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“Closer” de Joy Division: el sonido de un alma y una ciudad en ruinas

Se cumplen cuarenta años del lanzamiento de Closer, segundo y último álbum de la agrupación británica Joy Division. Breve reseña sobre un clásico del post punk que sigue estando vigente por su siniestro y hermoso retrato del sufrimiento y la fragilidad humana.

David Martínez Houghton
23 de julio de 2020 - 05:15 p. m.
Ian Curtis, quien murió en 1980, fue el vocalista de la banda británica Joy Division.
Ian Curtis, quien murió en 1980, fue el vocalista de la banda británica Joy Division.
Foto: Archivo

A finales de la década del setenta, el entorno posindustrial de la ciudad de Manchester era uno de los signos más evidentes de la crisis del capitalismo y del estado de bienestar: barrios obreros empobrecidos, fábricas abandonadas, altos índices de desempleo, contaminación y, sobre todo, un clima espiritual de escepticismo y negatividad que terminó por encumbrar el proyecto neoliberal de Margaret Tatcher. Una atmósfera distópica que definió el fin de siglo en esta ciudad, cuna y sepulcro del capitalismo industrial europeo. En medio de ese paisaje arruinado, la música de Joy Division fue la síntesis sonora de todas las contradicciones. Una visión oscura, decadente y futurista que alcanzó su máxima expresión en 1980 con el lanzamiento de Closer, obra cumbre y testamento de una de las agrupaciones más influyentes de las últimas décadas.

Lanzado al mercado el 19 de julio de 1980 bajo el sello Factory, por entonces epicentro de la cultura musical de Manchester, Closer fue la consagración de un proyecto que supo sobresalir en medio de esa prolífica e impresionante camada de músicos y artistas que fueron luego asociados bajo la etiqueta del post punk. Basta mencionar que, a comienzos de ese mismo año, la escena musical anglosajona ya había visto nacer propuestas tan vanguardistas como el industrial corrosivo de Throbbing Gristle, el surrealismo narcótico de The Fall o el pop bizarro de Cabaret Voltaire, todas ellas exponentes de una estética que llevaba el grito inicial del punk a un límite de sofisticación repleto de influencias literarias y referencias al arte moderno; un escenario en el que William Burroughs o la Bauhaus tenían más influencia que los Rolling Stones en la formación de nuevas bandas de rock. En este contexto, Joy Division se convirtió rápidamente en uno de los proyectos más visibles de esa generación: una singular propuesta que mezclaba el post punk gótico, motivos literarios tomados de Kafka y Dostievsky, una extraña fascinación con las historias bizarras de la II Guerra Mundial y una admiración por forajidos como Lou Reed o Iggy Pop.

A pesar de que el lanzamiento de Closer está trágicamente marcado por el suicidio del cantante de la banda, Ian Curtis, su significado desborda el de ser testamento de un artista atormentado y enfermo. Esta tendencia a reducir la importancia de Joy Division a la genialidad de su cantante puede verse contrastada de forma muy completa en el documental de 2007 dirigido por Grant Gee. Si bien el estado emocional de Curtis fue clave para darle esa atmósfera siniestra a las letras, es imposible pasar por alto el sonido minimalista, espacial, del conjunto formado por el guitarrista Bernard Sumner, el baterista Steven Morris y el bajista Peter Hook. Una coherencia musical que fue muy reconocida por aquellos que pudieron ver a la banda en vivo. Buena parte de esta innovación sería desarrollada luego de la muerte de Curtis, cuando los tres integrantes sobrevivientes se reinventaron en New Order, una de las agrupaciones más exitosas y definitivas de la electrónica y el synth pop de los ochentas. Por su parte, el trabajo de Martin Hannett en la producción ayudó a dar carácter y profundidad a un disco que desde su aparición estuvo destinado a ser un clásico de los ochentas.

Si su álbum debut, Unknown Pleasures (Factory/1979), había sido un primer atisbo de la aparente paradoja entre la fuerza primitiva y el espíritu futurista que se percibe en el sonido de Joy Division, en Closer esos elementos se refinaron y alcanzaron una madurez inusual en una banda cuyos integrantes apenas superaban la veintena en el momento de su grabación. En este segundo disco son más fácilmente apreciables la guitarra metálica, afilada y el sintetizador lleno de efectos creando melodías mínimas que se superponen al bajo denso y a la nítida aridez de la batería; base instrumental que sirvió de soporte y complemento a la voz profunda de Curtis, portadora de oscuros heraldos que anunciaban el fin de una era. Sin embargo, son las ideas y el trabajo de un intoxicado Martin Hannett los que logran definir muy bien los contornos de esa fuerza abrasiva. Inspirado por las técnicas de grabación del dub jamaiquino y ayudado por un repertorio de artefactos novedosos para la época, Hannett le imprimió a la grabación una serie de efectos (filtros, ecos, delays) que lograron esa atmósfera de distopía post industrial que caracteriza a este disco.

Desde que escuchamos la batería tribal y apocalíptica que abre el primer tema, Atrocity Exhibition, sabemos que se trata de un álbum que propone una experiencia devastadoramente hermosa, como esos recuerdos oscuros de nuestra vida que inevitablemente evocamos en los momentos de soledad. Canciones que evocan un lugar frío, solitario y, sin embargo, muy conocido para cualquiera que haya estado solo con sus pensamientos, más en este encierro tan cargado de energía fatalista. Inspirado por la ciencia ficción retorcida y fascinante del escritor J.G. Ballard, en este primer corte escuchamos a Curtis cantar: “Asylums with doors open wide/ Where people had paid to see inside/ For entertainment they watch his body twist/ Behind his eyes he says, ‘I still exist.’” (Asilos con puertas abiertas/ Donde la gente había pagado para ver adentro/ Para entretenerse, miran su cuerpo retorcerse/ Detrás de sus ojos dice: “Todavía existo”). El carácter monótono de la percusión y el manejo preciso e incisivo de los otros instrumentos muestran en qué medida la propuesta de Joy Division estaba más cerca de la experimentación de bandas alemanas como Can, Kraftwerk y Neu! que del grito visceral pero carente de glamour de los Sex Pistols.

Los temas siguientes oscilan entre el futurismo decadente de Isolation y The Eternal, llenos del efecto espacial que dan los sintetizadores, y la contundencia de las canciones basadas en el sonido de la guitarra como Passover, Twenty Four Hours o A Means to an End. La base rítmica del grupo muestra siempre una consistencia demoledora: una percusión seca, repetitiva, que suena a veces como un latigazo, dialoga fluidamente con el sonido característico del bajo de Hook, siempre basado en las notas más altas y tocado con mucha fuerza. Por eso deja de ser contradictorio que un tema tan sombrío como Isolation se vaya revelando al mismo tiempo como una pieza que fácilmente puede ponerse en una pista de baile: de repente sentimos nuestro cuerpo animado por la cadencia hipnótica de la música, mientras la voz nos va soltando confesiones de una sinceridad aterradora, sobre todo viniendo de alguien que en ese punto había decidido poner fin a todo: “Mother I tried please believe me/ I’m doing the best that I can/ I’m ashamed of the things I’ve been put through/ I’m ashamed of the person I am” (Madre, lo intenté, por favor créeme / Estoy haciendo lo mejor que puedo / Me avergüenzo de las cosas que me han pasado/ Me avergüenzo de la persona que soy).

El cierre, la profética Decades, le da una vuelta de tuerca al demoledor diagnóstico que Joy Division traza sobre su generación. Un tema claramente influenciado por el ambient oscuro de David Bowie en su disco Low (1977) en el que Curtis resume la experiencia de ser joven en un mundo en ruinas: “Here are the young men/ the weight on their shoulders/ Here are the young men/ well where have they been?/ We knocked on the doors of Hell’s darker chamber/ Pushed to the limit, we dragged ourselves in […] Portrayal of the trauma and degeneration/ The sorrows we suffered and never were free” (Aquí están los jóvenes, el peso sobre sus hombros/ Aquí están los jóvenes, ¿dónde han estado?/ Llamamos a las puertas de la cámara más oscura del infierno/ Empujados hasta el límite, nos arrastramos […] Representación del trauma y la degeneración/ Las penas que sufrimos y nunca fueron libres). Difícilmente podremos encontrar una síntesis musical más precisa a la hora de retratar el pesimismo creador que marcó a esta generación de artistas y que, aún hoy, sigue siendo un rasgo esencial de la cultura pop.

La carátula del disco, diseñada por Peter Saville, fue un detalle que condensó toda la propuesta sonora: una sobria pero dramática fotografía a blanco y negro de una tumba en un cementerio de Genova que muestra a Jesús en el sepulcro. Por supuesto, estos detalles adquirieron una connotación más enigmática luego de la muerte del vocalista, pues acentuó ese halo de fatalidad que sirvió también para comercializar la imagen de la banda. Todo este énfasis en la oscuridad puede resultar poco atractivo en un momento como el nuestro, a veces saturado por mensajes de optimismo vacío y felicidad de manual. Sin embargo, la minuciosa producción del disco, su fuerza expresiva, su honestidad brutal y su visionaria propuesta sonora justifican con creces su vigencia. Un documento musical que nos lleva a encontrarnos con esos lugares oscuros del alma que a veces evitamos visitar. Quizá mirar hacia nuestros demonios sea un paso necesario para comprendernos y proyectarnos de forma más clara sobre nuestros objetivos. Al menos así lo demuestran los músicos de esta banda, que luego de este álbum se volcaron hacia el sonido más festivo y luminoso que caracterizó a New Order.

Cuarenta años después de su lanzamiento, la influencia de Closer y en general de Joy Division se hace cada vez más grande. Extrañamente, luego de su paso fugaz por la escena musical británica, Joy Division abrió el camino para que esa ciudad se convirtiera en una meca de la música pop que ha dado nombres tan grandes como The Smiths, The Stone Roses o The Chemical Brothers. Más allá de su repetitiva aparición en camisetas y otros objetos de esnobismo hipster, su propuesta gótica, decadente y arriesgada fue clave para la formación de otros grandes como Nine Inch Nails, Ministry y Radiohead. También ha sido referencia ineludible para proyectos de la última década como IDLES, The National, LCD Soundsystem, Interpol o incluso para artistas del mundo del hip hop como Danny Brown, Tyler, The Creator, Vince Staples o Earl Sweatshirt. En América Latina, su influencia se extiende desde Soda Stereo, Fobia y Caifanes, pasando por la agrupación colombiana 1280 Almas, la chilena Lucybell o más recientemente la banda de Medellín Margarita Siempre Viva. Pocas veces un grupo con una trayectoria tan breve resulta ser tan definitivo para la posteridad.

Por David Martínez Houghton

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