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En la actualidad las novelas con temas de zombis, monstruos y visiones apocalípticas están tomando mucha fuerza. ¿Qué podemos esperar en su novela “Siete días de ruido”?
Comienza con un tipo común y corriente tendiendo a perdedor en un escenario urbano que podría ser Bogotá –a algunos lectores les gusta pensar que es Bogotá–, un hombre al que se le está acabando la vida, que está inmerso en la crisis de la “middle age”, que lo perdió todo y que toma conciencia en su interior de lo que sucede y siente la necesidad de hacer algo, una especie de ruido.
¿De dónde surge el tema de la novela?
De la idea del “paciente cero” que hace referencia a alguien que fue víctima de algún experimento y expande el virus o el mal. La historia arrancó de un cuento que escribí y que tenía otra intención.
¿Qué realidad hay en la ficción que contiene su novela?
En el universo que rodea a los personajes. Me interesaba que fuera muy parecido en la realidad, para luego generar un estado de ánimo en el posible lector. Esa cotidianidad, cosas de su vida, empatía, y en ese momento torcer y enloquecer al lector.
¿Cuánto tiempo tomó la escritura del libro?
La redacción del primer manuscrito tomó año y medio de trabajo. Luego de muchas versiones y una reescritura casi completa de los editores, las imágenes de las primeras escenas que esbocé continúan, pero el texto cambió por completo. Luego el manuscrito se quedó un año quieto mientras pasaban muchas cosas, entre ellas la fundación de Himpar Editores, que fue la editorial que se arriesgó a publicar mi libro. Fueron tres años.
¿En qué momento se empezó a relacionar con las letras?
Empecé a escribir desde pequeño, haciendo poemas y cuentos. Hace cuatro años decidí que quería darle una oportunidad a la escritura juiciosamente y no como una de mis aficiones. Hice la maestría en Escrituras Creativas en la Universidad Nacional y allí empezó a gestarse la novela. Un borrador inicial fue mi trabajo de grado de la maestría. En mí se despertó el interés de escribir, aunque mi formación es de músico y estudié en la Facultad de Artes ASAB de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.
¿Cuáles fueron sus lecturas indiciarias?
Empecé leyendo ciencia ficción clásica; Isaac Asimov, Ray Bradbury, entre otras grandes producciones que estaban en la biblioteca de mi padre. Luego tuve una época en la que me aficioné con el terror: Howard Lovecraft y Edgar Allan Poe, pero antes que ellos, Julio Verne y H.G. Wells. Esa biblioteca clásica fue como la entrada al resto de la literatura.
¿Para usted qué significa escribir?
Es la única cosa que hecho toda mi vida, de la que no me aburro y en la que no soy completamente miserable. No podría dejar de escribir, siento que pierdo el día sino lo hago, es casi una incomodidad física. Me preocupa la manera de elaborar y entender muchas cosas del mundo, la cuestión es visceral y física.
¿Aspira a vivir de la escritura?
Soy profesor de colegio y también dicto clases particulares tanto de música como de talleres de escritura y, bueno... enriquecerme no me afana. En realidad tengo la necesidad de escribir, que es una apuesta un poco más personal y egoísta. Tiene que ver con comunicar cosas y comunicarse con la gente, con un público sin rostro de una manera diferente.