Los grandes pequeños romances de Bacilos
La agrupación conformada por Jorge Villamizar y André Lopes presenta su sexto álbum de estudio. Un recorrido musical de baladas, cumbia y ritmos de Cha-Cha.
Daniel Carreño - Especial para El Espectador
A lo largo del continente, y a través de su extensa diáspora, son pocas las melodías tan inmediatamente reconocibles —y capaces de frenar a cualquiera en seco con nostalgia reverberante— como las de aquel violín asolado que da inicio al monumental clásico que es “Tabaco & Chanel”. Algo similar ocurre con el rasgueo de guitarra que revela a “Caraluna”, el inconfundible coro que desata a “Mi primer millón”, o el jocoso punteo y suave acorde que despiertan a “Pasos de gigante” y “Guerras perdidas”, respectivamente.
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A lo largo del continente, y a través de su extensa diáspora, son pocas las melodías tan inmediatamente reconocibles —y capaces de frenar a cualquiera en seco con nostalgia reverberante— como las de aquel violín asolado que da inicio al monumental clásico que es “Tabaco & Chanel”. Algo similar ocurre con el rasgueo de guitarra que revela a “Caraluna”, el inconfundible coro que desata a “Mi primer millón”, o el jocoso punteo y suave acorde que despiertan a “Pasos de gigante” y “Guerras perdidas”, respectivamente.
Se trata de un grupo que en menos de treinta años ha conseguido dejar huella en el canon musical latino con varios temas imprescindibles del pop. De los aspectos que caracterizan la esencia del grupo, hay dos clave a los que podría atribuirse esta cualidad casi legendaria que los separa de otros actos contemporáneos y ha hecho de sus más grandes éxitos himnos atemporales.
El primero, y tal vez más evidente, es la inspiración que brindan sus orígenes. Pronto se cumplirán tres décadas del encuentro en aquella ciudad apodada la “capital de Latinoamérica” —nada más y nada menos— de quienes unirían las influencias de sus respectivas nacionalidades y un amor por la música en vivo. El colombiano Jorge Villamizar, en la guitarra y voz, el brasileño André Lopes, en el bajo, y el puertorriqueño José Javier “JJ” Freire, en la percusión, se conocieron tras haber coincidido en la Universidad de Miami y formaron un grupo que pronto comenzó a cautivar comitivas con su sabor único.
Bacilos fue desde su concepción un encuentro de perspectivas latinas, las cuales no se limitaron, claramente, a los tres países de origen. A lo largo de su discografía, tanto los sones y ritmos como las vivencias y dolencias que mueven y conmueven al continente han sabido permear cada composición, mientras que lo que hace vibrar las ondas va desde géneros tradicionales hasta experimentación con nuevos sonidos.
Todo esto lleva naturalmente al segundo aspecto. Bacilos ha conseguido enamorar a públicos a través de fronteras y generaciones gracias a su sello característico, a un fino hilar entre narrativas enredadoras, ingeniosa lírica, y coros cautivantes que se unen a una composición, instrumentación, y producción camaleónicas (entre más se adentra en su discografía más maravilla su versatilidad) para concebir una distintiva identidad sonora.
Capaces de animar la mejor fiesta o alimentar la peor tusa, las composiciones —generalmente de autoría exclusiva de Villamizar— tocan diversas cuerdas para armar armonías únicas. No sólo de forma literal sino también figurativa: a lo largo de un álbum se recorre lo jocoso, lo sentimental, lo profundo, lo gocetas, lo romántico, lo crítico, lo añorante, lo nostálgico, y tanto más, siempre marcado por un fluir natural y coherente. Tienen una forma única de decir las cosas que despierta en oyentes algo que no acostumbra lograr la música pop.
Y todo esto está capturado a la perfección en su nuevo álbum. “Pequeños romances” es un trabajo de once canciones que de pequeño no tiene nada: es una declaración de amor a la esencia e historia de la banda, a la ciudad que los vio nacer e inspiró con su magnetismo, al sonido de encuentros que han sido el latir de playas, fiestas, y estadios, y al transcurso que han tejido tema tras tema en casi tres décadas de música.
Según ellos, este podría ser el álbum que más Bacilos suena por una multitud de razones. Partió de querer capturar el sonido de la extraordinaria agrupación que actualmente interpreta su música en vivo. Aunque la salida de Freire en 2021 dejó a la banda como un dúo, hoy cuatro músicos cubanos —en palabras de Villamizar, “verdaderos príncipes de su cultura”— han sabido llenar el vacío. Quienes hoy elevan el sonido de Bacilos son el guitarrista de amplia trayectoria Ahmed Barroso (que también ayudó a producir el disco), el baterista Alexis Arce, la percusionista, corista, y pianista Mónica Sierra, y el violinista y arreglista Pedro Alfonso, quien originalmente bendijo a “Tabaco & Chanel” con su inconfundible intro.
Pequeños romances partió también de un latente sueño de grabar un disco “a la antigua”. A lo largo de dos veranos, el mítico estudio Criteria de Miami fue testigo de músicos tocando juntos, soltando ideas al aire, y dejándose llevar por el ambiente de creación. Se sintió como un regreso, un necesario respiro del afán, la artificialidad, y la distancia. ¿Qué quiere decir todo esto? A continuación un poco de contexto.
Aunque en 2007 emprendieron distintos caminos, Villamizar, Lopes, y Freire siempre se mantuvieron cercanos, con la idea de un regreso a Bacilos flotando en cada reencuentro casual a través de los años. Acercándose el décimo aniversario de este hiato, el momento preciso se fue perfilando: las ganas seguían, y descubrieron que las cifras detrás de los servicios de streaming contaban la historia de nuevas generaciones que oían Bacilos, y mucho.
Sin saber realmente lo que esto significaba —¿un clamor por nueva música, un repunte fugaz de nostalgia?— se lanzaron al vacío. “Nada vale la pena sin un miedo a perder” aseguraron en el último sencillo que precedió a la pausa, y el regreso a los escenarios les dio la razón. Sería en Chile, donde se habían despedido en el Festival de Viña del Mar, que se encontrarían con un aforo lleno que cantó junto a ellos coros que no sonaban en vivo hacía una década.
Pronto vino el álbum de regreso, ¿Dónde nos quedamos?, que, aunque contó con el sello inconfundible de Villamizar, traía algo nuevo. Del otro lado del estudio había estado el productor colombiano Andrés Castro. Una formidable hoja de vida y conocimiento lo hacían idóneo para dirigir esta incursión en una industria tan distinta a la que habían dejado, y aunque logró una buena comunión entre las composiciones del grupo y el pop urbano que hoy por hoy domina la música latina —resultando en grandes éxitos como “Perderme contigo” y “Por hacerme el bueno”—, hasta el mayor fanático de la banda reconocería que el trabajo no tuvo un sonido del todo Bacilos, Bacilos.
Luego la pandemia, con sus distancias y aislamiento, coartó las sesiones físicas donde se daba la magia, y redefinió el siguiente álbum, Abecedario, en una colección de ideas, momentos y fragmentos que consiguió florecer en medio de aquellos tiempos surreales. Simultáneamente, las colaboraciones —ahora tan abundantes en la industria— se fueron multiplicando; más como respuesta a auténticos deseos de nuevos artistas por cantar junto a leyendas que estaban de vuelta que a planes de mercadeo y promoción. Si bien dio fruto a pegajosos temas como “Carta a Cupido” y “Salvavidas”, el dúo destaca como única lástima del frenético proceso detrás de estos el poco tiempo que dejaba para respirar las ideas.
Lo que lleva de vuelta a “Pequeños romances”. Una decisión fundamental para recapturar el proceso “a la antigua” fue la de regresar a Villamizar como compositor en solista. Autodenominarse “un viejo que ha vivido” es aún más contundente cuando viene de un tipo que desde sus veintipico años escribe canciones que reflejan gran madurez y sabiduría. Su música siempre ha cargado el sonido de la nostalgia —es verdad que hasta oyéndolas por primera vez muchas canciones de Bacilos logran evocarla—, pero de todos es tal vez este el álbum que más la encarna. Se la ha ganado.
A la hora de escribirlo, Villamizar se permitió abrir sus cartas, “dejar las canciones ser”. Se enfrentó a lacerantes sentimientos a los que tantos huimos: glorias pasadas que tal vez no supimos gozar, errores evidentes que no supimos evitar —lo que él expertamente expresa como el “ruido insistente de viejas derrotas”—; pero al tiempo encuentra solaz en realizaciones poderosas sobre lo que desea y manifiesta, lo que viene, todo aquello que conforma “la realidad adulta de intentar y seguir intentando”.
Así es que Bacilos se embarca en un mar de nostalgia e ilusión, de reflexión y lucidez. Responde al llamado de arreglos de cuerdas y metales, dándole a nuevas composiciones el tinte de aquellas pasadas que pegaron en la radio y que les valieron tantos premios. Es la respuesta perfecta a esa incógnita que tuvieron a la hora de volver: música nueva, sí, pero no imitando tendencias modernas ni recostándose en viejas glorias; es la evolución del sonido de siempre, atemporal, latinoamericano, irrepetible en manos ajenas. Exactamente lo que su público tanto quería.
El álbum inicia con el furor rebosante de “Permiso”, envolviendo al oyente en la gozadera del sabor latino. La banda se abre paso sin reservas y deja claras sus intenciones, su vocación, su lucidez: tienen mucho que decir y no les importa a quién le vaya a gustar. Son canciones como esa y “Dolores de cabeza” que evidencian la reflexión y claridad que desembocaron en ese return to form —se vale el Spanglish por tratarse de una banda orgullosamente miamense—, y se pueden leer perspicazmente entre líneas de desamor: “No entendí que era feliz cuando estaba junto a ti”, “Prefiero perderme del amor, verlo por televisión”.
Esas mismas virtudes iluminan a “Facho”. La canción social —otra gran tradición musical latinoamericana— no es una novedad para Bacilos; ha sido parte fundamental de ellos desde el principio. Sin miedo a exponerse, Villamizar agarra ese abusado término con que la extrema izquierda busca estigmatizar a todo el que se atreva a cuestionar ideas, políticas, y hasta embarradas de sus gobiernos afines, y lo empuña para enfrentar esa banalización discursiva tan normalizada hoy en día.
Como lo hizo con su crítica al complejo de inferioridad latinoamericano en “Cuestión de madera”, con la reivindicación de estos orígenes en “Sangre americana”, con su dramatización del éxodo latino a EE. UU. en “Crónica de una inmigración anunciada”, con su denuncia al daño colateral de la guerra contra las drogas en “La olla”, con su ataque a la deforestación en “Ahí va la madera”, con su ridiculización salomónica de conflictos nacionalistas en “Locos”, y con su famosa y eterna analogía a la caótica Colombia de los 90 en “El edificio”, Villamizar eleva su voz fuerte y clara evocando la de tantos en el continente: “Perdóname en verdad porque piense diferente, es un derecho de la gente, ¿o lo van a cancelar?”.
Como siempre lo han sabido manejar tan magistralmente, tras este canto inconforme regresa el sentimentalismo jocoso. “Anoche”, el primer sencillo, es un verdadero clásico instantáneo, un “Bacilos special”. Tiene todas las pautas inconfundibles que la harían pasar disimuladamente en cualquiera de sus primeros álbumes: esa vulnerabilidad juguetona, ese violín protagónico, esa guitarra cálida, ese bajo incitante, esa percusión envolvente. Esa nostalgia ganada. Es el tipo de canción que refleja el disfrute despreocupado que los hizo tan famosos en primer lugar.
Mientras tanto, “Las notas de mi psicóloga”, ingeniosa y capciosa, hace bailar las penas. ¿Qué más Bacilos que “Si tú estás ahí delante, no hay terapia que aguante”? Recuerda a clásicos menos conocidos como “Bésela ya” y “Buena”, a los que también se parece por ejemplificar cuántos rincones del continente logran alcanzar en un solo tema. Villamizar cuenta que este nació casi como un vallenato que exploraba la idea titular y luego en un viaje a Buenos Aires tomó un giro porteño, cortesía de Sandro Puente, para finalmente en el estudio empaparse de ese sabor cubano que tiñe al álbum entero.
Hablando de colores y matices, el lado del espectro que hasta ahora no se ha cubierto pronto es abarcado por algunos de los temas más personales y conmovedores que Bacilos haya interpretado. No es tarea fácil sumar una estrella al firmamento emotivo del que son capaces, pero aquí lo hacen parecer sencillísimo.
Lopes toma las riendas en “Epifanía” para entonar una canción de amor verdadero —tal vez la única libre de penas y remordimientos en todo el álbum— que, además de su voz, también protagoniza su bajo. Más loables aún son sus poéticas letras, teniendo en cuenta que él no se considera particularmente elocuente en español (claramente se subestima). La oda al hogar inesperado de la banda, “30 años en Miami”, es un sentido gesto a la capital latinoamericana, a ese “suelo de arena, cemento, y coral” donde tantos han echado raíces sin saber o sin querer, y al que la banda le debe inconmensurable inspiración. Y en cuanto a “Mala maña”, ¿qué decir?, es fácilmente una de las canciones más íntimas y delicadas jamás interpretadas por Bacilos, y se siente; un intermedio en el álbum de entrañable sinceridad que marca cada línea con escalofríos en la piel.
Pero no todo es nuevo en Pequeños romances, y es eso tal vez lo más admirable, lo más valiente, lo más maduro de este álbum. Dos de sus once canciones —la que le da el título y “Enredadera”— son composiciones que pertenecieron al primer trabajo de solista de Villamizar y que él siempre sintió merecían su lugar en el repertorio de Bacilos. Musicalmente, la diferencia es toda, casi provoca pedirles que revisiten los demás que faltan.
Esa misma lucidez con que navegó los otros temas le permite entender que al pasado no hay que temerle, en especial cuando se cuenta con nuevas perspectivas. Es así que las letras resuenan con mayor dimensión, y Villamizar pareciera cantarlas con cierto sentimiento retrovisor. A pesar del desamor y desconcierto que narran, lleva en la voz la serenidad de alguien distinto a quien las escribió hace casi veinte años. Por más que siga siendo ese mismo “tonto sentimental”, ya dejó de correr, de zafarse, y no le teme a sufrir ni a dejar cosas rotas, a seguir más allá de la miel y la luna.
“Enredadera” es particularmente poderosa, y si bien la impresión de que sus letras sirvieron en su momento —2008— como una alusión a Bacilos en sí podría parecer una lectura exagerada, la forma en que la coda reúne fragmentos de algunos de sus más grandes éxitos hace de esta una hipótesis más contundente. Tras semejante viaje, esta canción podría actuar como el cierre perfecto; eso es, si lo que la banda quisiera fuera una emotiva despedida. A este tema le siguen otros nuevos —algunos ya mencionados aquí— que reafirman el hecho de que Bacilos no está mirando al pasado, sino reafirmando su regreso y abriéndose camino hacia el futuro.
Es exactamente esto lo que hace de “Yo me caso contigo” un final formidable. Al reunir toda la nostalgia, ilusión, reflexión, y lucidez que se han mencionado una y otra vez, este cierre es la epítome de esa madurez que yace en el corazón de “Pequeños romances”. La sinceridad con que se llega a esa conclusión, a esa promesa, prueba que las canciones de amor no le pertenecen en exclusiva a pasiones adolescentes, y que Villamizar, habiéndolo vivido, no subestima su propio crecimiento ni el de su audiencia.
Este álbum es reflejo de una banda que entre el éxito, la experiencia, y la entrega ha aprendido a dominar su obra. Es una declaración categórica marcada por la certeza de que las penas sanan y la vida sigue, de que no hay que temerle a regresar pero tampoco a lanzarse hacia adelante, de que nunca es tarde para encarar al corazón ni elevar la voz, y de que, en ese plano lúcido donde yace “el amor después del amor”, a esta banda inequívocamente latinoamericana llamada Bacilos todavía le quedan muchas melodías e historias por regalarle a su continente.