Lisandro Meza, el respaldo y la soledad de un rey sin corona
El prolífico músico inició con Alejandro Durán y luego pasó a Los Corraleros del Majagual, donde se hizo popular, en la misma época en que perdió su concurso en el Festival Vallenato, a pesar de ser el favorito del público. Desarrolló su propio estilo y una de sus canciones emblema habla sobre la muerte y la soledad.
Alberto González Martínez
Lisandro nació en el departamento de Sucre. Quizá en el municipio de Los Palmitos, al que le atribuyen en todas partes, o en Corozal, como él mismo lo dijo en una entrevista radial a HJCK. De lo que sí hay certeza es que, de un lugar a otro, en esta época, hay 10 minutos de distancia en carro. Un trayecto corto que tiene la misma duración de una de sus canciones, la más larga del vallenato.
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Lisandro nació en el departamento de Sucre. Quizá en el municipio de Los Palmitos, al que le atribuyen en todas partes, o en Corozal, como él mismo lo dijo en una entrevista radial a HJCK. De lo que sí hay certeza es que, de un lugar a otro, en esta época, hay 10 minutos de distancia en carro. Un trayecto corto que tiene la misma duración de una de sus canciones, la más larga del vallenato.
Su carrera también fue extensa y prolífica. Registra 90 álbumes de estudio en sus 45 años de andamiaje musical. Si fuera una máquina de hacer canciones, se podría decir que hace dos álbumes cada año o dos canciones cada mes. Aunque por más productivo que fuera no volvió a grabar algo tan profundo como “La Miseria Humana”. Su obra maestra.
Video: análisis de la obra de Lisandro Meza desde la política. Comentan Alejandro Gaviria, Ricardo Silva y Daniel Samper Ospina:
Desde niño se vislumbraba su capacidad musical. Según la investigadora vallenata Marina Quintero, a escasos seis años armó un conjunto hechizo con el sonido de la guacharaca que imitaba con un trozo de lata que raspaba en un hueso de costilla de res, la melodía la sacaba de una peinilla envuelta de papel de las cajetillas de cigarros, la caja con potes de galleta y el cencerro con un estribo de silla de caballo.
Allí, pequeño y solitario, demostraría su talento y luego sería exhibido ante multitudes. Su carrera como músico de oficio inició como guacharaquero del gran Alejandro Durán, luego pasó a los emblemáticos Coraleros del Majagual, donde se daría a conocer, para posteriormente fundar “Los hijos de la Niña Luz”, en honor a su esposa. De esos conjuntos se desprendieron éxitos como “El Guayabo de la Ye”, “Las Tapas”, “El Hijo de Tuta”, o su otra canción emblema “Baracunatana”, la historia de una prostituta a la que le gustaba la marihuana y que luego grabaría Aterciopelados.
Sus múltiples canciones lo llevaron por varias partes del mundo, en donde pudo pavonarse con su acordeón y su reconocimiento. De lo que nunca se pudo ufanar, ni siquiera en soledad, fue de aquella decisión del jurado del Festival de la Leyenda Vallenata, que nunca lo quiso como “rey”, insignia que buscaba todo acordeonero de la época. Su culpa era haber nacido en la Sabana.
La corona perdida
Lisandro confiesa que se refugiaba en la soledad de los hoteles, que contrastaba con aquellas presentaciones masivas. Una de ellas, quizá la que más lo ha marcado, fue en el año 1969, mientras transcurría el recién creado Festival Vallenato en Valledupar, que apenas realizaba la segunda edición. En la primera el jurado había coronado a su mentor Alejo. En la segunda, a Lisandro no le quisieron dar la corona.
Los finalistas eran dos sabaneros y un vallenato. Por un lado, estaba Lisandro Meza y Andrés Landero y, por el otro, Nicolás ‘Colacho’ Mendoza. Dicen los textos de la época que los primeros eran los favoritos del pueblo y el segundo el del jurado. Como si se tratase de una verdadera monarquía, era una decisión que no dependía de la plebe. Allí, donde se hacía “vallenato vallenato”, no permitirían un “rey” sabanero.
“Cuando se oyó el nombre de ‘Colacho’ como ganador del primer premio, el público empezó a amotinarse y la Policía tuvo que adoptar una actitud muy enérgica para hacerlo retroceder; pero en ese momento fue cuando empezaron a llover piedras y botellas”, aseguró la enviada especial del periódico El Tiempo, quien también nombra a personajes como el poeta nadaísta Gonzalo Arango, que estaba en primera fila.
Lisandro se fue a “Cinco Esquinas”, que quedaba a unas cuantas cuadras. Allí, dice la reportera, se dirigió a la turba exclamando: “Pueblo he perdido, pero he ganado, porque tengo el cariño de mi pueblo, el cariño de todos ustedes”. Volvió a buscar la corona un par de veces hasta que se cansó. Y, debido a esto se creó el primer “Festival Sabanero”, organizado cerca de su tierra, donde fue el primer vencedor.
La miseria humana
Lisandro siguió siendo conocido como el “rey sin corona” que le dio todavía más fama. Un día, estando en la finca de su padre, escuchó en la madrugada a varios de esos hombres bebedores y andariegos que se pasean de pueblo en pueblo. Habían llegado a las afueras de su casa recitando una canción. Le preguntó a su esposa “La Niña Luz” por el nombre de aquel parrandero, según le contó al periodista Ernesto McCausland.
“Al otro día en la mañana pasé por allá, no habían dormido. Me llevé una botella de ‘3 Esquinas’ y la grabadora. Le dije aquí hay una botella pa’ que me cantes esa canción. Al ver la profundidad le dije que le iba a hacer la música”, aseguró en la entrevista. A esta canción le agregó algunas estrofas para un total de 10 minutos y se convertiría en la más larga de la historia vallenata.
Era una canción que describía un cementerio, el tema central era la muerte y había una conversación con una calavera. Ese elemento fantasioso y lúgubre, como si tratara de un texto escrito por Kafka, era una novedad para el género. Lo escribió un poeta soledeño en los años veinte, cuando los leprosos eran aislados completamente de la sociedad. Él era uno de ellos y permaneció encerrado en un cuarto hasta su muerte.
Cuenta la leyenda que esa canción se la había dado a uno de esos trovadores que caminaban pueblos para que no quedara en el olvido. Lisandro luego de andar entre multitudes y reconocimientos quería otra cosa. Escuchó la letra, se identificó y e hizo aquella melodía. Seguramente también aislado, mientras pernoctaba un hotel.
En la entrevista que le hizo la investigadora vallenata Marina Quintero, el músico le confiesa que “lo más satisfactorio es cuando lo imaginado comienza a sonar. Los nuevos sonidos salen, siempre me ha pasado; en la soledad de los hoteles siento que una presencia a mi lado se revela y ahí es cuando los sonidos irrumpen”. No quedó en el olvido. Ni la canción ni él.