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Maestro Walter, bienvenido. Arranquemos esta conversación parodiando el tango, porque sospecho que para usted ‘30 años no es nada’ y ese es justo el tiempo que cumple ya haciendo música llanera. Además, lo vemos celebrar con video musical de tinte autobiográfico…
Élber, buenas tardes. La verdad es que me debía esa canción. “Tu casa en el caserío” retrata otro espejo de la infancia mía en el vecindario de La Plata, en Pore, Casanare. Yo vivía en la penúltima casa, antes de llegar al río, y veía pasar por ahí a la gente cuando iba a bañarse o a sacar agua para las matas o para el consumo, porque no había acueducto. Es una historia del tránsito de una comunidad campesina desde y hacia el río. Y en ese trayecto pasan cosas como que una persona se queda viendo a la enamorada, le quiere coquetear a la hija del dueño de casa y no desaprovecha la oportunidad para hacerlo.
La historia narrada en el otro video que está lanzando por estos días parece más personal. Más sobre esa relación entre usted y su madre que ha venido contando en sus canciones.
Es un tema absolutamente personal. Se llama “Las flores de mi mamá”. Lo lancé el 22 de septiembre, porque mi madre cumplía 80 años de edad y cuatro años y un mes de fallecida. Es una canción póstuma y ahora le estoy lanzando un video muy bonito para que el tributo quede completo.
Del amor suyo hacia su mamá no tiene duda el público llanero. Por historias como la de “El chino de los mandados” o por ese verso que da título a otro de sus temas: “Para el amor verdadero no hay como la mama de uno”.
¿Y cómo no? Ella era de Támara, Casanare, el pueblo cafetero que llegó a tener moneda propia. Fue docente cuarenta y pico de años, fundó escuelitas y tuvo que obrar de papá y mamá en la ausencia de mi padre, quien fue un poco descuidado en algunos aspectos. Por donde iba mi mamá iba yo, el menor de cuatro hermanos. Además, fue mi alcahueta en la música. Creyó en mi sueño de ser músico y tengo que reconocer que fui un cantante ingrato con mi mejor fan: nunca saqué tiempo para llevarla a mis conciertos.
¿A ninguno?
Las canciones fueron mi manera de agradecerle. Uno de los más bellos conciertos que he tenido fue en el Movistar Arena, en Bogotá, y yo tenía una camiseta que decía “Gracias, mamá”. Estaba recién fallecida. No lo hice en vida: darle gracias en público, hacerla sentir la asistente más importante para mí en un concierto. No lo hice y eso me lastima, me lo reprocho muchas veces.
¿Ni un detalle tuvo con ella? ¿Algo que haya sido conseguido con ese trabajo musical en el que ella lo apoyó?
No recuerdo haberlo hecho en esos primeros años. Después compré mi primer apartamento y mi mamá adquirió su primera propiedad en Altos del Manare, Yopal. Y fíjese la unión: en el piso de arriba del de ella quedaba el mío. Fuimos la cuarta familia que llegó a ese sitio, que hoy tiene muchísimos apartamentos. Pues yo me iba a la grabación de “Ya no le camino más”, que fue una de las canciones que la vida me trazó para mantenerme vigente en la música llanera. A mi mamá se le quemó el apartamento y al ver semejante situación agarré la única plata que tenía, que era la de la grabación, y le restauré el apartamento. Tuve que esperar varios meses hasta que por fin junté de nuevo lo de la grabación. Y mi Dios me ha pagado millones de veces esa platica.
Doña Carmen Luisa Gutiérrez fue su mejor fan, lo apoyó en su proyecto de vida y es inspiración para su música. ¿Ella le pidió estudiar Periodismo o esa fue idea suya?
Estudié Periodismo por darle gusto a mi mamá; no porque me haya pedido esa carrera, sino porque me decía que estudiara. Yo arrancaba con mi música en Bogotá y pasaba seguido por la sede de Sayco, en la calle 39, abajo de la 17. Me quedaba mirando el aviso grande que estaba colgado ahí cerca, en Inpahu, y que decía: “Inscripciones abiertas”. El día que fui a pagar mi matrícula le conté a mi mamá. Creo que de la felicidad, de bonita, me llamó y me dijo: “Hijo, le mandé unos pesitos para pagar la matrícula”. Y yo era ya un hombre hecho y derecho.
¿Pero a usted le gusta el periodismo?
Pensé que me serviría para que la música llanera se conociera más. Para contarle algún día al país que hay una comunidad, que cantamos, que escribimos, que tenemos un legado.
Hay un punto en el que las clases en el aula terminan chocando con la actividad musical. ¿Cómo manejó ese tema?
Ja ja ja. Había una profesora bien cuchilla, Fanny Duque. Pero todo fue muy bonito. He querido volver a Inpahu a saludar. Recuerdo esa etapa con gratitud. Cuando empecé a estudiar allá pegué la primera canción a nivel nacional, y digo nacional porque sonó mucho fuera del llano: “A que te dejas querer”. Fue hace ya 20 años. Antes me salían cantaditas o toques por ahí, algunos compañeros me acompañaban y decían con orgullo: “Yo estudio con el cantante”. Y unas amigas me ayudaban con los trabajos de clase.
¿Por qué no fue a la ceremonia de grado?
Ah, no. Para la época del grado yo ya tenía alitas en la música. El día de la ceremonia estaba cantando en Venezuela. Al otro día, cuando llegué de Caracas, pasé y recogí mi cartoncito de periodista y me fui para la casa. No he ejercido la carrera, porque he estado con la música.
¿Recuerda el momento en que le dijo a su mamá que quería ser cantante?
Uy, eso es un recuerdo muy bello pa’ mi. El primer instrumento musical que tuve lo saqué fiado: un cuatro. Mi mamá pagó la mitad y yo pagué la mitad. Yo no tenía ni idea de tocar un instrumento y con ese me encariñé. Fue como en el 85. Ya en el 90 salí de Pore a buscarme la vida como cantante en Yopal.
Y tres años después de irse a Yopal publicó su primer trabajo musical, que mucha gente no alcanzó a conocer.
Pero esos discos originales de 1993 ya los pasé de acetato a digital. Limpiaron el sonido y lo remasterizaron. Y están las plataformas: “Romance del coleador”.
Ahí comenzó la carrera, que lo llevó incluso a la alfombra de los premios Grammy Latinos y que celebrará 30 años este 2023. A todas estas, ¿cómo se ganaba la vida cuando no era músico?
Mis primeros pesos fueron en el trabajo del campo. Y trabajé en lo que popularmente llamamos “la rusa”. En Pore viven varios de los amigos que me dieron trabajo y me dejaron ganar mis primeros pesos. Me pagaban $16.000 de sueldo mensual, que era un montón de dinero.
Ese tema que menciona, “Ya no le camino más”, es un verdadero ejemplo de la riqueza cultural y lingüística del campo. Expresiones como “ni nariciao me levanto” no pueden ser de ningún otro lugar.
Es que así habla el llanero. ¿Qué tal yo poniéndome a decir “ni que me rueguen sigo”? No sería auténtico. O, pa’ ponernos modernos y que me entiendan menos mis paisanos, usar frases como: “aunque me intenten persuadir no continúo con esta relación”.
Usted le canta a lo que le pasa a la gente, a la cotidianidad.
Exactamente. En el álbum Gratitud grabé la canción “Me río del amor y sigo amando” y todas las partes de la canción empiezan con refranes de nuestra infancia, que a propósito los decía mucho mi mamá. Me río del amor y sigo amando, significa que no importa si nos va mal, hay que seguir pa’lante.
¿Y cómo resumiría en una frase la situación actual del llano colombiano?
Mucho llano pa’ un llanero.
Esa es otra canción suya.
Sí. Y habla de eso. Con todos los problemas que pueda tener el país, el llanero es arraigado y no le alcanza la vida para querer su llano, conocerlo, disfrutarlo. A pesar de todo, el llano sigue siendo generoso, todavía nos brinda oportunidades.
Pero lo estamos acabando cada vez más rápido. Y fuera de la región el espacio para este tipo de música es más limitado.
El nicho laboral de los cantantes llaneros es pequeño. Arauca, Meta y Casanare tienen las principales fiestas. Vichada y Guaviare también aman la música llanera. Del llano llano me falta por cantar en cuatro pueblos: La Salina, en Casanare; El Dorado, San Juanito y El Calvario, en Meta. A todos los demás ya fui y me siguen invitando. Por ejemplo, Tame, Arauca, es un lugar al que no me canso de agradecerle. Duré yendo seis años seguidos. Incluso hice dos conciertos en el mismo año, antes de la pandemia. En marzo, que son sus ferias, y en agosto, cuando es el festival. Inolvidable, muy gratificante. En el altiplano cundiboyacense también quieren nuestra música y los llaneros ya nos atrevemos a meternos en escenarios grandes de Bogotá. Algunos también vamos a cantar a Venezuela.
Si solo le faltan cuatro municipios ya debe tener listo el libro sobre esa parte tan impresionante de Colombia, que mucha gente desconoce.
Fíjese que sí. Me lo propuse porque uno a veces dura dos horas en el celular y no se da cuenta. ¿Por qué no aprovechar ese tiempo para escribir la historia? No quiero hacerlo a la carrera, pero empecé a escribirlo como he hecho mis canciones. Sin esconder mi vocabulario, las cosas locas que han pasado en 30 años de vida musical, las épocas de hambre y humillaciones, la llegada de los aplausos generosos.
Usted habla de la cercanía entre Colombia y Venezuela gracias a la cultura llanera. ¿Qué siente cuando ve a los pleitos políticos entre ambos países?
Pues en ese campo no me gusta meterme porque quedé purgado. Me resbalé un pilín a opinar de política y me dieron contra el mundo. Y me dieron muchísimo, porque, además, yo nunca he participado en política. No me gusta. Pero le voy a pasar un dato. Hay una posibilidad, un proyecto, con un mensaje sobre la hermandad, la similitud de la cultura llanera colombiana con la venezolana. Se llama así: dos países, una cultura. Con dos cantores venezolanos y dos colombianos en un escenario muy grande, en Bogotá. No le puedo decir más. Pero ese es el tema, la hermandad, porque yo sí conozco la hermandad de la música llanera desde 1995, cuando fui la primera vez a grabar a Venezuela. Y cinco años después, cuando empecé a ir a conciertos allá. Y en 2015, cuando encontré públicos en Venezuela que me esperaban hasta las 10 de la mañana, a que saliera a cantar.
Eso confirma que el llanero de uno y otro lado de la frontera es el mismo.
Se lo digo porque lo comprobé. No hay diferencia en el folclore llanero de Venezuela y el de Colombia. Y no hay ninguna intención de ignorar o dejar pasar por alto que el joropo tiene su cuna, en su gran mayoría, en Venezuela. Ahí germinó el joropo. No sé de dónde llegaría a Venezuela, pero el joropo que hacemos en Colombia germinó en Venezuela. Eso es una verdad que no se puede tapar con el dedo. Y eso es lo que uno como cantante colombiano quisiera hacerle ver a mucho amigo venezolano —ni siquiera cantantes: cultores, estudiosos, músicos— que nos tira duro porque cantamos joropo y nos acusa de querer robarles el joropo. La cultura es una huella digital que no se puede transferir.
¿Y cómo fue esa primera grabación suya en Venezuela?
En Barquisimeto, estado Lara, la ciudad musical de Venezuela. Todo cantante que soñara con hacer música llanera quería grabar en estudios O. H. M., porque allí trabajaba un señor que estableció el sonido de nuestra música durante 50 años. Hoy en día el joropo ya se distanció de allí, hay estudios en todo lado y todos grabamos en estudios muy grandes.
¿Quién es ese señor?
Alejandro López. Un señor empírico y con gran sabiduría. Con él grabé cuatro álbumes en Venezuela.
¿Y a qué se refiere con eso de que le daban palo por cantar joropo?
Hace como dos años se desató una pelea terrible porque a los colombianos nos acusaban de que queríamos declarar el joropo patrimonio y yo no tengo ni puta idea de eso. Yo canto porque nací en el llano y porque escuché cantar a Tirso Delgado, colombiano, y a Francisco Montoya, venezolano; oí a Juan Farfán, araucano, y a Jesús Moreno, venezolano; a Aries Vigoth, colombiano, y a Reinaldo Armas, venezolano. Nunca me he detenido a pensar de dónde viene el joropo. Me trasnocha más para dónde va. A dónde lo podemos llevar entre todos. Y el 99 % de la gente lo ve así. La música llanera lo que tiene es que crecer. Obvio, nosotros somos una parte más pequeña en número, pero desde aquí se han hecho muchas cosas por el folclore. Nos atrevimos a hacer presencia por primera vez en los Grammy Latinos, por ejemplo.
¿Cuáles de esos nombres que acaba de mencionar estarán vinculados con el proyecto de hermandad del que nos hablaba hace un momento?
Escuché hablar de Reynaldo Armas, por Venezuela, del Cholo Valderrama y Walter Silva por Colombia. Es una idea con un mensaje como el que usted menciona: hermandad cultural ajena a nuestros quehaceres y problemas políticos de los países.
Hablando del Cholo Valderrama, el mismo que ganó Grammy Latino y con el que usted estuvo poniendo a sonar la música llanera en EE. UU., ¿siguen viviendo cerca? ¿qué tan buen vecino es?
Tiene que ser muy bueno, porque lo queremos mucho. Yo paso a visitarlo a veces. Vivo en Pore y él tiene su vida muy cerquita, a 15 minutos de mi casa.
Usted estudió Periodismo, en Inpahu, y es cantante de música llanera. ¿Sabe quién hizo el himno de Inpahu?
No.
Pista: el compositor de “Ay, mi llanura”.
¿Arnulfo Briceño?
Sí, señor.
¿De verdad? No sabía. ¡Qué buen dato!
Ahí se lo dejo, para que vea que la vida le va marcando el camino a la gente…
Fíjese que yo participé hace rato en un proyecto que quieren hacer y es un homenaje a Arnulfo Briceño. Y llaneros cantamos el Cholo y yo. No sé si será imprudente de mi parte, pero creo que canta ahí Juanes… canta un poco de figuras internacionales. Muy bonito. Yo ya escuché lo que grabé. Yo grabé: “Hato Canaguay, lalai, lalá” [canta].
Ese tema fue banda sonora de una novela protagonizada por los más grandes de la actuación de este país en los años 80.
Claaaro. Se llamaba Hato Canaguay. Yo grabé ese tema. No se ha publicado.
¿Y hace cuánto grabaron?
Antes de la pandemia.
La pandemia retrasó muchos proyectos, pero toca hacerle seguimiento. Además, una figura como la de don Arnulfo Briceño merece un homenaje.
Según las malas lenguas, incluida la mía —como dicen los viejos—, hay harta figura internacional cantando ahí.
¿Y del otro lado del río Arauca habrá figuras por ahí?
Uy, no. No sabría decirle.
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Gracias, Élber. Yo creo que me voy a estrenar aquí como periodista cuando me retire de la música.