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                                                                                                                                  Jacques Offenbach, el inventor de la opereta

                                                                                                                                  El 20 de junio de 1819 vino al mundo en Colonia (Alemania) un niño judío llamado Jakob Offenbach, a quien le estaba reservada la gloria de crear un género musical nuevo: la opereta.

                                                                                                                                  Ricardo Bada

                                                                                                                                  Jacques Offenbach (1819 - 1880). / Ilustración El Espectador.
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Obras como La viuda alegre, de Lehar, El murciélago, de Strauss, y La corte de Faraón, de Vicente Lleó, que se siguen poniendo en escena en todo el mundo, tal vez no hubieran sido compuestas sin el antecedente de las obras de ese gran artista que fue Offenbach. Y ni qué decir tiene que los llamados “musicales” —desde My Fair Lady a Miss Saigón, pasando por West Side Story, Jesus Christ Superstar, Hair y Cats, entre otras— también provienen en línea recta de la obra de Offenbach, si bien aportan a ella un elemento fundamental: los bailables.

                                                                                                                                  Read more!

                                                                                                                                  Por su parte, La corte de Faraón suele ser clasificada como “zarzuela”, pero los autores del libreto la subtitularon como “opereta bíblica”, que es lo que es.

                                                                                                                                  Offenbach, hijo del Kantor de una sinagoga colonesa, demostró ya muy niño poseer grandes facultades para la música, y desde los cuatro años recibió clases de violín. A los 14 lo enviaron a París para que estudiase violonchelo, cosa que estuvo a punto de no poder hacer porque los estatutos del Conservatorio parisino no permitían la admisión de extranjeros, pese a que, pura paradoja, su director era un italiano: el compositor Luigi Cherubini. Ni siquiera Liszt, diez años antes, había logrado que lo admitieran. Pero el padre de Offenbach era tenaz y no cejó hasta conseguir que se hiciese una excepción con su hijo, quien pronto se desempeñó como chelista en la Opéra Comique, aprendió el arte de la composición con Jacques Fromental Halévy (suegro de Bizet, el autor de Carmen), y tras convertir su nombre alemán —Jakob— en el resueltamente francés Jacques, se convirtió al catolicismo, y el 13 de agosto de 1844 se casó con Herminia de Alcaín, hija de padre vasco español y madre francesa. Es, por cierto, falso que Herminia fuese hija de un general carlista de las guerras civiles españolas en el siglo XIX, un error que se encuentra en muchas biografías de Offenbach. Un error grave porque los Alcaín de San Sebastián eran liberales; es decir, los enemigos declarados del carlismo.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  No debo dejar de mencionar sus operetas con temas y personajes latinoamericanos, La Perricholi (1868) —ambientada en la Lima virreinal— y La criolla (1875). Y del mismo año que La Perricholi es La isla de Tulipatán, que aborda con un siglo de anticipación el tema transgenérico con un argumento enrevesado en el que el rey de Tulipatán tiene una hija que es un hijo, y su gran senescal, un hijo que es una hija, creándose en la escena una confusión —con happy end, eso sí— que es todo un guiño travieso al travestismo.

                                                                                                                                  En la cima de su fama, las tornas se vuelven con la guerra franco-prusiana de 1870. Offenbach se ve acusado como espía de Bismarck por los franceses y como traidor a la patria en Alemania. Puso a salvo a su familia en España y se marchó a Italia. Cuando regresó a Francia, los gustos del público habían cambiado tras la caída del segundo Imperio, el de Napoleón III y la española Eugenia de Montijo. Fracasó un segundo intento de fundar un teatro y una gira emprendida por los Estados Unidos en 1876.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Mientras se estaba empezando a ensayar Los cuentos de Hoffmann, Offenbach murió en la mayor pobreza el 5 de octubre de 1880, antes del estreno de su obra maestra, el 10 de octubre de 1881, cuatro meses y cinco días tras la muerte del compositor, que la dejó incompleta. Su familia le encargó a Ernest Guiraud que la terminase y el suyo es un libreto que a lo largo de los años ha sufrido muchas modificaciones que afectan en especial a la tercera parte, a veces suprimida por completo, excepto La barcarola.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  En 1974, el director de orquesta francés Antonio de Almeida, hijo de padre portugués y madre norteamericana, y ahijado de Arthur Rubinstein, descubrió unos originales de Offenbach que le permitieron llevar a cabo en 1978 una edición crítica de la partitura de Los cuentos de Hoffmann restituyéndole las intenciones de su autor. Luego, en 1984, en Londres, también descubrieron otros originales de Offenbach y fue el musicólogo inglés Michael Kaye (autor del libro El Puccini desconocido) quien armó la partitura que podemos considerar definitiva —mientras no se descubran nuevos originales— y esa es la versión que se representa en la actualidad.

                                                                                                                                  Su Barcarola bastaría para asegurarle la inmortalidad a Offenbach, aun cuando prefiero con mucho el aria de Olympia Les oiseaux dans la charmille en la genial interpretación de Diana Damrau:

                                                                                                                                  https://www.youtube.com/watch?v=TUect1MkNAo

                                                                                                                                  Jacques Offenbach (1819 - 1880). / Ilustración El Espectador.
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Obras como La viuda alegre, de Lehar, El murciélago, de Strauss, y La corte de Faraón, de Vicente Lleó, que se siguen poniendo en escena en todo el mundo, tal vez no hubieran sido compuestas sin el antecedente de las obras de ese gran artista que fue Offenbach. Y ni qué decir tiene que los llamados “musicales” —desde My Fair Lady a Miss Saigón, pasando por West Side Story, Jesus Christ Superstar, Hair y Cats, entre otras— también provienen en línea recta de la obra de Offenbach, si bien aportan a ella un elemento fundamental: los bailables.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Offenbach, hijo del Kantor de una sinagoga colonesa, demostró ya muy niño poseer grandes facultades para la música, y desde los cuatro años recibió clases de violín. A los 14 lo enviaron a París para que estudiase violonchelo, cosa que estuvo a punto de no poder hacer porque los estatutos del Conservatorio parisino no permitían la admisión de extranjeros, pese a que, pura paradoja, su director era un italiano: el compositor Luigi Cherubini. Ni siquiera Liszt, diez años antes, había logrado que lo admitieran. Pero el padre de Offenbach era tenaz y no cejó hasta conseguir que se hiciese una excepción con su hijo, quien pronto se desempeñó como chelista en la Opéra Comique, aprendió el arte de la composición con Jacques Fromental Halévy (suegro de Bizet, el autor de Carmen), y tras convertir su nombre alemán —Jakob— en el resueltamente francés Jacques, se convirtió al catolicismo, y el 13 de agosto de 1844 se casó con Herminia de Alcaín, hija de padre vasco español y madre francesa. Es, por cierto, falso que Herminia fuese hija de un general carlista de las guerras civiles españolas en el siglo XIX, un error que se encuentra en muchas biografías de Offenbach. Un error grave porque los Alcaín de San Sebastián eran liberales; es decir, los enemigos declarados del carlismo.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  No debo dejar de mencionar sus operetas con temas y personajes latinoamericanos, La Perricholi (1868) —ambientada en la Lima virreinal— y La criolla (1875). Y del mismo año que La Perricholi es La isla de Tulipatán, que aborda con un siglo de anticipación el tema transgenérico con un argumento enrevesado en el que el rey de Tulipatán tiene una hija que es un hijo, y su gran senescal, un hijo que es una hija, creándose en la escena una confusión —con happy end, eso sí— que es todo un guiño travieso al travestismo.

                                                                                                                                  En la cima de su fama, las tornas se vuelven con la guerra franco-prusiana de 1870. Offenbach se ve acusado como espía de Bismarck por los franceses y como traidor a la patria en Alemania. Puso a salvo a su familia en España y se marchó a Italia. Cuando regresó a Francia, los gustos del público habían cambiado tras la caída del segundo Imperio, el de Napoleón III y la española Eugenia de Montijo. Fracasó un segundo intento de fundar un teatro y una gira emprendida por los Estados Unidos en 1876.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Mientras se estaba empezando a ensayar Los cuentos de Hoffmann, Offenbach murió en la mayor pobreza el 5 de octubre de 1880, antes del estreno de su obra maestra, el 10 de octubre de 1881, cuatro meses y cinco días tras la muerte del compositor, que la dejó incompleta. Su familia le encargó a Ernest Guiraud que la terminase y el suyo es un libreto que a lo largo de los años ha sufrido muchas modificaciones que afectan en especial a la tercera parte, a veces suprimida por completo, excepto La barcarola.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  En 1974, el director de orquesta francés Antonio de Almeida, hijo de padre portugués y madre norteamericana, y ahijado de Arthur Rubinstein, descubrió unos originales de Offenbach que le permitieron llevar a cabo en 1978 una edición crítica de la partitura de Los cuentos de Hoffmann restituyéndole las intenciones de su autor. Luego, en 1984, en Londres, también descubrieron otros originales de Offenbach y fue el musicólogo inglés Michael Kaye (autor del libro El Puccini desconocido) quien armó la partitura que podemos considerar definitiva —mientras no se descubran nuevos originales— y esa es la versión que se representa en la actualidad.

                                                                                                                                  Su Barcarola bastaría para asegurarle la inmortalidad a Offenbach, aun cuando prefiero con mucho el aria de Olympia Les oiseaux dans la charmille en la genial interpretación de Diana Damrau:

                                                                                                                                  https://www.youtube.com/watch?v=TUect1MkNAo

                                                                                                                                  Por Ricardo Bada

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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