Lisandro Aristimuño, el cantante que volvió a vivir
El músico argentino, quien se presenta hoy a las 7:30 p.m. en el Teatro Colón, se vio influenciado por sus padres, un director de teatro y una actriz, para seguir el camino de la autogestión. Sin embargo, tras la pandemia, estuvo a punto de cerrar su sello discográfico y su productora.
Danelys Vega Cardozo
Se escucha el ruido que proviene del río Negro. El viento está más cerca, como si quisiera apoderarse de todo a su alrededor. Hay árboles y hay casas. Es Viedma. Es la Patagonia argentina. Un director de teatro y una actriz -una pareja- caminan por sus calles. A su paso hallan viviendas abandonadas. Las transforman en lugares culturales; en teatros. Tienen un hijo: Lisandro Aristimuño, quien los observa pintar las paredes, adecuar un espacio para un baño y hacer los tachos de las luces con latas de leche. Tiempo después los acompaña a sus ensayos. Hay música instrumental. A veces el niño cierra sus ojos, no por la música, sino por el sueño. No hay camas, porque está en un teatro. Hay sillas, dos que hacen de cama.
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Se escucha el ruido que proviene del río Negro. El viento está más cerca, como si quisiera apoderarse de todo a su alrededor. Hay árboles y hay casas. Es Viedma. Es la Patagonia argentina. Un director de teatro y una actriz -una pareja- caminan por sus calles. A su paso hallan viviendas abandonadas. Las transforman en lugares culturales; en teatros. Tienen un hijo: Lisandro Aristimuño, quien los observa pintar las paredes, adecuar un espacio para un baño y hacer los tachos de las luces con latas de leche. Tiempo después los acompaña a sus ensayos. Hay música instrumental. A veces el niño cierra sus ojos, no por la música, sino por el sueño. No hay camas, porque está en un teatro. Hay sillas, dos que hacen de cama.
El día de la función la alegría es doble: harán teatro y la sala está llena, precisamente allí, en donde antes no había nada. “Todo eso hizo que desde que empecé con mi primer disco fuera independiente y siga siéndolo. Incluso no lo pienso como algo revolucionario, lo hago porque me gusta más así, vivir el arte de ese modo; me parece que el arte te tiene que costar un poco para que le des tu sangre y corazón”.
Lisandro Aristimuño no tomó el mismo camino de sus padres a nivel profesional, pero inconscientemente lo hizo a través de su vida: la música. “El teatro está en la música que hago, con canciones que tienen personajes, historias, ambientes y situaciones”.
- Tú música es un poco de cine, le señala mucha gente. No importa. Continúa pensado que más que cine es teatro. Igual ambos están vinculados, añade.
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El teatro siempre lo consideró un espacio que no le pertenecía, que había sido dado a otros: a sus viejos, con quienes creció en un lugar rodeado de naturaleza, porque vivían en frente de un campo. Vivián ellos y sus cuatro hermanos. “Mis papás laboraban, pero a veces no llegábamos a fin de mes”.
Durante su adolescencia escribía poemas y dibujaba. Tenía el pelo largo y vestía con ropa típica de teatreros argentinos, la misma que usaba su viejo: camisas con flores, pañuelos y aros. “Mujercita”, le gritaban algunos chicos en el colegio; a veces también le pegaban. A pesar de eso seguía asistiendo así todos los días. “En mi casa no es que tuviera muchas opciones, que pudiera elegir vestirme de otra manera; era mi ropa”.
- Cómprame el buzo de Adidas, le insistía a su mamá.
- Si te compro eso no tenemos plata para comer, para tus hermanos, para mí, para nosotros.
- Tenés razón. No sé por qué quiero eso, le decía. Pero en realidad en ese momento no lo entendía. Más tarde comprendió que con la plata del buzo podían comer durante dos semanas.
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Por aquella época el río que pasaba cerca de su casa era como su patio y el de sus amigos. Cuando caía la tarde, para no interrumpirles la siesta a sus padres, se juntaban allí, llevaban mate y hacían una ronda. Elegían canciones para que él cantara o a veces era él quien las seleccionaba.
- Voy a cantar una canción de David Lebón, les advertía. Cantaba Casa de arañas.
- No, eso no, les decían desilusionados sus amigos. Ellos querían que tocara una de esas canciones que pasaban por la radio.
Pasaron los años y tuvo la “suerte de conocer a Lebón”. Un día el cantante lo invitó a participar en su último disco. “La canción que quiero que cantes es Casa de arañas”, le dijo. Lisandro Aristimuño le contó toda la historia detrás de aquel tema, todos esos recuerdos de su adolescencia. David Lebón no podía creerlo. “Fue como una conexión de la música. Ahora es como mi tío, lo llamo para preguntarle cosas”. Algo similar le sucedió con otro de sus ídolos o al menos con su hijo.
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Un día lo llamó Benito Cerati, hijo de Gustavo Cerati. Le dijo que quería que le hiciera un remix de su último disco. Lo hizo. Tiempo después el teléfono volvió a sonar. Se cumplían 30 años de Dynamo, el álbum de Soda Stereo. Benito Cerati le contó que le habían propuesto que fuera el curador del homenaje y él quería que Lisandro Aristimuño cantara en una canción. Desde ahí empezaron a tener una especie de amistad. La amistad que no pudo tener con Gustavo Cerati, porque falleció cuando Aristimuño comenzó a dar grandes conciertos y ya podía darse el lujo de invitar a cantar a otros músicos que también eran sus ídolos, como Fito Páez. Entre esos cantantes que admiraba -y hasta en la juventud tuvo sus afiches en su habitación- también eran parte Charly García, Luis Alberto Spinetta, Silvio Rodríguez y Bob Marley. “Toda esa gente es la que más atesoro y agradezco a la vida que hayan existido”.
Pero el primero de ese listado fue Bob Marley, a quien escuchaba desde su niñez. “En vez de Batman, él era mi héroe”. Cuando su abuela le daba algo de dinero, en lugar de comprarse juguetes o ropa, prefería ir a la disquería. “Ya sabía que comprar un casete me iba a cambiar, que en un mes estaría con una sonrisa”. La misma sonrisa que se dibujó en su rostro cuando compró Legend, el álbum de Bob Marley que recopila sus grandes éxitos. Aún sigue escuchando al cantante jamaiquino, incluso tiene libros sobre él. “Me parece un artista muy completo e interesante, que llegó al mundo desde un lugar muy discriminado. Creo que ahí hay algo que siento como una hermandad (lo digo humildemente, porque para mí Marley es como un dios). Encuentro también en él un maestro que me fue enviado por este camino de la independencia y la autogestión”. Un camino que ha estado lleno de rocas.
Al principio sus canciones no sonaban en la radio. “Allá pasan una lista de Sony o de Warner, y eso es lo que ponen. Si querés que pongan un tema tuyo, tenés que pagarle a la radio”. Solo cuando empezó a llenar teatros lo voltearon a ver. “Pensaban: ‘¿Cómo es que llena el Teatro Gran Rex -uno de los teatros más grandes del mundo, ubicado en Buenos Aires- y no sé quién es?’”. Más tarde llegaron los periódicos, “pero fue gracias al ruido que se hacía”.
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Cuando en 2004 lanzó su primer álbum, Azules turquesas, las revistas empezaron a llamarlo el mejor disco del año y decían que era una novedad, que él venía del sur de Argentina, de los vientos. “Lo que quería era esto, no dar clases”, pensó. Estaba formándose para enseñar música en jardines infantiles; iba por tercer año, el último de la carrera. Pero la verdad era que, aunque le gustaban los niños, aquella carrera solo había sido una solución rápida. “Necesitaba plata para el alquiler y para vivir en Buenos Aires”. Tras Azules turquesas abandonó el camino de la docencia y hace poco estuvo a punto de renunciar al de la autogestión.
Durante los dos años de pandemia se gastó el dinero que había hecho en las dos giras anteriores, porque no pudo tocar durante ese tiempo. Pensó en cerrar su sello discográfico y su productora. “¿Qué se me puede ocurrir para salir a tocar de nuevo? Necesito seguir económicamente”, se dijo. No solo era una necesidad suya, sino de todo su equipo, de aproximadamente 13 personas. Se le ocurrió algo: “Un álbum en vivo: Set1″, un regreso al pasado, a canciones de otros álbumes, pero en nuevas versiones, en donde sobresalen los sonidos electrónicos.
- Paren todo. No los cierren. Miren esta idea que tengo, le dijo a su equipo. Todos se alegraron. Fue como volver a vivir, recuerda.