Maldito Bunbury y los santos inocentes
El pasado sábado 16 de diciembre convocaste a 14 mil voces en el Movistar Arena en Bogotá, que aún retumban en mi cabeza. Una carta en medio de la expectativa del posible retiro de los escenarios del cantante español.
Alberto González Martínez
Las distancias se hacían cortas, pasaban rápido las horas y este concierto no ha parado de menguar. En mi cabeza no ha parado. Fueron dos horas rápidas y cortas. Fue alegre y nostálgico. Esa nostalgia que está tan de moda. No he sonreído y ni he saltado. Ha sido aquel de hace años. Me he convertido en duende o quizá esté yendo hacia atrás como Benjamín Button.
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Las distancias se hacían cortas, pasaban rápido las horas y este concierto no ha parado de menguar. En mi cabeza no ha parado. Fueron dos horas rápidas y cortas. Fue alegre y nostálgico. Esa nostalgia que está tan de moda. No he sonreído y ni he saltado. Ha sido aquel de hace años. Me he convertido en duende o quizá esté yendo hacia atrás como Benjamín Button.
Cantaste dos canciones de Héroes del Silencio. Insignificante para unos, héroes para otros. Vi bajar las luces del escenario por última vez y se sentían más intensas. Eran como estrellas que iluminaban mis divagaciones. “Maldito Duende”, fue el antepenúltimo tema del setlist de 25 canciones. La gente grababa con sus celulares y otros gritaban. No podía tomar una decisión. Era como si, en ese momento, escapara de ese lugar.
Convocaste a miles de personas locales y de países vecinos. Fueron cinco conciertos finales en Latinoámerica, el último de ellos en Bogotá. Allí se agitaban banderas, las manos con símbolos rockeros y se escuchaban los gritos o el grito unísono de una sola persona con 14 mil voces. Una voz con reverberación que rebotaba en ese espacio del Movistar Arena. Una voz que todavía rebota en mi cabeza. Maldito Bunbury.
Los alaridos. Las luces. El show. Los solos de guitarra. Los solos de guitarra, de nuevo. Las veces que esa voz múltiple gritaba “Enrique, Enrique”. Todo eso se repite una y otra vez, como si fuera loop que flotara en mi oído. Por momentos sentí a Juan Valdivia en la guitarra, pero recordé que su último concierto juntos fue hace 16 años y que ni siquiera pasaron por Colombia. Otra vez maldito.
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Era Jordi Mena. Uno de Los Santos Inocentes. La banda que te ha acompañado hace más de una década y con quien grabaste el álbum “Licenciado Cantinas”. Incluiste ahí la canción “El Solitario”. La había grabado primero Alfredo Gutiérrez con su voz y su acordeón rebelde. Esa historia de un borracho al que no le alanza el mar para tomárselo y las estrellas le alumbran al revés. Como me alumbraban esas luces aquella noche.
Te hubiese preguntado por esa canción en especial y por las más clásicas, que cantaste al final. Fuiste y serás Héroe. Un Peter Pan, quizá. Que robaba frases de escritores como lo comprobó alguna vez en el ‘Método Bunbury’ el periodista y escritor Fernando del Val. Ahí decía, con sustento, que plagiaste letras de escritores y poetas como Frida Kahlo, Leonard Cohen, Mario Benedetti, Charles Bukowski, Haruki Murakami, Fernando Arrabal, Felipe Benítez Reyes y Nicanor Parra. Como si hubieses sido el primero.
Cuando lo supe no me sentí estafado, como reclamarían muchos policías de lo correcto. Que le pregunten a Bob Dylan, respondiste alguna vez. Al final, como lo decía Carlos Fuentes, lo que uno hace es el resultado de todas las cosas que le han gustado en la vida. Que a ti te haya afectado esos autores que también lo hicieron conmigo, era un motivo más para reafirmarme que fui un fiel seguidor de tu música. Fidelidad que perdí con el paso de los años.
―En estos tiempos nos ha pasado muchas cosas a todos ―dijiste en el medio del concierto como dándome la razón.
También has dicho, últimamente, que te vas a retirar de los escenarios por problemas de salud en tu garganta. Anunciaste que tu último concierto será en Zaragoza, tu tierra natal, a mediados de este año que se inicia. Ya Los Santos Inocentes emprendieron su carrera como agrupación aparte, han girado sin ti y han lanzado un disco. También escuché la versión que Till Lindemann, vocalista de Rammstein, hizo de “Entre dos tierras”, una de las canciones de Héroes. Suena a un homenaje de despedida, como sonaba aquella noche.
Cuando saliste al escenario interpretaste los temas de tu nuevo álbum, que llamaste Greta Garbo, referenciado a la actriz que no volvió a los reflectores en el culmen de su carrera. Más bien me fijé en ese cabello crespo, como si fueran ondeadas del humo de cigarrillo y que alguna vez dejé crecer de la misma forma. Hubiese preferido, que también como Benjamín Button, volvieras a aquel cabello largo y cobrizo de hace cuarenta años cuando eras adolescente y llegué a tu música, tiempo después, como otro adolescente perdido.
Espero que no termines como la actriz y sea una mentira o estratagema, como muchas a la que los artistas nos tienen acostumbrados. Maldito si es verdad o si es mentira. Quizá volverás a ser un niño que soñará con salir a los escenarios y, los que somos y fuimos seguidores, quedaremos condenados como otros santos inocentes a quienes les decapitarán las orejas. Solo podremos escuchar eternamente aquellas voces o aquella voz unísona que no deja de reverberar en mi cabeza, que no ha parado de menguar.
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