Publicidad

Umberto Valverde: que todo el mundo te cante

Un melómano e historiador y sus miradas de la vida y obra del escritor caleño, recientemente fallecido. El testimonio de un amigo.

Petrit Baquero* / Especial para El Espectador
09 de octubre de 2024 - 03:00 p. m.
Petrit Baquero (izq.) y, su amigo, el escritor Umberto Valverde, quien nació en Cali, el 3 de junio de 1947, y murió allí el pasado 23 de septiembre de 2024.
Petrit Baquero (izq.) y, su amigo, el escritor Umberto Valverde, quien nació en Cali, el 3 de junio de 1947, y murió allí el pasado 23 de septiembre de 2024.
Foto: Archivo Particular

Nací en el barrio Obrero,

viví en calle caliente,

en su esquina gastamos el tiempo,

las palabras y deseos

fervientes de las

hembritas en ciernes.

Domingos sonoros con

muchachas sinvergüenzas,

en los bares descubrimos la rumba,

y en los amaneceres

cantábamos Las Cuarenta.

Con los boleros de Roberto Ledesma

pedíamos la siguiente caneca.

Bailábamos con La Sonora Matancera

hasta olvidarnos de la pobreza,

del polvo y los callos en las manos

de nuestros padres.

La rumba convoca y me enciende

la vecina que me quita

el sueño.

No, no salgas de tu barrio,

del barrio obrero a la quince,

un paso es

barrio que desgarra mi memoria

Y me trae el grito de mi infancia:

«¡Que viva Changó!».

Hace unos quince años, en una lluviosa mañana bogotana, en la biblioteca de la casa de una amiga, me topé por casualidad con un libro que inmediatamente atrajo mi atención por llamarse igual que una famosa canción del combo de Rafael Cortijo con su estelar cantante Ismael Rivera que, imaginé, tenía que ver con la música del Caribe y sus protagonistas en diferentes momentos.

Quítate de la vía Perico es su título, y si bien no versa solo sobre música (aunque esta se encuentra presente en casi todas sus páginas), me cautivó por su prosa chévere y coloquial; sus relatos que, si bien tocan temas de índole muy local con un tono personal y autobiográfico, también muestran alcance universal, y, sobre todo, una mirada proveniente de unos sectores sociales que, muchas veces emergentes, se manifestaron con fuerza para reivindicar una cultura popular en un marco temporal de casi 50 años (desde comienzos de los años cincuenta hasta finales de los noventa del siglo XX), a través de historias de barrio, relatos de pillos y bandidos que pasaron de ser los chachos de una cuadra a controlar prácticamente a todo un país; descripciones de mujeres de distintos orígenes a las que, en un entorno mafioso y machista, se les vio como mera mercancía (y con un juego que varias sabían jugar o, al menos, intentaban hacerlo); narraciones sobre el fútbol y los futbolistas con sus épicas victorias y dolorosas derrotas; alusiones permanentes a la música de todas las épocas (no podían faltar), la existencia de importantes lugares de encuentro que se fueron sofisticando cada vez más y, por supuesto, las dinámicas, tensiones y vivencias de Cali, una ciudad que se fue transformando vertiginosamente en medio de bonanzas legales e ilegales, una profunda brecha social, ambiciones desmedidas y un contexto injusto, violento y revanchista, pero, al mismo tiempo, hedonista, sensual, sabroso y gozón.

La Sonora Matancera, los “pájaros” de la violencia de los cincuenta que eran “cazados” por sus enemigos, las aventuras caleñas del “Jefe” Daniel Santos, las experiencias vividas en los barrios que se iban transformando con la nueva gente que llegaba; las amistades fraternas de la niñez y adolescencia; el América de Cali, que pasó de ser “la mechita” a convertirse en el equipo más poderoso del país; las zonas de “tolerancia” y sus mujeres con finales casi siempre trágicos; la presencia en diferentes momentos de la grandiosa Celia Cruz, la aparición de Jaime Caicedo, alias “el Grillo”, uno de los primeros padrinos caleños; la emergencia siempre visible del Cartel de Cali con sus “cuatro señores” gobernando la ciudad; la guerra de los capos locales contra el temido Pablo Escobar, la idolatría por personajes como Rolando Laserie, Bienvenido Granda, Roberto Ledesma y Vicentico Valdés; la llegada en 1968 y 1969, “tocando como bestias”, de Richie Ray y Bobby Cruz; el cine mexicano de rumberas que se veía en un teatro sin techo, la atropellada estancia en Cali de Héctor Lavoe, las vivencias del “Daniel Santos del barrio Obrero”, el tumaqueño Tito Cortés; la explosión de Jairo Varela y su Grupo Niche; la presencia, para darle un vuelco completo a la rumba caleña, del empresario musical y, según dicen, narcotraficante Larry Landa; las Ferias de Cali a través de muchos años, los temores frente al “Bloque de Búsqueda” y su selectiva “cacería de brujas”; la llegada de nuevas generaciones de narcos, el surgimiento de bares legendarios como “El Séptimo Cielo”, “Picapiedra”, “El Abuelo Pachanguero”, “Los Compadres” y “Convergencia”; la consolidación en Nueva York del productor y coleccionista del barrio Obrero Humberto Corredor, la presencia de numerosas personas relevantes en distintos momentos de la vida del autor y toda la rumba vivida, gozada y hasta peleada se relatan en el libro de manera cruda, chévere, callejera, bacana, dura y, por supuesto, rebosante de lo que antes llamaban “música antillana” y después denominaron “salsa”.

Así, Quítate de la vía Perico, publicado en 2001, fue un grato descubrimiento que se convirtió en uno de mis libros de cabecera por su lenguaje callejero y vivencial; sus referencias a temas musicales y su narración de momentos que vi desde lejos, pero siempre con mucha curiosidad. ¿Su autor? Umberto Valverde, el escritor, periodista, gestor cultural, crítico y polemista que murió el 23 de septiembre de 2024 en Santiago de Cali, la ciudad que lo vio nacer 77 años atrás y de la que fue uno de sus más fieles retratistas con entrevistas, trabajos periodísticos, columnas de opinión y, sobre todo, libros de los cuales, al menos tres, son, para mí, notables.

Y como pasa con los artistas que uno conoce por una canción o un disco particular, empecé a ir hacia atrás adquiriendo Bomba Camará, su primer libro, al que llamó como una canción de Richie Ray, que es una colección de relatos que, para 1972, el año en que se publicó, recibió elogiosos comentarios de escritores consagrados como Álvaro Mutis, Mario Vargas Llosa y el propio Gabriel García Márquez. En Bomba Camará, el joven Valverde exploró, con lenguaje camajanudo, permanentes referencias musicales y descripciones de la vida cotidiana del barrio popular caleño, a través de textos como “La calle mocha”, “Los Inseparables”, “Un faul para el Pibe” y “Domingo sonoro”, muchos de los temas que después serían una constante en su obra. Además, por su prosa, onda juvenil, lenguaje coloquial y crudeza, el libro recibió comparaciones con La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa, Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante, Aire de tango de Manuel Mejía Vallejo y Son de máquina de Óscar Collazos, eso sí, con un swing propio que, sin duda, le auguró al novel autor un promisorio futuro.

Poco después, compré Celia Cruz: Reina Rumba, publicado originalmente en 1981, un texto en el que Valverde combinó sus vivencias personales de la infancia y adolescencia con la biografía de la grandiosa cantante cubana Celia Cruz, tal vez la más importante voz femenina que ha dado el Caribe y una de las mejores de todo el mundo. Este libro, que se hizo con la colaboración expresa de la misma Celia, es, para mí, una obra maestra que rebosa música y diferentes estilos literarios (crónica, poesía, novela, entrevista, reportaje, ensayo y algunas cosas más) que pusieron en evidencia a un escritor moderno y formado, no solo en la literatura contemporánea sino en otras artes como el cine y, por supuesto, las canciones populares de aquellos y otros tiempos. Este trabajo generó, además, una muy elogiosa carta del cubano Guillermo Cabrera Infante en la que afirma textualmente que le habría gustado escribir un texto así, lo cual no es cualquier cosa. Por eso, Valverde convirtió la carta del escritor cubano en el prólogo del libro en sus siguientes ediciones, como la que compré y alguna vez presté (y “chao, pescao”).

Total es que con Valverde había una propuesta novedosa, pues fue uno de los primeros que relataron literariamente, y desde lo popular, a la salsa, esa música que, con el gran influjo de los ritmos cubanos, pero muchas cosas más, se cocinó en Nueva York y rápidamente se regó por los países del Caribe y otros de América Latina, convirtiéndose en una seña de identidad que en Cali quedó en evidencia con sus formas de ser, vivir, pensar y actuar para posteriormente consolidarse con su producción artística, literaria, coleccionista y pachanguera. Tal vez por eso mismo, a Valverde empezaron a relacionarlo con Andrés Caicedo, un caleño de su misma generación que, en la ciudad de los sesenta y setenta, escribía sobre la juventud, el sexo, las mujeres, los barrios populares, el cine y, entre otras cosas, la salsa. Sin embargo, a Valverde esto no le gustaba, al punto de manifestar durante muchos años un “pique” contra el malogrado Caicedo recordando, por ejemplo, que Bomba Camará salió cinco años antes de ¡Que viva la música!; diciendo que los escritos de Caicedo eran “literatura fresita” y afirmando, con cierta maldad, que muchos de esos textos fueron corregidos por otra gente, como Gustavo Álvarez Gardeazabal (eso decía él, no sé qué dirá Álvarez Gardeazabal).

Vale decir que, si bien hay temas similares entre Valverde y Caicedo, sus perspectivas y puntos de partida fueron generalmente diferentes, pues el segundo, así no lo pretendiera o intentara escaparse de ello, tenía una mirada desde arriba —y burguesa— que se fascinaba con las dinámicas, expresiones y realidades de las clases populares, mientras que el primero partía desde abajo, es decir, desde esas mismas clases populares que miraban hacia arriba (o los lados o cualquier otro lado), alcanzando, además, un enfoque de larga duración que Caicedo, por obvias razones, no consiguió. Por supuesto que la imagen de Caicedo, como bien sabemos, es más reconocida que la de Valverde, en gran parte por su suicidio a la temprana edad de 25 años dejando, como decía Humphrey Bogart (¿o era James Dean?), un bonito cadáver y una imagen de eterna juventud que muchos de sus seguidores, que también han recopilado y organizado sus textos, han sabido promover. Por el contrario, Valverde, quien nunca sacó al barrio de sí mismo, envejeció, se metió en actividades diferentes a las literarias, muchas veces impulsadas por su espíritu callejero; hizo cercanas relaciones, que nunca negó, con personajes surgidos de su mismo entorno inicial que, con el tiempo, y por distintas actividades, algunas ilegales, controlaron la ciudad, y se metió en polémicas, cada vez más frecuentes, con un montón de gente, y muchas veces sin razón. Pero nadie le quita lo bailao.

El pibe del barrio Obrero

Humberto Valverde Rojas nació el 3 de junio de 1947 en Santiago de Cali, una ciudad andina, aunque cercana al océano Pacífico que, en un contexto de rápido crecimiento industrial, masiva migración de gente oriunda de distintos lugares del país, surgimiento de numerosos barrios populares y manifiesta ausencia de una música considerada “propia”, fue construyendo vertiginosamente una identidad particular que, como en todas partes, se nutrió con influencias de muchas otras partes. Paralelamente, las discusiones que, desde las fábricas, universidades, cafés y movimientos políticos, se manifestaban en un contexto complejo, violento y represivo, ya fuera urbano o con ecos de lo que ocurría en la ruralidad y, por supuesto, el resto del mundo, fueron significativos en la manera en que la ciudad en general y Valverde en particular fueron moldeando sus percepciones de la realidad, siendo este último parte de aquella juventud que, en los años sesenta, creyó que, desde distintos flancos, era posible cambiar al mundo de manera radical, lo cual, pese a lo que digan unos, se logró, y con creces.

Creció en un hogar tradicional compuesto por su padre Octavio, oriundo de Popayán (Cauca), antiguo carpintero y posteriormente obrero de los ferrocarriles nacionales que se convirtió en líder sindical e integrante del Partido Comunista, y su madre María, nacida en Pitalito (Huila), quien también fue obrera en una fábrica de camisas y luego ama de casa. La familia Valverde Rojas vivió principalmente en el barrio Obrero, en los límites con San Nicolás, pero también moró por cortas temporadas en lugares como La Floresta y Junín, donde el pequeño Humberto observaba vivamente las reuniones de su padre con sus compañeros del sindicato, las celebraciones populares en la ciudad, la afición de la gente por deportes como el fútbol y el ciclismo, y, sobre todo, las dinámicas de vida que, en torno a los bares de la zona, pasaron de los tangos y boleros a la música cubana más guapachosa y, luego, a los ritmos caribeños grabados en Nueva York que se convirtieron en moda y sensación para los adolescentes, primero en todos esos barrios populares y después en otros sectores sociales. De hecho, el desarrollo en Cali de esa cultura popular tan ligada a lo caribeño se dio en un contexto de rápidos procesos de urbanización e industrialización, la existencia de una tradicional actividad azucarera tan frecuentemente mencionada en el son cubano y, sobre todo, la presencia de una gran población de origen afro que, venida generalmente del Pacífico, se identificó con la música, la estética y las tradiciones del Caribe que, valga decir, no es solamente un espacio geográfico sino un sustrato cultural, emocional y mental, así se esté en un valle de la cordillera de Los Andes y cerca del océano Pacífico.

Al tiempo, y de la mano de la gente del barrio, el pequeño Humberto se fue convirtiendo en fanático del cine, cuyas funciones iba a ver en el teatro Rialto, el cual, por cierto, no tenía techo y solamente contaba con una enramada que no era a prueba de aguaceros. Allí, pudo deleitarse, principalmente, con el género policiaco gringo y, sobre todo, el de la “época de oro” del cine mexicano con íconos populares como Cantinflas, Tin Tan, Resortes, Pedro Infante y Jorge Negrete, pero también con el “cine de rumberas” que, hecho en México, difundió prolíficamente, además de a sus protagonistas —verdaderos sueños eróticos de los años cincuenta— como Ninón Sevilla, María Antonieta Pons, Meche Barba, Tongolele y Amalia Aguilar, a las mejores orquestas y agrupaciones del Caribe que sonaban constantemente en Cali, como La Sonora Matancera, Daniel Santos, Benny Moré, Dámaso Pérez Prado, Cortijo y Combo y el Trío Matamoros, entre muchas más.

Esto consolidó su fascinación por la cultura popular que fue escuela, sentido de pertenencia y motivo de orgullo para quien describiría en sus trabajos la manera en que la gente de estos sectores se relacionaba, por ejemplo, mostrando cómo los niños se iban “haciendo hombres”, actuaban frente a las mujeres de distintos lugares y momentos; trataban de hacer sus sueños realidad, a veces pasando por encima de los de los demás, y compartían con ídolos y figuras locales, pues el barrio era el lugar en el que vivían músicos , futbolistas y también algunos pillos que representaban claramente una identidad callejera, bohemia y dicharachera. Desde esos tiempos, Valverde se consideró amigo de sus amigos que, en esos entornos populares, crecen como hermanos, pues fue con ellos que descubrió y conquistó a un mundo que, en un comienzo, fue solo la carrera octava, luego el barrio entero y después todo lo que viniera. Por eso, tuvo siempre, a pesar de su mirada amplia, una mentalidad de gallada que se pudo traducir en el “ellos contra nosotros” que lo ubicó claramente en un lugar del que se sentía parte, pero que le pudo generar, tal vez, desencuentros posteriores. En ese proceso, siempre vio con admiración a su hermano Carlos, quien, por ser un poco mayor y también un “hombre de la calle”, tuvo acceso primero a lugares a los que el joven Humberto no podía entrar, siendo su ejemplo y guía para lo que vendría después.

Pero ese entorno era también pesado, por lo que, desde muy pequeño, Valverde, que tenía muy baja estatura y dificultades de dicción, supo que “la calle está durísima” y tuvo que curtirse para superar las montadas de los demás, lo cual, creo yo, le hizo desarrollar un carácter peleonero y beligerante que lo acompañaría toda la vida, pues “había que hacerse respetar” (“no te dejés joder de nadie, uno siempre tiene que ser el primero, sino se la montan”, dice en uno de sus libros), no solo en el barrio sino en todas partes y, sobre todo, frente a personas de otros sectores sociales, a las cuales, a pesar de construir significativas y cercanas relaciones, no dejó de mirar críticamente y, en ocasiones, con desdén. Por eso, llegó a decir que, para jóvenes como él, las alternativas que tenía eran ser obrero, delincuente, músico o futbolista, y si bien afirmaba que jugó muy bien al fútbol, participando, incluso, en campeonatos de la Liga de Fútbol del Valle (aunque pocas veces he conocido a veteranos que me digan que fueron “troncos” en su juventud), al final optó por otro camino, además, bien poderoso: la literatura. A esta llegó después de leer muchos de los libros que tenía su padre (varios textos marxistas que se difundían con asiduidad), además de autores como Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Guillermo Cabrera Infante, Julio Cortázar, William Faulkner, Balzac, Proust y, por supuesto, la poesía de César Vallejo y Pablo Neruda.

De ahí en adelante, el joven Humberto que, de todas formas, continuaba frecuentando con sus panas la noche caleña, empezó a ser Umberto, sin “H”, tal vez —puedo especular— en homenaje a la película de 1952 Umberto D. de Vittorio de Sica que tanto influyó en parte de la juventud de aquella época.

Aquí donde usted me ve, yo soy el negro más bravo, yo no reconozco guapo ni me dejo amenazar…

En una pequeña máquina de escribir que le regaló su madre, el muy joven Valverde comenzó a garabatear numerosos cuentos en los que describía la vida cotidiana de su barrio, pero con técnicas y estilos que había sacado de los autores que devoraba ansiosamente, así como de las películas que veía asiduamente. Si bien no estudió en la universidad, formó parte de ese entorno social y cultural que, en un clima de rebeldía, visiones críticas del mundo y cuestionamiento de los órdenes tradicionales, apostó por transformaciones profundas de la realidad social, cultural, política y económica del país. En esos tiempos, se relacionó, gracias a su amigo poeta Ramiro Madrid, con los nadaístas que, por esos tiempos, todavía causaban indignación en los grupos más conservadores de Colombia. Posteriormente, por impulso del sociólogo Jorge Ucrós, viajó, a sus 20 años, a Ciudad de México donde conoció a los más importantes nombres de la cultura de ese país, como Octavio Paz, Gustavo Sainz, José Emilio Pacheco, Juan García Ponce, Carlos Monsivais, y los colombianos Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez, que le permitieron consolidar un capital social que le dio espacio en diferentes medios escritos en los que empezó a escribir. Poco tiempo después, en 1972, publicó, con la editorial Diógenes, Bomba Camará, su primer libro de cuentos, que ya traía listo desde Colombia.

Este texto, como bien se ha dicho, recibió excelentes comentarios, lo que le abrió el camino para quedarse en México, pero, como expresó en varias entrevistas, después de asistir a un concierto de Celia Cruz en el teatro Blanquita, sintió que tenía que volver a su tierra, pues ese ambiente de vivir, sentir y respirar la música del Caribe, ya no existía en el país azteca que había cortado, desde los años sesenta, no sé por qué (aunque puedo especular al respecto), con esa conexión cultural que había sido tan fuerte en los años cuarenta y cincuenta. Por eso, el joven escritor regresó a su país, pasando una temporada en Bogotá, compartiendo apartamento con el cineasta Carlos Mayolo y conociendo a varias figuras de la movida periodística de la ciudad, como Enrique Santos Calderón, que le permitieron empezar a escribir en importantes medios nacionales, como El Tiempo. En ese proceso, publicó con Óscar Collazos en 1973 el libro Colombia: tres vías a la revolución, en el que entrevistó a Gilberto Vieira, del Partido Comunista; Francisco Mosquera, del MOIR, y al joven Ricardo Sánchez, de orientación socialista, con lo cual también le dio rienda a una militancia política que había sido influenciada en su casa por cuenta de su padre.

Posteriormente, con la creación del periódico El Pueblo en 1975, regresó a Cali para conformar un equipo de plumas frescas que, bajo la dirección de Daniel Samper Pizano, y la participación de Pedro Claver Téllez, Margarita Vidal, Antonio Morales, Laura Restrepo, Fernando Garavito y otros, se convirtió en una alternativa interesante para quienes buscaran algo diferente de lo que publicaban medios más conservadores, institucionalizados y cercanos al poder político y económico tradicional, como El País y Occidente (en el que, por cierto, Valverde también escribió varias columnas). Allí comenzó con su columna “Barcarola”, llamada como un libro de Neruda, en la que escribió sobre diferentes temas de actualidad.

El Valverde de esta época, que ya no tenía solamente calle sino también mundo y, por ende, una mirada más universal, empezó a formar parte de la prolífica y dinámica bohemia artística, intelectual y política caleña que, con figuras relevantes como Óscar Collazos, Carlos Jiménez, Alejandro Buenaventura, Estanislao Zuleta, Fernando Cruz Kronfly, Marino Canizales, José Pardo Llada, Fernell Franco, Miguel Yusti, Orietta Lozano, Eduardo Carvajal, Lucy Tejada, Carlos Palau, Ricardo Sánchez, Carlos Mayolo, Luis Ospina y Jaime Galarza, entre muchos más, daba mucho de qué hablar. En esos tiempos, desarrolló una mirada amplia en la que relató las realidades de nuevos sectores sociales, a los cuales empezó a pertenecer, frecuentando de día el café “Los Turcos”, al que iba gran parte de la intelectualidad caleña, y en la noche los muchos bares que se fueron creando y consolidando a medida que la rumba de Cali se iba transformando.

Para 1976, publicó En busca de tu nombre, otro libro de cuentos que no tuvo el mismo impacto de Bomba Camará, tal vez porque los viejos temas de barrio popular se transformaron en relatos románticos que aludían a otros sectores sociales y que a algunos lectores les parecieron fallidos. Luego, continuó desarrollando su pasión por el cine al fundar y dirigir la revista Trailer, escribiendo numerosos textos críticos que le dieron la base para publicar en 1978 el libro Reportaje crítico sobre el cine colombiano. Esto le hizo asistir frecuentemente al Festival de Cine de Cartagena que, en aquellos tiempos y bajo la dirección de su fundador Víctor Nieto y luego de su hijo Víctor Jr., gozaba de gran prestigio. De este festival, Valverde llegó a ser jurado en varias ocasiones, vio en espacios de honor infinidad de películas y pudo compartir con las glamurosas y bellas luminarias cinematográficas nacionales e internacionales, lo cual, para el otrora niño que se colaba a las funciones del Rialto, fue un sueño hecho realidad.

Valverde fue también testigo de la ebullición de nuevos personajes que se hacían presentes, y con fuerza, en Cali. Total, ya desde hace rato se sabía de la existencia de grupos empresariales surgidos en torno a la producción y el tráfico de cocaína, cuya actividad se había disparado luego de la declaración, en 1971, de la “guerra contra las drogas” por parte del gobierno de Estados Unidos. Estos personajes, que fueron llamados “mágicos” por su súbita aparición y, según algunos, habilidad para “hacer milagros”, se fueron caracterizando por su capacidad económica y presencia en diferentes esferas sociales, lo cual no fue ajeno a Valverde, quien conocía a algunos de esos individuos y tenía, de cierta manera, amistad con gente relacionada a estos, algo que en esa ciudad y este país no es, para nada, una novedad.

En ese contexto, no necesariamente por eso, aunque sí relacionándose con las nuevas realidades sociales que se vivían, surgieron bares como “El Escondite”, “El Abuelo Pachanguero”, “Juan Pachanga”, “Los Compadres” y “Convergencia”, entre muchos más, los cuales fueron frecuentemente visitados por Valverde, quien por muchos años fue un asiduo protagonista de la rumba vallecaucana. Total, eran los tiempos en que Cali se convirtió en un epicentro fundamental de la salsa, pues había tradición, dinero, rumba dura y una exuberancia que resultó atractiva para numerosos artistas que pasaron grandes temporadas en la ciudad y que, incluso, se quedaron a vivir ahí. Todo esto fue impulsado, en gran parte, por personajes como César Araque, el popular “Larry Landa”, quien, por su capacidad económica y relaciones con los nuevos sectores emergentes, transformó a la rumba de una ciudad que de ahí en adelante sería llamada (y se autodenominaría) “capital mundial de la salsa”. Pero el proceso no se vivió solamente en Cali, pues en Nueva York, sobre todo en el área de Queens, Humberto Corredor montó bares, creó compañías discográficas y se convirtió en uno de los más importantes coleccionistas de lo que en ese país se denomina “música latina”, lo cual sorprendía a Valverde al ver que su amigo manejaba a Nueva York como si fuera el barrio Obrero.

Gracias a estos contactos, pudo compartir cercanamente con numerosas figuras salseras, como Johnny Pacheco, Ismael Miranda, Héctor Lavoe (a quien, según contaba, alguna vez puso contra una pared porque no quería cantar), Richie Ray, Bobby Cruz, Willie Colón, Henry Fiol y, por supuesto, Celia Cruz, quien, gracias a Landa, aceptó tener varias reuniones con Valverde para contar su historia, lo cual fue la base para la escritura y publicación, en 1981, del libro Celia Cruz: Reina Rumba, posiblemente su trabajo más reconocido.

En ese proceso, le hizo una de las primeras entrevistas a Jairo Varela, quien, con su joven orquesta, había sido llevado desde Bogotá a Cali por Manolo Solarte, Adán Martínez, “Cucaracho”, y Humberto Corredor, para cinco presentaciones, descrestando a los asistentes a los toques con una salsa muy colombiana, pero a la vez de calidad internacional. Esto hizo que Valverde se convirtiera en un gran conocedor de la cultura musical del Caribe, no solo por haber oído, bailado y vivido toda esta melodía —como todavía le dicen en el barrio— desde su infancia, sino por su relación cercana con muchos de los músicos que la cultivaban en todas partes. A la vez, se relacionó con otros aficionados y expertos, tanto en Cali y el resto de Colombia, que son bastantes, como de otros países, destacándose el cubano, aunque afincado en Puerto Rico, Cristóbal Díaz Ayala, a quien Valverde consideraba un sabio en todo lo concerniente a esta música.

Ese mismo año de 1981, Valverde haría realidad otro de sus sueños, pues empezó a trabajar con el América de Cali, primero como jefe de prensa y luego como director de la revista del equipo, un proyecto que fundó con el respaldo del, en ese entonces, reconocido empresario y directivo del club Miguel Rodríguez Orejuela, a cuyo hermano Valverde conocía, según cuenta en uno de sus libros, desde el día en que, en 1975, por un malentendido en un bar, Jaime Caicedo, alias “el Grillo”, le apuntó con una pistola que bajó inmediatamente luego del grito tajante de Gilberto Rodríguez Orejuela, quien ya era conocido en varios mentideros como “el Ajedrecista”. Ser el director de esa revista, le permitió a Valverde acompañar al equipo en su época dorada con inolvidables jugadores —verdaderos cracks, muchos de ellos mundialistas—, paseándose por toda Suramérica, con lo cual, el antiguo jovencito del barrio Obrero, viajó, gozó, vio fútbol de gran calidad y rumbeó duro en distintos lugares del mundo, acompañando al equipo de sus amores en sus muchas alegrías y profundas tristezas, como cuando perdió en el último minuto el título de la Copa Libertadores con Peñarol de Uruguay y escribió un hermoso y sentido texto titulado “¡No fue una derrota, sino un golpe en el corazón!”.

En 1989, fue nombrado, gracias a José Pardo Llada, director artístico de la Feria de Cali que, en plena guerra entre los carteles de la droga de Medellín y Cali, corría el riesgo de cancelarse, pero todo salió bien. Con esto, se fue consolidando como un importante gestor cultural que divulgaba la movida artística en la ciudad, promovía artistas nuevos, apoyó iniciativas como escuelas de baile y orquesta femeninas; participaba en programas de radio y creaba numerosos eventos sobre la salsa. Asimismo, para 1991, con el respaldo de la Universidad del Valle, dirigió el periódico La Palabra que se convirtió en un semillero para numerosos periodistas que reconocen en Valverde a un maestro que les permitió, a veces con mano dura, formarse profesionalmente y presentar novedosos trabajos.

Tal vez, por esa agitada vida pública, social y profesional que evidentemente tenía, el promisorio escritor de libros de largo aliento, dejó de hacerlo durante los años ochenta, sin embargo, en los noventa retomó su actividad con el trabajo periodístico La Máquina (1992), que no conozco, y los textos de investigación musical Abran paso, escrito con su llave Rafael Quintero (1995), y Memoria de La Sonora Matancera (1997) que, gracias a su amigo Humberto Corredor, tenía a todos sus icónicos integrantes a su disposición, con lo cual continuó desarrollando varias de sus muchas pasiones y compartiendo cercanamente con sus antiguos ídolos.

Para esta época, Valverde contaba con buenas relaciones entre la intelectualidad y el periodismo a nivel nacional, y una trayectoria que, si bien lo había alejado de la literatura de ficción (aunque, como sabemos, mucho de lo que Valverde llamó como tal es testimonio de su propia vida), lo tenía como un referente importante para la vida cultural de Cali. Sin embargo, tal vez por su relación nunca oculta con algunos personajes ligados al Cartel de Cali, luego del Proceso 8.000 que, en muchos casos, desató una persecución contra todo aquel que presumiera tener algún tipo de contacto con los capos de la droga y desató una profunda crisis económica en la ciudad, Valverde parcialmente dejó de ser reseñado y seguido en los ámbitos literarios, al menos a nivel nacional, razón por la que, posiblemente, su excelente libro Quítate de la vía Perico que, como he dicho, fue un gran descubrimiento para mí, pasó desapercibido, tanto en ventas como en las reseñas críticas (de hecho, he visto opiniones posteriores que catalogan a ese libro como una “lavada de cara” a los narcos, y no es así). Y es una lástima, porque esta obra, valga repetirlo, no solo cuenta la historia contemporánea de Cali sino de toda Colombia, con su gente, vivencias, personajes emergentes, protagonistas, sueños, fracasos y bandas sonoras de lo que Valverde fue testigo directo y narrador minucioso (y todo lo que le faltó por contar). Y, claro, el tema del narcotráfico está presente en Quítate de la vía Perico, pues su título no solo alude a la música popular del Caribe, sino al nombre coloquial con el que se le llama a la cocaína en Colombia (tal vez, no era necesario explicarlo), siendo este libro, para mí, tal vez con la excepción de la película Sumas y Restas de Víctor Gaviria, la obra que mejor capta el espíritu de los tiempos dorados del narcotráfico en este país, además, sin ese tufillo moralista que otros trabajos empezaron a tener, algunas veces con profunda convicción y en otras tal vez temiendo la condena social —y editorial— de algunas instancias de poder tradicional en el país, tan proclives a escandalizarse públicamente de lo que hacen en privado. Eso sí, que no se olvide, y lo recalco: ese libro es mucho más que eso.

En medio de esas situaciones y, con el tiempo corriendo en contra, Valverde continuó incidiendo en la vida cultural caleña, pues, por ejemplo, fue vital para la creación, con otros gestores culturales, del Festival Mundial de Salsa. Sin embargo, también se fue haciendo más polémico y tropelero, con una imagen de “vaca sagrada” entre algunas personas más jóvenes de la vida cultural y política de la ciudad, que lo acusaban de rosquero, agresivo y desactualizado, lo cual, al parecer, no le molestaba, pues continuó dando —y promoviendo— batallas que se volvieron cada vez más frecuentes, a pesar de que muchas de estas, creemos varios, no tenían razón de ser.

Con la música adentro

Conocí personalmente a Umberto Valverde a mediados del 2015, pues, por invitación de la musicóloga Martha Enna Rodríguez, estaba escribiendo un texto para el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República sobre varias figuras de la música colombiana, incluyendo a Jairo Varela. Para este artículo, necesitaba conseguir unas buenas fotografías y, como Valverde había publicado poco tiempo atrás, en 2013, la biografía del cantautor chocoano titulada Jairo Varela: que todo el mundo te cante que tenía, además, excelentes registros, pensé que podría cederme algunos.

La verdad, me considero un “nichómano”, pues desde hace muchos años he sido admirador, seguidor y coleccionista de la obra de Jairo Varela con su portentoso Grupo Niche, lo cual me daba seguridad para sustentar ante Valverde (quien tenía fama de hombre complicado) mi solicitud frente a un trabajo que —yo esperaba— iría más allá de lo que se publica normalmente en las tradicionales notas de farándula. Por otro lado, conocía en buena medida la obra del escritor, no solo sus libros sino muchos de los artículos que publicaba de vez en cuando en diferentes medios impresos. Así que lo contacté (no fue difícil), concerté una cita con él, me fui para Cali, lo encontré al frente de su apartamento abajo de la avenida sexta y fuimos a almorzar. No me pareció hosco ni antipático, por el contrario, me pareció amable y cálido, además, lo sentí con ganas de hablar, aunque para eso ayudó, obviamente, que yo pusiera sobre la mesa cinco ejemplares de sus libros, al tiempo que le expresaba mi admiración, pedía la firma respectiva y daba opiniones sobre su obra, apreciando que él hubiera sido testigo presencial y relator fiel de hechos que yo solo había visto desde lejos.

Con Valverde, que además oficiaba como director de programación del “Museo de la Salsa Jairo Varela”, que se había fundado poco tiempo atrás, caminamos hasta la edificación donde al frente, poco tiempo después, inauguraron una espectacular escultura de una trompeta con la palabra “niche”. Allí, me presentó a Cristina, la hija menor de Varela (quien dirigía el museo) y continuamos charlando hasta el final de la tarde, sobre todo con él respondiendo las muchas preguntas que yo le hacía (y, claro, me permitió usar varias de las fotografías que necesitaba). Creo, aunque no estoy seguro, que la noche siguiente, nos vimos en “Zaperoco”, el bar que visitaba siempre y, durante los años siguientes, continuamos con un contacto permanente, al punto de ser invitado por él, ya fuera virtual o presencialmente, a participar directamente en eventos del Museo Jairo Varela sobre la salsa en general y el Grupo Niche en particular, lo cual, para quien había sido un admirador de su obra (la de Varela y Valverde), fue un privilegio y un gusto que siempre le pude agradecer. Otras veces, ya fuera en la Feria de Cali o en otros momentos, me lo encontré en conciertos y muchas veces más en “Zaperoco”, un lugar que adoraba y que, además, queda a la vuelta de su apartamento.

En ese lapso, acompañé el lanzamiento de algunos libros como Con la música adentro, de 2016, una recopilación de reportajes sobre músicos de distintos géneros que me gustó mucho, y la reedición, en 2019, de sus cuentos completos, por parte de la Universidad del Valle que, con el influjo de personajes como Darío Henao, entre otros, siempre lo tuvo presente para diferentes actividades. Igualmente, observé con interés la publicación de los libros Jairo Varela: que todo el mundo te cante (2013) y América, el regreso de un grande (2017), los cuales me generaron mucha expectativa, aunque me parecieron fallidos, sobre todo para alguien que había escrito tanto, tan bien y con tanta pasión sobre el Grupo Niche y el América de Cali. Ambos trabajos, están conformados por una selección de textos escritos durante muchos años que, creo yo, se merecían un más cuidadoso trabajo de edición, además —tengo que decirlo—, el libro sobre el América, podía haber tenido una mejor carátula, pues poner al futbolista argentino Ernesto “el Tecla” Farías en la portada, en vez de la inmensa pléyade de estrellas que ha tenido ese equipo durante tantos años, me pareció equivocado, coyuntural y de corta duración, y así se lo dije al autor.

De igual manera, me enteré de que uno de sus textos, que en Quítate de la vía Perico se relata en varias partes y es claramente un atractivo guion cinematográfico que capta agudamente las dinámicas, los conflictos, sueños, encuentros y desencuentros de la generación joven de los noventa en Cali, se convirtió, en 2013, en la película Amores peligrosos de Antonio Dorado que aún no he podido ver (también, y no lo había mencionado, escribió las historias originales y el guion de los cortometrajes Rodillanegra, de 1976, y Aquel 19, de 1985, ambos dirigidos por Carlos Mayolo).

Esto quiere decir que Valverde continuaba activo y proponiendo cosas al combinar su actividad de promotor cultural que daba entrevistas y hacía conversatorios, con la de escritor de artículos y libros, siendo condecorado por la Alcaldía de Cali y, tiempo después, por su amado “Zaperoco”. En esos espacios, Valverde no dejó de expresar su visión antioligárquica y reivindicativa de lo popular que le hacía chocar con gente de la que, incluso, había sido amigo por varios años. A la vez, su mirada no moralista del fenómeno del narcotráfico, al que pudo ver parcialmente, al menos con los “señores de Cali”, como una reivindicación popular frente a una oligarquía que no quería dejar nada para los demás (estoy simplificando mucho, claro), chocó con las perspectivas oficialistas de quienes han seguido al pie de la letra (aunque de forma ambigua) la narrativa de la “guerra contra las drogas”, lo cual, como mencioné más atrás, le pudo generar, no un veto, pero sí un alejamiento de ciertos sectores que lo consideraron de ahí en adelante un antiguo amigo de los narcos y solamente un escritor local y de temas bien específicos.

En ese mismo proceso, como pasa con gran parte de la humanidad, Valverde exacerbó su beligerancia a través de las redes sociales (principalmente, Facebook), lo que le causó no pocas polémicas con declaraciones que no estaban a la altura de su obra y trayectoria, pues su carácter difícil, peleonero, y, en ocasiones, fanático se evidenció en temas que lo apasionaban, pero que, en un personaje de su calibre, chirriaban bastante. Por eso, más de una vez, escuché de sus salidas destempladas en eventos públicos, del rechazo que hacia él sentían melómanos y gestores culturales más jóvenes, y de algunas peleas bobas que casaba por temas como Shakira (su amor platónico, al menos de los últimos años, aunque también le encantaban Jennifer López y Valerie Domínguez Tarud), el Real Madrid, Cristiano Ronaldo (y, en contraposición, Guardiola, Messi y el Barcelona), América de Cali (y en oposición, el Atlético Nacional al que acusaba de “haber sido el equipo de Pablo”, y entonces, ¿de quién era el América?), el Grupo Niche y algún político de turno. En esto, Valverde era un simple hincha que veía las cosas en blanco y negro, siendo objeto de fuertes cuestionamientos de muchas personas e incluso amenazas de veto para entrar a algunos lugares que le gustaban, luego de alguna declaración destemplada (aunque, hablando de vetos, él fue fundamental para vetar en Cali al cantante boricua Carlos “Cano” Estremera por hacer un malísimo chiste sobre las denominadas “casas de pique” en Buenaventura).

También, sentí que, en los últimos años, el hijo de un sindicalista que escribió sobre tres caminos hacia la revolución, se fue inclinando, aunque poco a poco y sin irse a un extremo, hacia la derecha política, pues fue permanente crítico del denominado estallido social, que en Cali fue tan vehemente; de la minga indígena y de algunos políticos que enarbolaban ciertas ideas de cambio. Igualmente, se volvió opositor del Festival Petronio Álvarez, pues, si bien en un comienzo había sido llamado a formar parte de su comité organizativo, decidió alejarse afirmando que esa música, la del Pacífico, no representaba a Cali, pese a la gran cantidad de personas oriundas de esa zona que viven en esta ciudad. En esta vía, lo leí también criticando a algunas expresiones surgidas o desarrolladas en lugares como el distrito de Aguablanca, a las que consideraba ajenas a Cali, como si la ciudad, de la que antes aplaudió su movilidad social y cultura popular, fuera estática y con solo unos sectores sociales específicos que vale la pena reivindicar.

Por eso, y otras cosas, sé que muchos de los que lo cuestionaban podían tener razón, pero no cuando minimizaban su obra, porque, nada más por libros notables como Bomba Camará, Celia Cruz: Reina Rumba y Quítate de la vía Perico, además de otros buenos trabajos como Memorias de La Sonora Matancera, Abran Paso y Con la música adentro, Valverde es parte importante de la historia de la literatura colombiana, como un narrador que, durante 60 años, nos contó de su cuadra, barrio, ciudad, departamento, país y mundo, de manera chévere, bacana, callejera, cruda y poderosa, siendo fundamental para la configuración cultural de Cali, con sus imaginarios, lemas, procesos y realidades, siempre en tono de la cultura popular, pues nunca dejó de ser ese muchacho del barrio Obrero que en poco tiempo estuvo de tú a tú con gente de otros espacios, incluyendo a muchos de sus personajes más admirados.

Ejemplos de esto fueron su amistad con Celia Cruz (llevándola a hacer el “saque de honor” en un partido del América en el estadio Pascual Guerrero), sus viajes por todo el continente viendo al América brillar, su cercana amistad con prominentes escritores, sus historias, platónicas o no, con hermosas mujeres de las que se enamoraba apasionadamente; la asistencia a conciertos inolvidables, la rumba dura con sus amigos, panas y “carnales”; su amistad con aquellos personajes que, después de dominar una ciudad, fueron defenestrados por casi todos; el gusto por la buena conversa y su gran obra en la que nos narró a la Cali de las últimas seis décadas, y tal vez un tanto más. Y lo hizo a lo largo de 77 años de vida agitada, compleja y apasionada, de la cual, estuviera donde estuviera, las calles del barrio Obrero fueron su sangre, pasado e inspiración. Tal vez, por eso mismo, y pese a tantos quebrantos de salud que, al menos en los últimos años, lo aquejaron bastante, le tenía pavor a la muerte, pues todavía tenía muchos proyectos y sueños por hacer realidad. Pero, como dijo al final de uno de sus libros,

La muerte es inevitable:

No hay tiempo que perder.

Hay que vivir cada instante.

Sentir que respiramos.

Caminamos en busca de la melodía.

Me curo con rumba.

Bailando me arrebato el corazón.

“Se está acabando el mundo, me supongo”, dicen los Hermanos Lebron, y eso se siente cada vez que desaparece alguien que conocimos y que, sobre todo en el caso de Valverde, vivió, gozó, peleó, luchó y dejó huella como todo un personaje de la vida cotidiana de una ciudad que no lo va a olvidar. Es que, como afirmaban a viva voz algunos de los personajes de sus obras, Valverde “le ganó a la vida”, pues logró cumplir muchos sueños a punta de talento, disciplina, capacidad de observación y mucha curiosidad. Por eso, que todo el mundo le cante, pues su obra hablará ahora por él y estará presente en la ciudad que amó y criticó al mismo tiempo, pero de la cual construyó una riquísima memoria que, si bien va cambiando con el paso de los años, se ha podido consolidar con referentes bien importantes. En ese camino, intentaré recorrer los pasos de Umberto Valverde cuando me dé un borondo por esos lares; vaya a “Zaperoco” a tomarme una cerveza fría; siga leyendo sus muchos libros y artículos que me mostraron un mundo que yo también quería conocer; me dé por bailar salsita en “Café-Libro”, vaya a la “Musiteca” (hoy “Javison”) a comprar un disquito bien chévere o conozca a alguno de los mompas, llaves y panas que compartieron con el amigo, maestro y personaje que partió, y que, con sus luces y sombras; amores y odios; causas y azares, seguirá en la memoria colectiva, pues se hizo camino al andar para intentar vivir como le apasionaba, como un medio vital para ser felices, al menos por un instante, es decir, con la música adentro.

*Petrit Baquero es historiador, politólogo, músico y melómano. Es autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012) y La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017).

Por Petrit Baquero* / Especial para El Espectador

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar