The Weeknd en Bogotá: la voz que bajó la luna
Las luces de todos los colores alumbraron el estadio El Campín cuando Abel Makkonen Tesfaye, su nombre real, se subió al escenario. “¡The Weeknd, The Weeknd, The Weeknd!” gritaban al unísono lo quienes se dieron cita para verlo cantar en Bogotá. Él bajo una luna del tamaño de un globo aerostático y en compañía de una figura robótica femenina gigante, cantó para el público más de treinta canciones.
Daniela Suárez Zuluaga
La primera vez que escuché la música de The Weeknd fue en una clase de la universidad. El profesor solía recomendarnos canciones que había escuchado y, como un tema alejado, comentaba el momento exacto en el que esa canción en particular le había cambiado la vida. Así fue como llegué a “Can’t Feel my Face” en 2015 y comencé a seguir más de cerca la música de Abel. Lo que me pasaba con este tema en específico era particular, porque me subía el ánimo y a la vez, por alguna razón, me llevaba a la melancolía.
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La primera vez que escuché la música de The Weeknd fue en una clase de la universidad. El profesor solía recomendarnos canciones que había escuchado y, como un tema alejado, comentaba el momento exacto en el que esa canción en particular le había cambiado la vida. Así fue como llegué a “Can’t Feel my Face” en 2015 y comencé a seguir más de cerca la música de Abel. Lo que me pasaba con este tema en específico era particular, porque me subía el ánimo y a la vez, por alguna razón, me llevaba a la melancolía.
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Anoche en el concierto que dio en El Campín en el marco de su gira “After Hours til Dawn Tour” recordé esa sensación, pero potenciada al mil por ciento. Luces por todas partes y un aire futurista invadían el centro del escenario, la gente estaba ansiosa al ver que eran las 9:10 p.m. y The Weeknd aún no salía. Sonaba reguetón de fondo mientras todos esperábamos a que, por fin, la estrella apareciera. Solo cinco minutos después se apagaron las luces, y la luna gigante que colgaba de dos grúas comenzó a alumbrar de color rojo. Ahí supe que iba a ser uno de los mejores conciertos del año.
Con un casco que le cubría la mitad de la cara y solo dejaba ver parte de sus mejillas y boca, y un brazo que parecía ser de un robot del futuro, por fin salió The Weeknd. Su puesta en escena y su apariencia me hicieron pensar mucho en Daft Punk, pero ese pensamiento se fue luego de que dijera su primera palabra cantada. “La voz de ese man es impresionante”, pensé.
Comenzó con canciones como “Party Monster” y “Take My Breath”. No me las sabía, pero no me importó. El ritmo de las canciones de The Weeknd es difícil de explicar, pero es un sonido que invade, provoca y estremece. La fuerza de los bajos, la percusión y el teclado mezclados con su voz forman un balance que hace pensar en una sola cosa: perfección.
Las manillas que alumbran se volvieron populares en los conciertos, me recuerda a Coldplay, pero es que hacen la diferencia. Si la luna gigante alumbraba amarillo, las manillas alumbraban amarillo, y la robot gigante, que fue diseñada por el ilustrador Hajime Sorayama, se movía lento mientras alumbraba de colores. Alucinante. Todo el estallido de color acompañó a The Weeknd en “Starboy”, “I Feel It Coming” y “The Hills”, canciones que acompañó también con el fuego que se desprendía de la tarima.
“¿Será que le va a pasar lo mismo que a Calamaro y le va a dar “soroche” por la altura?”, dijo una chica que estaba detrás de mí. La diferencia, amiga, es que Calamaro tiene 62 años, Abel solo tiene 33. En cada canción que cantaba su voz era más fuerte, ese timbre agudo tan característico retumbaba en todas partes, y no desafinaba. Luego siguieron “Kiss Land”, “Often” y “House of Ballons”, todas seguidas, casi que sin parar. Él sabe que en un concierto el tiempo vuela y tiene que hacerlo rendir.
Los que estábamos atrás del estadio esperábamos ansiosos que se parara en esa parte de la tarima para verlo de cerca, porque también cantó para todos desde varias partes del escenario. El momento llegó más rápido de lo que esperaba y quería grabarlo, casi no logro poner el modo video en el celular, pensé que se iba a ir, pero lo tenía ahí, a pocos metros de mí cantando. No lo podía creer, siempre me emociono cuando tengo a los artistas tan cerca, es inevitable. Le grité que lo amaba aunque no me escuchara, no me importó.
Todos estábamos boquiabiertos con el performance de los bailarines, que con capas de color claro bailaban alrededor de Abel y fortalecían ese ambiente misterioso y futurista. En algún momento pensé que no se iba a quitar ese casco en todo el concierto, pero no fue así. Todos estábamos ansiosos por ver su cara, y por fin se lo quitó. “Bogotá, do you love me?” (Bogotá, ¿ustedes me aman?), no sé qué era lo que esperaba escuchar, pero todos gritaron como locos que sí, que por supuesto.
Aunque algunas canciones las cantó más cortas de lo que realmente son, en su repertorio no pudo faltar “Earn it”, ni “Die for you” o “After Hours”, y mucho menos “Save your tears”. Son canciones que lo llevaron a lo más alto, incluso “Call Out your Name”, que me remite a la tusa que él tuvo por Selena Gómez cuando lo dejó por Justin Bieber. Es una canción para la tusa, vi a varios llorar mientras cantaban el coro a todo pulmón.
Aunque fueron muchas canciones en poco tiempo, The Weeknd se las arregló para dar un show que Bogotá no va a olvidar. Desde los que estaban en Norte Baja sin ver un carajo, hasta la fan que cantó con él cuando bajó a saludar al público. De principio a fin siempre tuvo una sonrisa en su rostro, y aunque habló poco, lo dijo todo con su música.
Una de mis canciones favoritas de “The Weeknd” es “Blinding Lights”. Para mi sorpresa, nuevamente se ubicó en la parte trasera del escenario. Fue una de las últimas que cantó, pero sin duda de las que más disfruté. Abel nos llevó en un recorrido por los momentos más importantes de su carrera, y nos recordó por qué es un “Starboy”. Por supuesto, no podía faltar “In Your Eyes”, una de las canciones de su cierre épico que arrasó con todo el estadio, la gente no paró de gritar en más de dos horas de concierto, ni de saltar, ni de decir “Fin de semana, “fin de semana”, refiriéndose a “The Weeknd”, que su traducción en español es precisamente esa.
Fue así como cerró la noche, elevando su voz hasta la luna y devolviéndose para darle vida a sus fans, que morían por verlo hace ya mucho tiempo, y que pudieron hacer ese sueño realidad en El Campín, en donde desde ya soñamos con volverlo a ver.