La primera parranda: así nació el Festival de la Leyenda Vallenata

Consuelo Araújo Noguera, Alfonso López Michelsen y Rafael Escalona hicieron que la política, la cultura y el vallenato se sintonizaran en un mismo sentir en 1968 en torno al folclor.

Julio César Galeano
26 de abril de 2019 - 02:00 a. m.
Registro fotográfico tomado a Rafael Escalona el 29 de abril de 1968. / Archivo El Espectador
Registro fotográfico tomado a Rafael Escalona el 29 de abril de 1968. / Archivo El Espectador
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En las calles de la provincia se escuchaba El amor, amor mucho tiempo antes de que a Consuelo Araújo Noguera, Alfonso López Michelsen y Rafael Escalona se les ocurriera la idea de un festival. El logro entonces de la santísima trinidad del vallenato fue que el mundo entero conociera, entendiera y cantara que: “Cuando estoy en la parranda no me acuerdo de la muerte”.

Los vallenatos han sido hábiles, como pocos, a la hora de establecer contactos y crear amistades con personajes influyentes del país, pues no hay ni habrá fama o estrato social que se resista a unos buenos versos.

Desde la política, mucho influyó que doña Rosario Pumarejo Cotes fuera de sangre vallenata y que su hijo, Alfonso López Pumarejo, le regalara al suyo, Alfonso López Michelsen, una finca arrocera a quince minutos de Valledupar a principios de los años 50, pues quien sería el primer gobernador del Cesar quedó tan enamorado del vallenato que Rafael Escalona o Leandro Díaz hubieran podido convertir esa historia de amor infinito en canción.

Desde la cultura, como a lo largo de su vida, fue Consuelo Araújo la Cacica quien sentó las bases. No solo escribió el libro sagrado para todo fiel seguidor del género: Vallenatología, y no fue el hecho de prestar su casa para el primer festival lo que la hizo tan grande en este mundo de acordeones. Fue el impulso y la defensa del vallenato, desde todos sus oficios (escritora, política, gestora cultural) lo que la hicieron inolvidable.

Desde la música, el maestro Rafael Escalona fue sin duda uno de los que trabajó para que el sentimiento se hiciera más grande y palpitara a otro ritmo el corazón. En su primera visita a Bogotá, en el año 56, fue entrevistado por Gloria Valencia de Castaño en el programa El mundo de la música en el mundo para HJCK, donde hablaron sobre esa música de acordeón (como le decían al vallenato antes de ser vallenato).

Escalona tenía en ese momento 29 años y teniendo en cuenta que su primer canto lo compuso en el Colegio Loperena a los catorce, Al profe Castañeda, casi que toda su producción ya estaba realizada. Era de los personajes más famosos en Valledupar, pero en la capital aún no lo conocían. Sin embargo, la intención de Escalona era promover el vallenato en todo el país y cuando Gloria Valencia le dijo asombrada: “No puede ser, esto existe, pero además de usted hay más”, el autor le respondió con firmeza: “Hay un jovencito invidente, que en sus canciones habla de la lluvia y la naturaleza, el día que les paguen bien, Colombia conocerá de ellos”.

Política, cultura y vallenato tuvieron su primer gran encuentro en 1964 en una parranda que se armó en el Palacio Presidencial, pues el presidente Guillermo León Valencia cumplió esa promesa que le hizo a Rafael Escalona, en medio de su campaña, de llevarlo a Bogotá como embajador musical de esa cálida tierra llamada Valledupar. Entonces el maestro llegó con su comitiva folclórica integrada, entre otros, por Colacho Mendoza, Simón Herrera y Donaldo Mendoza, y logró que esa música que alguna vez fue prohibida en el Club Valledupar —artículo 62 página 68: “Queda terminantemente prohibido llevar a los salones del club música de acordeón, guitarra o parrandas parecidas”— sonara en los salones aristocráticos del palacio.

Al momento de la despedida, el presidente Valencia le obsequió a Escalona una garra de un águila, que había cazado en sus primeras incursiones cinegéticas en Popayán, como símbolo de las grandes conquistas que en el campo político y personal había logrado a lo largo de su fructífera vida. El regalo del político al autor inspiró al compositor Armando Zabaleta a crear el paseo La garra.

Política, cultura y vallenato se juntaron una vez más, esta vez para no separarse jamás, en 1968, cuando se creó el primer Festival de la Leyenda Vallenata.

Sin duda el vallenato, sus representantes y el eco que empezaba a tener este folclor en otras ciudades influyeron en la creación del departamento del Cesar, en 1967, y cuando Alfonso López Michelsen fue nombrado gobernador, el departamento le devolvió al vallenato todo lo que había hecho por él.

López Michelsen tenía la necesidad de presentar al Cesar, quería inventarse algo que lograra darle fama y ubicar en el mapa al nuevo departamento, en especial a Valledupar, su capital. En medio de tanta idea que rondaba su cabeza, tuvo la suerte de encontrarse con una vallenata llamada Miriam Pupo, quien le recordó una parranda que había hecho Gabriel García Márquez junto con Rafael Escalona, hace algún tiempo, en la que invitaron a los mejores acordeoneros de la región y entonces el gobernador propuso hacer un festival de música vallenata.

Sentó a Consuelo Araújo y a Rafael Escalona y les presentó la propuesta, Consuelo enriqueció la idea y Escalona respaldó la creación del primer Festival de la Leyenda Vallenata para 1968. En febrero de ese año se inició la tarea para organizar el primer festival, pero la gente en Valledupar, a pesar de sentir esta música como suya, veía con escepticismo el evento. En cambio en otros territorios la gente estaba entusiasmada por asistir.

El Festival de la Leyenda Vallenata coincidió con la publicación de Cien años de soledad, y no solo a García Márquez sino a todos se les arrugó el sentimiento. Con las historias de Macondo la gente en Bogotá y otras ciudades del país estaba absolutamente maravillada, entonces aparece un Festival Vallenato en el ojo del huracán de Macondo que es Valledupar, pues todo el mundo quería ir, ver qué es eso, entender de dónde salían esas historias y conocer a sus protagonistas. Así ha motivado cada año a que los amantes del Ay, hombe y de los versos bien sutiles y dirigidos, quienes se dan cita alrededor de un acordeón.

En esta, su edición número 52, como desde 1968 cuando se armó esa primera parranda, el género que hace que se “alborote mi pecho”, que es pura pasión y sentimiento, sonará más fuerte porque ya está anclado en la tierra y el género seguirá sonando para complacer al mundo entero.

Por Julio César Galeano

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