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Los caminos de la vida no son como yo pensaba, como los imaginaba, no son como yo creía…
Ha muerto uno de los más importantes compositores, productores e intérpretes de la música popular en Colombia. Y lo digo, porque, entre otras cosas, se trata del creador de un gran acumulado de canciones que ha sonado por doquier en todo el país acompañando a sus oyentes y bailadores en el gozo, la conquista, el despecho, la recocha, la rumba, el enamoramiento, la tristeza, la nostalgia y tantas otras cosas de la vida, que son muchas.
(Por cierto, cuando me refiero a la música popular lo hago en el sentido amplio del término, es decir, a la música del pueblo y para el pueblo, y no a la que, por cuestiones comerciales de la industria musical, le ha dado en los últimos años a un género específico que antes, con sutiles diferencias, se denominaba “música de carrilera”, “guasca” o “de despecho”).
Y es que, haciendo la aclaración, reitero que ha muerto una figura de la música popular en Colombia que, tal vez solo con su desaparición física, es que se hace conciencia de su magnitud artística, mucho más grande de lo que algunos creerían. Digo esto, porque es posible que muchos no supieran que esas canciones que se han oído, a veces hasta la saciedad, en la voz de distintos intérpretes, y que algunos aman con locura y otros menosprecian tajantemente, sean autoría de la misma persona, pero así es.
(Vale decir que en cuestiones del gusto y, sobre todo, del consumo cultural, muchos sacan a relucir sus preferencias adquiridas por diferentes razones, asumiendo que son mejores que aquellas que tienen los demás, sobre todo si esos demás provienen de las clases populares o hacen parte de una distinta generación. Eso sí, este texto se trata de otra cosa).
Total, si se mencionan temas como “Los caminos de la vida”, “Tarde lo conocí”, “La falla fue tuya”, “No intentes”, “Cómo le pago a mi Dios”, “La aplanadora”, “Me gusta, me gusta”, “El amor más grande del planeta”, “Cuatro rosas” y “Ya tengo quién me quiera”, entre muchos más, queda claro que salieron de la mente del prodigioso representante de un género que hace mucho tiempo pasó de ser una música de campesinos y pueblerinos que llevaban noticias y chismes de un lugar a otro, a transformarse en una industria gigantesca que produjo grandes ídolos populares, numerosos intérpretes de calidad y músicos que fueron desarrollando patrones y estilos para consolidarse en todo el país.
Me refiero, obviamente, al vallenato, esa antigua música del viejo Magdalena grande que, surgida en numerosas poblaciones, con ritmos de merengue, puya, son y algunas cosas más que los conservadores no aceptan, pero que siempre han estado rondando por ahí, se convirtió desde hace varios años en la música que identifica a Colombia, incluso por encima de la cumbia que, desde hace rato, se transformó en una música continental, así en muchas partes esa cumbia no nos suene —al menos a los colombianos— a cumbia, y del bambuco, el que fuera el “aire nacional” hasta, tal vez, principios de los años cuarenta del siglo XX, cuando el embate de los poderosos ritmos de la costa Caribe llegó con fuerza como símbolo de una modernidad que, así algunos no quisieran, incitaba a bailar y emancipar a los cuerpos anteriormente tan cohibidos, al menos públicamente.
(Todo eso es verdad, a pesar de que en la actualidad el vallenato —hay que decirlo— no vive los mejores tiempos, pues si bien desde que tengo memoria muchos de los que siempre dicen que “todo tiempo pasado fue mejor” hablaban de la decadencia de esa música, lo cual no comparto, el éxito comercial estaba garantizado, aunque ahora no ocurre así).
En ese viaje largo, rico, complejo y sabroso, surgieron en el vallenato relevantes compositores entre los que se puede mencionar a Leandro Díaz, Rafael Escalona, Carlos Huertas, Juancho Polo Valencia, Marciano Martínez, Hernán Urbina, Gustavo Gutiérrez, Rafael Manjarrez, Calixto Ochoa, Diomedes Díaz, Fabián Corrales, Romualdo Brito, Daniel Calderón, José Alfonso “Chiche” Maestre y Wilfran Castillo, entre otros.
También importantes acordeoneros como Alejandro Durán, Emilianito Zuleta, Alfredo Gutiérrez, Nicolás “Colacho” Mendoza, Ismael Rudas, Rafael Ricardo (¿él sería acordeonista por tocar acordeón de teclas? Dejo esa pregunta en el aire), Israel Romero, Juancho Rois, Álvaro López, Gonzalo “El Cocha” Molina, Orangel “El Pangue” Maestre, Juan David Herrera, Dagoberto Osorio, Víctor Rey Reyes, Julián Rojas y Franco Argüelles, entre muchos más.
Y a la vez emergieron relevantes productores como Daniel Calderón, Rolando Ochoa, Carlos Huertas Jr., Braulio Tilano, Alberto Nieto y un largo etcétera que vale la pena complementar, pues ahí me quedé corto.
El caso es que, entre todos estos nombres ilustres, se encontraba, como compositor, acordeonero y productor (y empresario y cantante), y en una posición preponderante, Omar Geles, el artista que falleció en la noche del 21 de mayo de 2024 en la ciudad de Valledupar, dejando una gran pena entre quienes lo siguieron en grabaciones y presentaciones artísticas. Por eso y por más es que vale la pena hablar un poco de él.
Gracias por hacerme corregir tantos errores / Gracias por pintarme la vida con hermosos colores / Gracias por sembrarme en el alma nuevas ilusiones / Gracias por hacerme escribir más de mil canciones…
Omar Antonio Geles Suárez nació el 15 de febrero de 1967 en Mahates, una pequeña población de Bolívar cercana a Cartagena de Indias, pero desde pequeño se trasladó al barrio “12 de octubre” y luego al “Simón Bolívar” de Valledupar, por lo que se sentía muy vallenato (de hecho, muchas veces dijo en entrevistas que había nacido en Valledupar), tanto en sus costumbres, como en la música que le movía el corazón. Muy temprano dejó ver su vocación como músico, pues sorprendió a toda su familia cuando tocó de forma muy básica en un acordeón que le habían regalado a su hermano mayor la melodía de una canción de Diomedes Díaz. Y si bien en su familia no había tradición de grandes músicos, el culto que se le rinde al vallenato en toda la región fue fundamental para que el pequeño Omar demostrara que estaba dotado de talento, creatividad y gusto por la música, lo cual le permitió hacerse un lugar entre las jóvenes promesas del instrumento, integrando, como bien cuenta Luis Hinojosa en su canal de YouTube “El folclorista de moda”, una incipiente agrupación con el cantante José Díaz, con quien nunca grabó. Fue por esos tiempos en que, como cuenta Hinojosa, empezaron a conocerlo como “el diablito”, pues en una emisora en la que lo entrevistaron, el locutor empezó a decirle que “parecía un diablito”, y así se quedó, al menos por un buen rato.
Al tiempo, empezó a demostrar que los suyo no era solamente la interpretación, pues empezaron a aflorar pequeños versos, algunas incipientes melodías y unos cuantos arreglos que se fueron convirtiendo en canciones, la mayoría de las veces alineadas con lo que sonaba en las emisoras y se convertía rápidamente en éxito, pues Geles también dejó en evidencia que, más que un innovador o un rebelde de la música, era alguien con gran sentido comercial y capacidad para crear frases contundentes y melodías pegajosas para calar en el gusto popular.
Todo esto empezó a poner en práctica en 1985, cuando, en compañía del cantante Miguel Morales, creó, basándose en el apodo por el que muchos ya lo conocían, la agrupación “Los Diablitos” con la que empezó a mostrarse como un creativo acordeonero y un interesante compositor. Y si bien en un comienzo se decía que “Los Diablitos” imitaban a “El Binomio de Oro”, la agrupación que marcaba la pauta en el vallenato con sus innovaciones que miraban a las grandes orquestas del Caribe y un sonido “romántico” que, tirando hacia las baladas (como tanta música popular de ese entonces), calaba mucho en el interior del país, ahora desde la distancia se sabe que lograron un estilo propio que les hizo obtener reconocimiento, así todavía se dijera que el cantante del grupo sonaba como Rafael Orozco, aunque ya casi nadie dice eso.
Canciones como “Solo le pido a mi Dios”, “Ya tengo quién me quiera”, “Lo que quiero eres tú” y “Los caminos de la vida”, todas compuestas por Omar Geles, fueron importantes éxitos por lo que la agrupación se ubicó por varios años en los primeros lugares de popularidad, así incluso su estilo fuera criticado por aquellos seguidores del vallenato tradicional que menospreciaban a esas expresiones que, en muchos lugares, le quitaron fanaticada al denominado “vallenato grueso”.
Sin embargo, Geles, que conocía a fondo al vallenato tradicional, también participó y ganó, como acordeonero profesional, en el Festival de la Leyenda Vallenata en el año 1989, con lo cual se terminó de consagrar como un acordeonero relevante, en tiempos, además, en que los instrumentistas más importantes participaban allí; mejor dicho, quedó claro que Geles no era ningún “pintado en la pared”.
El éxito obtenido le permitió también incursionar en otras facetas, como, por ejemplo, la actuación, pues personificó a Simón Salas, un trabajador de la “Vieja Sara” que era un gran acordeonero, en la serie de televisión “Escalona”, en la cual, por cierto, en los últimos capítulos se batió a duelo con el Diablo personificado por Gonzalo Arturo “el Cocha” Molina, recordando la leyenda de “Francisco el Hombre” que tantas veces se ha contado con otros nombres en distintas tradiciones culturales del mundo.
Entre tanta cosa, ya venía entregando canciones a otros cantantes como Patricia Teherán (“Tarde lo conocí” y “Cambiaré”) y al más importante de todos, Diomedes Díaz (“No intentes” y “La falla fue tuya”, entre otras), con lo cual la relevancia, popularidad y el reconocimiento hacia Geles se consolidó por completo.
Posteriormente, a pesar de su éxito con cantantes como Jesús Manuel Estrada y Alex Manga, decidió dejar su propia agrupación, pues consideró que el nombre “Los Diablitos” traía consigo cosas poco edificantes, así que, luego de una corta pausa, creó “La gente de Omar Geles”, una propuesta mucho más moderna y alineada con una nueva tendencia del vallenato que desde comienzos del siglo XXI empezó a dejar atrás a ese vallenato-balada, para algunos “vallenato llorón” que, sobre todo desde Medellín (con disqueras como Fuentes y, sobre todo, Codiscos) y con el respaldo de algunas emisoras, sonaba todo el tiempo en el interior del país (y “Los Diablitos” eran parte de eso). La nueva propuesta era la denominada “Nueva Ola” que, con artistas como Luifer Cuello, Peter Manjarrez, Silvestre Dangond y, sobre todo, Kaleth Morales (hijo de Miguel y el más creativo de todos, pues también era un prodigioso cantautor que, pese a su temprana desaparición, marcó la pauta durante muchos años), regresó al vallenato parrandero, recochero y mucho más bailable, el cual, al menos hasta que se agotó la fórmula, fue refrescante y exitoso.
(y es que la “nueva ola” ya no es nueva, pues tiene más de 20 años, lo cual, al menos en términos de tendencias musicales, es una eternidad)
Total, Geles no estaba amarrado a un estilo, sino que, dependiendo del cantante, el momento en el que estuviera y el público objetivo, podía componer sobre distintas facetas de la vida, ya fueran canciones tristes, nostálgicas o alegres que calaban siempre en alguien que las asumía como propias. Además, con “La gente de Omar Geles”, el acordeonero decidió que ya no iba a tocar el instrumento sino a cantar, y si bien no era un gran cantante, empezó a ser reconocido también por eso, así no faltara el que le escribiera en las redes o le gritara desde el público: “Geles, toque el acordeón” (pero sobre eso diré algo más adelante).
Y me gusta, me gusta, me gusta, me gusta llevarte a la disco y bailar contigo las canciones de Diomedes y las canciones de Omar Geles…
En los últimos años, Omar Geles fue muy criticado, sobre todo por algunos de los autodenominados defensores del vallenato tradicional, pues afirmaban que se había dedicado a explotar hasta la saciedad una fórmula con canciones superficiales, recocheras y bailables que, si bien en algunos casos tenían éxito, no perduraban, pues desparecían de los listados en cuestión de meses e incluso semanas. De hecho, se decía que las nuevas canciones de Geles eran el signo de los tiempos actuales, pues nada dura, pocas cosas se consolidan y muchas veces son flor de un día. Claro, la crítica se hacía también porque se sabía que Geles podía escribir canciones que recordaran al vallenato más tradicional, ese que todavía hoy en día suena, pese a los éxitos (y artistas) del momento, que no calan de la misma manera que los de antes en la memoria colectiva.
Ese estilo, valga decir, no fue creado por Omar Geles y, de hecho, desde los comienzos mismos del vallenato se pueden encontrar canciones con esa onda (es que el mismo Alejo Durán grabó en 1961 una canción titulada “La ola del vallenato” en la que afirmaba que él no pertenecía a “la nueva ola”, que era, al parecer, el estilo guarachero y muy sabroso de Aníbal Velásquez), sin embargo, es evidente que el otrora acordeonero sí que le sacó provecho a ese estilo, no solo para él, sino para los otros cantantes a los que les entregaba canciones e incluso apadrinaba como productor y manejador.
Total, Geles ya lo había hecho antes, pues muchas de sus composiciones más reconocidas provienen de ese estilo de vallenato romántico que, con cultores como Gustavo Gutiérrez Cabello, Hernando Marín, Rafael Manjarrez, Fernando Meneses, José Alfonso “Chiche” Maestre y Luis Egurrola, entre muchos más, marcaron una pauta en la música que se empezó a oír desde los años ochenta y que, si bien hoy en día es vista como “clásica”, en su momento fue señalada por algunos de “desvirtuar” al verdadero vallenato (así ha pasado y así seguirá pasando por los siglos de los siglos, amén).
Esto no deja de ser interesante, pues si bien Geles parecía tener una fórmula ya lista para hacer canciones, es obvio que todo compositor curtido cuenta con elementos básicos, técnica y experiencia que le permiten plasmar sus objetivos en letras, melodías y armonías de manera clara y contundente, así a veces parezca que todo suena igual o, al menos, que se parece mucho (el tiro, digo yo, es que no se note).
Valga afirmar entonces, que Geles se mantuvo siempre en la cresta de la ola, no creándola, pero sí aprovechándola al máximo, por lo que se convirtió en uno de los compositores más solicitados, si no el más, pues, a pesar de lo anteriormente mencionado, muchas de sus canciones son éxitos que siguen sonando como el primer día ayudando a la consolidación de artistas como Silvestre Dangond, Peter Manjarrés, Jorge Celedón y Felipe Peláez, y de otros en proceso de hacerlo como Ana del Castillo y Rafa Pérez. Su reconocimiento era tan grande que, incluso, hace un par de meses el cantante “Mono” Zabaleta afirmó en una entrevista que Geles cobraba setenta millones de pesos por canción, lo cual generó bastantes comentarios, pues algunos consideraron a esa cifra exagerada, aunque otros dijeron que las cosas valen lo que la gente está dispuesta a pagar por ellas.
Finalmente, no sobra preguntarse si lo que ocurre con el vallenato y la poca trascendencia de las canciones que “pegan” por un par de meses y nada más (y ahí cuentan prácticas cuestionables, pero muy comunes como la “payola” de las emisoras y ahora también de promotores en las redes sociales con sus “bots” y seguidores falsos), es solamente una realidad que se presenta en el género o si es, como creo yo, un signo de los tiempos producto de la crisis de la industria discográfica, el poco valor que se le otorga a la música que es ahora tan fácil de conseguir y se oye con tan poca paciencia, y la mentalidad de una población que ya no quiere sorprenderse sino oír lo que ya se sabe y conoce.
Total, en medio de esta realidad indudable, ahí estaba Geles consolidado como compositor, acordeonero y productor musical con estudio propio, cuyas canciones, a veces entregaba debidamente grabadas y producidas, pues su estudio de grabación en Valledupar se convirtió en el más popular de todos los de la ciudad y, por ende, del vallenato.
Ay, yo sé bien que te he sido infiel, pero en el hombre casi no se nota, pero es triste que lo haga una mujer, porque pierde de valor y muchas cosas
La letra de esta canción, titulada “La falla fue tuya”, compuesta por Omar Geles y grabada por Diomedes Díaz y Juancho Rois en 1992 para su álbum “El regreso del cóndor”, se ha tomado varias veces como ejemplo de que el vallenato es una música machista, retrógrada e incluso descarada en torno a la relación entre hombres y mujeres.
Y va uno a ver y de pronto sí, al menos en algunos casos, pero no es solo un fenómeno del vallenato, pues, en general, mucha de la música popular, al transmitir las vivencias y los sentires de la población, refleja precisamente esas mentalidades y perspectivas frente a todos los temas de la vida, incluyendo las relaciones entre hombres y mujeres, siempre tan complejas.
De hecho, la misma industria musical casi que impulsó que las canciones “comerciales” fueran solamente las que se refieren a temas de amor y desamor, y que se empezara a abandonar otras facetas igualmente importantes de la vida, razón por la cual la mayoría de lo que suena y se promociona es inclinado a esas temáticas, lo cual resulta, en muchos casos, monotemático, aunque ya muchos estamos habituados y no nos damos cuenta.
Por eso es que el vallenato, en muchos casos, dejó atrás a las crónicas costumbristas y las muchas y diversas anécdotas de la vida cotidiana para limitarse a cantar canciones de amor y despecho. Y, en esa línea, el vallenato ha tenido una tradición en la que la mujer es referente y receptora de la acción consciente del hombre, quien busca conquistarla a través de lindas palabras y acciones que se describen en las muchas canciones que se han hecho sobre ese tema particular. Por otro lado, es también mostrada como la causante de tremendas penas, por no haber puesto cuidado y, sobre todo, causado una traición al hombre que sufre y cuenta a través de una canción su tremendo dolor por lo que era y no fue, o por lo que quería que fuera y no se hizo realidad. Finalmente, la mujer puede también resultar siendo simplemente un mero divertimento para el hombre que va por todas partes y que, si bien valora lo mucho que las mujeres lo hacen feliz, al final simplemente está buscando gozo y nada más que eso. Pero es que eso, por supuesto, es lo que ocurre muchas veces en la vida cotidiana, sobre todo en sociedades tradicionales y, sin duda, con una fuerte tradición machista (aunque en otras también, aunque de manera más abierta y menos “morronga”).
Sin embargo, como ya dije, estas temáticas y las maneras de asumirlas no son exclusivas del vallenato y, de hecho, se encuentran presentes en gran parte de la música popular, sobre todo la más comercial, de América Latina en la que, salvo contadas excepciones, las mujeres eran pasivas frente a la mirada activa —y conquistadora— de los hombres. Claro, ha habido importantes cantantes mujeres en otros estilos musicales que también le han cantado al enamoramiento, el despecho, la pasión y, cada vez más, al sexo, aunque esto no ocurriera, al menos hasta hace pocos años, en el vallenato, pues se trataba de una música hecha por hombres y, en muchos casos, para hombres, así las mujeres fueran las que más lo oyeran y disfrutaran, tal vez asumiendo como naturales ciertos comportamientos que, solamente con los años, se han venido a problematizar, al menos de manera consciente y crítica.
A pesar de esto, vale decir que Omar Geles le dio un importante impulso al vallenato cantado por mujeres, pues es el compositor del tema del género más exitoso cantado por una mujer, que es “Tarde lo conocí”, de 1994, el cual consagró a la también desaparecida prematuramente Patricia Teherán y que, por cierto, ha sido cantado por muchas mujeres durante casi treinta años, pues se sienten identificadas por el tema y las situaciones que, desde afuera, tal vez, son fácilmente criticables, pero que, para quien las vive, son una realidad que se experimenta, lamenta, pero también se canta.
Los caminos de la vida son muy difícil de andarlos, difícil de caminarlos, yo no encuentro la salida…
“Los caminos de la vida” es una canción grabada en 1993 (un año estelar para el vallenato y solo basta revisar los discos y las canciones que salieron) por “Los Diablitos”, con Jesús Manuel Estrada como voz líder, que se convirtió en un clásico inmediato, pues toca temas que calan en el alma de las personas, sobre todo por la lucha que las madres tienen todos los días para sacar a sus hijos adelante en contextos, sin duda, difíciles y complejos en una sociedad desigual, injusta y en la que la vida es dura, corta y triste, a pesar de lo mucho que se parrandea y también disfruta. Y se canta siempre en muchas partes, aunque más en el Día de la Madre, ese día que en Colombia es tan complejo, pues es también uno de los más violentos del año (si no es que es el más) poniendo en evidencia los serios problemas internos que tiene nuestra sociedad.
La canción, que fue un éxito con “Los Diablitos”, tiene infinidad de versiones, siendo la más famosa internacionalmente la del cantante argentino Vicentico, que la convirtió en un éxito latinoamericano, al punto de que muchos creen que es un tema original de él y no un “cover” de un vallenato colombiano, lo cual no es raro, pues la mayoría de las veces la gente no sabe quién es el compositor de muchos temas y atribuye al intérprete la autoría de los mismos (a mí me sigue gustando más la versión original).
Tengo que decir (o, bueno, quiero decirlo) que yo mismo la interpreto en una bonita versión en la que con mi hermano David la cantamos a dos voces y, no es por nada, pero siempre pega en las reuniones familiares (de pronto, un día de estos, la subo a Youtube).
Es que con “Los caminos de la vida”, Omar Geles se ganó un lugar como uno de los compositores de una de las canciones más importantes de la historia de Colombia, y si bien tal vez no aparezca en los listados que algunos medios de comunicación hacen con la ayuda de algunos musicómanos, más dados a otras músicas, si se quiere, menos “populacheras”, es evidente que es un clásico perdurable, de esos que ya no salen, quedándose, además, en la memoria popular de la nación colombiana, esa que, a pesar de tantos problemas, existe, al tiempo que creadores como Geles nos enseñan que, a pesar de todo, tenemos fuertes factores de cohesión y memoria colectiva.
Cuando conocí a Omar Geles yo le dije con mi canto que iba a ser Rey Vallenato y compañero de Diomedes…
Omar Geles se encontraba en el curubito de la música vallenata como acordeonero, productor, compositor e incluso cantante. Igualmente, con su nueva agrupación “La gente de Omar Geles”, estaba tocando bastante, además cantando, con lo cual su faceta de cantautor quedó plenamente consolidada, dejando incluso la interpretación del instrumento a otros ejecutantes.
Claro que en sus largas correrías no estuvo exento de momentos molestos, como aquella vez que en la plaza Alfonso López de Valledupar, Diomedes Díaz lo invitó a tocar “No puedo vivir sin ti”, canción que Geles le había entregado al “Cacique de la Junta” para grabarla en su álbum “De nuevo con mi gente” de 2005. Ante la invitación de su ídolo, Geles emocionado, empezó a tocar, pero también a cantar, por lo que Diomedes empezó a interrumpirlo y a decirle, más bien a ordenarle bastante molesto, “¡Geles, toque el acordeón!”, “¡toque el acordeón!”, lo cual, ante la manifiesta desautorización pública del “Cacique de la Junta”, molestó mucho al artista, quien terminó la canción casi tirando al suelo al instrumento y bajándose rápidamente del escenario.
Meses después, según contó el propio Geles, se encontró a Diomedes en el aeropuerto de Valledupar, y, a pesar de que Geles había dicho que no le volvería a hablar a su otrora referente, este lo desarmó con un gran abrazo diciéndole que lo que había pasado en aquella tarima eran “cosas del folclor”. Por esto, recordando el episodio, que, sin duda, se volvió una de las tantas anécdotas que se cuentan popularmente, Geles compuso el tema “Toque el acordeón”, grabado en 2021 con la voz de Geles y el acordeón de Rolando Ochoa. Y no faltaban los que todavía, al oírlo cantar, le decían jocosamente: “¡Geles, toque el acordeón!”.
En parte, esa anécdota le pone más colorido a la vida y trayectoria de Omar Geles, un talentoso creador que se consolidó como una figura relevante dentro de un género que, cada vez más rápido, está perdiendo a sus principales exponentes, en varios casos de forma prematura. Y eso es lo que pasó con Geles, quien murió, para muchos de manera sorpresiva, a los 57 años de vida.
Claro, después de que ocurren las cosas es que todos nos volvemos expertos en lo que se debía haber hecho para prevenir el triste suceso. De hecho, se sabe que Geles ya había tenido inconvenientes de salud, pues se desplomó en una presentación del sábado 27 de abril y fue llevado a un centro médico en Miami (Florida) de donde salió afirmando que se encontraba bien, pese a la hipertensión que, según han informado algunos medios, padecía. Sin embargo, pese a cancelar una presentación del día siguiente y al sentirse plenamente bien, regresó a Colombia y continuó con su vida cotidiana, tal vez como si no hubiera pasado nada. Por eso, continuó presentándose en diferentes lugares, acompañó a Silvestre Dangond en su presentación del 18 de mayo en el estadio El Campín de Bogotá, siguió trabajando en su estudio de grabación y continuó haciendo deporte, hasta que, finalizando la tarde del 21 de mayo, mientras jugaba tenis, sufrió un nuevo colapso que lo llevó a una muerte, para muchos, prematura y, como sea, muy triste para sus admiradores.
En sus 57 años de vida, Omar Geles dejó grabadas numerosas canciones (casi 1.000 dijo hace poco en una entrevista), muchos álbumes, cerca de 500 temas inéditos, varios proyectos en camino, varias producciones pendientes y bastantes planes para seguir haciendo lo que le gustaba y le dejó tanto éxito: cantando, tocando, produciendo, componiendo y, también, parrandeando. Se fue en un gran momento, no sé si el mejor de su vida, pero sí en uno en el que estaba plenamente consolidado por su talento, experiencia, conocimiento y saber; por eso da pesar su partida, así su trayectoria sea grande y se pueda empezar a revisar desde hoy.
Vale decir que hace rato que no escribía para este medio, pues tengo unos proyectos que no he querido descuidar. Sin embargo, no quise dejar pasar mi homenaje a uno de esos artistas que, pese a su importancia, no tiene el reconocimiento de algunos de los que se consideran guardianes del “buen gusto”, pese a ser seguidos y admirados por el pueblo (o tal vez es por eso), y esto último es realmente lo que más importa, pue era para ese pueblo que Geles componía, grababa y tocaba. Total es que, así sea obvio, siempre valdrá la pena recordar a esos personajes que, pese a las contradicciones y complejidades que se presentan todos los días, marcaron o, al menos acompañaron, a muchos de nosotros por los caminos de la vida.
* Petrit Baquero es historiador, politólogo, músico y melómano. Es autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012) y La nueva guerra verde (Planeta, 2017).