Tito Rodríguez: en la vida hay cantantes que nunca pueden olvidarse
El artista puertorriqueño, que convirtió en éxitos temas como "Inolvidable", también se destacó en la percusión y como director de orquesta. Murió el 28 de febrero de 1973 en Nueva York y los géneros latinos todavía lo siguen extrañando.
Juan Carlos Piedrahíta B.
Con un nombre minúsculo y un apellido más que común, Tito Rodríguez hizo historia. El talento era parte de su indumentaria vital y desde las tierras dominicanas de su padre le llegó el poder de enfrentarse a cualquier género latino y salir airoso del intento, mientras que de Cuba, en donde estaba arraigado su ancestro materno, obtuvo esa nostalgia particular para no solo cantar sino vivir lo que estaba narrando con su voz.
La ‘cubanía’, que se entiende como una amalgama inigualable entre sabor y nostalgia, sumada al estilo libre de República Dominicana y a la potencia puertorriqueña, fueron las dosis de una fórmula casi mágica con las que Tito Rodríguez, algunas veces desde el bolero y otras desde manifestaciones más festivas, lograba transmitir sentimientos. (Le puede interesar: "René", la canción sobre la tristeza de Residente)
Después de la temprana desaparición de sus padres, Tito Rodríguez decidió trasladarse con todo y talento a Nueva York. Allí, en la que se conoce como la 'Capital del Mundo' y la cuna del género salsero, fue reclutado por dos instituciones. (Lea también: "La clave de los festivales es estar abiertos a nuevos géneros": Aterciopelados)
Por un lado, el ejército norteamericano lo obligó a prestar el servicio militar, y por otro, su hermano Johnny le sugirió de manera atenta pagar su derecho a piso haciendo parte de su orquesta. Rodríguez aceptó aportarle su garganta y su destreza en las maracas al colectivo familiar, pero muy pronto el experimentado pianista José Curbelo se enteró de su existencia y puso la agrupación a su servicio.
Arropado en ese momento con la instrumentación de una orquesta de amplio reconocimiento, el cantante boricua, que ya empezaba a destacarse en el ámbito local dentro de la interpretación de estilos bailables, tuvo un sendero despejado hacia el éxito.
Tito Rodríguez se paseó por diversos géneros hasta que cayó en el mambo y con este entorno fundó la primera orquesta con la que logró una figuración internacional importante. Se llamó The Mambo Devils y con ella incrementó la rivalidad con el otro Tito, Tito Puente, una competencia a favor de la música y cuya meta siempre fue la perfección. (Además: Podcast: Gabriel García Márquez, pesadillas y canciones)
Los dos Titos, Rodríguez y Puente, con herencia boricua, con el mismo nombre y dedicados a explorar el delicioso jardín de las sonoridades latinas, sentían mutua amenaza. Sin embargo, en el mundo siempre ha habido lugar para las iniciativas genuinas y a ambos les sobraba la originalidad.
En 1963, diez años antes de su muerte, Tito Rodríguez hace un giro inesperado en su actividad y emprende el proyecto de cantar boleros en formatos más íntimos dejando en el olvido a la parafernalia orquestal.
Extrañamente, los últimos años de la década del 60 se convirtieron en la época que mejor lo identifica y de ella viene su apodo de "El Inolvidable", como una de sus interpretaciones, como toda su propuesta.
Tal vez su programa de televisión, en el que fue anfitrión de estrellas como Sammy Davis Jr. y Tony Bennett, contribuyó para que quedara en la memoria del público solo como cantante romántico, un bolerista que con un nombre de cuatro letras y un apellido masivo, sigue escribiendo su propia historia.
Con un nombre minúsculo y un apellido más que común, Tito Rodríguez hizo historia. El talento era parte de su indumentaria vital y desde las tierras dominicanas de su padre le llegó el poder de enfrentarse a cualquier género latino y salir airoso del intento, mientras que de Cuba, en donde estaba arraigado su ancestro materno, obtuvo esa nostalgia particular para no solo cantar sino vivir lo que estaba narrando con su voz.
La ‘cubanía’, que se entiende como una amalgama inigualable entre sabor y nostalgia, sumada al estilo libre de República Dominicana y a la potencia puertorriqueña, fueron las dosis de una fórmula casi mágica con las que Tito Rodríguez, algunas veces desde el bolero y otras desde manifestaciones más festivas, lograba transmitir sentimientos. (Le puede interesar: "René", la canción sobre la tristeza de Residente)
Después de la temprana desaparición de sus padres, Tito Rodríguez decidió trasladarse con todo y talento a Nueva York. Allí, en la que se conoce como la 'Capital del Mundo' y la cuna del género salsero, fue reclutado por dos instituciones. (Lea también: "La clave de los festivales es estar abiertos a nuevos géneros": Aterciopelados)
Por un lado, el ejército norteamericano lo obligó a prestar el servicio militar, y por otro, su hermano Johnny le sugirió de manera atenta pagar su derecho a piso haciendo parte de su orquesta. Rodríguez aceptó aportarle su garganta y su destreza en las maracas al colectivo familiar, pero muy pronto el experimentado pianista José Curbelo se enteró de su existencia y puso la agrupación a su servicio.
Arropado en ese momento con la instrumentación de una orquesta de amplio reconocimiento, el cantante boricua, que ya empezaba a destacarse en el ámbito local dentro de la interpretación de estilos bailables, tuvo un sendero despejado hacia el éxito.
Tito Rodríguez se paseó por diversos géneros hasta que cayó en el mambo y con este entorno fundó la primera orquesta con la que logró una figuración internacional importante. Se llamó The Mambo Devils y con ella incrementó la rivalidad con el otro Tito, Tito Puente, una competencia a favor de la música y cuya meta siempre fue la perfección. (Además: Podcast: Gabriel García Márquez, pesadillas y canciones)
Los dos Titos, Rodríguez y Puente, con herencia boricua, con el mismo nombre y dedicados a explorar el delicioso jardín de las sonoridades latinas, sentían mutua amenaza. Sin embargo, en el mundo siempre ha habido lugar para las iniciativas genuinas y a ambos les sobraba la originalidad.
En 1963, diez años antes de su muerte, Tito Rodríguez hace un giro inesperado en su actividad y emprende el proyecto de cantar boleros en formatos más íntimos dejando en el olvido a la parafernalia orquestal.
Extrañamente, los últimos años de la década del 60 se convirtieron en la época que mejor lo identifica y de ella viene su apodo de "El Inolvidable", como una de sus interpretaciones, como toda su propuesta.
Tal vez su programa de televisión, en el que fue anfitrión de estrellas como Sammy Davis Jr. y Tony Bennett, contribuyó para que quedara en la memoria del público solo como cantante romántico, un bolerista que con un nombre de cuatro letras y un apellido masivo, sigue escribiendo su propia historia.