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La edición XVI del Cartagena Festival de Música, El color del sonido, ofrece un amplio panorama del repertorio de cámara que surgió en el siglo XIX después de la enorme contribución que Beethoven hizo al género. Cuando hablamos de música de cámara nos referimos a la música que la gente interpretaba en la privacidad de sus casas o que se hacía en la corte, en los siglos XVII y XVIII, en Italia y Alemania, y se diferenciaba de la música que se interpretaba para un público más grande, por ejemplo en la iglesia o el teatro.
Ya en la segunda mitad del siglo XIX, pasó a entenderse como el repertorio instrumental para pequeños conjuntos, ya fueran cuartetos de cuerda, tríos con piano o quintetos de instrumentos de viento, que pasaron de ser música doméstica interpretada por aficionados a convertirse en una forma elevada de la composición musical. Grandes compositores nutrieron con magníficas obras este repertorio, que fue tan popular hasta el siglo pasado.
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La forma más representativa de la música de cámara fue el cuarteto de cuerda, conformado por dos violines, viola y violonchelo, que fue para muchos compositores el punto de referencia, aunque también ganaron importancia conjuntos conformados por cuerdas y otros instrumentos, como el pianoforte, el clarinete, la trompeta, el oboe y la flauta. Este repertorio también gozó de difusión en América Latina y, en algunos casos, se convirtió en un referente cultural de la sociedad.
Weber, Schubert, Mendelssohn, Schumann, Brahms, Franck, Borodin y Dvorak, entre otros, crearon piezas de música de cámara que son verdaderas obras maestras, muchas de las cuales se podrán escuchar en el festival. Algunas de ellas se han hecho muy populares. Otras, menos conocidas, resultan de gran interés, pues son el resultado de la búsqueda en aspectos como el timbre, la sonoridad y el color del sonido, así como de las características particulares de cada instrumento y su presencia en las músicas populares. Resultado de esa búsqueda son las tendencias claramente definidas en las escuelas del siglo XIX en Austria-Alemania, Francia, Italia, Rusia y Europa del este, de manera que el mosaico de expresiones musicales se enriqueció con nuevos colores.
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La ciudad de Viena, con su vitalidad cultural y las instituciones musicales que sirvieron de sustrato vital para la actividad creativa de los grandes maestros clásicos Haydn, Mozart y Beethoven, sigue siendo un punto de referencia a lo largo del siglo XIX. Allí, la música de cámara se consume tanto en ambientes aristocráticos y burgueses como domésticos o públicos, no solo con obras originales sino también con transcripciones y adaptaciones. Los compositores más relevantes en el área germana fueron Carl Maria von Weber, Franz Schubert, Felix Mendelssohn, Robert Schumann y Johannes Brahms.
En los últimos treinta años del siglo XIX, Francia se situó a la vanguardia de la producción instrumental de cámara con ideas novedosas que tuvieron gran importancia en la música del siglo XX. París, en particular, fue el centro de una atractiva vida social en los salones aristocráticos que llevó a un desarrollo cultural que propiciaron artistas de distintas nacionalidades y estéticas como Viotti, Cambini, Cherubini, Reicha, Kalbrenner, Chopin, Liszt y otros, quienes ofrecieron una riqueza de posibilidades verdaderamente única a los músicos franceses, entre lo que se destacan Ernest Chausson, Vincent d’Indy, Cesar Franck, Camille Saint-Saëns, Gabriel Fauré y Claude Debussy.
La historia de la música de cámara en Italia es similar a la de Francia. En ambos países la producción instrumental tuvo que competir con la amplia, popular y perdurable influencia que ejercía el melodrama, para encontrar su espacio. Si bien fue la ópera el género que predominó en la vida musical de la época, la producción de música de cámara de los autores italianos fue, sin embargo, copiosa y muy interesante, gracias a compositores como Giovanni Bottesini, Giovanni Pacini, Saverio Mercadante, Amilcare Ponchielli, Umberto Giordano, Giacomo Puccini, Francesco Cilea y Giuseppe Martucci.
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El despertar de una conciencia nacional en Rusia coincidió con un extraordinario avance musical. Mikhail Ivanovic Glinka, autor de la ópera Una vida por el zar y portador de un espíritu romántico y nacionalista, se considera, con razón, como el primer artista nuevo de la Rusia del siglo XIX. Después de él, Rusia consolidó su escuela “nacional”, animada por las fuertes personalidades de Milij Balakirev, Cesar Cui, Aleksandr Borodin, Modest Mussorgsky, y Nikolai Rimsky Korsakov, además de compositores como Anton Rubinstein y Piotr Ilich Tchaikovsky, que hicieron grandes aportes a la música de cámara.
Muchos países de Europa del este vieron, durante el siglo XIX, un desarrollo de la música nacional. Es el caso de Polonia, que contribuyó a la historia de la música de cámara con excelentes músicos. El más destacado fue Fryderyk Chopin, quien a partir de 1830 se estableció en París. Como contraparte del polaco, se presentó la imagen de la cultura musical húngara. También en este caso, graves conflictos políticos crearon un ambiente fértil para el nacimiento de una música nacional. Antonin Dvorak y Bedrich Smetana son los más importantes músicos de Bohemia en esta época. En la región de Europa del este cabe destacar también a Franz Liszt, George Enescu y Bedrich Smetana,
Los intérpretes
Como es tradición del festival, los intérpretes invitados para esta edición son solistas o agrupaciones de reconocida trayectoria internacional, conocedores del repertorio y reconocidos por haber desarrollado interpretaciones particulares o innovadoras de las obras y los períodos elegidos.
Los conjuntos de cámara convocados son el Cuarteto Modigliani (Francia), conjunto histórico de gran prestigio mundial, especializado en el repertorio francés; el Cuarteto Oistrakh (Rusia), conocido por sus interpretaciones del repertorio de cámara ruso y de Europa del este; el Cuarteto Goldmund (Alemania), joven pero muy original en la interpretación del repertorio de los grandes clásicos alemanes; el Ensamble Alban Berg, de Viena (Austria), un destacado septeto mixto formado por el cuarteto de cuerdas Cuarteto Hugo Wolf y tres excelentes solistas: Silvia Careddu (flauta), Nora Cismondi (oboe) y Ariane Haering (piano); dos cuartetos colombianos: el Cuarteto Q-Arte y el Cuarteto Peregrino de la Filarmónica Joven de Colombia; el histórico dúo de pianos Tal & Groethuysen; la Orquesta Filarmónica Juvenil de Cámara de Bogotá; los solistas Andrey Baranov (violín), Pablo Barragán (clarinete) y Matan Porat (piano), entre muchos otros.