Yo quiero bailar, tú quieres sudar...
Persisten los prejuicios con respecto al género. Lo reprueban por “mediocre” y “obsceno”. A propósito de la fiesta “Alístate que estoy suelta como gabete”, unas reflexiones sobre las razones por las que este género es una expresión cultural que ha sobrepasado límites morales y mandatos sociales.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Hay una fuerza. Algo que se enciende cuando, por mencionar solo alguna, suena “Pa’ que retocen”, de Tego Calderón. Han pasado 21 años desde que se lanzó el sencillo y el efecto sigue siendo el mismo. Hay una energía corporal, una corriente que se mezcla con la sangre y se conecta con el beat de esa canción que provoca gritos, pero, sobre todo, movimientos. Son muy pocos los que logran resistirse cuando Calderón canta “Esto e’ para ustede’, pa que se lo gocen / Tego Calderón pa’ que retocen / Huelo a nuevo, me siento al día en la mía, mami / Yo ando bien perfuma’o y la paca por si no fían”. Los gestos de los que reprueban este género por “mediocre y obsceno” suelen rendirse a los desafíos que cada quien lanza al comienzo de una canción que, desde sus ritmos y su letra, propone expresión con el cuerpo. “Sin misterio”, dice Calderón, o el Abayalde, que en realidad es abayarde, un insecto que cuando pica, genera escozor.
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Hay una fuerza. Algo que se enciende cuando, por mencionar solo alguna, suena “Pa’ que retocen”, de Tego Calderón. Han pasado 21 años desde que se lanzó el sencillo y el efecto sigue siendo el mismo. Hay una energía corporal, una corriente que se mezcla con la sangre y se conecta con el beat de esa canción que provoca gritos, pero, sobre todo, movimientos. Son muy pocos los que logran resistirse cuando Calderón canta “Esto e’ para ustede’, pa que se lo gocen / Tego Calderón pa’ que retocen / Huelo a nuevo, me siento al día en la mía, mami / Yo ando bien perfuma’o y la paca por si no fían”. Los gestos de los que reprueban este género por “mediocre y obsceno” suelen rendirse a los desafíos que cada quien lanza al comienzo de una canción que, desde sus ritmos y su letra, propone expresión con el cuerpo. “Sin misterio”, dice Calderón, o el Abayalde, que en realidad es abayarde, un insecto que cuando pica, genera escozor.
Ese es el otro fenómeno: casi todos terminan cantando en puertorriqueño. Las canciones de reguetón cantadas por los nacidos en este país omiten las “s” y las “d”, como su acento, y un bogotano, sin resistencias, sigue los vacíos de las palabras y los reemplaza por movimientos de cadera, la misma que olvida si baila o no como determinan los cánones. “Llénense de placer / Que se acabe el mundo y no vine pa’ perder / Apaguen lo’ celulare’, repórtense a sus hogare’ / Hoy sí que sí que vamo’ a hacer maldade’”, continúa Calderón.
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Y seguramente, las maldades a las que se refiere tienen que ver con sexo. Y es uno de los asuntos que más le critican a este género, que aún no se libra de críticos musicales que reniegan de él como propuesta musical, ni de otros tantos padres de familia que manifiestan preocupación por el futuro de sus hijos, ni de los demás, algunos (muchos) otros que buscan bajar de estatus sencillos que, paradójicamente, terminan reconociendo que les gusta solo por el ritmo o la melodía.
“Yo creo que a la gente le da miedo la expresión del deseo y lo disfraza como un reclamo de género cuando no lo es”, dijo Carolina Sanín hace unos años para un especial del periódico El Tiempo llamado “Su majestad el reguetón”.
Es una cuestión interna, una pulsión del cuerpo. Podría decirse que el gusto por el reguetón es más animal que racional, como el sexo. Y que cuando la mayoría de los mortales escuchan un “rakata”, que, según el pódcast la Real academia del perreo y el sandungueo, es una palabra para simular el acto sexual, terminan por coincidir con los convencidos de que renunciar al deseo propio de mover el cuerpo es un despropósito.
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Andrés Olave, coreógrafo de “Alístate que estoy suelta como gabete”, una fiesta que se hace en Bogotá hace 13 años, cree que más allá de reducirse a la sexualidad, el reguetón permite que el cuerpo se exprese con libertad. “Este género pone alegre a la gente. Las mujeres son las que prefieren el reguetón porque les permite liberarse, pero no me refiero al libertinaje. Es un asunto de apropiación. Los que siguen creyendo que esto solo se trata de sexo no han logrado abrir la mente y salir de esa zona radical que no les permite disfrutar”.
Que su valor musical es nulo, dicen. Que todo suena igual. Pero la preocupación de los que creen que si se escucha a Bad Bunny no se aprecia a Mozart parece desgastarse con el paso del tiempo. Con los años, la competencia entre compositores de sinfonías y letras de reguetón pierde el sentido: la cultura, que no solamente es un concepto que se refiere a las expresiones artísticas aprobadas por el canon, las que se produjeron por eruditos del pasado o las que se reconocen como sumatorias para el enriquecimiento humano (cuál no sería una sumatoria para ese enriquecimiento), es todo lo que se crea, configura, transforma, recicla y renueva la experiencia de la condición humana. La pregunta ¿y qué no es cultura?, a pesar de percibirse como un cliché, es oportuna. Justamente, muchos a los que se les reconoce como “intelectuales” han reconocido virtudes en este género: “Siento que muchos de quienes rechazan el reguetón lo hacen porque no les habla de otro tiempo y porque entienden la cultura no como un lugar donde moverse, sino como un medio para llegar a no estar donde se está”, escribió Sanín en un artículo titulado “Un elogio del reguetón”, que se publicó en la revista Arcadia el 1 de octubre de 2019.
Este género, que hasta tiene un lenguaje propio que muchos desconocen, pero casi todos cantan, le dedica mucho tiempo al sexo, sí. La pregunta es por qué o desde cuándo y si este es un argumento para reprobarlo.
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Este sábado 13 de mayo se celebrará una nueva edición de la fiesta citada, un evento que ha reunido a varias generaciones que valoran los orígenes y transformaciones del reguetón. Se le reconoce por ser una fiesta en la que se recuerdan clásicos como “Gasolina”, “Yo quiero bailar” o “Dale, dale, don dale”. Los que asisten terminan participando de ese juego que propusieron los intérpretes, en que se desafía o se alardea. En esa demostración de poderío no solo entran los compositores y los cantantes, sino los escuchas, el público, los amantes de la invitación a sacudirse las ataduras morales y sociales. Según el coreógrafo, el reguetón es pasión, entrega, libertad, expresión. Por eso, para los bailarines de su Escuadrón Caliente, grupo encargado del show central del evento, es una zona de éxtasis.
“Suelta como gabete” comienza con una idea del gestor cultural y empresario Jimmy Pérez. Después viene un imaginario del show, detalles en los que no solo entran movimientos, sino también vestuario y luces, entre otros elementos. Los bailarines proponen ideas sobre cómo podrían ser las coreografías. Después, Olave hace el montaje y define los movimientos. Decide si bailarán en pareja o en grupo. Para la fiesta del 13 de mayo, el proceso creativo duró cuatro meses con tres semanas finales de ensayos constantes. El premontaje coreográfico se hizo en una semana y continuó con sesiones diarias que duraron aproximadamente tres horas.
“Más que una fiesta, ‘Suelta como gabete’ es una experiencia. Es un espacio para la libertad en donde no hay discriminación, ni tallas, ni razas, ni estratos. Todos bailan libres de violencias, incluidas las de los prejuicios. A pesar de que la palabra ‘perreo’ se asocia con movimientos eróticos y sexuales, esto significa unión de cuerpos en el baile”, concluyó el coreógrafo, que decidió dedicarse a las endorfinas producidas por el contacto corporal y a las letras de sencillos que invitan al sandungueo al que se refiere al baile. El disfrute de traspasar las fronteras de lo moralmente permitido, de lo que se consideraba obsceno, de atravesar los mandatos de la pureza y comenzar a explorar pecados como el baile, el placer y sí, el sexo.
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