“Piazzolla, los años del tiburón”: la cresta de la ola
HBO estrenó este documental sobre Astor Piazzolla, el renovador del tango. La narración en primera persona, rescatada de entre sus propios testimonios grabados en casetes, y el hallazgo de material de antología en poder de su familia constituyen el mayor valor de esta propuesta audiovisual.
Jaime Andrés Monsalve B.*
En 1979, Astor Piazzolla le entregó al violinista Fernando Suárez Paz la partitura de una recién creada pieza con la que evaluaría su desempeño a la primera leída. Sobra decir que el virtuoso instrumentista, fallecido a mediados de septiembre pasado, sorteó los difíciles solos de Escualo sin pestañear, lo que lo llevó a ser adlátere del bandoneonista por alrededor de una década en su última formación en quinteto. (Archivo: Laura Escalada: “Hay material inédito de Astor Piazzolla”).
Escualo no solo fue el sello de Suárez Paz durante su estancia en los proyectos del músico marplatense: con ese tema Piazzolla quiso hacer homenaje a esas criaturas cuya cacería se le convirtió, más allá de una simple afición, en una obsesión. El músico solía comparar la interpretación del bandoneón, sus diez kilos sobre una pierna durante hora y media de concierto, con el ejercicio de paciencia y rigor físico de halar la caña hasta vencer a su adversario marino. Las escapadas en verano a lugares como Punta del Este (Uruguay) tenían por objeto darse a la pesca deportiva, siempre secundado por una serie de amigos que en no pocas oportunidades se veían confrontados por el espíritu agreste, competitivo y cero complaciente de quien es considerado el gran renovador del tango y uno de los más importantes músicos contemporáneos de la historia.
No es de extrañar que el documentalista Daniel Rosenfeld haya decidido mantener el parangón entre la vida del músico y aquel batallar digno de El viejo y el mar al llamar a su documental Piazzolla, los años del tiburón. No exageramos cuando decimos que el día a día de Piazzolla fue una sola lucha en busca de la apetecida presa; siempre a la defensiva frente a sus colegas, los divulgadores radiales, la prensa y hasta con su propio ideario sobre ese sonido revolucionario y único al que dio vida. Se entienden las palabras con las que su compañero creativo, el poeta uruguayo Horacio Ferrer, lo definió en una entrevista en Buenos Aires en 2004, cuando me dijo: “Como vivió tan intensamente no tenía setenta años cuando murió, sino 140. Y dejó la obra de un músico que ha vivido 140 años”.
Un compendio previo de piezas de carácter audiovisual posteriores al fallecimiento del artista, en 1992, se ha encargado de retratar esa vida con mayor o menor suerte. Un primer intento fue Quereme así (piantao), del director Eliseo Álvarez, cinta a caballo entre lo testimonial y el argumental actuado, que pasó por salas de cine argentinas con más pena que gloria. Lo siguieron algún programa rescatado en DVD por la Deutsche-Welle, y el documental Tango maestro, de 2004, de la BBC, una completa semblanza, sobre todo para quienes apenas se acercan a la obra que desarrolló Piazzolla por medio siglo, desde su entrada a la legendaria orquesta de Aníbal Troilo, en 1939, hasta el accidente cerebrovascular que lo postró en agosto de 1990.
De nuevo tenemos acceso en este documental a la historia tantas veces contada de Astor Piazzolla: su educación sentimental en Nueva York, la muerte del padre, su rechazo y regreso al tango de la mano de la pedagoga francesa Nadia Boulanger, sus diferentes formaciones sonoras entre Buenos Aires, Roma y París, la sempiterna polémica que cobijó a sus creaciones, la sinuosa vida familiar y el fin de su vida cuando apenas tocaba la cresta de la ola, como muchos de los tiburones que cazó.
La gran valía de Piazzolla, los años del tiburón proviene de los hallazgos de entre casa, el tesoro documental que se encontraba en los cajones del hogar de su hijo, Daniel Hugo Piazzolla, hoy de 75 años. De allí provienen las pruebas de esas batallas, tantas veces narradas, pero de las que no había más sustento que lo testimonial: por primera vez tenemos acceso a fragmentos de grabaciones no oficiales, metros de pietaje doméstico de los años familiares en Nueva York, París y Argentina, y muchas, muchísimas horas de conversación celosamente guardadas en casetes grabados por su hija Diana para la escritura de Astor, primera biografía oficial del músico, de 1986. Justamente de ahí proviene la narración en primera persona, condimentada ocasionalmente por los comentarios del propio Daniel, no precisamente un actor de reparto en toda esta historia.
Llama la atención, entre las decenas de anécdotas que hablan de Piazzolla protagonizando controversias no pocas veces zanjadas por vías de hecho, el registro de una pelea telefónica a gritos con el radiodifusor Julio Jorge Nelson, quien desde su vitrina solía atacar todo aquello que consideraba “locuras híbridas”, cuya mirada tradicionalista le determinó el sambenito de “La Viuda de Gardel”. También genera un sobresalto en el fanático escuchar por primera vez las grabaciones de prueba del disco El tango, de 1965, para las cuales el bandoneonista puso a su esposa Dedé Wolff a cantar musicalizaciones hechas sobre poemas de Jorge Luis Borges. Es muy recordado el comentario del Memorioso de Buenos Aires —y la lógica ira de Piazzolla— después de escuchar el disco terminado con la voz del enorme Edmundo Rivero: “Me gustaba más cómo lo cantaba la chica…”. Parte del acervo probatorio de esta pieza audiovisual, dechado de elementos desopilantes y asombrosos.
Todo conmueve y lleva al pasmo en esta seguidilla de apariciones fantasmales: en Daniel, que también fue víctima de la agresividad y la insidia del Piazzolla pescador y músico, se remueven los recuerdos de una vida familiar sobresaltada, de una hermana que ya no está en el mundo y de un creador genial que fue a la vez un padre implacable cuando no ausente. Mismo al que acompañó a finales de la década del 70 en sintetizador en su proyecto de Octeto Electrónico, y que años después le dejara de hablar ¡por una década entera!, simplemente por una opinión no solicitada.
No hay que ser fanático ni conocedor para ponderar a Piazzolla, los años del tiburón, de Daniel Rosenfeld, como testimonio exhaustivo de una vida avasalladora y de una música no menos brutal, apasionada y conmovedora.
*Jefe musical de Radio Nacional de Colombia.
En 1979, Astor Piazzolla le entregó al violinista Fernando Suárez Paz la partitura de una recién creada pieza con la que evaluaría su desempeño a la primera leída. Sobra decir que el virtuoso instrumentista, fallecido a mediados de septiembre pasado, sorteó los difíciles solos de Escualo sin pestañear, lo que lo llevó a ser adlátere del bandoneonista por alrededor de una década en su última formación en quinteto. (Archivo: Laura Escalada: “Hay material inédito de Astor Piazzolla”).
Escualo no solo fue el sello de Suárez Paz durante su estancia en los proyectos del músico marplatense: con ese tema Piazzolla quiso hacer homenaje a esas criaturas cuya cacería se le convirtió, más allá de una simple afición, en una obsesión. El músico solía comparar la interpretación del bandoneón, sus diez kilos sobre una pierna durante hora y media de concierto, con el ejercicio de paciencia y rigor físico de halar la caña hasta vencer a su adversario marino. Las escapadas en verano a lugares como Punta del Este (Uruguay) tenían por objeto darse a la pesca deportiva, siempre secundado por una serie de amigos que en no pocas oportunidades se veían confrontados por el espíritu agreste, competitivo y cero complaciente de quien es considerado el gran renovador del tango y uno de los más importantes músicos contemporáneos de la historia.
No es de extrañar que el documentalista Daniel Rosenfeld haya decidido mantener el parangón entre la vida del músico y aquel batallar digno de El viejo y el mar al llamar a su documental Piazzolla, los años del tiburón. No exageramos cuando decimos que el día a día de Piazzolla fue una sola lucha en busca de la apetecida presa; siempre a la defensiva frente a sus colegas, los divulgadores radiales, la prensa y hasta con su propio ideario sobre ese sonido revolucionario y único al que dio vida. Se entienden las palabras con las que su compañero creativo, el poeta uruguayo Horacio Ferrer, lo definió en una entrevista en Buenos Aires en 2004, cuando me dijo: “Como vivió tan intensamente no tenía setenta años cuando murió, sino 140. Y dejó la obra de un músico que ha vivido 140 años”.
Un compendio previo de piezas de carácter audiovisual posteriores al fallecimiento del artista, en 1992, se ha encargado de retratar esa vida con mayor o menor suerte. Un primer intento fue Quereme así (piantao), del director Eliseo Álvarez, cinta a caballo entre lo testimonial y el argumental actuado, que pasó por salas de cine argentinas con más pena que gloria. Lo siguieron algún programa rescatado en DVD por la Deutsche-Welle, y el documental Tango maestro, de 2004, de la BBC, una completa semblanza, sobre todo para quienes apenas se acercan a la obra que desarrolló Piazzolla por medio siglo, desde su entrada a la legendaria orquesta de Aníbal Troilo, en 1939, hasta el accidente cerebrovascular que lo postró en agosto de 1990.
De nuevo tenemos acceso en este documental a la historia tantas veces contada de Astor Piazzolla: su educación sentimental en Nueva York, la muerte del padre, su rechazo y regreso al tango de la mano de la pedagoga francesa Nadia Boulanger, sus diferentes formaciones sonoras entre Buenos Aires, Roma y París, la sempiterna polémica que cobijó a sus creaciones, la sinuosa vida familiar y el fin de su vida cuando apenas tocaba la cresta de la ola, como muchos de los tiburones que cazó.
La gran valía de Piazzolla, los años del tiburón proviene de los hallazgos de entre casa, el tesoro documental que se encontraba en los cajones del hogar de su hijo, Daniel Hugo Piazzolla, hoy de 75 años. De allí provienen las pruebas de esas batallas, tantas veces narradas, pero de las que no había más sustento que lo testimonial: por primera vez tenemos acceso a fragmentos de grabaciones no oficiales, metros de pietaje doméstico de los años familiares en Nueva York, París y Argentina, y muchas, muchísimas horas de conversación celosamente guardadas en casetes grabados por su hija Diana para la escritura de Astor, primera biografía oficial del músico, de 1986. Justamente de ahí proviene la narración en primera persona, condimentada ocasionalmente por los comentarios del propio Daniel, no precisamente un actor de reparto en toda esta historia.
Llama la atención, entre las decenas de anécdotas que hablan de Piazzolla protagonizando controversias no pocas veces zanjadas por vías de hecho, el registro de una pelea telefónica a gritos con el radiodifusor Julio Jorge Nelson, quien desde su vitrina solía atacar todo aquello que consideraba “locuras híbridas”, cuya mirada tradicionalista le determinó el sambenito de “La Viuda de Gardel”. También genera un sobresalto en el fanático escuchar por primera vez las grabaciones de prueba del disco El tango, de 1965, para las cuales el bandoneonista puso a su esposa Dedé Wolff a cantar musicalizaciones hechas sobre poemas de Jorge Luis Borges. Es muy recordado el comentario del Memorioso de Buenos Aires —y la lógica ira de Piazzolla— después de escuchar el disco terminado con la voz del enorme Edmundo Rivero: “Me gustaba más cómo lo cantaba la chica…”. Parte del acervo probatorio de esta pieza audiovisual, dechado de elementos desopilantes y asombrosos.
Todo conmueve y lleva al pasmo en esta seguidilla de apariciones fantasmales: en Daniel, que también fue víctima de la agresividad y la insidia del Piazzolla pescador y músico, se remueven los recuerdos de una vida familiar sobresaltada, de una hermana que ya no está en el mundo y de un creador genial que fue a la vez un padre implacable cuando no ausente. Mismo al que acompañó a finales de la década del 70 en sintetizador en su proyecto de Octeto Electrónico, y que años después le dejara de hablar ¡por una década entera!, simplemente por una opinión no solicitada.
No hay que ser fanático ni conocedor para ponderar a Piazzolla, los años del tiburón, de Daniel Rosenfeld, como testimonio exhaustivo de una vida avasalladora y de una música no menos brutal, apasionada y conmovedora.
*Jefe musical de Radio Nacional de Colombia.