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Máximo Jiménez y su cantata social

Su voz recitadora pudo grabar con su acordeón rebelde alrededor de nueve producciones musicales. Homenaje al juglar que murió el 27 de noviembre de 2021.

Félix Carrillo Hinojosa*
31 de diciembre de 2021 - 01:30 a. m.
Máximo José Jiménez Hernández es el autor de obras como "El indio sinuano".   / Panoramadelsanjorge.com.co
Máximo José Jiménez Hernández es el autor de obras como "El indio sinuano". / Panoramadelsanjorge.com.co

Máximo Jiménez Hernández tuvo la fortuna de musicalizar el miedo y la rebeldía en una extensa sinfonía de letras sociales, cuyas melodías se abrieron como lo hacen las danzadoras de su tierra: libres, francas, risueñas, amorosas y siempre portadoras de esperanzas. En los años 70 se creció el verso protesta de la canción necesaria que, a manera de corriente y como río rebelde, se volvió indetenible.

Dentro de este sentir inconforme estaba él. Junto a sus padres y hermanos, que vieron cómo la tragedia humana caminaba de un lado a otro, sin que hubiera poder natural o sobrenatural que la remediara. Ese sufrimiento que su aldea vivía y que persiste lo hizo cambiar de mentalidad y entendió que su arte de tocar el acordeón y vociferar a los cuatro vientos los problemas de su comunidad podía ser conocido por quienes tenían el poder de, por lo menos, disminuirlos.

Jiménez se volvió un trashumante que a todo lo que veía le hacía un canto. Se olvidó del amor, del dinero, de las vanidades que arrinconan al ser y, en lugar de caer rendido por las ofertas que no faltaron, cambió eso por una narrativa social. No podía ser de otra manera, pues lo que él encontraba en su camino era hambre, desnudez, mujeres maltratadas, jóvenes sin presente ni futuro, una violencia creciente que todos los días era contar muertos, llorar, una libertad que era todo menos eso. Así el amor y la buena vida pasaron a un plano ínfimo.

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Su vida en el corregimiento Santa Isabel, en el departamento de Córdoba, donde nació el 1° de abril de 1949, al lado de sus padres María Hernández y José Jiménez, no fue tan cruel como aconteció después, porque la inocencia de sus pocos años lo cubría en medio de las dificultades.

Con los años de su adolescencia a cuestas, Máximo Jiménez vivió en carne propia los rigores del desarraigo social. Eso le puso una coraza inmensa, mientras aprovechaba cualquier descuido para llorar. Únicamente el pasar del tiempo lo convirtió en un serio y creíble relator social, de esos de verdad, que no necesitan luces ni otros aditamentos para consolidar su canto.

Su relato social caminaba entre las diversas comunidades. Quienes no tenían nada estaban a gusto con saber que alguien no cayó en los brazos de Morfeo para volverse un narrador del amor y más amor. A él le llegaban los rumores de que sus denuncias estaban caminando más de la cuenta y eso mortificaba a los dueños de la tierra, de la vida.

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En ese transitar se dio la mano con el escritor David Sánchez Juliao, quien le habló de un relato que tenía. Él escuchó la lectura de su texto. Al terminar, el músico le dijo, “Eso no tiene música ni ritmo, yo se lo puedo poner” y así se dio el nacimiento El indio sinuano, que con su letra hace un llamado serio: “Yo soy indio de los puros del Sinú. / Yo soy indio chato, cholo y chiquitín. / Esta tierra, que es mi tierra, / este cielo, que es mi cielo. / A mi casa llegó un día el español / y del oro de mi padre se apropió / y la tumba de mi abuelo / como guaca la exploró. / Y mi tierra me quitaron de las manos / despojado quedé yo con mis hermanos / al abrigo de los vientos / relegado a los pantanos”. Con ese canto comenzó la revolución de un campesino que jamás dejó de narrar lo social.

Cuando el barro se puso duro, no tuvo otra escapatoria que escabullirse y entregarse al exilio, en Austria. Allí siguió con su ideario, con el que estaba seguro, así que ni el frío, ni sus dificultades cotidianas, ni el idioma, ni tantas barreras que le planteó el día a día lo iban a detener. Solo una isquemia cerebral lo hizo volver al lugar de origen, después de vivir más de veinte años en el exterior. Sin embargo, en esa lejanía, su acordeón, su voz, sus letras y melodías nunca se callaron. Solo su salud le puso un tatequieto a su vocación de hacer del problema social un instrumento de denuncia.

Su obra La vuelta a Colombia es un canto reconciliador, que se convirtió en un himno dentro de la UP y cuyos versos se esparcieron por todo el territorio: “La vuelta a Colombia / por la paz y la democracia / buscamos la forma / de tener una nueva esperanza / por el derecho a la vida / luchemos todos / por el bien de nuestra patria / luchemos todos / porque no mueran más niños / luchemos todos / por una reforma urbana / luchemos todos”.

Su voz recitadora pudo grabar con su acordeón rebelde unas nueve producciones musicales. Todas recogieron un problema, una posición propositiva, que lo llevó a comprender que la frontera es mental y que el arte soluciona lo que los malos gobernantes se niegan a poner en un sano disenso.

En el amanecer del 27 de noviembre de 2021 su vida se fue, en la capital de Córdoba, el mismo territorio que lo vio fugársele a la muerte en más de una ocasión, tal vez a un diálogo más placentero con los duros del progresismo, marxismo, leninismo y socialismo, para ponerle música al Capital y muchos discursos llenos de cambios y otros obsoletos, que con el aporte de su picardía musical pueden revivir. Ya no tiene que huirle a la persecución inhumana que vivió por parte de la ultraderecha, que de manera selectiva sabía que su verbo caminaba y concientizaba, pero que aun en vida y con sus achaques ya no significaba nada.

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Los cultores tienen el privilegio de producir una obra que defiende al territorio, pero sus derechos dentro y fuera de la patria no son bien tratados, por ende, esos protagonistas no terminan sus días como merecen.

Máximo José Jiménez Hernández no fue la excepción. Padeció lo mismo que lo han hecho otras glorias como autores, compositores e intérpretes, que terminan sometidos por el editor y productor que les hace firmar unos contratos perversos e inhumanos y acaban pagándole unos porcentajes irrisorios y adueñándose de una obra que no han creado. A él, al igual que todos los que han sufrido ese maltrato, los salva su obra, pues cada vez que llega el carro del olvido resurge una obra de su creación, para decir aquí hay un autor o intérprete vivo, por la fuerza natural de lo que dejó en la tierra.

*Escritor, periodista, compositor, productor musical y gestor cultural.

Por Félix Carrillo Hinojosa*

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Alberto(3788)01 de enero de 2022 - 07:07 p. m.
¡GRANDE! Gloria eterna a Máximo Jiménez.
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