Lutería: la música detrás de la música

Por séptima vez consecutiva y con el fin de sensibilizar e incentivar el cuidado y la construcción de diferentes instrumentos, el Cartagena XIII Festival de Música hace énfasis en una de las materias primas del arte sonoro con talleres y clínicas de reparación y mantenimiento.

* El Espectador
08 de enero de 2019 - 02:00 a. m.
Lutería: la música detrás de la música

 

“Manuel Zapata me dijo ‘Domingo Benkos Biohó se libertó en Cartagena y en la matuna fundó Palenque para escapar de su suerte, para llamar a su gente, para cantar por sus penas’”, canta Carlos Vives a la Ciudad Amurallada en “La fantástica”. La estrofa, de una u otra forma, da cuenta de una historia que emana de las calles de Cartagena. Una historia de la música y del reconocimiento; del poder decir “estoy aquí aunque no puedas verlo”. La música y esa necesidad de un reconocimiento que se percibe en el tema interpretado por el artista samario van más allá de un relato de la ciudad misma hasta llegar a una de las bases del Festival: la lutería o el arte de la construcción, reparación y restauración de instrumentos.

Hace ya unos buenos años, Victor Salvi, un fabricante de arpas y empresario estadounidense con ancestro italiano, visitó Cartagena junto a su esposa Julia, presidenta de la Fundación Salvi (organización que maneja el Cartagena Festival Internacional de Música). El haber recorrido La Heroica sumado a diferentes experiencias musicales llevaron a que la pareja le diera vida al evento. El parecido de Cartagena con las ciudades europeas en que se llevaban a cabo grandes festivales fue una de las razones por las que, desde 2006, la ciudad recibe una vez al año a los mejores intérpretes de la denominada música académica.

Con el paso del tiempo sumó a su programación diferentes actividades complementarias a las presentaciones musicales, con el fin de diversificarse, entre ellas, los talleres y clínicas, a cargo de lutieres y técnicos de la primera escuela de lutería del país. Este año, los talleres de construcción de gaitas y tambores, el de lutería para niños, y las clínicas de mantenimiento y reparación de instrumentos sinfónicos de viento y de cuerda frotada.

Ambos talleres, en sus ediciones pasadas, han gozado de una gran acogida, tanto por los músicos como por los espectadores. Este año el de lutería cuenta con elementos no convencionales, con la particularidad de ser exclusivamente para niños. Por otra parte, el de gaitas, aun abriendo 120 cupos anualmente, se ha convertido en uno de los de mayor demanda.

En cuanto a la lutería, Salvi la tomó como bandera desde su llegada al país en 2006 y con ella, quienes se habían dedicado a la construcción de instrumentos pudieron formarse de manera integral. Sin embargo, no es el oficio en sí lo que más les llama la atención a los lutieres de su trabajo en el Festival, es “el servicio social que se hace aquí, en donde el oficio no se ve con igual magnitud”, asegura Nikolai Ceballos, lutier de cuerdas. Por la misma línea, Juan David Villacrez, encargado de la clínica de mantenimiento y reparación de instrumentos sinfónicos de viento, junto a otros dos lutieres más, hace énfasis en que lo que más le gusta de su trabajo es el impacto social que tiene.

Ceballos, de familia de músicos, empezó como carpintero, y el día en que vio a un maestro construyendo una guitarra marcó su inicio en el oficio. “Aquí sin paciencia no hay nada. Si no estás dispuesto a quitar décimas de milímetros de un instrumento a punta de raspa, no es para ti”. Además de paciencia, la lutería le ha permitido desarrollar habilidades como la dimensión espacial y el entendimiento de la música desde otro punto de vista. Este año Nikolai Ceballos volvió al evento para hacerse cargo de una de las clínicas de mantenimiento y reparación.

Por otro lado, y gracias a su trabajo, Villacrez ha tenido la oportunidad de viajar a distintos municipios del país para reparar sus bandas sinfónicas. “No se trata únicamente de arreglar los instrumentos. Cada persona es diferente y ningún instrumento es igual”, con el tiempo, ha desarrollado una sensibilidad que podría traducirse en alteridad, tanto con el instrumento como con quien lo toca. “Para cada músico su instrumento es un tesoro. En un país cuyo costo es tan alto que tenerlo se convierte en un lujo, una persona que gana un salario mínimo tendría que dejar de comer para conseguir uno de gama media o baja”, recalca.

Para la edición número XIII del Cartagena Festival Internacional de Música, la Fundación Salvi trasladó el 80 % de sus talleres a la Universidad de Cartagena, y de esta manera se afirma el compromiso de que el certamen vaya más allá de lo netamente musical para llegar hasta un ámbito social. Y es que mientras en los teatros, capillas y plazas de la ciudad repican composiciones de Bach, Beethoven, Stravinsky, Mozart y Schubert, entre otros autores, el lutier, desde su taller, consolida su rol dentro del Festival. Se vive de nuevo en Cartagena esa historia de la música y del reconocimiento; del poder decir “estoy aquí aunque no puedas verlo”.

Por * El Espectador

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