Joaquín Sabina: desajustes y memorias de un artista disoluto
Esta noche se presenta en el Movistar Arena el cantautor español, de 74 años. “Contra todo pronóstico” es el nombre de su más reciente gira, que comenzó en octubre del año pasado.
Andrés Osorio Guillott
Mariano Zugasti es el personaje más anónimo de la vida de Joaquín Sabina y a la vez uno de los más influyentes. Era el año de 1970. Tenía 21 años. Su juventud la vivió con el vigor de esa etapa y sus pasiones, las altas y las bajas, las empezó a decantar en la poesía y el activismo. Con un espíritu revolucionario, hizo parte de un acto terrorista en una sucursal del Banco de Bilbao, en la que junto a otros compañeros de la universidad puso un coctel molotov. Las autoridades sabían quiénes fueron los autores de lo sucedido, y además de la presión de saber que estaba siendo buscado, sabía que estaba próximo a prestar servicio militar, de manera que buscó desesperadamente huir de su país y el destino era Londres, que era “un espacio sideral” para él, según contó en una entrevista para “Rolling Stone”, una ciudad que decidió también porque por ese entonces tenía una novia de origen inglés. Pero la huida no era sencilla, y como si los dados hubieran jugado a su favor, apareció Zugasti para cambiar el curso de su destino: “Una noche conozco a este tipo durante ocho horas y el tío me da su pasaporte, sin conocerle, con el peligro que aquello implicaba, a cambio de nada. Solo tuve que cambiar la foto, aunque después, en Londres, me hice experto en ese tipo de falsificaciones. Cada vez que necesito creer en el género humano, pienso en el acto de Mariano Zugasti”, cita Javier Menéndez en el libro “Perdonen la tristeza”, biografía de Sabina.
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Mariano Zugasti es el personaje más anónimo de la vida de Joaquín Sabina y a la vez uno de los más influyentes. Era el año de 1970. Tenía 21 años. Su juventud la vivió con el vigor de esa etapa y sus pasiones, las altas y las bajas, las empezó a decantar en la poesía y el activismo. Con un espíritu revolucionario, hizo parte de un acto terrorista en una sucursal del Banco de Bilbao, en la que junto a otros compañeros de la universidad puso un coctel molotov. Las autoridades sabían quiénes fueron los autores de lo sucedido, y además de la presión de saber que estaba siendo buscado, sabía que estaba próximo a prestar servicio militar, de manera que buscó desesperadamente huir de su país y el destino era Londres, que era “un espacio sideral” para él, según contó en una entrevista para “Rolling Stone”, una ciudad que decidió también porque por ese entonces tenía una novia de origen inglés. Pero la huida no era sencilla, y como si los dados hubieran jugado a su favor, apareció Zugasti para cambiar el curso de su destino: “Una noche conozco a este tipo durante ocho horas y el tío me da su pasaporte, sin conocerle, con el peligro que aquello implicaba, a cambio de nada. Solo tuve que cambiar la foto, aunque después, en Londres, me hice experto en ese tipo de falsificaciones. Cada vez que necesito creer en el género humano, pienso en el acto de Mariano Zugasti”, cita Javier Menéndez en el libro “Perdonen la tristeza”, biografía de Sabina.
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Los años que seguirían serían edificantes para su vida y obra. “Dormía de un tirón cada vez que encontraba una cama. / Había días que tocaba comer, había noches que no”, dice en la canción “Cuando era joven”, porque pasó un tiempo siendo un “ocupa”, despojándose de la obsesiva idea de un destino asegurado, retando a la vida a que le entregara lo que correspondiera con el afán de cada día. Con una guitarra, una como la que escogió el día que su papá quiso premiarlo por haberse graduado, a cambio del reloj que le había ofrecido, empezó a componer inspirado en el rock inglés, los Beatles, Bob Dylan y en canciones que, como las suyas, parecían poemas y manifiestos de tiempos en los que la libertad fue más quimera que nunca.
“Mi padre me dejó algo que es casi lo más importante que tengo: el amor a las palabras. A juntar palabras y contar historias. Él era uno de esos poetas de provincias que cuando se casaba una sobrina le dedicaba un romance. Todavía tengo sus obras completas, mil tomos encuadernados por él, con cientos de poesías a cualquier cosa. Eso se lo agradezco muchísimo. Nos escribíamos los sobres de las cartas en sonetos, y en la mili era una vergüenza porque el cabo leía en voz alta los sobres delante de toda la compañía”. Esos recuerdos, así como el de haber creado a sus 14 años junto a tres amigos más la banda The Merry Youngs terminan siendo los rastros de una memoria que guarda amores, desamores, infortunios, aciertos, irreverencias, rebeldías y miles de imágenes que se resumen en esas palabras que siguen vigentes y se leen en fragmentos como este “Siempre he querido envejecer sin dignidad”.
Luego de su “desexilio” —parafraseando a Mario Benedetti—, Sabina regresó a España y desde entonces combinó en su obra poesía y música, la primera nutrida por autores como César Vallejo y Pablo Neruda, y la segunda construida desde la diversidad del flamenco, el tango o la ranchera.
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Su música, pero sobre todo su visión del mundo, lo llevaron también a quedar en la historia del Atlético de Madrid, equipo del que es hincha, pues cantó el himno del centenario del equipo y es gracias a la “manera de aguantar, de crecer, de sentir, de soñar” que despierta el “Aleti” que Sabina logra reafirmar que su apuesta ha sido por el coraje, por ver el lado poético de la derrota y del desajuste a su tiempo.
En su carrera musical se suelen evocar en los recuerdos a dos grandes: Joan Manuel Serrat, con quien comparte la pasión por la poesía, y Fito Páez, que no solo supo ser amigo, sino también su “enemigo íntimo”.
—Hola, ¿Joaquín? —pregunta el argentino.
—¿Quién habla? —responde Sabina.
—Soy Fito Páez y te llamo para decirte que eres uno de los cabrones más grandes que jamás he conocido y que ese puto verso de ‘y morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan, nunca mueren’... ¡es lo mejor que se ha escrito sobre el maldito amor en la historia del puto mundo! —cuenta el argentino sobre la vez que habló con Sabina por primera vez, en su libro “Diario de viaje (algunas confesiones y anexos)”.
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Una reverencia a los contrarios de la vida ortodoxa y políticamente correcta. Sabina, en sus palabras, o mejor en sus versos, brinda “por los pecados contra la prudencia (...) por los abuelos sin medallas / que no cuentan batallas a sus nietos (...) por los pecados que cometería (...) por los amores clandestinos (...) por los pecados veniales, / por el orgullo de los vagabundos (...) por la memoria sin olvido (...) por los heridos, por los caminantes (...) Brindo por los que brindan con cualquiera / que tenga un corazón noble y caliente”.
Volverlo a ver en un escenario es ser testigo de un artista que se resiste al abandono del tiempo, repudia el olvido y le teme como aliado de la muerte. Irreverente, orgulloso de su camino, tan humano como todos, pero tan grande como pocos: “No tengo nada que olvidar de mi pasado / Por eso espero que el olvido no se olvide de quien fui / He dado más de lo que algunos me han robado / Sin olvidar a la que se olvidó de mí”.