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La comunicación es uno de los pilares de las relaciones entre los seres humanos. Escuchar y ser escuchado para entender y dar a conocer diferentes puntos de vista y así generar conocimiento. Sin embargo, cuando se viaja al otro lado del mundo, el idioma puede ser una barrera para entender cómo vive una cultura y cómo disfruta de un evento que es amado y adorado en diferentes partes del planeta, como lo es la Copa del Mundo de la FIFA.
Se han jugado hasta la fecha 20 ediciones de los Mundiales. Hace cuatro años, en Brasil, la samba, esa danza hipnotizadora, se tomó el campeonato y el portugués fue el idioma oficial. Bailaron los colombianos, y los argentinos repitieron sin cesar: “Brasil, decime qué se siente…”. A ellos se les unieron cánticos franceses, alemanes, mexicanos. Una fiesta por el balompié se llevó a cabo cada noche en las calles de Río de Janeiro, São Paulo o Belo Horizonte, desde el día cero hasta el último. Tanto así que después de finalizado el torneo, el silencio de la noche llegaba con un soplo de melancolía de aquellos días felices.
En Rusia es todo lo contrario. El fútbol no es una religión, como sí lo es en diferentes partes de Suramérica. En este país sobresalen deportes de invierno, en especial el hockey, y por esos fríos extremos que se viven en esta parte del mundo, la gente parece no gesticular. Sus expresiones en raras oportunidades hacen que dejen de fruncir el ceño y sus emociones se quedan escondidas. Ni siquiera el campeonato del mundo que comienza hoy les ha cambiado el talante. Aquí, el sabor lo ponen los latinos.
Los rusos, en medio de una amabilidad tímida, apenas hablan de su selección. Los pocos que se atreven a balbucear unas palabras en inglés y dar su opinión se van a los extremos: que queda eliminada en primera ronda o que se corona campeona del mundo. Stanislav Cherchésov, técnico del combinado local, quiere involucrar al público y hacer que este Mundial sea el punto de quiebre para que exista una cultura futbolera mucho mayor. “Creo que a todos nosotros nos gustaría que hubiera un espíritu más positivo en torno a la selección”, afirmó. “Queremos ese apoyo, pero depende de nosotros, de nuestro juego”.
También ha existido un poco de resistencia por parte de la prensa. El sistema de juego del equipo no convence. Desde septiembre de 2017 sólo ha ganado un partido y fue contra el Dinamo de Moscú. De resto, perdió frente a Brasil, Francia, Austria y empató con Turquía. Sin embargo, Cherchésov no presta atención a lo que se dice de él. “Hay que saber cómo actuar ante las frases negativas. No podemos hacer nada para revertirlas, sino entrenar y trabajar para mejorar nuestro fútbol. Tenemos que hacer lo posible para mejorar y convertir esas críticas en algo positivo”.
Entre los locales no existe una figura rutilante que los obligue a poner los ojos en la selección. Hay futbolistas que han sobresalido, como Yuri Zhirkov, Alexandr Samédov, Denís Chéryshev e Ígor Akinféyev, pero ninguno ha logrado consagrarse a nivel internacional. Por esta razón, en muchos sectores del país, el Mundial lo viven los visitantes, esos miles de aficionados que viajaron kilómetros para seguir a su selección. Son ellos los que pintan los días grises y con sus cánticos hacen que la belleza de la Plaza Roja se estremezca como si todo el lugar se quisiera unir a su felicidad y emoción.
Algunos rusos intentan unirse con algo de retraimiento a la celebración. Unos se ponen gorros de la Copa del Mundo, otros visten prendas con la bandera de su país, casi ninguno porta la camiseta de la selección y todos quieren tomarse fotos con los argentinos, peruanos, colombianos y uruguayos que caminan por Moscú y quienes hacen que la tierra tiemble y baile con sus cánticos para alentar a su selección.