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A los niños casanareños de la década de los 80 nos arrullaron con música llanera tradicional, que se grababa artesanalmente y solo sonaba en las emisoras de onda corta en los Llanos orientales colombianos. La Voz del Llano, desde Villavicencio; La Voz del Cinaruco, desde Arauca; Radio Táchira, desde San Cristóbal (Venezuela).
Nací en el vecindario de La Plata, en Pore, Casanare. Soy hijo de la profesora Carmen Luisa Gutiérrez, quien ayudó a fundar la escuelita del lugar, donde, por lo alejado del centro del país y de las esferas de poder de la región, era más fácil organizar un bazar para comprar la tiza y los borradores para los tableros que esperar a que llegaran los que enviaba el Gobierno. La música que amenizaba esos bailes profondos era tocada por campesinos empíricos.
Allí tuve a mi alcance las primeras notas musicales del joropo que hoy interpreto. Por eso, después de 25 años de grabar mi primer álbum (Romance del coleador), no me he alejado del joropo tradicional y sigo buscando y rebuscando inspiración en los Llanos, que es en donde está el verdadero pilar de la música autóctona llanera. Está sin grabar ni comercializar. En las sabanas y morichales. En los caballos y chigüires y babillas y el ordeño. En el becerro sute que busca teta prestada. En las mañanas de ordeño y en la noches estrelladas. En el atardecer con que sueño, que es el que encuentro cada día por la ventana.
He tratado de mantener esas riquezas tradicionales hasta en los instrumentos musicales, con excepción del bajo eléctrico que de a poco se impuso en la industria.
Y fue con músicos campesinos, con guitarra puntera y guitarra acompañante, que alcé por primera vez mi voz entonando canciones llaneras de la época. Aún recuerdo unos versos de Alfonso Niño: El alcaraván sabanero: “Adiós, adiós cariñito de mi vida, aunque yo sé que por otra me cambió”.
El bichito del amor por la música ya lo traía desde la escuela en La Plata. En un encuentro literario, me anoté para cantar delante de los niños del curso. La anécdota familiar inolvidable del naciente cantor surgió ese día. Llegó la hora de mi actuación y me habían salido chichones en la cara. Aún así, me paré al frente de toda la escuela y canté. En ese entonces no habían bautizado al bullying y al matoneo. Escasamente puedo dar fe de la mamadera de gallo tan verraca que me armaron. Me puse colorado, pero canté con la misma responsabilidad con la que lo hago ahora. Nunca he cancelado un concierto.
En 1990, en Pore, Casanare, se realizó un concurso estudiantil de música criolla. Escribí unas décimas en las cuales contaba cantando quiénes eran los exponentes del joropo más sobresalientes del momento. Era fácil medir el rango de los cantores. Solo bastaba oír en las cantinas quiénes sonaban más.
Canté, gané y me entusiasmé en dar a conocer mi talento. Me enteré de que en Yopal en la única emisora del pueblo (año 1990) realizaban un programa llamado Estrellas llaneras. Entre semana en Pore, estudiaba en la mañana y al salir del colegio trabajaba al jornal como ayudante de maestros de construcción. Ahorraba esos medios jornales y el domingo llegaba de Pore a Yopal buscando que me dejaran cantar en el programa. Desde entonces supe que el medio folclórico es difícil. Se reunían los cantantes a hablar de los otros. Que por qué a ellos sí los tenían en cuenta y a los otros no... Y 29 años después, increíblemente, exponen el mismo discurso. Y algunos de los mismos maestros cantores de la época.
Nunca me han gustado esas conversas. Llegaba y esperaba mi turno de cantar y me devolvía para Pore, a veces hasta sin almuerzo, pero lo relevante era cantar y que por la radio me oyeran. Después de viajar muchos domingos, llegó la premiación y quedé en el cuadro de honor. Ganaron los mejores. Yo gané el entusiasmo y la visión de que el arte es una profesión. Y con orden y visión se puede vivir de ella.
La vida del cantor de folclor ha sido mucho más allá de generosa conmigo. Hoy en día comparto a menudo con aquellos a quienes oía triunfar en la radio cuando yo era niño. En 1978, con cinco años de edad, recuerdo las primeras canciones de Reynaldo Armas, hoy mi amigo y compañero de lucha. Coincidimos con frecuencia en los escenarios llaneros. El 11 de mayo de 2019 nos topamos en una jornada épica para el joropo en el Movistar Arena de Bogotá, por ejemplo.
El lenguaje sencillo del joropo es un puente comunicacional con los llaneros y con quienes no conocen nuestro dialecto. Establece una inquietud que ayuda a entender qué es lo que dicen nuestros cantos. Es ahí cuando canta el campo.
Canta mi campo cuando conté cantando que yo, un niño de las costas del Pauto, iba adonde la vecina a pedir prestado un pocillito de manteca para hacer almuerzo o a la tienda a sacar algo fiado. Semejante vivencia tan recurrente, tan sincera terminó por ser un común identificador de la niñez campesina de la patria.
Supe en 2008 que existen unos prestigiosos premios de la música llamados Grammy Latino. Asistí nominado dos años consecutivos con el joropo del llano. No gané, no ganaré. Pero es una alegría muy grande leer el título de un CD de joropo en las listas de música latinoamericana.
Se me pasan los fines de semana cantando con gente llanera y no llanera que ama al joropo. Muchas de las veces públicos trasnochados que me esperan a las seis, siete de la mañana, después de una noche de sonidos orondos de un arpa.
He querido contar, a través de mis versos y melodías, que somos una raza enriquecida por una banda sonora propia, unos sonidos independientes de la pampa que se conjugan y se traducen en un pasaje, en un corrido, en un zumba que zumba, en un seis por derecho. En fin. En la variedad de ritmos desprendidos del joropo. El joropo para mí es un árbol y cada una de sus hojas es un ritmo diferente que con la brisa de los Llanos orientales se desprende y toma vuelo. Y algo especial deja en la brisa.
He grabado trece álbumes musicales. Me honro de oír en los campos de los Llanos muchas canciones que han salido de esos álbumes. Qué tan exitosos sean, nunca lo trataré de decir yo mismo; sea el llano y su música quienes lo digan. Era más fácil darle rango a quién sonaba más en los tiempos de las cantinas criollas. Amo los escenarios criollos allende llano adentro; allí me siento en mi mundo. Eso me malacostumbró y hoy cuando llego a un escenario como un Teatro Colón o un Julio Mario Santo Domingo me aterra que se me olviden las canciones por temor escénico. Pero allá queríamos llegar. Que los sonidos del campo sean expuestos donde sea posible, por lo cual escribí alguna canción que dice: “Me presento campesino, sigo siendo campesino en el más fino escenario”.
Porque sé de dónde vienen mis versos y mis melodías es que me atrevo a decir en alta voz que mi campo canta y cuenta.