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Two and Half Men. True Blood, Escobar… El firmamento de la tele está sembrado de estrellas negras. Personajes que sólo piensan en ellos y que hacen lo que sea por gozarse a la hembra que codician o por conseguir un millón de dólares más. Este ejemplo depredador se encuentra en su forma más pura en Breaking Bad. (Leer "Breaking Bad" gana el premio Emmy a Mejor serie dramática).
Aclaro que no estoy culpando a la tele de pervertir al mundo. Cada época tiene la representación que merece. Little House on the Prairie (1974), donde jamás se musita una mala palabra, era perfecta para su tiempo ingenuo. A otros nos tocó The Wire (2002), donde en una sola escena dicen fuck ciento cincuenta y tres veces. Así es. Nada logramos con prohibir a nuestros hijos que vean American Horror Story. El horror está en la calle; las pantallas sólo lo reflejan.
Walter White, el héroe de Breaking Bad (2008), es un perdedor que dicta clases de química en una secundaria de Albuquerque. A Walter la vida lo ha tratado mal, pero lo peor está por venir y es grave: descubre que tiene cáncer. Sin plata para pagar el tratamiento, con su esposa en el séptimo mes de embarazo y un hijo adolescente con parálisis cerebral, Walter se rebela. Quiere vivir. Es decir, quiere tener tiempo para ganar plata y dejar a su familia con un futuro. Entonces se pone a cocinar metanfetamina.
Una historia simple. Algo que se diseñó para que unos canales ganaran plata. Pero también un relato contado por un narrador genial: Vince Gilligan. Y también una interpretación apabullante de Bryan Cranston en el papel de Walter White. Y —sobre todo— una lectura cínica y sofisticada de la cultura que está destruyendo al mundo.
A pesar de que su universo es la fabricación y distribución de metanfetamina, Breaking Bad no es una serie sobre las drogas. Su tema es la ambición y los efectos colaterales de esa ambición. Walter White factura dos millones de dólares al mes y sigue tan pobre como antes. Compra y consume pero no se llena, he can’t get no satisfaction. No corona nada. Aunque tal vez sí: gracias a él, el mundo es peor.
Siguiendo la lógica de la teoría del caos, los actos de Walter crecen de manera exponencial, llegando a un extremo donde son irreconocibles. El tipo cocina y vende meta, cree no hacer más; pero sí, hace mucho más: mata niños, destroza a tiros a su cuñado, deja paralítico al amante de su mujer, derrumba un avión con 130 pasajeros. Y todo sin querer, porque a la hora de la verdad no pasa de ser un gringo de “buenas intenciones”.
¿Cuál es el precio de lograr la riqueza en un planeta donde la norma es la miseria generalizada? Breaking Bad responde: ser una excepción produce daños colaterales. El ganador debe aceptar no sólo que caminará sobre los huesos de sus rivales, sino que en la lista de los caídos habrá muchos inocentes.
La proyección de esta tesis a otros terrenos es sobrecogedora. ¿Quieres cuatro automóviles y no pasar frío en invierno, ni calor en verano? Bien. Se te tiene. Sólo hay que quemar más petróleo. Pero el calentamiento global existe, terminarás asando a tus vecinos y repartiendo humo para que lo respiren niños que ni siquiera conoces. ¿Quieres pasar la vida comiendo, bebiendo, tirando y usando? No hay problema. Pero entre más consumas, más rápido llegarán las vacas flacas, tal vez las esqueléticas, porque entre la minería a cielo abierto, la agricultura transgénica, las canciones de Ricardo Arjona y el último video de Shakira, el último día se acerca. ¿Quieres escapar del apocalipsis que has construido? Fresco, también se te tiene. La NASA está vendiendo pasajes a otro planeta. Pero recuerda que en los cohetes que viajan a Marte sólo caben los ricos. Entonces debes ser un narco como Walter White, así garantizarás asientos para ti y para tu familia. Con lo cual podemos cerrar el círculo y volver al principio. Todos a cocinar, porque este mundo se va a acabar.
A estas alturas, más de uno estará pensando que hilo muy fino, que Breaking Bad es entretenimiento y no justifica tanta especulación. Pero los productores de tele no son tontos y piensan. Igual que la droga que cocina Walter, Breaking Bad es un prodigio de diseño, su receta fue calculada con rigor para lograr un producto muy adictivo. Entonces no puedo creer que el parecido entre Gustavo Fring —el mafioso extranjero— y Barack Obama —el presidente extranjero— sea una coincidencia Y no dudo que Vince Gilligan tacó Breaking Bad como una carambola de tres bandas: se llenó de plata, puso en cuestión a su sociedad y después la redimió para que pudiera seguir tragándose al mundo con la conciencia tranquila.
Todo esto bajo el cielo azul sin dios de Nuevo México, hablando resto de spanish y azotándonos con el paisaje de un desierto inclemente. El mismo escenario áspero donde Cormac McCarthy, Edward Abbey y Sam Peckinpah —esos grandes poetas de la decadencia americana— plantaron unos marginales violentos y sinceros que resultan más amables que el hipócrita torturado propuesto por Walter White.