La muerte de Junior Jein y el significado para la música urbana
Revisión del legado de mezclas sonoras que deja el artista asesinado el fin de semana pasado: desde rap hasta música tradicional del Pacífico, pasando por la “Salsa Choke”, de la que fue precursor.
Petrit Baquero * / Especial para El Espectador
El lunes pasado (14 de junio), me desperté con la noticia del asesinato en Cali, la noche anterior, de Junior Jein, uno de los más importantes exponentes de lo que -equivocadamente, para mí- han denominado “música urbana”, pues esa clasificación trata de meter en un mismo saco a toda aquella expresión musical que tenga visos de hip-hop, y esta va mucho más allá.
Total, mucha de la música de Harold Angulo Vencé “Junior Jein” me gustaba como una manifestación genuina de la calle y los barrios populares en donde, sin la farsa mediática de las emisoras comerciales, se gestan, desarrollan y consumen unas prácticas culturales vivas, contundentes e impactantes. (Recomendamos: Las peleas de Willie Colón y Rubén Blades, vistas por Petrit Baquero).
Lo que hacía Junior Jein (también conocido como “El Caballo”, por ser un teso en lo que hacía) era difícil de clasificar, pues siempre presentó mezclas sonoras que a mí, al menos en un principio, me llamaban la atención y sorprendían (después, uno se va acostumbrando a esas sonoridades) en las que había bastante de rap, música tradicional del Pacífico (eso sí, bastante procesada por los computadores) y mucha, pero mucha, salsa (para la muestra, están sus versiones de “Si Dios fuera negro”, “El Porteñito” y su participación en la nueva interpretación de “Charrupí”).
De hecho, Jein -nacido y criado en Buenaventura- fue un precursor de lo que años después se conoció como “Salsa Choke”, una propuesta surgida en los barrios populares de Cali y las poblaciones del Pacífico sur colombiano, que tuvo cierto auge y pintaba muy bien (con el impulso, además, de los jugadores de la selección Colombia en el Mundial del 2014), al ser una alternativa original al reggaetón que ya se había convertido en un cliché sonoro al que apelaban los viejos baladistas y poperos para mantenerse vigentes. Sin embargo, con el tiempo, la “Salsa Choke” se agotó y volvió al nicho donde, seguramente, siguen surgiendo cosas bien interesantes. (Más: La muerte de Johnny Pacheco, el decano de la salsa, semblanza de Petrit Baquero).
Pero Junior Jein era más que “Salsa Choke”, pues sus colaboraciones con artistas salseros de vieja y nueva guardia fueron frecuentes, además que mucha de su música no se limitaba a un simple loop rítmico o un sampler de un viejo tema de la salsa brava, sino que proponía música en vivo con instrumentos “tradicionales” (como lo demostró en su tema “El Dominó”). Mejor dicho, le gustaba -y grababa- la música con músicos (y es que eso ya no es tan frecuente, por lo menos en mucha de la música más comercial).
Supe de su existencia cuando cantó (de hecho, rapeó) en la nueva versión que de su viejo éxito “Son Cepillao con Minué” (composición del legendario Alfonso Córdoba “El Brujo”) hizo Guayacán Orquesta por ahí en el 2005, y me encantó su rap, su tumbao que combinaba muy bien con el ritmo de son (de son cepillao), sus frases contundentes y expresividad que dejaban en evidencia que la salsa, así a algunos se les haya olvidado, es también música urbana, y de la mejor (luego supe que salió con la hermana de un amigo mío, pero esa es otra historia).
Junior Jein era uno de tantos personajes talentosos que relataban, de forma sencilla, pero contundente (con “Puro Vacilón”), la cotidianidad de muchas personas de los barrios y las esquinas de las urbes, con pequeñas crónicas sobre la migración de las costas del Pacífico a las barriadas en Cali y otros lugares, así como historias de amor y sexo que, a pesar de los clichés de tantas canciones, son motores fundamentales para la vida. También, por supuesto, mostraba relatos sobre las duras realidades por la supervivencia de las personas en las que el malandraje, los choques con la “autoridad” (legal e ilegal) y la injusticia han sido parte del paisaje.
De hecho, siempre me pregunté por qué personajes como Junior Jein, si bien eran respetados (y venerados, diría más bien) en ciertos lugares, no tuvieron más trascendencia nacional e incluso internacional, a diferencia, por ejemplo, de aquellos reggaetoneros paisas, mucho menos talentosos, con mucho menos swing y mucha menos originalidad, que resultaron convirtiéndose en estrellas mundiales (así les duela a varios, eso es lo que hay). Al respecto, no me queda otra que pensar que fue por puro racismo (es que Junior Jein jamás fue un artista de la autodenominada “gente de bien”), pues aquí en Colombia las estrellas pop deben ser blancas (o que se consideren así), obedientes y jamás cuestionar a un sistema. Por el contrario, gente como Junior Jein, sin ser necesariamente un rebelde con causa (o menos un revolucionario), sí tenía grandes visos de rebeldía, no solo sonora, sino también lírica. (para la muestra, temas como “Somos Diferentes” y, sobre todo, “¿Quién los mató?” en colaboración con Hendrix B., Nidia Góngora y Alexis Play).
Cabe decir que no es el primer caso -incluso reciente- en el que acaban con la vida de artistas que, a través de su música y expresividad, han acompañado la cotidianidad de muchas personas, aunque no voy a especular sobre lo mucho que se está diciendo al respecto. Al parecer, varios vieron a los sicarios que dispararon y ya los capturaron. Ojalá se sepa pronto la verdad de los hechos.
Pero, independientemente de esto, que quede claro lo lamentable que es que, en este país, las balas asesinas continúen acabando con la vida -otra vez- de uno de los poetas del pueblo...
* Petrit Baquero es músico y melómano, historiador y politólogo. Autor de los libros “El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín” (Planeta, 2012) y “La nueva Guerra Verde” (Planeta, 2017)
El lunes pasado (14 de junio), me desperté con la noticia del asesinato en Cali, la noche anterior, de Junior Jein, uno de los más importantes exponentes de lo que -equivocadamente, para mí- han denominado “música urbana”, pues esa clasificación trata de meter en un mismo saco a toda aquella expresión musical que tenga visos de hip-hop, y esta va mucho más allá.
Total, mucha de la música de Harold Angulo Vencé “Junior Jein” me gustaba como una manifestación genuina de la calle y los barrios populares en donde, sin la farsa mediática de las emisoras comerciales, se gestan, desarrollan y consumen unas prácticas culturales vivas, contundentes e impactantes. (Recomendamos: Las peleas de Willie Colón y Rubén Blades, vistas por Petrit Baquero).
Lo que hacía Junior Jein (también conocido como “El Caballo”, por ser un teso en lo que hacía) era difícil de clasificar, pues siempre presentó mezclas sonoras que a mí, al menos en un principio, me llamaban la atención y sorprendían (después, uno se va acostumbrando a esas sonoridades) en las que había bastante de rap, música tradicional del Pacífico (eso sí, bastante procesada por los computadores) y mucha, pero mucha, salsa (para la muestra, están sus versiones de “Si Dios fuera negro”, “El Porteñito” y su participación en la nueva interpretación de “Charrupí”).
De hecho, Jein -nacido y criado en Buenaventura- fue un precursor de lo que años después se conoció como “Salsa Choke”, una propuesta surgida en los barrios populares de Cali y las poblaciones del Pacífico sur colombiano, que tuvo cierto auge y pintaba muy bien (con el impulso, además, de los jugadores de la selección Colombia en el Mundial del 2014), al ser una alternativa original al reggaetón que ya se había convertido en un cliché sonoro al que apelaban los viejos baladistas y poperos para mantenerse vigentes. Sin embargo, con el tiempo, la “Salsa Choke” se agotó y volvió al nicho donde, seguramente, siguen surgiendo cosas bien interesantes. (Más: La muerte de Johnny Pacheco, el decano de la salsa, semblanza de Petrit Baquero).
Pero Junior Jein era más que “Salsa Choke”, pues sus colaboraciones con artistas salseros de vieja y nueva guardia fueron frecuentes, además que mucha de su música no se limitaba a un simple loop rítmico o un sampler de un viejo tema de la salsa brava, sino que proponía música en vivo con instrumentos “tradicionales” (como lo demostró en su tema “El Dominó”). Mejor dicho, le gustaba -y grababa- la música con músicos (y es que eso ya no es tan frecuente, por lo menos en mucha de la música más comercial).
Supe de su existencia cuando cantó (de hecho, rapeó) en la nueva versión que de su viejo éxito “Son Cepillao con Minué” (composición del legendario Alfonso Córdoba “El Brujo”) hizo Guayacán Orquesta por ahí en el 2005, y me encantó su rap, su tumbao que combinaba muy bien con el ritmo de son (de son cepillao), sus frases contundentes y expresividad que dejaban en evidencia que la salsa, así a algunos se les haya olvidado, es también música urbana, y de la mejor (luego supe que salió con la hermana de un amigo mío, pero esa es otra historia).
Junior Jein era uno de tantos personajes talentosos que relataban, de forma sencilla, pero contundente (con “Puro Vacilón”), la cotidianidad de muchas personas de los barrios y las esquinas de las urbes, con pequeñas crónicas sobre la migración de las costas del Pacífico a las barriadas en Cali y otros lugares, así como historias de amor y sexo que, a pesar de los clichés de tantas canciones, son motores fundamentales para la vida. También, por supuesto, mostraba relatos sobre las duras realidades por la supervivencia de las personas en las que el malandraje, los choques con la “autoridad” (legal e ilegal) y la injusticia han sido parte del paisaje.
De hecho, siempre me pregunté por qué personajes como Junior Jein, si bien eran respetados (y venerados, diría más bien) en ciertos lugares, no tuvieron más trascendencia nacional e incluso internacional, a diferencia, por ejemplo, de aquellos reggaetoneros paisas, mucho menos talentosos, con mucho menos swing y mucha menos originalidad, que resultaron convirtiéndose en estrellas mundiales (así les duela a varios, eso es lo que hay). Al respecto, no me queda otra que pensar que fue por puro racismo (es que Junior Jein jamás fue un artista de la autodenominada “gente de bien”), pues aquí en Colombia las estrellas pop deben ser blancas (o que se consideren así), obedientes y jamás cuestionar a un sistema. Por el contrario, gente como Junior Jein, sin ser necesariamente un rebelde con causa (o menos un revolucionario), sí tenía grandes visos de rebeldía, no solo sonora, sino también lírica. (para la muestra, temas como “Somos Diferentes” y, sobre todo, “¿Quién los mató?” en colaboración con Hendrix B., Nidia Góngora y Alexis Play).
Cabe decir que no es el primer caso -incluso reciente- en el que acaban con la vida de artistas que, a través de su música y expresividad, han acompañado la cotidianidad de muchas personas, aunque no voy a especular sobre lo mucho que se está diciendo al respecto. Al parecer, varios vieron a los sicarios que dispararon y ya los capturaron. Ojalá se sepa pronto la verdad de los hechos.
Pero, independientemente de esto, que quede claro lo lamentable que es que, en este país, las balas asesinas continúen acabando con la vida -otra vez- de uno de los poetas del pueblo...
* Petrit Baquero es músico y melómano, historiador y politólogo. Autor de los libros “El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín” (Planeta, 2012) y “La nueva Guerra Verde” (Planeta, 2017)