Matilde Díaz, la voz de los clásicos de Lucho Bermúdez
En su interpretación se inmortalizaron temas emblemáticos del folclor colombiano como "Colombia tierra querida", "Carmen de Bolívar", "San Fernando" y el bolero "Te busco".
Juan Carlos Piedrahíta B.
Los prejuicios obligaron a Matilde Díaz a ser mexicana. Eran otros tiempos y en Colombia el hecho de ver a una mujer parada sobre el escenario después de las siete de la noche implicaba una seguidilla de comentarios malintencionados, así la dama, como era el caso de la cantante, estuviera exponiendo los mejores dotes artísticos. (Le puede interesar: El jazz de Lucho Bermúdez)
Para excluir a la nueva voz de cualquier situación vulnerable, el maestro Rafael Bolívar, líder de la Orquesta Ritmos, tomó la decisión de afirmar que su vocalista principal era mexicana y no colombiana, y de esta manera silenció por un tiempo las murmuraciones. (Además: Homenaje a Lucho Bermúdez en su natalicio)
Los secretos se diluyeron, se conoció la verdadera nacionalidad de la intérprete y se estableció que Matilde Díaz no solo era más criolla que cualquiera de las canciones que entonaba, sino que tenía una experiencia importante como integrante del dúo de las Hermanas Díaz (Matilde y Elvira), y algo de reconocimiento por su aproximación a los pasillos y bambucos.
Además, a la par con su trabajo en distintas orquestas, Matilde Díaz adquirió compromisos como locutora, una labor que le ayudó a contar historias a través de las entonaciones y modificaciones en su voz.
Aunque Díaz nació en San Bernardo, Cundinamarca, sus primeros afectos estuvieron relacionados con el municipio de Icononzo, en el departamento del Tolima. Por su lugar de origen se vinculó primero a las músicas del interior del país, pero muy pronto se internacionalizó asimilando el folclor de Chile, México y Argentina.
Cuecas, tangos y tonadas del sur del continente hicieron parte de su repertorio aficionado hasta que se inscribió en un concurso de canto y gracias a las enseñanzas del maestro Emilio Murillo, logró que Luis Eduardo Bermúdez Acosta (Lucho Bermúdez) viera en ella el potencial suficiente para saltar de las armonías de los bambucos a las cadencias de la cumbia, el son, el fandango y el porro.
Al lado del compositor, arreglista y director de orquesta estuvo Matilde Díaz durante casi dos décadas completas. Ambos conformaron un dúo irrepetible dentro del espectro de la música colombiana.
Mientras él se encargaba de la creación, ella asumía la interpretación de los sentimientos, y esa fórmula les sirvió para ser invitados de honor en Argentina, México, Venezuela y Cuba, país en el que conocieron a Ernesto Lecuona, uno de los más importantes autores del continente. De la mano de Lucho Bermúdez y Matilde Díaz, el sonido nacional viajó, se proyecto y alcanzó uno de sus máximos niveles.
Matilde Díaz fue una de las primeras mujeres en apropiarse del lugar principal dentro de una orquesta. En su garganta se hicieron inmortales canciones como San Fernando, Colombia tierra querida, Carmen de Bolívar, Salsipuedes y el bolero Te busco.
Hoy, después de más de 18 años de su muerte causada por un cáncer fulminante, la escuchamos con la misma intensidad con la que la extrañamos.
Los prejuicios obligaron a Matilde Díaz a ser mexicana. Eran otros tiempos y en Colombia el hecho de ver a una mujer parada sobre el escenario después de las siete de la noche implicaba una seguidilla de comentarios malintencionados, así la dama, como era el caso de la cantante, estuviera exponiendo los mejores dotes artísticos. (Le puede interesar: El jazz de Lucho Bermúdez)
Para excluir a la nueva voz de cualquier situación vulnerable, el maestro Rafael Bolívar, líder de la Orquesta Ritmos, tomó la decisión de afirmar que su vocalista principal era mexicana y no colombiana, y de esta manera silenció por un tiempo las murmuraciones. (Además: Homenaje a Lucho Bermúdez en su natalicio)
Los secretos se diluyeron, se conoció la verdadera nacionalidad de la intérprete y se estableció que Matilde Díaz no solo era más criolla que cualquiera de las canciones que entonaba, sino que tenía una experiencia importante como integrante del dúo de las Hermanas Díaz (Matilde y Elvira), y algo de reconocimiento por su aproximación a los pasillos y bambucos.
Además, a la par con su trabajo en distintas orquestas, Matilde Díaz adquirió compromisos como locutora, una labor que le ayudó a contar historias a través de las entonaciones y modificaciones en su voz.
Aunque Díaz nació en San Bernardo, Cundinamarca, sus primeros afectos estuvieron relacionados con el municipio de Icononzo, en el departamento del Tolima. Por su lugar de origen se vinculó primero a las músicas del interior del país, pero muy pronto se internacionalizó asimilando el folclor de Chile, México y Argentina.
Cuecas, tangos y tonadas del sur del continente hicieron parte de su repertorio aficionado hasta que se inscribió en un concurso de canto y gracias a las enseñanzas del maestro Emilio Murillo, logró que Luis Eduardo Bermúdez Acosta (Lucho Bermúdez) viera en ella el potencial suficiente para saltar de las armonías de los bambucos a las cadencias de la cumbia, el son, el fandango y el porro.
Al lado del compositor, arreglista y director de orquesta estuvo Matilde Díaz durante casi dos décadas completas. Ambos conformaron un dúo irrepetible dentro del espectro de la música colombiana.
Mientras él se encargaba de la creación, ella asumía la interpretación de los sentimientos, y esa fórmula les sirvió para ser invitados de honor en Argentina, México, Venezuela y Cuba, país en el que conocieron a Ernesto Lecuona, uno de los más importantes autores del continente. De la mano de Lucho Bermúdez y Matilde Díaz, el sonido nacional viajó, se proyecto y alcanzó uno de sus máximos niveles.
Matilde Díaz fue una de las primeras mujeres en apropiarse del lugar principal dentro de una orquesta. En su garganta se hicieron inmortales canciones como San Fernando, Colombia tierra querida, Carmen de Bolívar, Salsipuedes y el bolero Te busco.
Hoy, después de más de 18 años de su muerte causada por un cáncer fulminante, la escuchamos con la misma intensidad con la que la extrañamos.