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                                                                                                                                Vicente Fernández, el último de su estirpe

                                                                                                                                Despedida al fallecido cantante de parte de un melómano que opina que no hay que ignorar la tradición de la ranchera y la música popular mexicana en Colombia.

                                                                                                                                Petrit Baquero * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                Los seguidores de Vicente Fernández son muchos en toda Latinoamérica, especialmente en Colombia.
                                                                                                                                Foto: AFP - ULISES RUIZ
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Vicente Fernández nació en Guadalajara el 17 de febrero de 1940 y muy rápido se destacó como una gran figura de la canción ranchera mexicana, ese género musical (y esa tradición cultural) que, gracias a la industria del entretenimiento y, sobre todo, del cine mexicano con su época dorada de los años 40 y 50, caló profundamente en Colombia —país con una débil industria cinematográfica que casi siempre ha tenido que mirar para afuera— con luminarias como Pedro Infante, Jorge Negrete, María Félix, Cantinflas, Tin Tan, Resortes, Silvia Pinal, Pedro Armendariz y muchos más.

                                                                                                                                Este impacto, claro, no solo se dio en Colombia, sino en toda América Latina, pues las exitosas películas mexicanas, las canciones de raigambre popular, la iconografía religiosa, las concepciones estéticas de hombres y mujeres campesinos, y los dichos populares presentes en esos productos culturales marcaron las formas de mirarse y entenderse de muchas personas que, a diferencia de las concepciones arribistas de las élites (o de los que quieren ser aceptados por estas), vieron a lo popular —y lo local— como algo propio y, por supuesto, un verdadero motivo de orgullo que les reivindicaba, si no en la vida, al menos sí artísticamente (después vendrían las telenovelas, pero ese ya es otro tema). Pero vale decir que esto no provenía de la nada, sino que muchos de esos elementos que la música ranchera y el cine mexicano hacían explícitos, ya se encontraban inmersos en las formas de ser, prensar, vivir y actuar de la gente en Colombia.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Tampoco es infundado que mucha de la música popular de América Latina (el merengue, el vallenato, la balada, la música llanera, el bolero, la salsa…) adoptara, sobre todo desde los años setenta del siglo XX, las cadencias melódicas de la ranchera. Y por eso mismo, resulta obvio que en Colombia hayan surgido desde hace rato numerosas adaptaciones locales de la ranchera, como ocurre hoy con la llamada —mal llamada— “música popular” que le debe a esta música prácticamente todo (o, bueno, bastante).

                                                                                                                                El caso es que la muerte de Fernández ha generado también un gran impacto, no solo por su larga carrera artística de más de 50 años (su primer disco fue “La voz que usted esperaba” de 1968), sino por su innegable calidad que se manifestaba con una espectacular voz de tenor —todo un vozarrón— que fue seguida e imitada por un montón de gente de todas partes, excelentes canciones de importantes compositores y una inmensa promoción aceitada por la gran industria del disco (fue artista de la poderosa CBS, hoy Sony Music) que, pese al raigambre campesino —o pueblerino—de las canciones, se impulsó masivamente por todas partes. Fernández, además, siguiendo una importante tradición, grabó numerosas películas (“La ley del monte”, “El hijo del pueblo”, “Por tu maldito amor” y “Como México no hay dos”, por citar solo unas pocas de las más de treinta que hizo) que siempre se estrenaban en importantes teatros, pero también en cines ambulantes que hacían su recorrido por numerosos pueblos colombianos, despertando los sueños de muchas personas, sobre todo de los sectores populares, que tanta identificación tenían por las expresiones estéticas de la cultura mexicana.

                                                                                                                                Con esto, continuando la estela de nombres legendarios como Pedro Infante, Jorge Negrete, Javier Solís, José Alfredo Jiménez y Antonio Aguilar, Vicente Fernández se consolidó como el último de los grandes charros de la canción mexicana de los que ya no habrá más, pues las figuras posteriores (y pienso en Juan Gabriel, Marco Antonio Solís, Pedrito Fernández, Ana Gabriel, el mismo Luis Miguel e incluso sus hijos, como Alejandro) ya son otra cosa (y de eso no quedan muchas dudas).

                                                                                                                                Claro que, en medio de las muchas voces que lamentan la partida del cantante mexicano, he visto también algunas que en las redes sociales han expresado su sorpresa (y hasta desacuerdo) por el impacto que causa en muchos colombianos la muerte de Fernández. Y las he observado descalificando a la ranchera y su estética asociándola con el “mal gusto”, expresiones de un machismo recalcitrante y el mundo delincuencial y narcotraficante.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Tal vez esas voces ignoran la larga tradición que la ranchera y demás expresiones de la música popular mexicana tiene en Colombia y desconocen que esta se consolidó mucho antes de que se declarara la “guerra contra las drogas” o instauraran políticas represivas por el estilo que hicieron convertir a pequeños delincuentes en poderosos criminales. Puede también que dejen de lado que los grandes lavadores de capitales no tienen, tal vez, a la ranchera como su banda sonora, sino a otra música que seguramente no sufre un estigma similar. ¿Será acaso un marcado arribismo, un evidente desprecio por las expresiones de los sectores populares y la clara intención de disfrazar los prejuicios estéticos con consideraciones morales? Yo creo que sí.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                De hecho, yo usé una de sus canciones para mi libro La nueva guerra verde en un capítulo titulado “La muerte de un gallero”, en el que relataba el asesinato de un importante patrón esmeraldero a la salida de una gallera en el sur de Bogotá, sabiendo que se trataba de uno de esos grandes íconos que pueden identificar a toda una población, así venga de muy lejos.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Al menos, eso puedo ver con todos esos jóvenes y viejos que se paran todas las noches en Chapinero para cantar una y otra vez las muchas canciones que Fernández hizo propias para poner a soñar a tantos. Y sí, el mundo seguirá girando y aquí seguiremos, al menos por un rato más, aunque ya nada será como antes, pues se fue el último de una estirpe que no volverá a nacer.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                * Petrit Baquero es historiador y Politólogo. Músico y Melómano. Autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012). Manual de Derechos Humanos y Paz (Cinep/PPP, 2015) y La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017).

                                                                                                                                Los seguidores de Vicente Fernández son muchos en toda Latinoamérica, especialmente en Colombia.
                                                                                                                                Foto: AFP - ULISES RUIZ
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Vicente Fernández nació en Guadalajara el 17 de febrero de 1940 y muy rápido se destacó como una gran figura de la canción ranchera mexicana, ese género musical (y esa tradición cultural) que, gracias a la industria del entretenimiento y, sobre todo, del cine mexicano con su época dorada de los años 40 y 50, caló profundamente en Colombia —país con una débil industria cinematográfica que casi siempre ha tenido que mirar para afuera— con luminarias como Pedro Infante, Jorge Negrete, María Félix, Cantinflas, Tin Tan, Resortes, Silvia Pinal, Pedro Armendariz y muchos más.

                                                                                                                                Este impacto, claro, no solo se dio en Colombia, sino en toda América Latina, pues las exitosas películas mexicanas, las canciones de raigambre popular, la iconografía religiosa, las concepciones estéticas de hombres y mujeres campesinos, y los dichos populares presentes en esos productos culturales marcaron las formas de mirarse y entenderse de muchas personas que, a diferencia de las concepciones arribistas de las élites (o de los que quieren ser aceptados por estas), vieron a lo popular —y lo local— como algo propio y, por supuesto, un verdadero motivo de orgullo que les reivindicaba, si no en la vida, al menos sí artísticamente (después vendrían las telenovelas, pero ese ya es otro tema). Pero vale decir que esto no provenía de la nada, sino que muchos de esos elementos que la música ranchera y el cine mexicano hacían explícitos, ya se encontraban inmersos en las formas de ser, prensar, vivir y actuar de la gente en Colombia.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Tampoco es infundado que mucha de la música popular de América Latina (el merengue, el vallenato, la balada, la música llanera, el bolero, la salsa…) adoptara, sobre todo desde los años setenta del siglo XX, las cadencias melódicas de la ranchera. Y por eso mismo, resulta obvio que en Colombia hayan surgido desde hace rato numerosas adaptaciones locales de la ranchera, como ocurre hoy con la llamada —mal llamada— “música popular” que le debe a esta música prácticamente todo (o, bueno, bastante).

                                                                                                                                El caso es que la muerte de Fernández ha generado también un gran impacto, no solo por su larga carrera artística de más de 50 años (su primer disco fue “La voz que usted esperaba” de 1968), sino por su innegable calidad que se manifestaba con una espectacular voz de tenor —todo un vozarrón— que fue seguida e imitada por un montón de gente de todas partes, excelentes canciones de importantes compositores y una inmensa promoción aceitada por la gran industria del disco (fue artista de la poderosa CBS, hoy Sony Music) que, pese al raigambre campesino —o pueblerino—de las canciones, se impulsó masivamente por todas partes. Fernández, además, siguiendo una importante tradición, grabó numerosas películas (“La ley del monte”, “El hijo del pueblo”, “Por tu maldito amor” y “Como México no hay dos”, por citar solo unas pocas de las más de treinta que hizo) que siempre se estrenaban en importantes teatros, pero también en cines ambulantes que hacían su recorrido por numerosos pueblos colombianos, despertando los sueños de muchas personas, sobre todo de los sectores populares, que tanta identificación tenían por las expresiones estéticas de la cultura mexicana.

                                                                                                                                Con esto, continuando la estela de nombres legendarios como Pedro Infante, Jorge Negrete, Javier Solís, José Alfredo Jiménez y Antonio Aguilar, Vicente Fernández se consolidó como el último de los grandes charros de la canción mexicana de los que ya no habrá más, pues las figuras posteriores (y pienso en Juan Gabriel, Marco Antonio Solís, Pedrito Fernández, Ana Gabriel, el mismo Luis Miguel e incluso sus hijos, como Alejandro) ya son otra cosa (y de eso no quedan muchas dudas).

                                                                                                                                Claro que, en medio de las muchas voces que lamentan la partida del cantante mexicano, he visto también algunas que en las redes sociales han expresado su sorpresa (y hasta desacuerdo) por el impacto que causa en muchos colombianos la muerte de Fernández. Y las he observado descalificando a la ranchera y su estética asociándola con el “mal gusto”, expresiones de un machismo recalcitrante y el mundo delincuencial y narcotraficante.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Tal vez esas voces ignoran la larga tradición que la ranchera y demás expresiones de la música popular mexicana tiene en Colombia y desconocen que esta se consolidó mucho antes de que se declarara la “guerra contra las drogas” o instauraran políticas represivas por el estilo que hicieron convertir a pequeños delincuentes en poderosos criminales. Puede también que dejen de lado que los grandes lavadores de capitales no tienen, tal vez, a la ranchera como su banda sonora, sino a otra música que seguramente no sufre un estigma similar. ¿Será acaso un marcado arribismo, un evidente desprecio por las expresiones de los sectores populares y la clara intención de disfrazar los prejuicios estéticos con consideraciones morales? Yo creo que sí.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Obviamente, algunos personajes al margen de la ley agasajaron y contrataron a Fernández y hasta hay quienes dicen que le grabó una canción al poderoso narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha, alias “el Mexicano”, quien muchas veces lo llevó a cantar a sus haciendas con nombre mexicano, pero, como siempre pasa, el problema no es la música, sobre todo una de raigambre popular que fue consumida y celebrada en estos y otros escenarios, ni el problema son los grandes intérpretes de la música, como la ranchera, que tal vez se hizo más grande con Fernández por sus maravillosas canciones, espectaculares interpretaciones y su larga carrera artística.

                                                                                                                                De hecho, yo usé una de sus canciones para mi libro La nueva guerra verde en un capítulo titulado “La muerte de un gallero”, en el que relataba el asesinato de un importante patrón esmeraldero a la salida de una gallera en el sur de Bogotá, sabiendo que se trataba de uno de esos grandes íconos que pueden identificar a toda una población, así venga de muy lejos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Total, murió Vicente Fernández, una figura grandísima que, pese a haber envejecido delante de sus seguidores (a diferencia de sus predecesores que generalmente murieron jóvenes) no deja de ser una verdadera leyenda de la cultura latinoamericana. Y así fue reconocido, pues fue seguido e idolatrado por grandes artistas de otros géneros con muchos de los cuales cantó e incluso grabó. Eso lo saben los que llevan siguiéndolo por tantos años, aquellos a quienes acompañó en los momentos gratos y no tanto de la vida, a esos a los que reivindicó en sus canciones, así la vida sea siempre dura, y a quienes les enseñó, como los que lo antecedieron, que las expresiones del pueblo son admirables, profundas y trascendentes.

                                                                                                                                Al menos, eso puedo ver con todos esos jóvenes y viejos que se paran todas las noches en Chapinero para cantar una y otra vez las muchas canciones que Fernández hizo propias para poner a soñar a tantos. Y sí, el mundo seguirá girando y aquí seguiremos, al menos por un rato más, aunque ya nada será como antes, pues se fue el último de una estirpe que no volverá a nacer.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                * Petrit Baquero es historiador y Politólogo. Músico y Melómano. Autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012). Manual de Derechos Humanos y Paz (Cinep/PPP, 2015) y La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017).

                                                                                                                                Por Petrit Baquero * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                Temas recomendados:

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