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Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética hicieron un acuerdo: partir a Corea en dos. Todo giraba en torno al paralelo 38, la frontera, el límite de las dos tajadas. La del norte para los soviéticos y la del sur para los norteamericanos. Eran tiempos en los que el mundo también estaba divido en dos: entre el capitalismo y el comunismo.
Dieciocho años después, con la secuela de la Guerra de Corea encima, Corea del Norte cumplió la mayoría de edad y la celebró cambiando los fusiles y las trincheras por unos botines y un balón para viajar a Inglaterra a disputar su primer Mundial, en 1966. Quitó sus ojos de la Guerra Fría y su nueva ideología por 11 días fue el fútbol. Eso sí, llegó como la cenicienta del torneo.
Las apuestas pagaban 1.000 a 1 su victoria. Los coreanos dieron la sorpresa y pasaron contra todo tipo de pronóstico a los cuartos de final. Quedaron sembrados en el grupo 4, junto a la Unión Soviética, Chile e Italia. En su estreno cayeron 3-0 frente a la URSS. Hasta ahí todo normal en el equipo que viajó a Europa con una plantilla repleta de soldados. Luego empataron con Chile y vencieron 1-0 a la azzurra, la bicampeona mundial, con un tanto del cabo del Ejército de su país Pak Doo-ik, quien luego del gol fue ascendido a sargento. Fútbol.
Ese fue el batacazo del certamen y la máxima hazaña de un país asiático en la historia de los mundiales. Su gran capacidad física, el elogio de los expertos y rivales. Y de ahí surgió una acusación que culpaba a los coreanos de fraude. Todos eran muy parecidos. Los sindicaron de utilizar un once para el primer tiempo y otro equipo totalmente diferente para el segundo. Una idea que alimentó el morbo y que circula y sigue deambulando en el imaginario colectivo de los historiadores deportivos. Nunca se comprobó nada ni se abrieron expedientes. En días en los que los radiotransistores eran el invento que tenía paralizado al mundo y en los que la televisión aún no era a color.
En cuartos de final se midieron con la Portugal de Eusebio, quien tenía una rivalidad especial con Pelé por ser el mejor futbolista del mundo. Los asiáticos volvieron a dar la sorpresa en los primeros 30 minutos: iban ganando 3-0. Sin embargo, el partido culminó 3-5 a favor de los lusitanos gracias a un triplete del delantero del Benfica. No distribuyeron bien a sus jugadores en el segundo tiempo, dijeron algunos.
En la final, Inglaterra ganó su único Mundial luego de imponerse en el mítico estadio de Wembley a Alemania Federal. Pero buena parte del protagonismo del certamen fue para los orientales.
Una cita orbital atípica que estuvo a punto de suspenderse cuatro meses antes por el robo y la desaparición por ocho días de la Jules Rimet, la copa del Mundial, y que se pudo disputar gracias a Pickles, un modesto perro que olfateó un objeto envuelto en papel periódico en un jardín. Era el trofeo.
También marcada por la aparición de Willie, el león que se convirtió en la primera mascota de los mundiales.
Sin embargo, las fotos, anécdotas y el morbo se lo llevaron los coreanos y sus dos escuadras, una para cada tiempo. Y una participación que perdurará para siempre. Con una pregunta que seguramente nunca obtendrá respuesta. Ahí está lo lindo.