta el contexto, fue el público que la atestiguó: 15 personas. Ese mismo público, en algún escenario de la ciudad de Bucaramanga, por allá a mediados de los noventa, se había quedado esperando, después de varios retrasos por asuntos técnicos, el último turno para cantar que le correspondía a un cantante vallenato.
“¿Cuántos somos, 10, 15? Muy bien: a esos 15 les voy a cantar buen vallenato. Gracias por quedarse”. El cantante, con una voz nítida y afinada, les cumplió: interpretó canciones representativas de eso que les había prometido; cantó, como si nada estuviera pasando fuera de lo normal, buena música vallenata, que es lo que ha hecho por más de 36 años que tiene de vida musical.
Se habían quedado y al final había valido la pena, pues gozaron con una presentación que a esa altura se pareció más a una parranda de amigos que a un concierto desolado. (Le recomendamos: Crispín Villazón debuta en la música con “Viejo trapiche”).
El cantante se llama Iván Francisco Villazón Aponte, quien nació en Valledupar un 25 de octubre de 1959.
Fue un hecho poco conocido, decía, y ya lejano en el tiempo, tal vez diluido incluso en la memoria de su protagonista (o no), pero que dibuja lo que ha sido Villazón y su aporte al folclor vallenato en más de tres décadas, pues él, además de uno de los mejores intérpretes del género, ha sido eso: un defensor de la esencia de esta expresión musical: esencia narrativa y vivencial.
Así lo contó, en entrevista con El Espectador: “Algo fundamental en una canción realmente vallenata es que, necesariamente, debe ser nacida de una experiencia vivida, producto de una inspiración verdadera”.
Treinta y seis son muchos años de carrera profesional, una carrera fundamentalmente exitosa, sin embargo, a este músico no le fue nada fácil comenzar, pues bajo las líneas lógicas de su tradición familiar, Iván Villazón tendría que haber sido abogado o político, o las dos cosas, como su papá, Crispín Villazón de Armas.
Contrario a esta especie de camino predestinado eligió otra tradición, quizá la más fuerte en su ciudad, aunque en su momento no tan bien vista por los ojos de su familia como la mejor opción profesional: la tradición de los cantos vallenatos. El tiempo y una carrera consolidada le han dado la tranquilidad, y el gusto, de no haberse equivocado al tomar la decisión de escuchar el grito silencioso de su corazón y convertirse en cantante. Apostó por construir su propio camino al margen del aparente prestigio que perdía con ello. Apostó y ganó. Ganaron: él y la música vallenata.
Su más reciente ‘apuesta’ se llama Obras son amores, una canción que es, justamente, un homenaje a ese vallenato genuino, cultivado por compositores como Leandro Díaz, Luis Enrique Martínez, Hernando Marín, Juancho Rois y Carlos Huertas, entre otros, y con los cuales, además de respeto y admiración artística, el cantante tuvo experiencias vivenciales.
“Con todos estos juglares que menciona la canción tuve la oportunidad de parrandear: de gozármelos, de vivirlos, de conocerlos. Cuando cumplí como 23 o 24 años, por ejemplo, mi papá me festejó el cumpleaños y llevó a la casa al maestro Luis Enrique Martínez. Tuve el placer de cantar con él tocando el acordeón. Duramos dos días, así, literalmente: dos días parrandeando. También estuve en parranda, por mencionar otro caso, con el maestro Carlos Huertas. Estuve con él en un patio, bajo un palo e’ mango, no una sino varias veces. Estos juglares lo marcaban a uno. Eran gente, a nivel musical, muy impresionante, gente con unas capacidades artísticas extraordinarias”, comentó el músico.
En Obras son amores, el compositor Efrén Calderón se vale del recuerdo y la imaginación para entablar una conversación con Leandro Díaz acerca del destino de estos y otros músicos ya desaparecidos.
Sobre esto, apuntó el interprete: “Lo que la canción dice, lastimosamente, es una verdad de a puño, pues estos juglares, después de haber hecho tan grande nuestro folclor, la gran mayoría murió en precarias condiciones económicas. Eso me llenó de nostalgia y de tristeza y me impulsó a grabarla. hoy puedo decirte que hay múltiples personas que han sentido lo mismo y que la canción está sonando muy bien en las emisoras y ha llegado muy bien a los amantes de nuestra música vallenata”.
No es gratuito, pues Iván Villazón desde siempre ha escogido la calidad musical como sello característico de su trabajo. Muestra de ello es que lo han acompañado varios de los mejores ejecutores del acordeón: Gonzalo ‘El Cocha’ Molina, ‘Beto’ Villa, Franco Argüelles y Saúl Lallemand, entre otros.
También se ha distinguido por ser muy cuidadoso a la hora de elegir los compositores de las canciones para sus producciones discográficas. Entre muchos otros, ha grabado temas como Caminitos del Valle y La Fuerza del amor, de Iván Ovalle; Que siga la fiesta y Quién va a ser mi vida de José Alfonso “El Chiche” Maestre; Un Mar de lágrimas y El Inconvenientico de Fernando Dangond Castro; El Pechiche y La Cometa loca de Camilo Namén. Así como discos como El Vallenato Mayor con el reconocido acordeonero José María ‘Chema’ Ramos, o Los Juglares Legendarios con Saúl Lallemand, discos en los que se honra especialmente el vallenato más típico y raizal.
En defensa de la nostalgia
“Parece que por estas tierras se está poniendo de moda el repudio a la nostalgia, burlarse de ella, compararla con lo ridículo, e, incluso, llegar al extremo de considerarla vergonzosa”. Así, en octubre del año 1988, empezó una nota de prensa (luego compilada con otras en el libro La Nostalgia de Alcatraz) el periodista y escritor Juan Gossaín, en la que, en líneas generales, alude a la nostalgia y la resalta como un sentimiento valioso que, entre otras cosas, permite lo poético en una obra musical, o literaria.
Tal vez eso es lo que hacen los defensores de una cultura y sus expresiones: defender la nostalgia; luchar por no perder de vista el pasado, esos ‘tiempos idos’ en los que se forjaron las raíces de una tradición representativa de cualquier cultura o actividad humana. Iván Villazón es un gran cantante del folclor vallenato, claro, pero además de eso es un defensor de la nostalgia: alguien que alza la voz para defender el sentido poético que ésta le imprime a la expresión musical de la que él hace parte.