Ricardo Arjona, ¿un artista de rock?

El artista más odiado —y, probablemente, el más amado— del pop latino, vuelve a hacer lo que mejor sabe hacer: lo que se le pega la regalada gana.

Pablito Wilson / @pablitowilson
14 de abril de 2020 - 02:00 a. m.
Si hay algo que ha caracterizado los conciertos de Ricardo Arjona, ya sea que hablemos de “Metamorfosis” o de “Circo Soledad en vivo”, es que son auténticos espectáculos. / Cortesía
Si hay algo que ha caracterizado los conciertos de Ricardo Arjona, ya sea que hablemos de “Metamorfosis” o de “Circo Soledad en vivo”, es que son auténticos espectáculos. / Cortesía

“Vamos viviendo la vida, bailemos hasta morir”, entona Arjona desde un bar en Londres y, salvando las proporciones, hace pensar que Ray Charles tiene que ser en este momento uno de sus mayores referentes. Cualquier gran seguidor del guatemalteco podría pensar en su canción Baila conmigo, y no solo por la repetición del verbo danzante en ambas composiciones, sino por la predominante guitarra o el arrebatado piano que ahora vuelven a repetirse, pero en una creación menos adolescente.

En realidad, en todo el álbum Animal nocturno que la contenía; no olvidemos que allí es donde están guardadas una versión de Time in a Bottle (original del artista de folk y rock Jim Croce), la entonces intrépida Mujeres o ese pseudo blues con percusión de bolero que daba nombre al compacto. Así que en tiempos en que la música —tanto la buena como la mala— y la política son legitimadas por la big data o en plena era de la sodomía del featuring, este proyecto que el artista está creando ahora desde los míticos Abbey Road Studios, que se llamará se llamará Blanco y negro, tiene todo el sentido del mundo.

La “estrategia” es interesante por dos razones: que se trata de uno de los pocos artistas de pop vigentes que aún no se ha subido a una pieza urbana y que a lo largo de su trayectoria sus figuras invitadas han sido realmente contadas. Exceptuando las versiones alternativas de sus hits solo pueden recordársele a Paquita la del Barrio, Ednita Nazario y Gaby Moreno.

“No quiero sumarme a la inmensa lista de enemigos de clóset del reguetón, que hablan patrañas de ellos, pero suplican por un dueto”, declaró semanas atrás desde un video proyectado a través de su cuenta de Instagram. El mismo que antes de ser famoso tuvo que componer para Eduardo Capetillo y Lupita D’Alessio (Detrás de mi ventana, finalmente grabada por Yuri). El artífice de una producción majestuosa con alrededor de sesenta músicos llamada Santo pecado. El que lanzó un hit de ocho minutos llamado Puente, insufribles para cualquier programador radial. El que bautizó uno de sus álbumes Independiente, rompiendo con estándares de promoción de la música comercial. El que viene de realizar una de las giras más ambiciosas de la música latina promocionando su disco Circo soledad. Un trabajo donde la exploración contemporánea ya comenzaba a sospecharse, Ella había sido el primer sencillo y probablemente el corte promocional más rock de Arjona desde Minutos. Veinte años atrás.

Los siempre atentos detractores, expertos en quitarle la categoría “rock” a todo lo que les place, odiarán esta referencia. Pero resulta que no solo las licencias que el pop latino ha permitido a este género son tan pocas que nos toca contentarnos con cualquier atisbo del género presente, sino que este éxito que hablaba de “cadáveres de momentos que no vuelven jamás” incluso termina con un canto que se asemeja a un coro góspel: una de las principales cualidades que recordamos de los éxitos de Ray Charles.

Rasguñando algunos años atrás aparecen composiciones como Millonario de luz, Cita en el bar —mi favorita de su repertorio, hasta la fecha—, Abarrotería de amor y, desde luego, Si el norte fuera el sur. Culpable de la frase más antiimperialista que una estrella de pop latino alguna vez haya colado en la FM tradicional: “Las barras y las estrellas se adueñan de mi bandera, y nuestra libertad no es otra cosa que una ramera; y si la deuda externa nos robó la primavera, ¡al diablo la geografía, se acabaron las fronteras!”. No es casual que Panteón Rococó, una de las bandas de ska más importantes de América Latina, participe en la versión alterna.

Incursiones ocasionales, pero para nada tímidas. Pruebas de que, aunque este artista siempre ha tenido su corazoncito rockero —alguna vez mencionó a Sui Generis entre sus mayores influencias—, también ha tenido claro cuál es su público. O más bien su público más consumidor, pues a lo largo de mi existencia he conocido metaleros, punkeros y hasta hardcoreros que, si no han sido fans, al menos sí atentos seguidores de la carrera de Arjona. Este detalle puntual y el derroche de instrumentistas acompañantes acomodado en sus discos tienen que ser pruebas de que lo que compone va más allá de sus tan queridas y odiadas metáforas. La nena probablemente sea la canción más apropiada para entender esto. Una mini ópera rock. La Jesus of Suburbia del pop latino.

En Abbey Road Studios se grabó casi toda la discografía de The Beatles. Seguramente por eso remarcan en su página web que son los mejores en todo el mundo. Por allí han pasado Soda Stereo, Michael Jackson, Mick Jagger, Adele, Ella Fitzgerald, Shakira, Oasis, Freddie Mercury, Muse, Amy Winehouse, Andrés Cepeda, etc. Como en entrevistas Ricardo Arjona ha comentado que no suelen atinarle a sus influencias, vuelvo a reproducir el video del bar y pido la llamada a un amigo, uno de esos que llevan el blues en las venas. Me habla de composiciones de The Rolling Stones como Loving Cup o Sweet Virginia, mientras recordamos a Bo Diddley, pero yo prefiero pensar en Chuck Berry o Muddy Waters. Y ya saliendo de la onda del blues de Chicago, en las versiones de With a Little Help from My Friends (la de la serie Los años maravillosos) o “ —canción que aparece en el minuto 21 de Once Upon a Time in Hollywood, de Tarantino—, de un disco en vivo que Joe Cocker publicó en 2014. Mi amigo vuelve a Jagger y compañía con Tumbling Dice. Pero hablar de raíces sonoras es complejo, sobre todo cuando estamos revisitando escenas —la estadounidense y la inglesa— que han pasado décadas observándose y reinventándose con las influencias del adversario.

No solo sería interesante ver un disco que pudiera tener algunas de estas influencias, sino ver cómo el personaje que hace años cantaba que un productor le “metió la inspiración en una computadora, y aquel sueño de libertad en refrigeradora” lo presentaría en escena. Porque si hay algo que ha caracterizado los conciertos de Ricardo Arjona, ya sea que hablemos de Metamorfosis o de Circo Soledad en vivo, es que son auténticos espectáculos; con montajes enormes y un desfile impresionante de artistas —no solo músicos— en escena. Por ejemplo, me lo imagino desempolvando viejeras como Baila conmigo, La noche te trae sorpresas o una pieza country al estilo de Historia del portero. O, ¿por qué no?, transformando una icónica Historia del taxi en un blues.

Pensándolo bien, más que interesante la estrategia es poderosa porque, en tiempos en que es casi imposible pegar canciones no urbanas en radio, Ricardo Arjona tiene un público fiel que le disparará las vistas en Youtube y le comprará las entradas a los conciertos. Pero también, porque si recordamos que no hay fórmula eterna, podremos entender que su hazaña puede ser la punta de lanza que reformule todo el pop latino. Y eso —que va a pasar en algún momento de la década entrante— no solo sería justo con él, sino con artistas como Natalia Lafourcade, Jorge Drexler, Alejandro Sanz o incluso Juanes, que tanto tiempo llevan luchando por mantenerse en los circuitos de la música comercial… Luchando por dictar sus propias reglas.

Por descubrir “qué hay que hacer, para no hacerlo”, como sugiere una de las frases que introducen a Blanco y negro.

Por Pablito Wilson / @pablitowilson

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