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¡Usa la conciencia, latino.
No la dejes que se te duerma,
No la dejes que muera!
El jueves 7 de septiembre de 1978, los bares, las celebraciones populares, los campus universitarios, las reuniones familiares, las fiestas de barrio y las emisoras radiales de las grandes, medianas y pequeñas poblaciones de gran parte de América Latina fueron asaltados por las canciones de un disco que representó una revolución para un género musical que, por razones comerciales, aunque también con fuertes fundamentos, recibió el nombre de “salsa”. (Recomendamos: Petrit Baquero escribe sobre el legado del Grupo Niche).
El álbum, firmado por Willie Colón y Rubén Blades, se titula Siembra y, en muy poco tiempo, fue considerado una obra maestra por su impacto comercial, social y cultural que se traducía en efectivos arreglos, uso de efectos sonoros -bastante novedosos-, fuertes ritmos, virtuosos músicos, pegajosas melodías, agudas letras llenas de sentido social, posturas políticas críticas y contundentes, y, por supuesto, maravillosas, extensas y perdurables canciones.
Los trombones, agresivos y bien afincados, de Leopoldo Pineda, José Rodrigues, Ángel Papo Vásquez y Sam Burtis; el bajo funkeado del gran Sal Cuevas y el tradicional, pero a la vez jazzístico, de Eddie Guagua Rivera; el piano montunero del Profesor Joe Torres; la percusión potente y sabrosa de José Mangual Jr., Eddie Montalvo y Jimmy Delgado; las cuerdas escritas por Carlos Franzetti; los maravillosos arreglos de Luis Perico Ortiz, Louie Cruz… y, claro está, la inteligente dirección musical -y los arreglos también- de Willie Colón, así como las impactantes letras y la cálida voz de Rubén Blades, marcaron un camino para quienes están convencidos de que se puede pensar críticamente el mundo sin perder el swing y el tumbao (y la rebeldía).
Siembra demostró que la salsa, que de todas formas sonaba (en esos tiempos) rebelde y contestataria, con sus letras y sonidos barriales llenos de orgullo latinoamericano, caribeño y panafricano, podía trascender a otros espacios con unas líricas cargadas de mensajes profundos en un contexto de efervescencia social y política para el continente y el resto del mundo.
Por todo esto, bien vale celebrar este disco, porque, como dice la canción, “siembra y siembra y tú verás”. Siembra es un hito, una obra maestra (vale la pena volverlo a decir) que desde su lanzamiento fue reconocida como un ícono de la música -y la cultura- del Caribe y América Latina. Además, fue un éxito de ventas con unas cifras que no son del todo claras y sobre las que hay bastantes especulaciones, aunque con el consenso de que se trata del álbum más vendido de la historia de la salsa, por lo menos hasta bien entrados los años noventa.
Este álbum es, a su vez, una obra de su tiempo que recogió numerosas influencias y planteó cosas que, en lo musical y lo discursivo, sonaron bastante novedosas. Y si bien han surgido, desde otros géneros, propuestas artísticas y políticas con gran incidencia social, es claro que Siembra solamente podía haberse lanzado en esa época, no solo para sonar como sonó, sino, sobre todo, para conseguir el efecto que tuvo. Es que el impacto sociocultural y la influencia de este álbum fueron irrepetibles, algo que ni Colón ni Blades han podido igualar, a pesar de presentar posteriormente otras producciones de gran calidad.
Canciones como Pedro Navaja, Plástico, Siembra, Buscando guayaba, Dime, Ojos y María Lionza se transformaron en verdaderos himnos que han sido cantados a grito herido en los campus universitarios, los bares, los cafés, los mítines políticos, las protestas callejeras y las fiestas populares de América Latina.
Siembra, además, fue un vehículo para que una clase media que, por cuenta de un arribismo que nunca ha faltado y bastante desconocimiento -deliberado o no- de algunas manifestaciones populares, veía la salsa con desconfianza, empezara a apreciarla como una genuina expresión de su identidad. Esto hizo que muchos se convirtieran, de ahí en adelante, en “salsómanos”, compartiendo con otros sectores sociales sus demandas, intereses y sueños colectivos. Así, las proclamas sobre el orgullo latino, la unidad panamericana, la emancipación cultural y el cambio político surtieron efecto, y tocaron el nervio de las personas inmersas en un sistema, indudablemente, inequitativo e injusto que encontró una voz crítica que, además, y eso es bien importante, tenía bastante sabrosura.
Esto quiere decir que el mensaje claramente sociopolítico de Siembra continúa siendo vigente más de 40 años después, llegando a ser, incluso, urgente y necesario en un momento en que las sociedades contemporáneas manifiestan, al mismo tiempo y con la visibilidad que han otorgado los avances tecnológicos, tendencias cada vez más contradictorias, pues es evidente que -con las simplificaciones que inevitablemente tienen ciertos análisis de la realidad- coexisten personas cada vez más dispersas e individualistas, y, en muchos casos, abiertamente reaccionarias, con otras que se involucran en distintos procesos de transformación colectiva, proponiendo cambios sutiles, profundos o radicales al sistema social, económico, cultural y político actual.
De esta manera, la rebeldía manifiesta en Siembra sigue siendo, a pesar de la llegada de nuevas tendencias musicales y, por supuesto, nuevos artistas, la banda sonora de muchos de los que piensan críticamente su realidad y buscan conseguir cambios estructurales en las sociedades contemporáneas. En esta vía, Siembra abrió muchos caminos, acabó con bastantes prejuicios y demostró que la música popular afrocaribeña y latinoamericana podía presentar obras de alta calidad -sonora, literaria y conceptual-, concordantes con propuestas artísticas novedosas, planteamientos políticos contundentes y -prohibido olvidar- proclamas urgentes y necesarias para la sociedad.
Por todo esto, Rubén Blades afirmó de Siembra que “las ideas que desarrolla cada una de las canciones siguen teniendo vigencia”, pues “fue música honesta. Fue inteligente. Fue poderosa”. Y por su parte, Willie Colón dijo que Siembra “no fue solo un álbum, sino un movimiento social”.
Con todo lo dicho, bien vale la pena celebrar la existencia de este álbum -y de estos artistas-, sobre todo porque demostró que es posible tener éxito comercial yendo contra la corriente, no plegándose a las modas del momento, planteando posturas críticas y haciendo un trabajo honesto que siempre valdrá la pena aplaudir, pues, como afirma Rubén Blades, “la mejor definición de fracaso es no tratar”.
Willie Colón y Rubén Blades se arriesgaron y trataron. Y fue importante -y muy feliz- que se atrevieran a hacerlo. (Y voy a escribir un libro sobre esto).
* Petrit Baquero es historiador, politólogo, músico y melómano. Es autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012), La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017), Manual de Derechos Humanos y Paz (CINEP/PPP, 2014) y Memoria Histórica del FONCEP (Alcaldía de Bogotá, 2019).