La “Pequeña misa solemne”: una conversación íntima con Dios
Esta pieza, una de las creaciones cumbre del italiano Gioachino Rossini (1792-1868), será interpretada el 7 de enero de 2022 en el Cartagena XVI Festival de Música, que comienza el martes con el lema “El color del sonido”.
José Daniel Ramírez Combariza
Uno de los muchos misterios que hacen fascinante la historia de la música es el por qué en 1829 Gioachino Rossini, en la plenitud de su carrera artística, con solo 38 años, se retiró de la escena lírica. Con Guillermo Tell, el maestro italiano cerró una cadena que dejó grandes éxitos para la posteridad. El barbero de Sevilla, La Cenicienta y La italiana en Argel son algunas de sus obras más amadas. Gaetano Donizetti, a su vez un brillante compositor del bel canto, expresó en referencia a Guillermo Tell: “Rossini compuso la primera parte, pero la segunda... es la voz de Dios”.
Las palabras de Donizetti representan una pequeña muestra de lo que fue el gran círculo de cariño y admiración que Rossini logró construir como músico y ser humano durante su vida. Rossini es recordado en nuestro tiempo por sus geniales composiciones, pero también destacó por su buen humor. Amigos de Rossini quedaron sorprendidos luego de un encuentro entre él y Richard Wagner en París. La gentileza de Rossini y su buen humor lograron derretir el difícil y severo carácter del compositor alemán.
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La fama del Cisne de Pésaro llegó más allá de las fronteras italianas. En 1822, seis de sus óperas se representaron en Viena y el erudito público de la ciudad de la música se rindió a sus pies, creando lo que podríamos llamar una “Rossinimanía”. Ludwig van Beethoven fue particularmente amable con Rossini y le sugirió componer muchos Barberos más.
Rossini y la cocina tuvieron siempre una relación amorosa. Entre las referencias a la comida en sus óperas podemos elegir una bella y romántica aria dedicada al dulce y sensual sabor de las fresas, cantada por la protagonista de la ópera Adina o el califa de Bagdad. En La italiana en Argel la hilaridad llega a su máximo grado al final de la obra, cuando Lindoro, Isabella y Tadeo, prisioneros del sultán, le enseñan los placeres de la pasta italiana en una ceremonia llamada pappataci mangia e taci. Así, mientras el sultán disfruta de un suculento plato de espaguetis con queso parmesano y salsa boloñesa, los protagonistas preparan su regreso a Italia.
En las miniaturas para piano, que Rossini compuso después de su retiro de la escena, encontramos piezas dedicadas a los frutos secos, la mantequilla, los rábanos, las almendras, las uvas pasas y una colección de tema y variaciones cuya inspiración es el sabor de las anchoas.
Es en este contexto que Rossini crea, como parte de los llamados “Pecados de mi vejez”, la Pequeña misa solemne. El buen espíritu del compositor está presente desde su título, ya que esta composición, podemos decir, de pequeña no tiene nada. Su duración se acerca a las dos horas y musicalmente es una obra muy compleja para los intérpretes. La partitura contiene, en las secciones corales, una lección suprema de fuga y contrapunto. Las arias, duetos y ensambles son de gran nobleza. El acompañamiento, que ofrecen el piano y el armonio, brinda a la composición una novedosa textura y representa también una combinación única en la historia de la música.
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Aurelio Zarelli, maestro italiano, hoy director del Conservatorio de Bolonia y quien dirigirá a los solistas colombianos e italianos y al coro de la Ópera de Colombia el 7 de enero en el Teatro Adolfo Mejía, describe la Pequeña misa solemne como el testamento del maestro. Para apreciar mejor la composición es importante mencionar lo que Rossini escribió en el manuscrito original: “Querido Dios... En mi última cena, haciendo referencia al cuadro homónimo de Leonardo Da Vinci, te prometo que no tendré a Judas. Mis discípulos cantarán tus alabanzas con amor”.
En la última página de la partitura también podemos leer las siguientes palabras: “Señor mío: mi pobre Pequeña misa está terminada. ¿Es esta de verdad música sacra? Yo nací para la ópera cómica, como tú ya sabes. Solo necesité un poco de destreza y corazón, nada más. Sea bendecida la obra y, por favor, no dejes de admitirme en el paraíso”.
Aurelio Zarelli también describe lo que fue la primera audición de la Pequeña misa en 1864: “Esta fue escrita para una pequeña capilla en la residencia de Michel-Frederic Pillet Will. Se utilizaron doce cantantes, incluidos los solistas”.
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El 7 de enero de 2022, las partes corales serán interpretadas por 16 artistas. Luis Díaz Herodier, director del Coro de la Ópera de Colombia, menciona los arduos meses de preparación, describe la composición como “íntimamente majestuosa”, reitera la complejidad de muchos de los pasajes corales y cómo estos exigen al cantante una técnica sólida y un gran pulmón. Algunas de las partes de la Misa, dice, son de proporciones wagnerianas.
Uno de los muchos misterios que hacen fascinante la historia de la música es el por qué en 1829 Gioachino Rossini, en la plenitud de su carrera artística, con solo 38 años, se retiró de la escena lírica. Con Guillermo Tell, el maestro italiano cerró una cadena que dejó grandes éxitos para la posteridad. El barbero de Sevilla, La Cenicienta y La italiana en Argel son algunas de sus obras más amadas. Gaetano Donizetti, a su vez un brillante compositor del bel canto, expresó en referencia a Guillermo Tell: “Rossini compuso la primera parte, pero la segunda... es la voz de Dios”.
Las palabras de Donizetti representan una pequeña muestra de lo que fue el gran círculo de cariño y admiración que Rossini logró construir como músico y ser humano durante su vida. Rossini es recordado en nuestro tiempo por sus geniales composiciones, pero también destacó por su buen humor. Amigos de Rossini quedaron sorprendidos luego de un encuentro entre él y Richard Wagner en París. La gentileza de Rossini y su buen humor lograron derretir el difícil y severo carácter del compositor alemán.
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La fama del Cisne de Pésaro llegó más allá de las fronteras italianas. En 1822, seis de sus óperas se representaron en Viena y el erudito público de la ciudad de la música se rindió a sus pies, creando lo que podríamos llamar una “Rossinimanía”. Ludwig van Beethoven fue particularmente amable con Rossini y le sugirió componer muchos Barberos más.
Rossini y la cocina tuvieron siempre una relación amorosa. Entre las referencias a la comida en sus óperas podemos elegir una bella y romántica aria dedicada al dulce y sensual sabor de las fresas, cantada por la protagonista de la ópera Adina o el califa de Bagdad. En La italiana en Argel la hilaridad llega a su máximo grado al final de la obra, cuando Lindoro, Isabella y Tadeo, prisioneros del sultán, le enseñan los placeres de la pasta italiana en una ceremonia llamada pappataci mangia e taci. Así, mientras el sultán disfruta de un suculento plato de espaguetis con queso parmesano y salsa boloñesa, los protagonistas preparan su regreso a Italia.
En las miniaturas para piano, que Rossini compuso después de su retiro de la escena, encontramos piezas dedicadas a los frutos secos, la mantequilla, los rábanos, las almendras, las uvas pasas y una colección de tema y variaciones cuya inspiración es el sabor de las anchoas.
Es en este contexto que Rossini crea, como parte de los llamados “Pecados de mi vejez”, la Pequeña misa solemne. El buen espíritu del compositor está presente desde su título, ya que esta composición, podemos decir, de pequeña no tiene nada. Su duración se acerca a las dos horas y musicalmente es una obra muy compleja para los intérpretes. La partitura contiene, en las secciones corales, una lección suprema de fuga y contrapunto. Las arias, duetos y ensambles son de gran nobleza. El acompañamiento, que ofrecen el piano y el armonio, brinda a la composición una novedosa textura y representa también una combinación única en la historia de la música.
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En la última página de la partitura también podemos leer las siguientes palabras: “Señor mío: mi pobre Pequeña misa está terminada. ¿Es esta de verdad música sacra? Yo nací para la ópera cómica, como tú ya sabes. Solo necesité un poco de destreza y corazón, nada más. Sea bendecida la obra y, por favor, no dejes de admitirme en el paraíso”.
Aurelio Zarelli también describe lo que fue la primera audición de la Pequeña misa en 1864: “Esta fue escrita para una pequeña capilla en la residencia de Michel-Frederic Pillet Will. Se utilizaron doce cantantes, incluidos los solistas”.
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El 7 de enero de 2022, las partes corales serán interpretadas por 16 artistas. Luis Díaz Herodier, director del Coro de la Ópera de Colombia, menciona los arduos meses de preparación, describe la composición como “íntimamente majestuosa”, reitera la complejidad de muchos de los pasajes corales y cómo estos exigen al cantante una técnica sólida y un gran pulmón. Algunas de las partes de la Misa, dice, son de proporciones wagnerianas.