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                                                                                                                                La muerte de Johnny Pacheco, “el zorro plateado” de la Fania

                                                                                                                                Evocación del decano de la salsa, el alma de la grandiosa Fania All-Stars, fallecido esta semana. ¿Por qué cuando se muere un grande sentimos que un pedazo de nosotros también?

                                                                                                                                Petrit Baquero * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                Johnny Pacheco, dominicano -nacido en Santiago de los Caballeros en 1935- amante de la música cubana y socio de puertorriqueños en Nueva York, supo triunfar como músico y director de orquesta, pero, sobre todo, como un empresario.
                                                                                                                                Foto: ASSOCIATED PRESS - RICHARD DREW
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Fania, como bien se sabe, con un inicio bastante modesto, resultó convirtiéndose en un imperio comercial que grabó discos, produjo conciertos, hizo películas, revistas y libros, y, sobre todo, supo promocionar un imaginario que tal vez ya existía, pero que jamás se habría potenciado de esa manera aludiendo al “barrio” con su rudeza, expresiones urbanas y sabrosura; a un “orgullo latino” -y pilas, afrocaribe-, a un hedonismo que nunca ha desaparecido, y, por supuesto, a una música que nos conectó con muchos lugares y momentos, a través de una expresión y un nombre que algunos han rechazado históricamente, pero que se regó por todas partes: la salsa. (Recomendado: Johnny Pacheco en charla con el escritor Leonardo Padura).

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                En ese contexto, este dominicano -nacido en Santiago de los Caballeros en 1935- amante de la música cubana y socio de puertorriqueños en Nueva York, supo triunfar como músico y director de orquesta, pero, sobre todo, como un empresario con gran agudeza para organizar, empaquetar, promover y difundir esa música -y ese universo cultural- que nos identifica, junta, convida e inspira. Sin duda, se trató de alguien que tuvo la pasión y visión para hacer sus sueños realidad, y que lo hizo con creces, aunque también, claro, con algunas polémicas.

                                                                                                                                Total, en este proceso, el carismático, teatral, simpático y, sin duda, astuto Juan Pacheco Kiniping “Johnny Pacheco” -también conocido como “el Faisán”, por uno de sus temas más famosos-, supo apostar por Bobby Valentín, Ray Barreto, Larry Harlow y, sobre todo, Willie Colón. De hecho, fue Pacheco el que le dijo a un tímido ponceño llamado Héctor Pérez -y a quien rebautizó como “Héctor Lavoe”- que se juntara con ese trombonista del sur del Bronx a quien -según unos por peleador y según otros por su desafinada manera de tocar- le decían “El Malo”, convirtiéndose en el mejor ejemplo -o, bueno, uno de los mejores- del sonido de la salsa de Nueva York, esa que con dureza, expresiones urbanas y mucho sabor, se regó por todos los barrios populares de gran parte de América Latina, la cual se volvió salsera, así ya lo fuera sin darse cuenta o, por supuesto, teniéndolo muy claro. (Recomendamos: Los desencuentros de Rubén Blades y Willie Colón, crónica de Petrit Baquero).

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Mejor dicho, si bien sabemos que el nombre “salsa” fue una astuta y exitosa movida comercial para poner en un solo saco a un montón de ritmos, principalmente venidos de Cuba que, además, no tan sutilmente le negaba a la isla -en tiempos de la guerra fría y desde Estados Unidos- la paternidad sobre su propia música, es claro que, con este nombre, hubo patente de corso para juntar al son, la guaracha, el guaguancó, el danzón, el chachachá, la plena, la bomba, el mambo y hasta el merengue (Pacheco era dominicano, pilas), y un poquitico la cumbia (y el rock, y la ranchera, y la música afroamericana, y la música brasilera, y muchas cosas más) para hacer tronco de merequetengue salsómano y hacernos gozar hasta el final.

                                                                                                                                Y que no se malentienda, porque la salsa es una expresión de la mezcla sonora newyorkina que acogió influencias de todas partes, las cuales, si bien no niegan una base fundamental, tuvo muchas cosas más por ahí y, si no lo creen (y así el sonido de la orquesta de Pacheco emulara al de la Sonora Matancera), oigan un boogaloo, pa´ ver si eso es solo “cuban music”.

                                                                                                                                En fin, Pacheco fue uno de los grandes, y si bien muchas veces estuvo -deliberadamente- tras bambalinas, su papel jamás se podrá negar, algo que supieron también Celia Cruz, Pete “el Conde” Rodríguez, Héctor Casanova, Tite Curet Alonso, Cheo Feliciano, Ismael Miranda, Papo Lucca y Rubén Blades (y los otros grandes músicos y arreglistas que compartieron con él).

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Eso sí, seguro que era jodido, lo cual le sirvió para lidiar con esas estrellas del firmamento salsero, y claro que cerró puertas a aquellos que, por rebeldía, no dar el casting o contar con otras formas de concebir la música, no se acomodaran al estilo que el dominicano quería promover. Con esto, seguro que cometió muchas injusticias. Y obvio que “olvidó”, muy deliberadamente, poner el nombre de los autores de ciertas canciones que se grababan, con lo cual muchos -entre los que están varios cubanos en la isla- no recibieron los derechos de autor que se merecían.

                                                                                                                                A la fija también que la Fania, al haber comprado a la mayoría de compañías de música “latina”, estandarizó las sonoridades y ayudó a amainar la riqueza musical que la diversidad -étnica, empresarial, cultural- generaba. Y seguro que sabía de las jugadas de Masucci para desconocer regalías o pagar menos de lo que correspondía, una práctica cuestionable, así muchísimos también la hicieran -y la sigan haciendo-, y que, al final, le salió bastante cara.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Pero eso no deja de lado su papel fundamental para crear, promover y difundir, como nunca antes se había hecho, todo un universo cultural que llegó para quedarse, no solo en ciertos lugares, sino en los -nuestros- corazones salseros (¿salsómanos?).

                                                                                                                                Esto, por supuesto, hace recordar que, cuando mueren los grandes artistas -como pasa con esas figuras que creemos eternas, como el legendario Chick Corea-, sentimos que un poquito de nosotros se va con ellos, pues nos han acompañado (y, claro, lo seguirán haciendo) en muchos momentos de la vida, haciéndola más llevadera y, por supuesto, divertida (yo, por lo menos, me he divertido mucho gracias a Pacheco).

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Con esto sobre la mesa, vale recordar lo que él dijo alguna vez refiriéndose a su muerte: “Cuando yo me muera quiero que me pongan en la lápida: “Aquí está Johnny Pacheco en contra de su voluntad”, pero lo que más alegra mi corazón es que cuando yo no esté mi gente seguirá cantando: ¡¡¡QUE CANTE MI GENTE, QUE CANTE MI GENTE!!!”

                                                                                                                                ¡Acuyuyé, Pacheco!

                                                                                                                                * Petrit Baquero es historiador y politólogo, músico y melómano. Autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012) y La nueva guerra verde (Planeta, 2017).

                                                                                                                                Johnny Pacheco, dominicano -nacido en Santiago de los Caballeros en 1935- amante de la música cubana y socio de puertorriqueños en Nueva York, supo triunfar como músico y director de orquesta, pero, sobre todo, como un empresario.
                                                                                                                                Foto: ASSOCIATED PRESS - RICHARD DREW
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Fania, como bien se sabe, con un inicio bastante modesto, resultó convirtiéndose en un imperio comercial que grabó discos, produjo conciertos, hizo películas, revistas y libros, y, sobre todo, supo promocionar un imaginario que tal vez ya existía, pero que jamás se habría potenciado de esa manera aludiendo al “barrio” con su rudeza, expresiones urbanas y sabrosura; a un “orgullo latino” -y pilas, afrocaribe-, a un hedonismo que nunca ha desaparecido, y, por supuesto, a una música que nos conectó con muchos lugares y momentos, a través de una expresión y un nombre que algunos han rechazado históricamente, pero que se regó por todas partes: la salsa. (Recomendado: Johnny Pacheco en charla con el escritor Leonardo Padura).

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Total, en este proceso, el carismático, teatral, simpático y, sin duda, astuto Juan Pacheco Kiniping “Johnny Pacheco” -también conocido como “el Faisán”, por uno de sus temas más famosos-, supo apostar por Bobby Valentín, Ray Barreto, Larry Harlow y, sobre todo, Willie Colón. De hecho, fue Pacheco el que le dijo a un tímido ponceño llamado Héctor Pérez -y a quien rebautizó como “Héctor Lavoe”- que se juntara con ese trombonista del sur del Bronx a quien -según unos por peleador y según otros por su desafinada manera de tocar- le decían “El Malo”, convirtiéndose en el mejor ejemplo -o, bueno, uno de los mejores- del sonido de la salsa de Nueva York, esa que con dureza, expresiones urbanas y mucho sabor, se regó por todos los barrios populares de gran parte de América Latina, la cual se volvió salsera, así ya lo fuera sin darse cuenta o, por supuesto, teniéndolo muy claro. (Recomendamos: Los desencuentros de Rubén Blades y Willie Colón, crónica de Petrit Baquero).

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Mejor dicho, si bien sabemos que el nombre “salsa” fue una astuta y exitosa movida comercial para poner en un solo saco a un montón de ritmos, principalmente venidos de Cuba que, además, no tan sutilmente le negaba a la isla -en tiempos de la guerra fría y desde Estados Unidos- la paternidad sobre su propia música, es claro que, con este nombre, hubo patente de corso para juntar al son, la guaracha, el guaguancó, el danzón, el chachachá, la plena, la bomba, el mambo y hasta el merengue (Pacheco era dominicano, pilas), y un poquitico la cumbia (y el rock, y la ranchera, y la música afroamericana, y la música brasilera, y muchas cosas más) para hacer tronco de merequetengue salsómano y hacernos gozar hasta el final.

                                                                                                                                Y que no se malentienda, porque la salsa es una expresión de la mezcla sonora newyorkina que acogió influencias de todas partes, las cuales, si bien no niegan una base fundamental, tuvo muchas cosas más por ahí y, si no lo creen (y así el sonido de la orquesta de Pacheco emulara al de la Sonora Matancera), oigan un boogaloo, pa´ ver si eso es solo “cuban music”.

                                                                                                                                En fin, Pacheco fue uno de los grandes, y si bien muchas veces estuvo -deliberadamente- tras bambalinas, su papel jamás se podrá negar, algo que supieron también Celia Cruz, Pete “el Conde” Rodríguez, Héctor Casanova, Tite Curet Alonso, Cheo Feliciano, Ismael Miranda, Papo Lucca y Rubén Blades (y los otros grandes músicos y arreglistas que compartieron con él).

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Eso sí, seguro que era jodido, lo cual le sirvió para lidiar con esas estrellas del firmamento salsero, y claro que cerró puertas a aquellos que, por rebeldía, no dar el casting o contar con otras formas de concebir la música, no se acomodaran al estilo que el dominicano quería promover. Con esto, seguro que cometió muchas injusticias. Y obvio que “olvidó”, muy deliberadamente, poner el nombre de los autores de ciertas canciones que se grababan, con lo cual muchos -entre los que están varios cubanos en la isla- no recibieron los derechos de autor que se merecían.

                                                                                                                                A la fija también que la Fania, al haber comprado a la mayoría de compañías de música “latina”, estandarizó las sonoridades y ayudó a amainar la riqueza musical que la diversidad -étnica, empresarial, cultural- generaba. Y seguro que sabía de las jugadas de Masucci para desconocer regalías o pagar menos de lo que correspondía, una práctica cuestionable, así muchísimos también la hicieran -y la sigan haciendo-, y que, al final, le salió bastante cara.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Pero eso no deja de lado su papel fundamental para crear, promover y difundir, como nunca antes se había hecho, todo un universo cultural que llegó para quedarse, no solo en ciertos lugares, sino en los -nuestros- corazones salseros (¿salsómanos?).

                                                                                                                                Esto, por supuesto, hace recordar que, cuando mueren los grandes artistas -como pasa con esas figuras que creemos eternas, como el legendario Chick Corea-, sentimos que un poquito de nosotros se va con ellos, pues nos han acompañado (y, claro, lo seguirán haciendo) en muchos momentos de la vida, haciéndola más llevadera y, por supuesto, divertida (yo, por lo menos, me he divertido mucho gracias a Pacheco).

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Con esto sobre la mesa, vale recordar lo que él dijo alguna vez refiriéndose a su muerte: “Cuando yo me muera quiero que me pongan en la lápida: “Aquí está Johnny Pacheco en contra de su voluntad”, pero lo que más alegra mi corazón es que cuando yo no esté mi gente seguirá cantando: ¡¡¡QUE CANTE MI GENTE, QUE CANTE MI GENTE!!!”

                                                                                                                                ¡Acuyuyé, Pacheco!

                                                                                                                                * Petrit Baquero es historiador y politólogo, músico y melómano. Autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012) y La nueva guerra verde (Planeta, 2017).

                                                                                                                                Por Petrit Baquero * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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