Plinio Córdoba: un mago detrás de la batería
El músico de 85 años, uno de los pioneros en la percusión del jazz en Colombia, recuerda cómo fueron sus comienzos en su natal Chocó y revela la forma en la que adquirió su técnica en el instrumento.
Michelle Serna Esquivel*
Plinio Córdoba nació en San José de Purré, en la región del río Atrato, en el departamento del Chocó, el 16 de octubre de 1935, pero desde niño llegó a Quibdó junto con su familia. A temprana edad mostró su inclinación por la música.
Dentro de sus primeros recuerdos de infancia cuenta que visitaba un balneario y que allí tomaba tarros con los que tocaba simulando una batería al mejor estilo profesional. Sin embargo, esto no era del agrado de su familia, pues “cuando llegaba a mi casa me daban juete”, dice entre risas el consagrado percusionista colombiano.
Plinio Córdoba viajó a Bogotá con la familia Llinás, que admiraba su talento y decidió inscribirlo oficialmente para que estudiara música desde el componente académico, lo que no se materializó, en parte por responsabilidad del artista en formación que prefirió recorrer las calles por un tiempo y, así, obtener experiencia en carne propia.
Según relata Córdoba, en la calle 20 con Caracas, en Bogotá, una señora tenía un edificio en el que vivían muchos músicos, y ahí decidió quedarse por una buena temporada. Un día, estando en la sala y sin mayores ocupaciones que ver correr el tiempo, escuchando en la Radio Nacional de Colombia a la orquesta inglesa de Ted Heath. En aquel entonces, a través de las ondas, Córdoba oyó un solo de batería, tal y como él se imaginaba que podía tocar en esos tarros estropeados y desafinados en el antiguo balneario de su natal Chocó. De inmediato supo que a eso quería dedicarse por el resto de sus días... y lo ha cumplido cabalmente.
“Me fui a la calle 22, frente al teatro Jorge Eliécer Gaitán en Bogotá y encontré la grabación de lo que había oído por Radio Nacional de Colombia días antes. Así empecé. Me acostaba en la cama con los audífonos puestos escuchando esa música, una y otra vez. Después de eso, viendo y escuchando tocar a muchos bateristas, intenté pedir ayuda para aprender, pero nadie lo hacía”.
Luego de la búsqueda infructuosa de maestro de batería, Plinio Córdoba tomó la decisión de aprender a tocar por su cuenta. De esta forma autodidacta construyó sus conocimientos. Gracias al tiempo, la disciplina y el buen tacto descubrió la técnica para aproximarse al instrumento y convertirlo en un buen cómplice: “Uno de los secretos es que no se toca con el brazo, sino con la flexibilidad de la muñeca ayudado con el antebrazo”.
Durante una buena temporada, y mientras perfeccionó su técnica, Córdoba tocó todos los días en dos sitios capitalinos y, gracias a la exigencia de una doble jornada, se volvió experto en la interpretación de la batería. Por un lado, fue “anfitrión” en Freddie’s Club, donde tocaba jazz entre las 6:30 p.m. y 9:30 p.m., mientras que en el reputado Grill Miramar, ubicado en la calle 24 con carrera 9, el repertorio incluía música tropical y folclórica a partir de las 10:00 p.m. Estos dos sitios quedaban uno al frente al otro, pero existía el pequeño inconveniente de que no tenían instrumentos propios, así que Plinio Córdoba debía atravesar la calle cargando la batería.
Gracias a dos artistas estadounidenses con los que tocó en diferentes ocasiones, Bob Taylor y Bill Slater, el baterista colombiano conoció a los cónsules de ese país y forjó amistad con ellos. Por eso, cuando Chucho Fernández, dueño de orquesta Cumbia Colombia, contó que quería realizar una visita artística a territorio norteamericano con su colectivo, la gestión de la visa fue un proceso más bien rápido en el que Plinio Córdoba tuvo mucha influencia.
“Los cónsules se enteraron y me preguntaron por qué decíamos que íbamos a Estados Unidos si no habíamos pasado a preguntar por los trámites de las visas. Así que fuimos al consulado y todo el proceso fue muy sencillo, y puedo decir que conseguí las visas de residentes para 22 talentos de la música en ese momento”.
Córdoba asegura que cuando era parte de una agrupación de gran formato en los ritmos latinos la percusión no tenía tanto valor y el protagonismo recaía en instrumentos como trompetas, trombones, saxofones y, por supuesto, las voces de los cantantes. Por esa justa razón estratégica es que la batería siempre estaba destinada a ocupar la parte posterior de los escenarios.
Contrario a lo que pasaba en las grandes orquestas, cuando hacía música en quintetos o cuartetos el papel del baterista adquiría relevancia. “En formatos reducidos, la mayoría de las veces nos ponen adelante a los percusionistas, aunque siempre dependemos de las ideas del director”.
Para darle importancia al rol del baterista, Plinio Córdoba creó una fundación para motivar a los talentos que, como él, pensaron algún día que podían aporrear los tarros de forma profesional en un balneario o en el escenario más prestigioso del planeta.
En el ámbito de su fundación, Córdoba se dedicó a enseñar y a aprender de sus alumnos. Compartir sus experiencias y replantearse preguntas que jamás rondaban su cabeza le permitieron al músico estar actualizado en conocimientos. “En la carrera 13 con calle 57 tuve mi Fundación Plinio Córdoba. De ahí salieron muy buenos bateristas. Las casas musicales siempre nos daban instrumentos para la fundación y así multiplicábamos el talento”.
El apelativo de “Rey negro del jazz” se lo dio el periodista José Yepes Lema, de El Espectador. “Un día iba por la calle y un niño me dijo: ‘Cómpreme el periódico porque usted está ahí’; entonces lo vi y me di cuenta de que efectivamente estaba ahí y me habían llamado Plinio, el Rey negro del jazz”. Eso fue el lunes 16 de noviembre de 1970.
Han pasado más de 50 años de su aparición en este medio, más de medio siglo siendo un rey de la batería en Colombia y toda una vida dedicada al arte de golpear los tarros, tal y como se imaginó desde niño en aquel balneario en Chocó. Hoy la maest ría lo acompaña, la técnica lo sigue cobijando y la música la mantiene vivo.
*De la Fundación Color de Colombia.
Plinio Córdoba nació en San José de Purré, en la región del río Atrato, en el departamento del Chocó, el 16 de octubre de 1935, pero desde niño llegó a Quibdó junto con su familia. A temprana edad mostró su inclinación por la música.
Dentro de sus primeros recuerdos de infancia cuenta que visitaba un balneario y que allí tomaba tarros con los que tocaba simulando una batería al mejor estilo profesional. Sin embargo, esto no era del agrado de su familia, pues “cuando llegaba a mi casa me daban juete”, dice entre risas el consagrado percusionista colombiano.
Plinio Córdoba viajó a Bogotá con la familia Llinás, que admiraba su talento y decidió inscribirlo oficialmente para que estudiara música desde el componente académico, lo que no se materializó, en parte por responsabilidad del artista en formación que prefirió recorrer las calles por un tiempo y, así, obtener experiencia en carne propia.
Según relata Córdoba, en la calle 20 con Caracas, en Bogotá, una señora tenía un edificio en el que vivían muchos músicos, y ahí decidió quedarse por una buena temporada. Un día, estando en la sala y sin mayores ocupaciones que ver correr el tiempo, escuchando en la Radio Nacional de Colombia a la orquesta inglesa de Ted Heath. En aquel entonces, a través de las ondas, Córdoba oyó un solo de batería, tal y como él se imaginaba que podía tocar en esos tarros estropeados y desafinados en el antiguo balneario de su natal Chocó. De inmediato supo que a eso quería dedicarse por el resto de sus días... y lo ha cumplido cabalmente.
“Me fui a la calle 22, frente al teatro Jorge Eliécer Gaitán en Bogotá y encontré la grabación de lo que había oído por Radio Nacional de Colombia días antes. Así empecé. Me acostaba en la cama con los audífonos puestos escuchando esa música, una y otra vez. Después de eso, viendo y escuchando tocar a muchos bateristas, intenté pedir ayuda para aprender, pero nadie lo hacía”.
Luego de la búsqueda infructuosa de maestro de batería, Plinio Córdoba tomó la decisión de aprender a tocar por su cuenta. De esta forma autodidacta construyó sus conocimientos. Gracias al tiempo, la disciplina y el buen tacto descubrió la técnica para aproximarse al instrumento y convertirlo en un buen cómplice: “Uno de los secretos es que no se toca con el brazo, sino con la flexibilidad de la muñeca ayudado con el antebrazo”.
Durante una buena temporada, y mientras perfeccionó su técnica, Córdoba tocó todos los días en dos sitios capitalinos y, gracias a la exigencia de una doble jornada, se volvió experto en la interpretación de la batería. Por un lado, fue “anfitrión” en Freddie’s Club, donde tocaba jazz entre las 6:30 p.m. y 9:30 p.m., mientras que en el reputado Grill Miramar, ubicado en la calle 24 con carrera 9, el repertorio incluía música tropical y folclórica a partir de las 10:00 p.m. Estos dos sitios quedaban uno al frente al otro, pero existía el pequeño inconveniente de que no tenían instrumentos propios, así que Plinio Córdoba debía atravesar la calle cargando la batería.
Gracias a dos artistas estadounidenses con los que tocó en diferentes ocasiones, Bob Taylor y Bill Slater, el baterista colombiano conoció a los cónsules de ese país y forjó amistad con ellos. Por eso, cuando Chucho Fernández, dueño de orquesta Cumbia Colombia, contó que quería realizar una visita artística a territorio norteamericano con su colectivo, la gestión de la visa fue un proceso más bien rápido en el que Plinio Córdoba tuvo mucha influencia.
“Los cónsules se enteraron y me preguntaron por qué decíamos que íbamos a Estados Unidos si no habíamos pasado a preguntar por los trámites de las visas. Así que fuimos al consulado y todo el proceso fue muy sencillo, y puedo decir que conseguí las visas de residentes para 22 talentos de la música en ese momento”.
Córdoba asegura que cuando era parte de una agrupación de gran formato en los ritmos latinos la percusión no tenía tanto valor y el protagonismo recaía en instrumentos como trompetas, trombones, saxofones y, por supuesto, las voces de los cantantes. Por esa justa razón estratégica es que la batería siempre estaba destinada a ocupar la parte posterior de los escenarios.
Contrario a lo que pasaba en las grandes orquestas, cuando hacía música en quintetos o cuartetos el papel del baterista adquiría relevancia. “En formatos reducidos, la mayoría de las veces nos ponen adelante a los percusionistas, aunque siempre dependemos de las ideas del director”.
Para darle importancia al rol del baterista, Plinio Córdoba creó una fundación para motivar a los talentos que, como él, pensaron algún día que podían aporrear los tarros de forma profesional en un balneario o en el escenario más prestigioso del planeta.
En el ámbito de su fundación, Córdoba se dedicó a enseñar y a aprender de sus alumnos. Compartir sus experiencias y replantearse preguntas que jamás rondaban su cabeza le permitieron al músico estar actualizado en conocimientos. “En la carrera 13 con calle 57 tuve mi Fundación Plinio Córdoba. De ahí salieron muy buenos bateristas. Las casas musicales siempre nos daban instrumentos para la fundación y así multiplicábamos el talento”.
El apelativo de “Rey negro del jazz” se lo dio el periodista José Yepes Lema, de El Espectador. “Un día iba por la calle y un niño me dijo: ‘Cómpreme el periódico porque usted está ahí’; entonces lo vi y me di cuenta de que efectivamente estaba ahí y me habían llamado Plinio, el Rey negro del jazz”. Eso fue el lunes 16 de noviembre de 1970.
Han pasado más de 50 años de su aparición en este medio, más de medio siglo siendo un rey de la batería en Colombia y toda una vida dedicada al arte de golpear los tarros, tal y como se imaginó desde niño en aquel balneario en Chocó. Hoy la maest ría lo acompaña, la técnica lo sigue cobijando y la música la mantiene vivo.
*De la Fundación Color de Colombia.