Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Nueve de enero,yo nunca olvidoa un pueblo entero que con valor se enfrentóa la metralla del ‘buen vecino’,que en un momento sus promesas olvidó.Orgulloso sobre todo voy flameando mi bandera,de blanco, azul y con rojo, ¡sangre de Ascanio Arosemena!No te puedo olvidar, no te puedo olvidar.Por eso elevo mi canto en homenaje sinceroa los bravos que cayerona los mártires de enero”.
Jueves 9 de enero de 1964. Cerca de 200 estudiantes marcharon cargando la bandera de Panamá, con la intención de izarla sobre la Zona del Canal en la que los estadounidenses tenían control territorial desde 1903; los jóvenes fueron recibidos por la Policía, llegaron a un acuerdo y les permitieron a algunos de ellos acercarse al asta, mientras los demás permanecían alejados, pero los habitantes de la zona los rodearon cantando el himno de Estados Unidos, en un claro rechazo a los estudiantes. En medio de las discusiones rompieron la bandera panameña, que fue uno de los detonantes que desató las manifestaciones de los ciudadanos. En este enfrentamiento con la fuerza pública hubo 22 muertos y más de 300 heridos.
Para Rubén Blades, la mejor forma de rendir homenaje a las personas fallecidas fue escribir, en 1965, con solo 17 años, la canción “9 de enero”. Había crecido en los años 50 y su país tenía una gran influencia norteamericana, pero en este punto cambió su forma de pensar y lo volvió un hombre radical, ya no quería hacer rock & roll como lo había visto en las películas estadounidenses, ahora quería eternizar la idea de una nación digna y libre a través de la letra de sus canciones.
Una llamada, así fue como llegó Rubén Blades a la Fania, siendo abogado de la Universidad Nacional de Panamá y un desconocido en el mundo de la salsa. Un escritor que llegó a ocupar el puesto de mensajero en la oficina de correos, un joven de 25 años, a quien el hecho de estar cerca de figuras como Larry Harlow, Johnny Pacheco, Papo Lucca y Celia Cruz ya lo llenaba de ilusión. En medio de sus labores, la suerte estuvo de su lado, cuando en los años 70 Ray Barretto se quedó sin la voz principal de la orquesta y fueron sus compañeros de trabajo quienes referenciaron a la naciente estrella panameña, por ser virtuoso con la guitarra y gran cantante.
Sin olvidar la crítica, se asoció con Willie Colón, en un momento en el que la salsa era algo divertido, para bailar, él quería plasmar las historias de esos hombres de barrio, que regresan cansados de su trabajo, que no tienen futuro, los hijos de la calle. Siempre ha afirmado que compone cuando le molesta algo, también toma acciones cuando no está de acuerdo con el tono social de la realidad. En 1994 el astro de la salsa se postuló como candidato a la presidencia de Panamá con su Partido Papá Egoró, quedando de tercero, y de 2004 a 2009 ejerció como ministro de Turismo de su país. “En ese momento no le dije no a la música, le dije sí al país, que es distinto”, reveló durante una entrevista.
Hoy, el salsero intelectual afirma que es más pasado que futuro, una premisa que lo ha llevado a tomar conciencia del tiempo y darles más valor a las acciones. En su lista de pendientes aún queda terminar de escribir el libro sobre su experiencia política, explicar aquellas canciones que contaban historias de otras épocas y, por qué no, explorar el campo de la arqueología y paleontología, dos de sus pasiones secretas.