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Residente vs J Balvin, mucho más que una pelea en el “género urbano”

La discusión comenzó por un tuit de Balvin en el que afirmaba que, a pesar del “rating” que él y otros colegas generan, el género urbano no recibe “el respeto” que se merece, por lo que hizo un llamado a sus colegas a “boicotear” los Grammy Latinos evitando asistir a la ceremonia del 18 de noviembre.

Petrit Baquero*
08 de octubre de 2021 - 07:48 p. m.
En los últimos días, el cantante colombiano J Balvin se convirtió en tendencia por arremeter contra las nominaciones de los Premios Latin Grammy.
En los últimos días, el cantante colombiano J Balvin se convirtió en tendencia por arremeter contra las nominaciones de los Premios Latin Grammy.
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En Colombia hay muchos temas importantes y urgentes a los cuales ponerles atención para que no pasen desapercibidos. Pienso, por ejemplo, en los “pandora papers” que demuestran que un gran número de personas, entre políticos, funcionarios públicos y empresarios (además de artistas bastante mediáticos), se valen de paraísos fiscales para, en el mejor de los casos, evadir impuestos en sus propios países. O en las declaraciones de numerosas personas para el caso por manipulación de testigos en el que está involucrado el ex presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez. O en la condena a una figura política del uribismo (y el conservatismo) en Antioquia por sus vínculos con grupos paramilitares. O en la pandemia que, al parecer ya pasado lo peor, continúa. O en la plata que estaba destinada para un proyecto de interconexión tecnológica adelantado por el ministerio de TIC que vilmente se robaron delante de todo el mundo. O en las cifras por ejecuciones extrajudiciales que siguen subiendo a pesar de que hay quienes dicen —no sé si cómplice o cínicamente— que todo es un “complot de la izquierda” para minar la confianza de la población en las instituciones colombianas. O en las acciones violentas de los muchos grupos armados que se mueven por todo el territorio colombiano. O en las amenazas, varias veces hechas realidad, contra líderes sociales en varios lugares de Colombia. Sí, sin duda hay muchos temas que, además de graves, son importantes y urgentes.

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Sin embargo, a pesar de que algunos han criticado el amplio cubrimiento mediático del caso, la pelea (discusión, crítica pública, debate…) entre el puertorriqueño René Pérez Joglar, conocido como “Residente”, y el colombiano José Álvaro Osorio, conocido como “J Balvin” (dos figuras relevantes de la música urbana contemporánea), no es, para nada, un tema frívolo o banal, como algunos podrían suponer. O, bueno, tal vez sí lo es, pero no por eso deja de generar reflexiones al respecto, sobre todo porque plantea preguntas sobre si las expresiones de la industria cultural masiva, incluyendo a la música que suena y se promociona industrialmente en Colombia, están manufacturadas deliberadamente para anestesiar a la población, minar las miradas críticas, promover una visión netamente comercial (¿naranja?) de la creación y justificar un orden establecido que, claramente, tiene bastantes dificultades, pero también intereses para que no se cuestione.

La discusión comenzó por un tuit de Balvin en el que afirmaba que, a pesar del “rating” que él y otros colegas generan, el género urbano no recibe “el respeto” que se merece, por lo que hizo un llamado a sus colegas a “boicotear” los Grammy Latinos evitando asistir a la ceremonia del 18 de noviembre. Ante esto, “Residente” subió a sus redes sociales un video en el que refutaba las afirmaciones del colombiano, mencionando que este género sí ha sido tenido en cuenta, pues hizo mención de los 31 premios que ha ganado (“¿Yo no rapeo? ¿No soy urbano? Entonces, ¿de qué género estamos hablando?”) y las nominaciones que, en esta edición, recibieron otros artistas de la misma onda. Residente también recordó que, el año anterior, Balvin estuvo nominado en 13 categorías, pero que en ese caso no pidió boicot alguno, por lo que infiere que la molestia se debe a haber recibido “solamente” una nominación, atribuyéndose abusivamente la vocería en un género por cuenta de un interés netamente personal (y un ego subido bastante golpeado). A la vez, criticó la pretensión del colombiano de boicotear unos premios que serán en homenaje al cantautor Rubén Blades, alguien que “marcó la historia de la música latinoamericana” y que “escribe sus canciones y las siente”, y mencionó a Tego Calderón a quien califica como “un tipo real, que escribe todas sus canciones”, infiriendo que Balvin no lo hace. El puertorriqueño finalmente calificó a la música de Balvin como un “hot dog”, es decir, “comida chatarra” que, puede gustarle a la gente, pero que jamás será comida —o música— de alta calidad, sobre todo porque “él no hace sus propios hits”.

Balvin (y su padre) hizo un intento de responder (“respeto tu opinión”, dijo en Twitter), subiendo posteriormente a sus redes varias fotografías en las que posaba en puestos de “perros calientes” (lo cual fue aplaudido por sus seguidores), pero, ante esto, Residente volvió a la carga acusando al colombiano de hipócrita, falto de talento (o de “tener el talento de no tener talento y hacerle creer a la gente que tienes talento”) y, sobre todo, de no entender que en la vida hay cosas más importantes que el dinero (“que el negocio, socio”), como “la virtud de la palabra, el amor por su país y la solidaridad”. También, mencionó a “Los Gaiteros de San Jacinto”, legendaria y tradicional agrupación del Caribe colombiano, de quienes afirma, se beneficiaron mucho por su nominación al Grammy hace varios años (lo cual fue respaldado en un tuit por los mismos Gaiteros), rechazando, de nuevo, la propuesta del paisa de boicotear al “único medio masivo que tienen los artistas reales para promocionar su trabajo”. Residente remató su intervención con epítetos contra el paisa como “Me quedé sin rima hot dogs”, “El tibio de Medellín hot dogs”, “Te llamé llorando hot dogs”, “Ninguno de mis hits son míos hot dogs”.

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A estas palabras, se sumaron las de otros artistas, como Don Omar, quien dijo que “Entonces ¿el menos que le mete de todos es el líder de la revolución? No hay peor tiniebla que la ignorancia”, mientras que Yotuel afirmó que “El día que tú hables de Colombia en una canción, que te pongas en el pellejo del pueblo colombiano en una canción, y dejes de pensar en números y visitas, entonces tú y yo, estamos hablando de movimiento urbano”. Mejor dicho, Balvin recibió golpes que, de seguro, no se esperaba, a pesar de que fue respaldado por algunas figuras políticas y periodísticas colombianas, más con intenciones chauvinistas y patrioteras que de análisis sobre los argumentos esgrimidos.

No hay duda de que Residente es mucho más elocuente que Balvin quien, al momento de escribir esto, no ha vuelto a pronunciarse. Claro que ambos cuentan con trayectorias y orígenes muy diferentes, siendo Residente una figura educada en un ambiente artístico y políticamente activo (su madre fue actriz de teatro y su padre abogado y escritor, ambos ligados a los movimientos independentistas de Puerto Rico de los años setenta), graduándose en Bellas Artes, tanto en pregrado como en posgrado, además de contar con conexiones con movimientos sociales en América Latina y una mirada —y lectura— crítica que le permitió trascender al reggaetón con el que se dio a conocer masivamente (con el éxito “Atrévete-te-te”) para explorar numerosas expresiones musicales y audiovisuales que le ayudaron a consolidar un público bastante ecléctico.

Por su parte, Balvin, quien, luego de algunos devaneos con el rock mientras estudiaba negocios internacionales y comunicación social en la universidad EAFIT, participó activamente de la escena paisa del hip hop, dio el paso hacia el reggaetón, ese nuevo género con antecedentes en el dancehall de Jamaica y el ragga en español panameño, pero con nuevas expresiones surgidas en Puerto Rico, que caló profundamente en Medellín, pero que, al volverse masivo, hizo un viraje hacia el pop, con una mirada pretendidamente apolítica, sonoridades más suaves (y, si se quiere, más “blancas”) y letras menos contestatarias con la realidad social, aunque sin dejar de lado algunas temáticas directamente sexuales que siempre han existido en la música urbana. Su ascenso, sobre todo para quienes están poco familiarizados con el género, es sorprendente, pues se ha convertido en una figura mundial que colabora con famosísimos artistas de la escena pop internacional y llena numerosos escenarios en todo el mundo. Es, sin duda, un artista establecido que ha aprovechado las redes sociales para consolidar un inmenso número de seguidores que le permite una promoción directa sobre todo lo que hace, lanza o dice.

Ambos son representantes de algo que se ha denominado de manera simplista “género urbano” (pero ¿qué expresión de la música popular contemporánea no es urbana?), aunque sus orígenes, caminos y objetivos son claramente diferentes. Por esto, no se trata simplemente de describir (o tomar partido en) el enfrentamiento entre estas dos figuras con muchos seguidores y fanáticos que los idolatran (aunque es inevitable), sino de hacer una breve reflexión sobre los caminos, intereses y las motivaciones de la música comercial en Colombia y, tal vez, América Latina para pensar un poco también en los medios que se utilizan para defender o cuestionar un orden establecido. Es que, como afirmó el pianista, arreglista y productor Juancho Valencia “el debate de Balvin y Residente toca temas de la industria musical álgidos y totalmente invisibles al público: ética profesional, competencia desleal, monopolios, deterioro de la diversidad musical latina, carencia en formación de públicos, responsabilidad social, entre otras cosas”.

En esta vía, vale recordar que, ante el levantamiento social que, sin duda, se presentó en Colombia y aún no termina, los artistas más mediáticos (generalmente, firmados con casas discográficas multinacionales y con contratos con diferentes patrocinadores), y salvo contadas excepciones, no se pronunciaron o lo hicieron tímidamente. Esto contrasta con las posturas que asumieron muchos de los artistas más mediáticos de Puerto Rico, como reggaetoneros y traperos (y baladistas y merengueras y salseros y demás), cuando se movilizaron y protestaron contra el gobernador Ricardo Rosselló al que, finalmente, obligaron a dimitir.

¿Por qué tanta diferencia en las actitudes, opiniones y acciones de los artistas mediáticos colombianos y puertorriqueños? No sé, aunque se podría suponer que el reggaetón en Puerto Rico, pese a su impresionante éxito masivo y comercial, aún tiene algo —o mucho— de la calle en la que surgió, por ende, la rebeldía de varios de sus protagonista continúa siendo fundamental para su accionar, mientras que el reggaetón paisa, si bien es consumido por todos los sectores de la población, ya no está tan cerca de la calle, sino de la gran industria (es decir, impuesto desde arriba), consolidado por figuras de clase media, conservadoras en su forma de ver el mundo, más listas para entretener que para cuestionar un orden y validadoras de un sistema al que quieren integrarse, sin pretender transformarlo.

Esto deja ver el tipo del país en el que surgen y desarrollan esta expresiones, razón por la cual es diciente que las figuras del reggaetón colombianas no surgieran en Aguablanca en Cali, Buenaventura o alguna población del Urabá (donde el ragga se consumía y hacía masivamente), lugares a donde muchas de las posteriores estrellas paisas fueron a inspirarse para, sin duda, imitar el “flow” que, al menos en un comienzo, no tenían, sino en Medellín con estrellas “blancas” (o asumidas como tales), menos contestatarias y más “domesticadas”, al menos para un orden —y una industria— particular.

Mejor dicho, si bien el reggaetón todavía es visto por ciertos sectores tradicionalistas como “no música” (algo que, por cierto, esos sectores conservadores han dicho siempre sobre las expresiones musicales más rompedoras, como el jazz, el rock, el tango o la champeta), es evidente que en Colombia se terminó de consolidar cuando no era una expresión marginal o callejera, sino el nuevo vestido que el pop o la balada más comercial se pusieron para continuar reciclándose, tal y como pasó en el pasado con otros géneros, de ahí que muchos baladistas sean conocidos ahora como parte del “género urbano” (y eso, entre otras cosas, lo dijo “El Chombo”).

Claro que ahí está la trampa del asunto, pues esa postura “apolítica” que supone que los artistas deben limitarse a “entretener” sin involucrarse en situaciones que cuestionen el sistema u orden al que pertenece la gran industria cultural, es igualmente política, pues esa pretensión de no “polarizar” y dejar de comprometerse con algo que pueda poner en riesgo el número de “followers”, “likes” y “sponsors” (perdón por los anglicismos, pero así les dicen) es consecuente con la defensa de un sistema y un statu quo que no se quiere cambiar, pues, por el contrario, se esperar “triunfar” allí. Por eso, a unos les da miedo decir algo o comprometerse, aunque, claro, también algunos no tienen nada que decir o simplemente defienden el contexto en el cual están, pues la música que hacen es un mecanismo para consolidar una hegemonía que lleva a que, incluso, los sectores más oprimidos de la población defiendan ese orden que los oprime.

Por el contrario, aquellos artistas que en Colombia representan algunas de las expresiones rebeldes alejadas del “mainstream” no se encuentran alineadas con el reggaetón, ante lo cual es diciente que la música que la juventud presentó de forma viva, diversa y contundente en las protestas sociales de hace pocos meses en el país pocas veces hizo uso de este género.

Vale decir que los seres humanos, incluyendo a los artistas (o, al menos, los que se precian de serlo), así ni siquiera lo pretendan, son políticos, pues las relaciones sociales siempre serán relaciones de poder, siendo la industria musical (casas discográficas, emisoras, medios masivos de difusión y comunicación, patrocinadores, promotores…) parte de un sistema económico, político, social y cultural en un contexto específico de múltiples relaciones e intereses que a muchos asusta poner en cuestionamiento, pues consideran que eso equivaldría a “patear la lonchera”. Por eso, en Colombia, salvo contadas excepciones (y, por supuesto, de la emergencia de medios alternativos, sellos que apuestan por otro tipo de sonoridades, editoriales independientes…), muchos de los artistas más mediáticos han sido validadores de ese orden establecido, así intenten verse visualmente como “rebeldes”, pues la industria musical ha sabido agarrar eso que, en su momento, pudo ser contestatario, rebelde e incluso contracultural para esterilizarlo, empaquetarlo y tratar de venderlo masivamente.

En esos contextos es que se presentan prácticas cuestionables como la “payola”, es decir, pagar por sonar, lo cual sido frecuente en un negocio que, como ocurre con muchas cosas en el país, no es del todo transparente (¿y quiénes pagan? Los que tienen mucha plata, y ¿quiénes tienen mucha plata y necesitan ponerla a circular? Algunos me entenderán). Las consecuencias por esas prácticas que ya no solo se manifiestan en las emisoras comerciales, sino también en las redes sociales y en cuestiones como la compra de seguidores falsos, han sido nefastas, pues solamente suenan, salvo pocas excepciones, los que pueden pagar, lo cual marca estéticas, valida formas de ser y promueve un orden que, como bien se sabe, presenta grandes falencias. Mejor dicho, pasa que, como es frecuente, no gana el mejor, sino el que más dinero tiene, sabiendo, además, que todo es un gran negocio, por lo que cada canción de reggaetón se crea, no como un proceso artístico sino empresarial, lo cual hace que tenga entre 5 y 15 compositores, algo que, al menos a mí, todavía me parece increíble. En consecuencia, se promocionan pocos estilos musicales, se limita la diversidad de expresión, se desconocen propuestas novedosas y, sobre todo, se rechazan las miradas críticas de la realidad dejando de lado la creación artística o, más bien, limitándola a actuar solamente como un componente de un entramado comercial mucho más grande en el que, a veces, la música es solo un medio y jamás un fin en sí mismo.

Mejor dicho, a veces, y cada vez más, la música comercial en Colombia ha sido de utilidad para desviar deliberadamente la atención buscando una falaz homogeneidad (en torno a una patria, unas estéticas, unas prácticas sociales, unas posturas políticas…), la promoción de un orden particular y defensa de una jerarquía específica, mediante una sola cosa: el consumo que en el capitalismo neoliberal es el equivalente a la felicidad, a pesar de que son pocos los que pueden consumir, al menos, masivamente.

No se trata, por supuesto, de desconocer la importancia del entretenimiento o de la música hecha solamente para ese fin (o de lo que se ha denominado “cultura de masas”), sino de observar que, a pesar de la diversidad de creadores y propuestas, la oferta masiva continúa siendo limitada. Así, se ignoran expresiones valiosas, no solo a través de unos premios (los Grammy Latinos) sobre los cuales —hay que decirlo— tengo siempre muchas dudas (no sé cuáles son los criterios de escogencia, hay muchísimas categorías y nominaciones…), sino, sobre todo, sabiendo que, sin olvidar la importancia del negocio, aspectos como la solidaridad, los objetivos comunes y compartidos, y el reconocimiento de la diversidad, deberían ser fundamentales para fortalecer a las comunidades y sus formas distintas de expresión. Tampoco se trata de ser exclusivamente rebeldes e inconformes ante un orden en el que muy pocos “triunfan”, o de ser completamente obedientes para no arriesgar lo mucho o poco que se tiene (o se cree tener), pero sí de reconocer que hay, desde los márgenes o desde abajo (y desde las calles), todo un mundo por conocer.

J Balvin considera que su trabajo, por cuenta de su popularidad, merece ser premiado masivamente y hay mucha gente de la que lo sigue que debe estar de acuerdo con él. Por eso lanzó un tuit por el que ha recibido bastantes críticas (aunque también respaldo por parte, sobre todo, de sectores conservadores de la política colombiana, algo, de todas formas, bastante diciente), lo cual puede ser una oportunidad para que amplíe su mirada del mundo, se salga de esa burbuja de comodidad en la que últimamente ha estado y forme una opinión sobre los procesos sociales que se están gestando en las calles de las ciudades colombianas, lo cual muchos otros artistas no mediatizados expresan con fuerza, para que (¿por qué no?), la plasme en sus canciones sin perder su esencia, pues, sin duda, algo tiene que tener.

Residente saca a relucir sus múltiples premios, pero también reivindica que se candidatice y premie a artistas no mediatizados que encuentran en esos premios posibilidades para ampliar sus campos de acción. Sin duda, tiene mucho más bagaje, mayor experiencia, más conocimiento de la música alternativa y tradicional, y más lecturas que muchas otras figuras mediáticas con la misma exposición pública, lo cual le hace contar con una mirada crítica y compleja del mundo que considero genuina (así también reciba críticas por eso) y agradezco bastante.

No obstante, no deja de ser curioso que un artista del “establecimiento”, como Balvin, pida boicotear unos premios de la industria y otro que se ha manifestado como crítico muchas veces del sistema (aunque ligado también a ese establecimiento) los defienda

Pero, independientemente de esto, y de los muchos temas importantes y urgentes que aquejan a nuestro país, a América Latina y al mundo, y a los cuales hay que ponerles atención para que no pasen desapercibidos, que también haya pop, que las expresiones tradicionales y populares cuenten con los elementos para reproducirse en mejores condiciones, que J Balvin continúe creciendo y que Residente siga “guapeando” con su música.

Empero, que también se cuestione a un sistema en el que los canales de difusión y promoción son limitados para que se desnuden las malas prácticas a veces naturalizadas por un entramado complejo y poco transparente haciendo posible conocer procesos individuales y colectivos que no se circunscriban solo al negocio, sino a la manifestación de otras realidades diversas y complejas. Con esto, como le oí alguna vez al productor Iván Benavides, bien vale que se reconozcan las naranjas (o los “hot dogs”), pero que también se comprenda que hay otros frutos, hojas, ramas, tallo, raíces, tierra, agua y todo un mundo (o comida de múltiples orígenes, ingredientes y preparaciones) que manifiestan otras miradas de la realidad y otros contextos históricos, políticos y sociales, para los cuales la música y sus cultores serán siempre un camino efectivo y, por supuesto, fundamental.

*Petrit Baquero es historiador y politólogo, músico y melómano. Es autor de El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012) y La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017)

Por Petrit Baquero*

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Martha(44144)10 de octubre de 2021 - 04:37 p. m.
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Caliche(62305)09 de octubre de 2021 - 12:14 a. m.
Gracias. Un artículo muy bien argumentado. Pertinente para comprender una realidad social. Felicitaciones. 👏👏👏
Giovanni(38945)08 de octubre de 2021 - 09:40 p. m.
Conclusión: Residente puso en su lugar al ñerito afortunado de bAlvin y su música basura!…un baboso con suerte que escupe dinero pero no tiene nada en el cerebro… residente la sacaste del estadio bro!
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