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Con Nicoyembe desapareció la preocupación por si un ritmo viene del Pacífico o si se trata de una herencia caribeña. En su figura, en sus manos, en su voz y, por supuesto, en su alma se han dado cita las dos regiones colombianas y lo han hecho en perfecta armonía. No hay cruces de intereses, no hay forma de que prime un aire sobre el otro, porque ambos han sido vitales para su consolidación en el espectro sonoro.
Lo que lo arrulló primero fue el sonido de su natal Chocó. Allí creció rodeado de música, y lo que más le interesaba era encontrar el camino para manifestar sus ideas a través de lo que veía que eran capaces de comunicar sus familiares, entre ellos su padre, todos vinculados de manera aficionada con la música. Nicoyembe no tuvo que pensar mucho para determinar que su camino tendría que estar relacionado con las tarimas.
A la percusión se aproximó porque cualquier elemento del planeta servía para llevar un ritmo que sale del corazón. Los tambores arribaron a las costas del Caribe colombiano, pero él se las ingeniaba para diseñar sus propias estructuras, que le eran útiles para acompañar sus relatos, para cimentar las historias que salían de su boca con la misma facilidad con la que podía ligar un ritmo con el otro.
Nicoyembe siguió el camino de la percusión. Intentó con el piano y con el bajo y esos instrumentos le sirvieron también para seguir ahondando en los golpes apropiados, genuinos, verdaderos del folclor colombiano. Manejaba ya cualquier tipo de tambor, pero con el teclado y las cuerdas complementó su arte para convertirlo en una propuesta completa.
Después de más de cinco décadas acariciando esas membranas de color entre crema y amarillo, este artista dice que no tiene ninguna lesión en las manos y que lo torcido de sus dedos se debe a la práctica del baloncesto, otra de sus pasiones tempranas. Siempre fue más diestro para sacar sonidos con sus extremidades que para recibir balones gigantes y lanzarlos hasta una canasta. Jamás se ha hecho una curación en las manos y siente que no ha sido del todo cuidadoso con el principal instrumento que le ha dado de comer desde que trabajaba al lado de Delia Zapata Olivella, Sonia Osorio y Totó la Momposina, tres de las divas que lo han inspirado para seguir creyendo que vale la pena trabajar desde el folclor para la gente.
Vivió de cerca el nacimiento de agrupaciones de renombre, como el Grupo Niche y Guayacán Orquesta. En la salsa encontró una nueva posibilidad, pero los aires del Caribe y las manifestaciones del Pacífico pudieron más y lo trajeron de vuelta a la tradición. Acompañó a Totó la Momposina en sus largos periplos por Europa y de ella aprendió lo necesario para darse cuenta de que debía conservar su lugar detrás del tambor, pero que era hora de brillar desde su propio nombre.
Sabe que no es el protagonista de nada, más bien el vehículo por el que el folclor se hace presente en todas sus vertientes. Incluso ha tenido participaciones con colectivos que se dedican de manera exclusiva a ahondar en los aires del área andina. Por sus manos también han transitado bambucos, pasillos y guabinas. En Nicoyembe hay espacio para todos los ritmos nacionales y se considera un privilegiado al saltar con suficiencia del Caribe al Pacífico sin ninguna contemplación.
Habla del folclor mientras los ojos le brillan, el pecho se le ensancha y las manos empiezan a ejemplificar cómo es el acompañamiento correcto para un bullerengue, para un aire sabanero o para un alabao. Para cada ritmo tiene un cumplido y, tal vez, para todos ha escrito o arreglado una canción.
Llegó a La Voz Colombia hace unos años con la única motivación de su esposa, la primera persona que le hizo ver que Nicoyembe podía sustentar el folclor con su nombre, con sus manos, con su actitud. Optó por el equipo de Carlos Vives por la razón expresa de la tradición y a partir del programa se dio a conocer como un trabajador constante de la música colombiana.
El nombre de Nicoyembe se masificó desde la televisión y ahora lo invitan a hablar sobre huellas, patrimonio y herencia africana. El folclor es su tema bandera y con sus manos y su garganta deja claro que tanto el Caribe como el Pacífico le pertenecen.