Shakira, la reina quillera

De su show, la versión resumida dirá que invitó a la champeta y al Carnaval para acabar el clasismo y el racismo. Cierto, pero lo que hizo fue más grande: desde el pasado Super Bowl, la música colombiana quedó dividida en antes y después de ella.

Farouk Caballero/@faroukcaballero  
08 de febrero de 2020 - 02:00 a. m.
Shakira  rindió un homenaje a las danzas y sonidos africanos.  Kevin Winter/Getty Images
Shakira rindió un homenaje a las danzas y sonidos africanos. Kevin Winter/Getty Images
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Shakira nació con estrella. Lloró por primera vez en este planeta el 2 de febrero de 1977 en la Clínica Santa Mónica de Barranquilla y justamente el día de su cumpleaños 43 fue coronada, por aclamación, reina de la música colombiana.

En lo estrictamente ligado al fútbol americano, hay que reseñar que el juego fue para que el nombre de Patrick Mahomes quedara con letras inmarcesibles en la historia de ese deporte extraño de los estadounidenses. La ciudad elegida fue Miami y el escenario fue el Hard Rock Stadium.

Para Colombia el resultado no importó. La atención estuvo en el Espectáculo de la hija de Nidia del Carmen Ripoll Torrado y William Mebarak Chadid. En Miami, la ciudad estadounidense más latina, Shakira hizo historia. Su show fue, para decirlo con sus canciones, de Antología. Esa niña de Magia pura fue la mujer que llevó su Caribe de Pies descalzos, sueños blancos al Olimpo de la cultura pop mundial.

Miami estaba predestinada, pues el Atlántico es el único departamento colombiano que tiene dos capitales: Barranquilla y Miami. De hecho, para mezclar estas capitales los barranquilleros han creado un término propiamente Caribe que las unifica: Quillami.  (Puede leer: Shakira deslumbró en su presentación en el Super Bowl)

En Quillami, Florida, la reina de la música colombiana entregó todo lo que brota de sus 157 centímetros e hizo que un país entero, cuyo regionalismo es exacerbado, la aclamara por el orgullo unánime que esparció a través de las pantallas de televisores y celulares. Al día siguiente del Espectáculo, Shakira se dirigió a su pueblo y publicó en su cuenta de Twitter: “Quiero agradecer a mi Colombia por darme el mapalé, la champeta, la salsa y los ritmos afrocaribeños que me han permitido realizar el Super Bowl que desde hace más de una década soñé”.

La historia se había marcado y de ahí surgió este homenaje escrito para una colombiana que se coronó majestad de la música Caribe y cambió el imaginario que tenemos en el exterior debido al narcotráfico. Los carteles nos han puesto un peso muy difícil de cargar, pero desde el domingo pasado, Shakira cambió eso.

No es que la historia que arrastramos de sangre y narcotráfico se borre, sino que poco a poco el estereotipo del colombiano en los aeropuertos del mundo va cambiando gracias a la música contemporánea. Sí, es una negociación en la que hay que ceder; es preferible someter los tímpanos a la tortura que significa escuchar a Maluma, J Balvin y Karol G, que seguir cargando el pasaporte de un país de narcos. Es mejor ser un país de reguetoneros. Ante esto, amigos filósofos y sociólogos benévolos han intentado explicarme que el reguetón colombiano es un hijo de la estética narca de los carteles del Valle, Antioquia y La Guajira. Quizá tienen razón, pero exportar reguetón no es exportar droga.

Frente a esto, hay que decir que Shakira elevó las banderas de una revolución social desde su música. En el Hard Rock Stadium ella impuso su visión de las colombianas y sí, quizá el más crítico podrá decir que, al igual que lo rapeó el puertorriqueño René Juan Pérez (Residente), también le gustaría una Shakira “más gordita, con el pelito negrito y la cara redondita, así medio rockerita”. No obstante, las dos versiones, la de Donde están los ladrones (1998) o la de su coronación en Quillami, sepultaron la estética de la silicona, las prepagos y los narcos de gustos extravagantes. Si más jóvenes colombianas quieren ser como Shakira, ganamos todos. Y en ser como Shakira, lo primero que deben hacer es leer.

Una diva que leyó a Sabines, Benedetti y Neruda

Hay muchas cosas para destacar de Shakira. Su dedicación y su esfuerzo son tan incomparables como su versatilidad para adaptarse a los ritmos que el mercado impone. Pero sobre todas las cosas, su capacidad lírica y narrativa tiene asidero en la lectura, y esto debe resaltarse con mayúsculas para todas aquellas que quieran seguir sus pasos. Fue la sensibilidad literaria la que le ayudó a Shakira a componer sus primeros versos, pero también la misma que le enseñó sus orígenes latinoamericanos.

Cuando Shakira hizo su show en compañía de Jennifer López, bailarines afros, J Balvin y Bad Bunny, ella estaba consciente de la revolución que significaba mezclar ritmos latinos en el Espectáculo por excelencia de los estadounidenses. Además, el camino para bailar champeta y homenajear danzas y artesanías del Carnaval de Barranquilla empezó con la lectura.

Cuando apenas iniciaba su camino en el mundo anglosajón, bajo la batuta de Emilio y Gloria Estefan, el periodista colombiano Andrés Zambrano tuvo la oportunidad de entrevistarla y publicar su trabajo en El Tiempo en 1998. Shakira tenía 21 años y una madurez que sorprendió al entrevistador, quien escribió algo que debería quedar para cada colombiano con ínfulas de ¿Usted no sabe quién soy yo?: “Pero más allá de toda la parafernalia promocional, hay que decir que la cabeza de Shakira sigue en su sitio; la fama, afortunadamente, no ha tocado su cerebro. No habla con arrogancia, prefiere el tono de la sencillez y la pasión por su oficio. Lo único que ha cambiado es su apariencia: el pelo liso ahora es crespo y lleno de trenzas de colores”.

En la misma entrevista, cuando Zambrano le preguntó por los motivos de inspiración y sus autores favoritos, la joven Shakira contestó: “Yo creo que la lectura ayuda mucho, es una forma de alimentar el espíritu y el intelecto, pero para mí la inspiración constituye un misterio, y más que un misterio, un milagro […] A veces me pregunto por qué una buena parte de los autores que leo son ateos; no entiendo cómo ellos pueden atribuir el milagro de la inspiración a otros factores distintos a Dios”. De sus autores admirados dejó tres nombres que las aspirantes a Shakira deberían conocer: “Benedetti, Jaime Sabines, Neruda”.

Gabo y Shakira

Luego, llegó el encuentro con el verdadero gran colombiano: Gabo. García Márquez entrevistó a Shakira en 1999 y dejó un perfil magistral y vigente. Se publicó en la revista Cambio hace más de dos décadas, pero bien puede describir lo que sucedió en Quillami: “Se dice fácil: ‘Si no canto me muero’. Pero en Shakira es cierto: si no canta no vive. Lo único que le devuelve la paz del espíritu es la soledad en medio de las muchedumbres. Una vez en el escenario no tiene el temor escénico, sino todo lo contrario: el terror de no estar allí. ‘Me siento —dice— como un león en la selva’. Es uno de esos pocos espacios donde tiene la oportunidad real de mostrar lo que es, lo que ha sido, y lo único que será sin duda hasta la muerte. Es el caso ejemplar de una fuerza telúrica al servicio de una magia sutil. La mayoría de los cantantes se hace poner las luces de frente para no enfrentarse al fantasma de las muchedumbres. Shakira escogió lo contrario”.

Gabo también destaca la madurez de Shakira y sus cambios de look. Igualmente, marca la exquisitez gastronómica del Caribe y su pasión por las letras: “Se ve que es como ella quiso ser: inteligente, insegura, recatada, golosa, evasiva, intensa. Barranquillera de hueso colorado, desde el mundo entero y desde las nubes de su Olimpo añora las huevas de lisa y el bollo de yuca, y una casa de techos muy altos que no ha podido comprar frente al mar, con dos caballos y mucha tranquilidad. Adora los libros, los compra, los acaricia, pero no tiene el tiempo que quisiera para leerlos”.

Con la descripción de Gabo, tenemos la venia para ubicar a Shakira como una diva real, mágica y maravillosa. Años después, ella le devolvió el favor. Musicalizó la película basada en ese amor, con colores tan propios del río Magdalena, entre Florentino Ariza y Fermina Daza.

Shakira, en abril de 2019, recordó a Gabo. Para el quinto aniversario del viaje en tren de Gabo a la biblioteca de los escritores inmortales, Shakira publicó en su canal de YouTube: “millones de personas conocemos la magia de sus libros y sus historias, pero pocos hemos tenido la fortuna de conocer la magia de la que estaba hecho […] Quería escribir sobre mí; la verdad que no tenía ni idea por qué alguien como Gabo quería escribir sobre… mí. Nunca me creí tan interesante; en realidad quien quedó cautivada en ese encuentro fui yo. Quedé cautivada por su sentido del humor, su calidez, su humanidad y su forma de hablar adornada de tantos aires costumbristas que solo a él le pertenecían. Realmente conversar con Gabo era como entrar a otra dimensión ajena al resto de los mortales. Era ver a un hombre entrado en años explorar el mundo de los otros como si fuese un niño, con una curiosidad inagotable, con una sed de saber y de inventarse también, porque me acuerdo cuando me decía: ‘Shakira: si no me lo cuentas, me lo invento’. Para mí fue un honor cuando me pidió escribir para la película que trataba de abarcar El amor en los tiempos del cólera. Y sí, escribí dos de mis mejores canciones hasta la fecha: Hay amores y Despedida”.

Este bagaje de Shakira la aleja de cualquier estereotipo de rubia sin cerebro. Ella superó barreras y derrumbó imaginarios a punta de talento, tesón y lectura. Nadie le regaló nada y con conocimiento de causa hizo una representación total del ser Caribe. Sexy sí, inteligente también y bailadora como nadie. De su show, la versión resumida dirá que invitó a la champeta y al Carnaval para acabar el clasismo y el racismo. Esto no sería mentira, pero lo que hizo Shakira, al igual que lo hizo Gabo en Estocolmo, fue algo más grande. Le llevó al mundo la Colombia popular, la que solo gusta en los Clubes de Barranquilla o Bogotá cuando alguna colombiana extraordinaria rompe las etiquetas aburridas, elegantes y descoloridas de “la gente de bien”.

Shakira rindió un homenaje a las danzas y sonidos africanos que llegaron en los mismos barcos que trajeron la esclavitud al continente. Luego, los dedos callosos y sangrantes de los esclavos retumbaron, tambor de por medio, en búsqueda de la libertad. Primero fue Domingo Benkos Biohó en San Basilio de Palenque y luego fue Batata I, si se me permite el número de emperador, quien, con el sabor fundacional de sus palmas, inició el sendero de la champeta. Más tarde, se sumaron los descendientes de su dinastía y allí se ubica otra revolucionaria de voz y tambor pechiche, Graciela Salgado. En su Espectáculo estuvieron representados los cantos de Totó La Momposina, de la reina del bullerengue, Petrona Martínez, y de todas las Cantaoras ancestrales del Río Grande de la Magdalena. Nombres como Justo Valdez, Sofronín Martínez, Cenelia Alcázar, Jairo Sayas —El Sayayín—, y todos los champeteros contemporáneos, de concierto o de bordillo, también están en esos instantes.

Otro amigo de la reina, Carlos Vives, ya había narrado esta historia a nivel local en sus versos de La Fantástica, dedicada a Cartagena. En esa composición, cantó la historia negra, como lo hicieron El Joe Arroyo y otros más. Pero lo que hizo Shakira fue mayor, sin demeritar al embajador que internacionalizó el vallenato o al hijo adoptivo más famoso de Barranquilla, hHay que reconocer que desde el pasado Super Bowl la música colombiana quedó dividida en antes y después de Shakira. Y para efectos migratorios, si me preguntan en otras naciones si soy del país de Pablo Escobar y los narcos de las series, desde el 2 de febrero de 2020, digo que no: Yo soy del país de Shakira.

Por Farouk Caballero/@faroukcaballero  

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