Pablus Gallinazo, el comandante eterno
Este escritor y músico, cuyo nombre real es Gonzalo Navas, marcó de manera directa a toda una generación. Homenaje para quien continúa siendo referente obligado, sobre todo, para quienes vivieron los años 60 y los 70 en Colombia.
“Con un poco de humor,
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“Con un poco de humor,
y un pañuelo en la mano,
vamos a reír, de la situación,
de mi país”.
Pablus Gallinazo
En el principio no fue la nada, ni el nadaísmo. En el principio no fue Pablus, sino Gonzalo Navas, de Piedecuesta, Santander. Quiso dedicarse al ciclismo, y como daba mucha guerra en la familia decidieron mandarlo a un colegio militar de donde regresó “aconductadito”. O no tanto, pues salió de Bucaramanga para estudiar Derecho, con la poesía atravesada entre pecho y espalda, listo a torcerse hacia la creación, la cultura y la bohemia en la Bogotá de los años 60. Como ya había otro Gonzalo en el nadaísmo, su fundador y profeta, se cambió el nombre a Pablus y, en rechazo a la importancia que se les da en Colombia a los apellidos, adoptó el del único animal que no está en la heráldica: el gallinazo. Pero no se salvó de que alguien le preguntara alguna vez: “¿y tú eres Gallinazo de los de dónde?”.
Así, peludo y bacán, iconoclasta, transgresor, exponente de la contracultura y contestatario por principio, reencarnó para convertirse en el exponente más representativo de la música de protesta en Colombia. Sin haber ocupado ningún rango previo dentro de su militancia en el nadaísmo, se autodesignó comandante, pero no porque quisiera el poder, sino más bien haciendo una invitación para que cada cual asumiera el mando.
“Como es escritor, es decir inventor de historias, su verdad es al mismo tiempo su leyenda (…) bebe coñac, toca a Vivaldi en una dulzaina, adora las flores, frecuenta restaurantes caros, paga con cheques, nadie sabe de dónde sale la plata, no trabaja en profesiones liberales, no es un gigoló (…) Es flaco, moreno, muy alto, con cara triste. Su abandono, su manera de estar vivo, de reírse sin ganas, de estar silencioso casi siempre, de gozar y sufrir al mismo tiempo, esa bella aventura de ser Pablus Gallinazo, todo, todo, lo que evidencia y deja adivinar en su mutismo hacen de él un artista con encanto, con seducción, rodeado de una atmósfera de misterio, de leyenda que atrae poderosamente a las mujeres”. Así lo describió el profeta Gonzalo Arango.
Pablus marcó de manera directa a toda una generación. Continúa siendo referente obligado para quienes vivieron los años 60 y 70 en Colombia y para muchos más que no vivieron esos años maravillosos. Una flor para mascar, Claro canta Clarita, Mi país, Boca de chicle, Hay un niño en la calle y un diamante en un baile y Mula revolucionaria hacen parte del patrimonio histórico y contracultural de Colombia, junto a Ana y Jaime, Óscar Golden, Cristopher y Luis Gabriel. “Claro canta Clarita es una canción que hice en homenaje a un personaje de una de mis novelas: La verdadera historia de Clarita Matallana”, recuerda.
En su momento, Una flor para mascar fue un éxito tan grande que hasta la Billo’s Caracas Boys la consagró con su inconfundible ritmo tropical. “El reloj se ha dañado / Pero el hambre despierta / Son las seis y en la puerta / Oigo un hombre gritar/ Vendo leche sin agua / Vendo miel, vendo pan / Y dinero no hay / Por eso salgo siempre a caminar / En busca de una flor para mascar / Pensando que a la vuelta de la tarde / El trabajo con que sueño ya es verdad”. “Para mí hacer una canción no es cosa del otro mundo, porque en realidad es muy sencillo. Yo hago la música y la letra al mismo tiempo”.
En 1966 ganó el Primer Premio de Novela Nadaísta con El caso de la bañera verde, que más adelante pasaría a llamarse La pequeña hermana. En 1998 terminó La bella Marangola; en 2011, Crónicas de sangre del general Antagónico Bermúdez, y La muerte bonita, en 2019, sobre el tema de la defensa del agua en el páramo de Santurbán. También ha publicado varios libros de poesía, entre ellos El libro de los amados, un muy bello recuento de poemas escritos junto a su pareja, Tita Pulido. Todos se encuentran disponibles, sin ningún costo, en El Libro Total, invaluable aporte a la cultura de su hermano Álvaro Navas, con más de 60.000 títulos digitalizados, lo que la convierte en la biblioteca virtual más grande de Latinoamérica.
Luego del éxito, tras la disolución del nadaísmo y la trágica muerte de Gonzalo Arango, Pablus desapareció al tercer día. Sus amigos de entonces decían: está por allá en Santander, encerrado, escribiendo una nueva novela, que es lo que más le gusta. A diferencia de J. D. Salinger, que prefirió aislarse en una finca luego del éxito arrollador de El guardián entre el centeno y no volver a publicar, Pablus continuó escribiendo y publicando.
La bella Marangola, título de una de sus novelas, hace referencia a una palabra que en Santander se utiliza para referirse a una persona que se hace la que hace y no hace. Marangoliar es el ocio total, y “La bella Marangola es el ocio elevado a su máxima expresión”. En el libro, dice, “el principal protagonista es el idioma. Lo demás es accesorio. Es un libro que yo escribí para que se pueda abrir en cualquier página y cautivar al lector”. En uno de sus apartes menciona que en esa novela “podrá el lector encontrar lo que no se le ha perdido y ampliar toda clase de dudas, desde las dudas, propiamente dichas, hasta las inquietudes y desasosiegos de la inteligencia”.
En agosto de 2020, tras varias semanas de acercamiento, y con la incomodidad propia de quien prefiere tener a su interlocutor en persona, y no detrás de una pantalla de computador, aceptó participar virtualmente en uno de los encuentros culturales de Cecimin en un conversatorio que más fue un reconocimiento concebido a sus espaldas, pues es refractario a los homenajes. Habló de lo divino y de lo humano: “Yo soy un tipo que está emprendiendo las más disímiles empresas (…) nunca sé si sacaré adelante la cosa que me propongo, pero siempre termino haciéndolo (…) Yo cogí fama como compositor de canciones y ya no me la pude quitar. Ya toda la gente me conoce más por ese aspecto. Espero que cuando me muera, las cosas cambien (...) Las canciones desaparecerán, pero los libros continuarán ahí. Me queda toda la eternidad para esperar (…) Un día, un lector muy inteligente, encontrará la belleza en esos textos”.
En la actualidad, Pablus vive en Bucaramanga junto a Tita Pulido, su esposa y mantra, muy cerca de Eneas, su hijo con canción propia, y, como Andrés Caicedo, con su familia y unos pocos amigos con los que comparte el alma. Dedica sus días a escribir, pensar, leer y escribir. Le huye a la tecnología, de vez en cuando da un recital lleno de nostalgia, y se arrepiente “de haber hecho canciones a una guerrilla que me engañó, que nos engañó, que nos faltó (…) que se convirtió en lo que se volvió y no son lo que yo quería decir”. Dice que se siente agradecido con todos los amigos que le ha dado la vida, y también por los enemigos porque, contrario a lo que se pensaría, que los hubo, los hubo. Y, por unas circunstancias muy raras, algunos de ellos fueron sus amigos.
En días pasados se hizo el estreno del documental Pablus Gallinazo, de Alberto Gómez Peña, en el Latino Film Festival de Nueva York. Es de esperar que muy pronto se estrene en Colombia para dar alimento espiritual a la nostalgia de los muchos seguidores fieles que mantiene.
Como mencionó alguien con mucha razón “Si Bob Dylan mereció un premio Nobel y Leonard Cohen el premio Príncipe de Asturias, ¿no se encuentran en mora las universidades de Colombia con por lo menos un honoris causa para Pablus Gallinazus?”. Sería el más justo y merecido homenaje al comandante eterno.