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Más que estrenar su nacionalidad, está reafirmando su esencia pues, aunque su ascendencia y figura parezcan ubicarla en la cultura británica, lo cierto es que Katie James es digna hija del Tolima grande, colombiana de pura cepa, criada desde su primera infancia entre gallinas y sembrados, trepada en los árboles bajando frutas, cosechando la comida con sus propias manos y aprendiendo desde la cotidianidad nuestra idiosincrasia, como si hubiera nacido en este suelo.
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Aunque acumula más de quince años de experiencia en la música colombiana, solo ha participado en dos festivales de música tradicional. Tal vez por esto, su debut en un certamen como el XXXVI Festival Nacional de la Música Colombiana, que ahora es patrimonio cultural y musical de la Unesco, la ha llenado de tanta satisfacción y expectativa. “¡Yo me sorprendí mucho! ¡Me sentí feliz y sobre todo honrada! ¡Un poco asustada también… estaré compartiendo escenario con tremendos artistas!”, expresa la cantautora Katie James.
Ella será una de las invitadas al concierto de gala de lanzamiento, este viernes 4 de marzo, en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. Allí dará tributo a la obra de Jorge Villamil Cordovez, de la mano con María Isabel Saavedra, Margarita Dueto Vocal, los compositores Orlando Laverde y María Isabel Mejía, y los duetos Lina y Julián, Armonizando Dúo y Simisol. También subirá al escenario del Centro de Convenciones en la Ciudad Musical de Colombia para inaugurar el Festival del 15 al 21 de marzo, en homenaje a los compositores Guillermo Calderón Perdomo, Álvaro Córdoba Farfán y al bolivarense Adolfo Pacheco Anillo.
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Licenciada en Música de la Universidad Incca de Colombia, como cantautora Katie James ha tenido diversos referentes musicales en lengua hispana, empezando por sus vecinos en la ruralidad del municipio de Icononzo, con quienes tarareó las primeras canciones. También artistas como Victoria Sur, Marta Gómez, Luz Marina Posada, Niyireth Alarcón y Claudia Gómez: “¡Uy!, acabo de darme cuenta de que solo nombré a mujeres. Pero de los músicos más tradicionales, los duetos Silva y Villalba y Garzón y Collazos arrullaron mi infancia y de ellos aprendí muchos de los clásicos de la música andina colombiana”, añade entre risas.
Al igual que todo el sector cultural del país, Katie James confiesa un importante crecimiento durante estos dos últimos años, pues se dedicó a sus estudios intensivos de guitarra, trabajó en su nuevo álbum Humano y profundizó, como todos, en el mundo digital, hizo videos, ofreció conciertos virtuales y “le compuse a la pandemia”, actividades que la mantuvieron vigente. Ahora se siente más segura, completa y madura.
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¿Cómo fue el aprendizaje del bambuco?
Yo aprendí primero escuchando. Porque creo que con el folclor es necesario interiorizar el lenguaje desde la observación auditiva y desde el sentir de estas músicas. Después, mi gran amiga Yuly Perdomo me dio unas clases para entender más cómo acompañar algunos de los ritmos de la zona andina colombiana.
Se dice que “Toitico bien empacao” es un trabajo para viralizar la música colombiana. ¿Qué piensa de esa afirmación?
¡Yo no hice más que la canción misma!, y un video muy sencillo. No hubo ningún plan, estrategia o pauta en redes sociales que lo volviera viral. De hecho, jamás imaginé lo que iba a suceder con esa canción. Para mí, sigue siendo una sorpresa que tantas personas la hayan compartido, comentado y cantado. ¡Una sorpresa muy linda, por supuesto! Lo que sí sé es que en la canción estoy hablando sobre algo importante que siento: no es justo ni lógico que haya tanta desconexión y desconocimiento del campo. ¡De allí viene nuestra comida! Y creo que esa reflexión desde ambos puntos de vista, la del campesino y la del citadino, resonó en más de un colombiano.
¿Cuándo empezó a sentir la aceptación y el cariño del público?
Desde antes del fenómeno de “Toitico bien empacao”, ya había sentido una linda aceptación. Yo cantaba con mi hermana Lu James desde niña en las escuelas y los centros culturales del Tolima y del Caquetá, y siempre sentí una acogida muy cálida por parte del público. En realidad, no puedo definir cómo sucedió. Solo se me ocurre decir que las personas se conectan con lo que es real… y eso sí, soy muy real. Lo que escuchan es lo que siento y en mi música se refleja lo que soy como ser humano.
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¿Cómo ha sido su relación con compositores, autores y músicos colombianos?
Desde niña, en la finca de mi familia en el Tolima, escuchaba música andina colombiana porque nuestros vecinos venían y compartían canciones con nosotros. Y escuchaba en las canciones todo lo que me rodeaba, como los guaduales efectivamente los veía llorar. Recuerdo particularmente, Al sur, de Jorge Villamil, uno de los compositores que más me han acompañado, La cucharita, de Jorge Velosa; Pueblito viejo, de José A. Morales, y El sanjuanero, de Anselmo Durán Plazas. Yo canto canciones clásicas y canciones más nuevas. Simplemente, canto las que más me gustan porque pienso que lo que más me guste a mí será lo que podré interpretar con más sinceridad y, de esa manera, transmitir algo más lindo al oyente.
Estuvo en México compartiendo su trabajo musical. ¿Cómo fue recibida en ese país?
¡Para mí fue una grata sorpresa saber que existe el bambuco yucateco! El bambuco migró desde Colombia a México a principios del siglo XX y se difundió en toda la península de Yucatán. También hay mucha influencia de música cubana por esa región, entonces la mezcla cultural es riquísima. Imagínate un bambuco tocado por el grupo Yahal Kab, cuyos integrantes son cubanos y mexicanos, junto al tiplista colombiano Oriol Caro y conmigo que soy colombo-anglo-irlandesa. ¡Ese fue un sancocho de nacionalidades y sentires bien sabroso!
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¿Qué ha observado del relevo generacional?
Veo una juventud activa, creadora y propositiva con respecto a la música colombiana. Hay mucho talento. No entiendo por qué algunos dicen que la música colombiana está muriendo. ¡No señores! ¡Esto no muere! Hay propuestas nuevas, algunas que seguramente turban la tranquilidad de los puristas, pero este es un proceso inevitable, natural y dinámico. La música está viva y lo vivo se transforma. Me parece responsable e importante estudiar lo tradicional. Entender las bases antes de jugar sobre ellas.
¿Qué mensaje deja a la juventud que va tras la música tradicional andina colombiana?
Simplemente: ¡disfrútenla! Cuando el artista disfruta, el espectador se contagia de ese placer.